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publicat a La Vanguardia el 12/04/02 per Xavier Bru de Sala
El cierre de librerías
Cada vez que
cierra una librería significativa para la cultura, se alza un llanto
de temblorosas plañideras y se revelan oráculos presagiando innumerables
calamidades sobre el futuro de la letra impresa. Contrasta esa tan generosa
y enternecedora actitud con el olímpico abandono que merecieron, en su
decadencia y agonía, por los mismos que luego se desesperan por su desaparición.
¿Cuánto hace que no asisten a una presentación en Cinc
d'Oros? El mismo montón de años del descubrimiento de que los
libros franceses se debían buscar en la pequeña Jaimes, al otro
lado del paseo de Gràcia, porque se encontraban antes y mejor. Según
las crónicas, la malignidad del casero, que incrementa el alquiler, es
quien cierra Cinc d'Oros. Falso. Lo cierran La Central y Laie, que le han quitado
el público por estar muchísimo mejor gestionadas. Ona cerró
la Ballester, y si no espabila, Proa cerrará Ona.
Los establecimientos de venta de libros de cultura siguen siendo un buen negocio,
a condición de ofrecer un buen servicio a una determinada clientela.
Servicio que incluye profesionalidad y rapidez, pero también olfato,
complicidad, proximidad, es decir, lo contrario de la frialdad meramente mercantil.
Si uno quiere, pongamos por caso, comprarse una cámara fotográfica,
seguirá el consejo de amigos más o menos expertos y escuchará
las explicaciones técnicas de varios vendedores. Es posible que uno le
ayude a decidir sobre el modelo, que luego comprará un poco más
barato en otra de las tiendas que también tienen todos los modelos de
todas las marcas. Las librerías no funcionan así. El precio de
los libros sigue fijo, pero la oferta en número de títulos disponibles
tiende al infinito, por lo que se impone la especialización. Si uno sale
de la ciudad en dirección a cualquier sitio -el Montseny, Lima o Mali-
que no conozca con detalle, pasará antes por Altaïr. Altaïr
ha ampliado y se ha trasladado al mejor tramo de la Gran Via. Si uno quiere
husmear entre las últimas novedades y las que siguen vendiendo como tales,
dará la vuelta a las mesas de la entrada en la Casa del Llibre, establecimiento
generalista que se ha adaptado bien a la competencia de El Corte Inglés
y FNAC. Si pretende ampliar el foco en literatura y humanidades, dirigirá
sus pasos hacia Laie o La Central, que también amplió a pesar
de encontrarse en Mallorca-Balmes, casi el extrarradio.
Estas son explicaciones racionales. La nostalgia tiene razón de ser para
todos los que, tiempo atrás, fuimos habituales de Cinc d'Oros o la Francesa.
Pero la nostalgia, siendo pertinente, no da razón del declive y cierre.
Claro que sabe mal que cierre Cinc d'Oros. Allí tenía que presentarse,
a finales de 1973, la flamante colección de Llibres del Mall. Los entonces
jóvenes poetas que la impulsamos no sabíamos que aquel día
matarían a Carrero Blanco, pero al enterarnos decidimos suspenderla,
de acuerdo con el presentador, Alexandre Cirici Pellicer, y el entrañable
Pablo Bordonaba, factótum de la mejor etapa de la librería. La
presentación tuvo lugar un mes más tarde, día por día,
a modo de críptica celebración. Tal vez sean imaginaciones, pero
en cuanto Bordonaba se fue a regentar la librería de Planeta en la calle
Balmes, Cinc d'Oros dejó de ser lo que era. Un poco más seguro
estoy de que, en cuanto Josep Maria Blasi, gerente de la Francesa, la abandonó,
la librería perdió buena parte de su encanto.
Bien llevada, cualquier librería satisface a su público, y es
negocio que, aun sin mover el volumen de otros comercios, cubre costes y genera
beneficio. Los márgenes de los libros son hasta cinco veces superiores
que, siguiendo el ejemplo anterior, los de las cámaras fotográficas.
A pesar de los dos lamentables cierres anunciados, justo es concluir que, en
materia de librerías, Barcelona ha mejorado lo suyo en el último
decenio.
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