Lo blando, que ya había aparecido en la pintura de Dali (El enigma de la memoria, de 1931, Nueva York, MOMA), para Oldenburg es algo cercano, accesible: con un objeto blando – escribe – se puede establecer un dialogo. La rigidez levanta un muro de indiferencia. En su escultura todo es blando: coches, pasteles, teléfonos, maletas...
Por otra parte, Oldenburg, como todos los pop, no quiere representar los objetos, sino crearlos. Comerciante el tarnbién, abrió en 1961 The Store, una tienda en la que vendía alimentos y cosas para la casa hechos de escayola pintada de colores, brillantes y atractivos. Lucido y consciente de la inutilidad del artista en la sociedad industrial, cuando imita al pastelero juega a ser un trabajador. El humor y la ironía de poner nuestro mundo entre interrogaciones están siempre presentes en Oldenburg, pero también – bajo la capa de plásticos y frialdad – hay una sensibilidad especial par los objetos personales corno la máquina de escribir con la que trabajaba durante sus años de reportero y que fábrica también en material blando. Una sensibilidad que estaba también detrás de las latas de sopa de Warhol.
También Oldenburg se ocupa de los artistas de vanguardia y sus obras corno estereotipos de la cultura moderna. Nadie mas representativo, y mas estereotipado que Picasso. El escultor toma la Cabeza de mujer, que había donado el malagueño al Civic Center de Chicago y hace en 1969 su Versión blanda del Picasso de Chicago. La vanguardia, a estas alturas, era ya un almacén en el que se podía entrar y comprar lo mas interesante o lo mas barato.
Preocupado por la ciudad y todo la que constituye el entorno urbano, Oldenburg hizo proyectos para monumentos colosales destinados a Nueva York, donde su tamaño – un Conejo tan alto corno los rascacielos –, armonizaría con el gigantismo de la ciudad y monumentos factibles corno el Lapiz de labios de la Universidad de Yale. |