¿Cómo
sería
el trabajo de José...?
Por supuesto, como el de cualquier padre de familia que se gana la vida
con sus manos, con sus herramientas, con su inteligencia... y con su
corazón.
Todo puesto al servicio de Jesús, de María, y de quien le
pudiese necesitar.
¿Te imaginas a Jesús contemplando a José mientras
trabaja?
Esos ojos vivos, inteligentes, que brillan cuando al alzar un momento
la mirada se encuentran con los tuyos.
Y esa sonrisa, que sólo son capaces de mostrar los corazones
limpios que saben amar.
Esas manos ágiles y fuertes que se mueven con la habilidad del
que domina el oficio.
Ojos, sonrisa, manos, que han acogido al Hijo de Dios en Belén,
en Egipto, en Nazaret.
Manos que Dios quiere como instrumento para continuar su obra creadora.
Tu trabajo, sea el que sea, cuando está bien hecho, por amor y
con amor, lo contempla Jesús, enamora a Dios.
¿Cómo sería el trabajo de María...?
¡Qué pregunta! ¡Como el de una madre de familia!
Pizcas de esto y aquello, y puñados de amor.
Cuando era un niño me encantaba ir a la cocina y contemplar a mi
madre preparando la comida: lavar, pelar, cortar, picar...
El mortero viejísimo, de cerámica valenciana, canta su
rítmica canción.
¡Hala, dale un rato!
, y me lo pasa, para que juegue.
El sofrito chisporrotea en la sartén. Vapores de aceite, aromas
de hogar...
¡Ay!
Una salpicadura le ha quemado
la mano. Se la lleva a los labios y sigue, sin darle importancia.
¡Las manos de mi madre!: cortadas, encallecidas, ennegrecidas y
quemadas, son instrumento de las manos de Dios, que da de comer a sus
hijos.
Destapa la olla y salen nubes de vapor. Una pizca de sal, remover...
Me alarga el cucharón de madera con un poquito de caldo:
¿Qué te parece?
¿Está soso o está
bien?
Mientras controla el tiempo de cocción prepara la ensalada y va
poniendo la mesa: limpia, sencilla, elegante, acogedora...
Trabajo de María, que Jesús contempla, que enamora a Dios.
¿Comprendes lo que quería decir santa Teresa con
aquél:
"Entre los pucheros
anda el Señor" (Fund. 5, 8)?
No es tan fácil como parece trabajar siempre así, con
buen humor, espíritu de servicio y presencia de Dios. Pero
cuando se consigue, Dios ama ese trabajo y lo premia llenando los
corazones de paz y alegría.
Sin espíritu de sacrificio no se puede conseguir nada que valga
la pena. ¡Sacrificio propio! Quien coacciona a los demás
para conseguir sus propios objetivos que no piense que así
logrará nada que valga la pena. Lo único que
conseguirá es hacer trabajo
de diablo, hacerse odioso a los hombres y a Dios.
Cuando se presente el pesado, el inoportuno, piensa más bien que
es el momento de superar tu egoísmo.
Cuando requieran tu ayuda y estés ocupado con algo, procura
atenderles. Es una ocasión de poner las personas por delante de
las cosas.
Sé generoso, con Dios y con los demás, con tus cosas y
con tu tiempo. Dios no se deja ganar en generosidad.
Y si nadie te agradece tus servicios, alégrate, porque tu Padre
Dios, que ve en lo secreto, te premiará.
Cuando era estudiante, el mundo era analógico. No
había ordenadores, ni procesadores de textos, ni impresoras
láser. Se dibujaba con tinta china y se escribía a
máquina. Un fallo suponía en muchos casos volver a
empezar.
Hijo mío
, me dijo en cierta
ocasión mi madre, al verme abatido frente a una lámina
que acababa de manchar:
Nadie te preguntará lo que te
ha costado. Sólo mirarán si está bien hecho.
Dios lo ve todo: la intención, lo que ha costado y si
está bien hecho, y es buen pagador.