Alma para conquistarte,
corazón para quererte,
y vida para vivirla junto a ti."
Alma, corazón y vida
Adrián Flores
A veces me pregunto si está bien engañarles con
semejantes
patrañas: reyes magos que traen regalos, cigüeñas
que
traen niños... Tarde o temprano acaban en desengaño.
José María Escrivá, cuyo centenario celebramos
este mes, aconsejaba a los padres decir siempre la verdad.
¡Hace tiempo que he matado
a todas las cigüeñas!
decía.
¿Será que, en el fondo, a los niños les gusta
ser
engañados?
La fantasía infantil hace que este valle de lágrimas
que es el mundo aparezca a sus ojos como un mundo mágico y
sorprendente.
¿No seremos los adultos los que, al creernos desengañados,
vivimos
engañados?
El mundo es realmente sorprendente.
La vida es una maravilla renovada constantemente. El nacimiento de
una nueva criatura, un regalo de Dios.
El mejor regalo de la Historia, el más inesperado, es el que
Dios mismo nos hizo asumiendo la naturaleza humana, naciendo en el
portal
de Belén, como cantan los villancicos de mi tierra. En estos
días de fiesta he podido comprobar que muchos conservan la
tradición
franciscana de representar este misterio con figuritas de barro.
Mientras
contemplaba una de esas imágenes de Jesús niño,
colocada
cerca del sagrario, pensaba:
Los magos te regalaron oro,
incienso
y mirra, dándote trato de rey, Dios, y hombre. Y yo...
¿qué
te puedo regalar?
"Dame, hijo mío, tu
corazón."
Quiero tratarte en la
Eucaristía
con el afecto que te proporcionaron María y José en
Belén.
¡Auméntame la fe! ¡Enséñame a querer!
Lo que no se llevan los ladrones, aparece por los rincones,
dice
el refrán. Lo insólito es que ocurra al revés, es
decir, que los ladrones se lleven algo y que se recupere.
No me lo podía creer. Hacía meses que habían
robado
ordenadores, una guitarra, y otros objetos del colegio en que trabajo.
Ya estábamos haciendo gestiones para comprar máquinas
nuevas
cuando se presentaron dos policías con una de ellas, la misma
que
ahora utilizo para escribir estas líneas. La habían
encontrado
en un registro domiciliario. Supusieron que era nuestra,
guiándose
por la denuncia y por tratarse de un modelo poco corriente. La pantalla
estaba rayada, la cubierta había sido forzada y faltaba un chip
de memoria.
A los pocos días volvieron con una bolsa llena de cables, y
allí estaba el chip. No se había perdido ni un bit del
disco
duro.
Lo que nunca llegué a recuperar fue la guitarra que me
había
prestado Albert: una Fender Stratocaster, y he tenido que
comprar
otra parecida. Guillem me explicó que aquella guitarra
tenía
un gran valor sentimental para su hijo.
Mejor no le digas nada. Lo
está
pasando muy mal.
Comprendo...
Albert ya no puede tocarla, porque no se ha recuperado totalmente
del
accidente de moto que cambió su vida.
Ni él mismo recuerda cómo sucedió. Chocó
con la valla quitamiedos de la autopista y salió
volando.
Le encontraron medio muerto.
Sus padres quedaron psicológicamente destrozados.
Todavía me pone los pelos de punta releer el mensaje que me
enviaron al regresar del hospital:
Estic desfet.
Guillem.
Nunca se borrará de mi recuerdo la expresión de
agradecimiento
que se dibujó en el rostro de Jusa, su madre, al
despedirnos
tras la primera visita que les hice en aquellas circunstancias. Nunca
había
visto una sonrisa tan franca, tan bella, en un rostro tan marcado por
el
sufrimiento.
Me gustaría visitarles con más frecuencia...
Albert intenta hacer un crucigrama, luchando contra la doble
visión
y la mano que no obedece.
¿Cómo estás,
Albert?
Ya ves...
Se pone en pie y da unos cuantos pasos, vacilante, pero triunfante.
¡Vaya, esto va mejorando!
Les darías una alegría a los antiguos compañeros
de
trabajo si les hicieses una visita.
No vull posar-me pedres al
fetge.
¿?
Cuando me encuentro a alguno de
ellos en la calle, o en el autobús, miran para otro lado.
Resulta
violento para ambos... Ya saben donde vivo.
Ven un momento, que te quiero
enseñar
algunas cosillas que he bajado de Internet
me dice Guillem .
Antes decía "daunboleado", en lugar de "bajado". Tenía
mucha más gracia.
Del techo, alto, inalcanzable, pende un móvil de madera en forma
de pez. No hago ningún esfuerzo por esquivarlo y sus piezas
entrechocan
al darle con la frente.
En su cuarto de trabajo, Guillem tiene al alcance de la mano todos
los libros y discos que puede necesitar, y también los que hace
años que nadie toca, y descansan en paz, acumulando polvo. Casi
todo lo que le interesa lo tiene en el disco duro, digitalizado.
No sólo es un internauta experimentado, sino que lo es desde
los tiempos en que casi nadie sabía que existía "La Red".
Él fue el que me abrió los ojos al mundo
telemático,
cuando el Minitel francés estaba en la cresta de la ola y los
modems
eran de 1400 bps. Él solito diseñó el servicio de
transmisión de ficheros Hermes, que se utilizó
durante
algunos años en la comunidad educativa catalana, pero que ya
casi
nadie recuerda. Pero, más que nada, es un pedagogo. Sentado a su
lado, frente a la pantalla, hemos pasado muchas horas juntos, y he
aprendido
mucho.
Invariablemente, Mariano acaba apareciendo en escena. A veces, salta
sobre la mesa y se pasea por delante de la pantalla. Le encanta
tumbarse
sobre el monitor, que está calentito, delicioso para su gusto.
En
esta ocasión me pilla desprevenido: Se acerca, amparado por la
oscuridad,
con el sigilo característico de los felinos, apoya una zarpa en
mi muslo izquierdo y extiende sus garritas delicadamente, lo justo para
tocar mi piel. En cuanto dirijo la vista hacia él, emite un
breve
maullido y salta sobre mis rodillas. Sabe que me ha conquistado y que
no
le echaré fuera.
Dios mío: Tú también asaltas a veces nuestro
corazón
de este modo, como con un suave zarpazo.
Que siempre sea así mi oración: un zarpazo que te llegue
al corazón, que te conquiste. Me dejarás estar contigo, y
nada me apartará de ti.