Biografia
Alejo Carpentier
(l'Havana 1904 - París 1980) Novel.lista cubà. Començà
l'activitat literària com a periodista. Fou empresonat per motius
polítics sota el règim de Machado, se n'anà clandestinament
a França el 1928 i tornà a Cuba el 1939; sis anys més
tard s'establí a Veneçuela, i el 1959 s'incorporà
al govern revolucionari de Cuba. La seva obra, molt reduïda en quantitat,
tracta, amb una prosa sumptuària i barroca, molt influïda
pels clàssics castellans, de la problemàtica vital i política
del continent americà. Deixant de banda Ecué-Yamba-O
(1933), El reino de este mundo (1949) i les narracions de Guerra
del tiempo (1958), les seves novel.les més importants són
Los pasos perdidos (1953), la qual, malgrat un cert rerafons rousseaunià,
té una gran força descriptiva, i sobretot El siglo de
las luces (1962), novel.la política entorn de les repercussions
de la Revolució Francesa a les Antilles, que constitueix alhora
una reflexió sobre les dificultats pràctiques de tot moviment
revolucionari i un ample fresc històric, tractat amb un domini
poc freqüent de la tècnica narrativa. Altres obres seves són:
El recurso del método (1974), Concierto barroco (1974),
Consagración de la primavera (1978) i El arpa y la sombra
(1979).
Obra
Bajo
el signo de la Cibeles
Documentació
Discurs
dAlejo Carpentier amb motiu de la concessió del Premi Cervantes
el 1977
Hace un año el gran poeta Jorge Guillén hubo de recibir
en este Paraninfo de la muy ilustre Universidad Complutense, donde ahora
me hallo, la misma recompensa que, como coronación de mi ya larga
carrera de escritor, viene hoy a premiar mi obra. Y acaso por hallarse
aquí, donde por fuerza he de evocar la presencia de quien admiro
desde hace medio siglo, acuden a mi memoria estos versos del autor de
Cántico: "[...] De un golpe vi la sala / Arañas por
cristal resplandecían / Sobre una fiesta aún sin personajes".Fiesta
hubo, un día de otoño ya muy lejano, en esta magnífica
ciudad de Alcalá de Henares, situada por siempre entre los altos
lugares de la cultura universal, junto a Stadfor-on-Avon o la Weimar de
Goethe y Schiller, por haber nacido quien en ella nació. Pero acaso
tal fiesta se diera "aún sin personajes", como se dice
en el verso de Jorge Guillén. Porque la fiesta verdadera, la grande,
tuvo lugar el domingo de octubre del mismo año, en la ceremonia
del bautismo de Cervantes, ya que, para quien la contempla con los ojos
del novelista actual, fue fiesta de muchísimos personajes -de tantos
y tan renombrados personajes- que el mismo historiador Cide Hamete Benengeli,
de haber estado presente, hubiera perdido la cuenta de ellos, por lo numerosos.
Para mí, para todos los que en nuestro idioma escriben novelas
en esta época, al memorable y jubiloso bautismo asistieron, entre
muchos otros, las señoras Emma Bovary, Albertina de Proust, Ersilia
de Pirandello y Molly Bloom, venida especialmente de Dublín, con
su esposo, Leopoldo Bloom, y su amigo Stephen Dedalus, el príncipe
Mishkin, el cándido Nazarín, taumaturgo sin saberlo, y hasta
un Gregorio Samsa, de la familia de los Kafka -aquel mismo que una mañana
había amanecido transformado en escarabajo-, pertenecientes todos
a la futura Cofradía de la Dimensión Imaginaria, fundada,
con su llegada al mundo, por quien iniciaba entonces su existencia entre
nosotros.
Y es que con Miguel de Cervantes Saavedra -y no pretendo decir ninguna
novedad con ello- había nacido la novela moderna.
Periódicamente se produce, en la historia literaria del mundo,
algo que usándose de una expesión de hoy- suele calificarse
de crisis de la novela. Pero no sería propio hablar de crisis de
la novela, sino de crisis de una determinada novelística. El hecho
no es nuevo. Es evidente que al haber cumplido su papel sirviendo de puente
entre la época medieval y el humanismo renacentista, el libro de
caballería agoniza cuando Cervantes emprende su gran tarea desmitificadora.
Cansados de encantamientos y peripecias inverosímiles, esos James
Bond de otra época que eran los Amadises de Gaula y Florismartes
de Hircania, sucumben bajo el peso de portentos harto acumulados y se
van humanizando en el Tirante el Blanco "tesoro de contento y mina
de pasatiempos", dice Cervantes, donde "comen los caballeros,
y duermen y mueren en sus camas y hacen testamento antes de su muerte,
con todas estas cosas de que todos los demás libros de este género
carecen".
Pero esta apertura hacia la realidad no basta, sin embargo, para salvar
una novelística llegada a una irremediable vejez. Y más
si tenemos en cuenta que ahora ha nacido ya una novelística enteramente
nueva: la picaresca.
Con la picaresca española -y esto jamás se repetirá
bastante, y más si pensamos qué poco se tiene esto en cuenta
fuera de España- nace realmente la novela como hoy la entendemos.
Novela que es invención totalmente española, sin antecedentes
extranjeros, y que por su novedad, por su poder de calar a lo hondo de
lo circundante y cotidiano, será pronto traducida a varios idiomas,
hallando un sinnúmero de imitadores en Francia y en Inglaterra.
Novela con su novelística -dije-. Novelística que constituye
el movimiento literario más prolongado de la historia literaria
del Renacimiento para acá, si pensamos que, nacida del Lazarillo
de Tormes, crecerá durante más de dos siglos, con perpetua
ampliación de su ámbito geográfico, cerrándose
con la autobiografía de Torres Villarroel, anunciadora de Las confesiones,
de Rousseau, y hallando todavía una heredera en América
con el Periquillo Sarmiento, del mexicano Lizardi, a comienzos del siglo
XIX.
Acaso el éxito prodigioso de la picaresca se deba al hecho de haber
instalado el yo en la narración, tras de siglos durante los cuales
la novela, bajo sus más diversas fases, fiel a sus orígenes
orales, era contada siempre en tercera persona. Novela de arquetipos más
que novela de individuos verdaderos, donde el autor observa, frente a
sus personajes, una suerte de "distanciamiento" brechtiano,
muestra -tal Maese Pedro- las figuras de un retablo donde él mismo
no habrá de aparecer. Con los maestros de la picaresca, en cambio,
soy yo -el yo- quien se instala ante la realidad, narrándola en
primera persona. Pero ese yo forma parte de lo circundante y habitual.
Nada añade, sustancialmente, a una realidad muy española,
donde los Pablos de Segovia, los Marcos de Obregón, los Estebanillos
González carecen del espesor, de la densidad, la ejemplaridad suficientes
para encarnar el genio de una raza. Un pueblo puede divertirse largamente
con los anti-héroes, pero no se reconoce en ellos. Por esto, en
tiempos de la picaresca, para hallar al español entero y verdadero
hay que buscarlo en el teatro, en el mundo de Pedro Crespo, Peribáñez,
los "todos a una" -pueblo valiente- de Fuenteovejuna... Y hay,
por tanto, una nueva crisis de la novela en España a mediados del
siglo XVIII. En realidad, crisis de una novelística que con Torres
Villarroel deriva hacia el libro de verídicas memorias.
Faltaba a la picaresca, pese a la importancia capital de su aportación,
esa cuarta dimensión del hombre que es la dimensión imaginaria.
Y esa era la dimensión que Cervantes nos había traído
con su Quijote, novela que pasa por encima de la mejor picaresca
sin inscribirse en ella a pesar de serle coetánea, indiferente
a los cambios de gustos, de estilos, de climas, de modas, clásicas
al nacer, igualmente respetada por las generaciones venideras, destinada
a alcanzarnos, a ser nuestra contemporánea y a darnos lecciones
que están muy lejos aún de haberse agotado.
Cervantes, con el Quijote, instala la dimensión imaginaria dentro
del hombre, con todas sus implicaciones terribles o magníficas,
destructoras o poéticas, novedosas o inventivas, haciendo de ese
nuevo yo un medio de indagación y conocimiento del hombre, de acuerdo
con una visión de la realidad que pone en ella todo y más
aún de lo que en ella se busca. Primer amante verdadero de la literatura
moderna, Don Quijote proyecta sus propios fantasmas en la figura de Dulcinea
-pirandelliano juego de apariencias- alzando una vulgar realidad al nivel
de su propia escala imaginaria. A partir de ese momento todo está
permitido al ente creador. Se ha plantado en un universo donde la manzana
deja de ser una fruta cualquiera para transformarse en la manzana de Newton,
Clavileño acabará volando a una velocidad supersónica,
un trivial suceso policíaco engendra El rojo y el negro, y del
sabor de un bizcocho mojado en una taza de té surge toda la humanidad
de Marcel Proust, como de buenos y malos libros de caballería nació
el cosmorama, español y universal, del Quijote.
Todo está ya en Cervantes. Todo lo que hará la perdurabilidad
de muchas novelas futuras: el enciclopedismo, el sentido de la historia,
la sátira social, la caricatura junto a la poesía y hasta
la crítica literaria, allí donde el cura del escrutinio
famoso parece haberlo leído todo, y el mismo Ginés de Pasamonte,
a ratos perdidos de ladrón, escribe sus memorias. Y el novelista,
impaciente por hablar en primera persona, se introduce dentro de su propia
obra, en el octavo capítulo, al pasar la narración a un
tercero por un sorprendente proceso de suspenso cinematográfico,
novelista novelado, alguacil alguacilado... Y, en cuanto a forma, el Quijote
se nos presenta como una serie de geniales Variaciones a base de un tema
inicial, en trabajo parecido al de las Variaciones musicales inventadas
por el maestro Antonio de Cabezón, el organista ciego e inspirado
vihuelista de Felipe II, que fue el creador de esa técnica fundamental
del arte sonoro. Y las grandes Variaciones de Cervantes anuncian esas
otras variaciones españolas que, en lo plástico, serán
las tauromaquias de Goya o las innumerables glosas hechas por Picasso
a Las Meninas, de Velázquez. Pues también habría
que recordar que el arte mayor de la Variación musical tuvo su
origen en España, al igual que la novela, tal como hoy la entendemos.
En un artículo de 1921 Ortega y Gasset se muestra poco optimista
en lo que se refiere al porvenir de la novela, aconsejando a los jóvenes
que vuelvan los ojos más bien hacia el teatro... ¡Y esto
en los inicios de la década que vería aparecer a Proust,
Joyce, Thomas Mann, Faulkner, en tanto que nacerá en ella, pujante
y recia, la novelística hispanoamericana!...
Y hay críticos de mal agüero que ahora señalan una
nueva crisis de la novela... Crisis, sí. Pero crisis de una novelística
psicológica que ya daba muestras de agotamiento hacia los años
veinte; crisis de una novela hecha a base de los ya muy repertoriados
conflictos de orden sentimental y afectivo. Pero en tanto el novelista
de hoy mire hacia lo épico y contingente de su época no
se podrá hablar de "crisis de la novela", y mucho se
equivocan quienes dicen que el cine y la televisión están
en camino de suplantar al libro, cuando nuestra época asiste, por
el contrario, a una multiplicación de las empresas editoras para
cubrir la demanda de un público cada vez más ávido
de lectura.
No hay ni habrá crisis de la novela mientras la novela sea novela
abierta, novela de muchos, novela de buenas y fuertes variaciones -valga
el término musical- sobre los grandes temas de la época,
como lo fue en su tiempo la ejemplar novela, a la vez local y universal,
de Miguel de Cervantes Saavedra. Como decía don Miguel de Unamuno:
"Hemos de hallar lo universal en las entrañas de lo local;
y, en lo limitado y circunscrito, lo eterno".
No tuvo España mejor embajador, a lo largo de los siglos, que Don
Quijote de la Mancha, hombre -nos dice su creador- "que solamente
disparataba en tocándole a la caballería, y en los demás
discursos mostraba tener claro y desenfadado entendimiento". Pronto
conocido en toda Europa, Don Quijote cruzó el océano para
mostrarse a todo lo largo y ancho del Nuevo Mundo. Y, por encima de luchas
y vicisitudes, sobrevolando los antagonismos históricos, siguió
transitando sin trabas por las tierras de América. Bolívar
lo evocaba a menudo en los últimos días de su prodigiosa
existencia. Y José Martí, el espíritu más
universal y enciclopédico de todo el siglo XIX americano, tenía
a su creador por uno de los caracteres más dignos y bellos de la
Historia: "Temprano amigo del hombre -decía Martí-
que vivió en tiempos aciagos [...] , y con la dulce tristeza del
genio prefirió la vida entre los humildes".
De niño yo jugaba al pie de una estatua de Cervantes que hay en
La Habana, donde nací. De viejo hallo nuevas enseñanzas,
cada día, en su obra inagotable... Y ya que citaba al comienzo
de estas palabras unos versos de Jorge Guillén, el gran poeta de
Cántico vuelvo, pensando que bien podría aplicarse a Don
Quijote, universal y eterno, los versos que le fueron inspirados por una
lectura del Poema del Cid: "Le crece el corazón... / Y a cuantos
llega su irradiación de héroe, / Héroe puro siempre,
héroe invulnerable. / Autoridad paterna con su rayo solar".
Habiendo tenido el insigne honor de recibir de manos de Su Majestad el
Rey de España el Premio de Literatura en Lengua Castellana Miguel
de Cervantes, debo manifestarle mí profundo y emocionado agradecimiento,
así como a la ilustre Academia Real de la Lengua Española,
a los representantes de las distintas Academias españolas y latinoamericanas
que por unanimidad de criterios hicieron posible que yo me encuentre hoy
aquí, en tal alta cátedra, y al Excelentísimo señor
ministro de Cultura, en nombre mío y en el de mi pueblo, por esta
recompensa impar que viene a coronar mi ya larga vida consagrada al cultivo
de las letras... Ninguna frase podría expresar mejor mi estado
de ánimo en estos momentos que aquella en que nos dice Cervantes:
"Una de las cosas que más debe dar contento a un hombre [...]
es verse, viviendo, andar con buen nombre por las lenguas de las gentes,
impreso y en estampa [...]". Viviendo estoy. Impreso y en estampa
fui. Buen nombre tuve, pero acaso, gracias a ustedes, mucho mejor lo tenga
ahora. Por ello: ¡Gracias!...
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http://www.mty.itesm.mx/dch/deptos/h/h95-851/Lacarpentier.htm
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