Biografia
André Malraux (París 1901
- Créteil, Illa de França 1976) Escriptor i polític
francès. Les seves obres reflecteixen la seva ideologia filocomunista
dins el marc d'uns fets inspirats generalment en experiències seves:
les viscudes a la Xina, a La tentation de l'Occident (1926), Les
conquérants (1928) i La condition humaine (1933, premi
Goncourt), que tracta dels problemes de la consciència moderna
sobre la vida i la mort, en els camps polític i moral; les viscudes
a la guerra civil espanyola de 1936-39, en la qual participà, amb
els republicans, a L'espoir (1937) (en féu un film: Sierra
de Teruel); i les viscudes dins la resistència francesa, durant
la Segona Guerra Mundial, a La lutte avec l'ange (1943, amb el
títol de Les noyers d'Altenburg, únic fragment que
en restà després de la seva destrucció pels nazis).
Després de la guerra fou ministre d'informació (1945-46)
i d'afers culturals (1959-69), es dedicà a recerques estètiques
(La psychologie de l'art, 1947-49; Métamorphose des dieux,
1957; etc), i redactà les seves memòries: Antimémoires
(1967) i Les chênes qu'on abat (1971).
Obra
Et
sur la terre
Et sur la terre és un conte
gairebé inèdit, publicat per Maeght el 1976, el galerista
i editor francès, en una edició de bibliòfil de només
205 exemplars. Fou il·lustrada amb aiguaforts de Marc Chagall,
qui, per primera vegada, acceptà de fer una obra compromesa políticament
i en el qual el perfil de Barcelona és fàcil de reconèixer.
Cal no oblidar que el pintor coneixia la ciutat dabans de la guerra
civil, quan féu lestada a Tossa. Tot el conte succeeix a
Barcelona. És una història damor en un mueblé
situat a la Gran Via, num. 342.
L'espoir
La
Tête d'Obsidiene
La
corde et les souris
Documentació
Article
publicat a El País el 07/11/03 per A. Padilla
El fabricante
de mitos
André Malraux falseó su biografía a menudo para darle
más lustre. No participó en la lucha revolucionaria china
y su papel en la Resistencia contra los nazis fue más bien pequeño:
empezó a colaborar con los rebeldes en 1944. Ese mismo año
las tropas alemanas eran expulsadas de Francia.
Hombre hiperactivo y mitómano, Malraux nació en 1901 en
el seno de una familia acomodada. A los 21 años se trasladó
a Camboya con una misión arqueológica y terminó encarcelado
por las autoridades coloniales francesas, acusado de intentar llevarse
unos bajorrelieves de un templo jemer. Liberado por orden del Gobierno
de París, la estancia en prisión convirtió a Malraux
en un ferviente anticolonialista.
Al regresar de su segundo viaje a Indochina, en 1926, publicó su
primera novela, La tentación del Occidente. La aparición
sucesiva de Los conquistadores, La vía real y sobre todo
La condición humana, que recibió el Premio Goncourt
en 1933, le consagraría como uno de los grandes novelistas franceses
de aquel momento.
También se convirtió en un ejemplo de intelectual comprometido:
en 1935 sorprende a todos con la temprana denuncia de los campos de concentración
nazis en La época del desprecio. En mayo del año siguiente
viaja a España y tras el estallido de la Guerra Civil organiza
una escuadrilla internacional de aviadores que pone al servicio de la
República. Sus experiencias de este periodo se recogen en su novela
La esperanza. En enero de 1939, poco antes de la caída de Barcelona,
vuelve a Francia.
Las tropas alemanas lo capturaron en dos ocasiones durante la Segunda
Guerra Mundial, pero al término del conflicto sus antiguas simpatías
por el marxismo habían desaparecido por completo. Nombrado ministro
de Información en noviembre de 1945 con el Gobierno provisional
de De Gaulle, su lealtad por el general permanecería inalterable
desde entonces hasta su muerte.
La dimisión de De Gaulle en 1946 supondrá para Malraux el
comienzo de un retiro durante el cual abandona la novela para consagrarse
a la redacción de una ambiciosa Psicología del arte,
cuyos tres primeros volúmenes fueron refundidos y ampliados en
1951 bajo el título Las voces del silencio. En 1957 aparece La
metamorfosis de los dioses, en la que el arte sigue explorándose
como una de las formas de trascender el absurdo de la vida humana.
Cuando De Gaulle volvió al poder en 1958, Malraux fue ministro
de Cultura durante una década. En 1967 publicó sus Antimemorias
y nueve años después murió en París.
Article
publicat a El País el 07/11/03 per Jorge Semprun
Lúcida y extraordinaria
La esperanza,
de André Malraux, es una novela extraordinaria. Hay que tomar este
adjetivo al pie de la letra: o sea, que, a mi modo de ver, es un libro
que se sale de lo común, de lo ordinario. Una obra fuera de serie.
Y ello por diversas razones, de diverso tipo.
Desde un punto de vista formal, La esperanza es difícil
de clasificar, por su riqueza de métodos narrativos, su heterogeneidad
esencial, aquí, crónica casi periodística de tal
o cual acontecimiento de la guerra civil; más allá, novela
psicológica o filosófica; por momentos su ritmo narrativo
es propiamente cinematográfico: estructurado por lo visual, por
la urgencia histórica de los acontecimientos (ahora podrían
recordarse los primeros versos del primer poema del libro de Rafael Alberti,
"Entre el clavel y la espada", escrito al salir de la guerra
civil: 'Después de este desorden impuesto, de esta prisa, / de
esta urgente gramática necesaria en que vivo...', frases y conceptos
que explican perfectamente, en el contexto de otro quehacer artístico,
la forma narrativa de una parte de La esperanza).
Pero en otros momentos de la novela, al cambiar el punto de vista y el
contenido, cambia asimismo el ritmo narrativo, que se detiene morosamente
-este adverbio proviene de Ortega y Gasset, de su definición del
género novelesco, permítaseme recordarlo- en largas conversaciones
en las que se elabora y expresa la sustancia histórico política
de la novela. Y de la época que se refleja en sus páginas.
Con más tiempo y espacio, hablaríamos de la época...
Dos palabras tan sólo para recordar que la época de La esperanza
es la del irrumpir en la literatura mundial de la novela americana, que
establece entonces, por aquellos riquísimos y contradictorios años
treinta, su hegemonía estética.
El año en que se escribe La esperanza es también
el año de la trilogía sobre Estados Unidos de John Dos Passos,
1937 (¡menudo año, por cierto, para un novelista:
desde los primeros procesos de Moscú al Guernica de Pablo Picasso!).
Me ahorraré prolongar esta digresión aparente, porque estamos
en el medio mismo del significado de La esperanza remitiéndome
al ensayo definitivo de Claude-Edmonde Magny, L'âge du roman
américain, que se publica en 1948.
Pero la novela de Malraux es asimismo excepcional, extraordinaria, desde
otro punto de vista, ideológico éste y no estético.
En primera lectura -y ésta sigue siendo válida, porque se
refiere a un aspecto esencial del libro-, La esperanza es obra de un compañero
de viaje del partido comunista. De un fiel y hasta incondicional compañero
de viaje como lo fue Malraux hasta 1939, hasta la sorpresa del pacto germano-soviético,
del acuerdo entre Hitler y Stalin, que le permite al primero desencadenar
la guerra totalitaria en un solo frente, con el apoyo objetivo de la benevolente
neutralidad soviética.
En La esperanza, tanto en la materia misma del libro, en su trama
novelesca, su escenografía dramática, como por mediación
de determinados personajes, se desarrolla esta faceta de fidelidad a la
estrategia antifascista del partido comunista.
La más brillante, más rica y conmovedora encarnación
de dicha actitud político-vital de Malraux la constituye el personaje
ficticio de Manuel, inspirado de muy cerca en Gustavo Durán, intelectual
comunista realmente existente, cuya vida fabulosa ya alimentó el
argumento de otro libros (véase El soldado de porcelana, de Horacio
Vázquez-Rial).
Ahora bien, al lado de esa fidelidad de compañero de viaje, contradictoriamente
complementaria de dicha actitud política, La esperanza despliega
en otros momentos, sobre todo en las largas conversaciones de algunos
de los personajes principales, una aguda crítica de los fundamentos
teórico-filosóficos del bolchevismo, de su oportunismo instrumentalizador,
manipulador.
En suma, se encuentra en La esperanza la mejor ilustración
y defensa de las virtudes militantes y militares del comunismo de los
años treinta. Pero también se encuentra en la novela la
más fría y aguda crítica de los principios básicos
del bolchevismo (ya se habrá entendido que digo 'bolchevismo' y
no sólo 'estalinismo' para que no se escape Lenin de la necesaria
puesta en entredicho radical del comunismo).
Por todo ello, por toda su riqueza formal, por la profundidad de sus vislumbres
filosóficos, es La esperanza de André Malraux una extraordinaria
novela.
Article
publicat a El País el 07/11/03
La
esperanza, de André Malraux
Es uno de
los grandes personajes de la cultura europea del pasado siglo, y lo es
porque a la calidad de sus novelas y ensayos hay que añadir una
larga e infrecuente actividad política. Malraux une reflexión
y acción, y lo hace de forma tan intensa que la interrelación
de los dos conceptos es evidente tanto en su vida como en su obra. Sus
juveniles años en Camboya, en donde participó en una misión
arqueológica, y su incuestionable simpatía hacia la revolución
china revierten en la excelente novela, La condición humana
(1927). Años más tarde, siempre dentro de su incesante actividad,
participa con las Brigadas Internacionales en la Guerra Civil española.
Sus dotes narrativas, su capacidad de observación y su sentido
solidario con quienes considera que defienden la libertad y dignidad humanas
encuentran en La esperanza, su mayor y personal homenaje. Malraux
publica esta novela siendo aún militante del Partido Comunista
Francés, una militancia que abandonará poco después,
en 1939, perplejo ante el pacto que establecen Hitler y Stalin: la convicción
de sus ideas es más fuerte que las decisiones políticas,
lo que no le impide volver a la acción participando en la Resistencia
francesa durante la II Guerra Mundial. Acción, reflexión,
dos constantes en la vida de quien desde responsabilidades más
sedentarias (participó durante años en diversos gobiernos,
siempre con el general De Gaulle) mantuvo en todo momento la fe en el
ser humano.La derrota de las ilusiones
La esperanza comienza el 19 de julio de 1936, cuando el pueblo en armas
derrota en Madrid y Barcelona a los militares que se han levantado contra
la República. Malraux era entonces un hombre de 35 años
sediento de aventuras que había llegado a España dos meses
antes. Cuando Franco y el resto de los generales se rebelan, el escritor
no tarda en organizar una escuadrilla de aviadores llegados de todo el
mundo para defender la democracia. Pese a que participó en algún
vuelo, nunca pilotaría un aeroplano, pero su labor de mando y recaudación
de fondos sería fundamental. Paul Nothomb, un aviador belga que
formó parte de la escuadrilla, recordaría años después
a sus compañeros en aquella época dorada y peligrosa: 'Vivimos
uno de esos raros instantes en que la fraternidad humana, eso tan a menudo
adulterado, se convierte en algo más que un eufemismo'. Malraux
tuvo tiempo además de escribir La esperanza, aparecida en 1937,
y de rodar la película Sierra de Teruel con Max Aub como ayudante.
En enero de 1939, cuando ya estaba claro que la esperanza había
sido derrotada, deja España para no volver más
Article
publicar al El Mundo el 03/010/02 per Luis Antonio de Villena
André
Malraux. Una vida
Lo curioso
de esta extensísima y muy legible biografía de André
Malraux no radica en que Olivier Todd haya quebrado el hilo de la historia
que ya conocíamos una primera y naturalmente incompleta biografía,
le dedicó a Malraux, ya en 1945, Gaëtan Picon sino en
los muchos nuevos detalles que aporta, y sobre todo en cómo va
cambiando o matizando la leyenda Malraux, quizá algo olvidada hoy,
la pose, la inteligencia y la obra de quien fue considerado uno de los
intelectuales punteros del siglo XX hasta su muerte en 1976.
Intelectual comprometido, aventurero, arqueólogo, hombre de acción,
aviador, soldado, especialista en la interpretación del arte, novelista,
luchador en la Resistencia, mujeriego (pese a su importante primera mujer,
Clara) ministro del general de De Gaulle... Olivier Todd que parte
de la idea de que para su generación, apenas adolescente durante
la II Guerra Mundial, André Malraux fue un mito, la encarnación
de héroe no a través de tantísimas páginas
(si prolijas, amenas) sino preguntarse por Malraux. ¿Quién
fue de verdad ese hombre?
La conclusión documentada baja bastante al escritor
aventurero del pedestal, sin exlcuir que su genuina edad de oro abarcó
desde sus viajes a Indochina a fines de la década del 20, hasta
el final de la II Guerra. Admirador de escritores teatrales como Barrès
y DAnnunzio (aunque su ideología fuera, de entrada, muy otra)
Malraux para Todd resulta una suerte de maravilloso farsante
que se tomaba en serio a sí mismo, como si aspirase mejor indudable
personaje a construir su vida que su obra. Escribió dos novelas
sobre China (y sus luchas sociales y revolucionarias, Los conquistadores,
1928, y La condición humana, 1933) sin haber estado más
que de pasada en China... Fue un comunista acérrimo que coqueteó
con casi todo hasta terminar en la derecha junto a De Gaulle. Luchó
en la guerra de España, y escribió otra novela, La esperanza
1937 y rodó una película, Sierra de Teruel;
pero quizá como Hemingway su actitud su pose resultó
más efectiva que su militancia republicana. Camus (y Gide) adoraban
las novelas comprometidas de Malraux. Cocteau más artista
las consideraba periodismo y añadía que eran detestables.
Cocteau, otro experto en poses.
Aunque era un seductor nato y sabía cómo utilizar su voz
y su actitud, a caballo entre el poeta maldito y el pirata distinguido,
Malraux propendió a creerse mucho más importante de lo que
fue, aunque en muchos momentos tuvo por un lado u otro poder
e influencias. Pero no tanto. Logró que Bergamín dijera
de él (en 1937) que había comprendido a España
mejor que ningún escritor de su tiempo. Admirador de Trotski
y también en su momento de Stalin, tan incompatibles,
Malraux soñó infructuosamente con reconciliarlos. Presumía
nuestro novelista y hombre de acción (sospechoso para casi todas
las policías) de poder llegar a Moscú a donde fue
múltiples veces y entrevistarse con Stalin de inmediato.
No era verdad.
Igualmente, cuando la izquierda le consideraba un traidor y trabajaba
como embajador volante para De Gaulle (el general tuvo siempre debilidad
por Malraux, admiración mutua; pero los gaullistas, en general,
no soportaban al escritor) Malraux, que ya no era joven ni apuesto, pero
que seguía utilizando su magnetismo, afirmaba o creía
poder influir fácilmente sobre sus altos interlocutores, a los
que llegaba con una carta de presentación del propio presidente
francés. Se entrevistó con Richard Nixon, con Chu-en-Lai,
y con Henry Kissinger, en relación a la guerra de Vietnam. Se jactaba
de ser experto en China y en el sureste asiático. Parece que Nixon
lo recibió porque John Fitzgerald Kennedy lo había recibido
antes.
Todos le trataban muy atentamente, pero su influencia fue ninguna. Presumía
de conocer a Mao Zedong. Su modelo pudo haber sido (y tampoco le hicieron
caso) Lawrence de Arabia.
En suma si creemos a Todd el Malraux que distrajo a De Gaulle
y aburrió a Mao cuando se entrevistó con él, fue
un magnífico artista de sí mismo. Un autofabricador y un
aventurero, que metía también arte e ideas en la aventura.
Algo mal parado en conjunto (aunque sin quererle restar importancia) para
Todd la vida de Malraux es su mejor obra, pese a la nombradía inicial
de sus novelas o de sus casi finales Antimemorias (1967). Dice:
Se instalaba en su mirto arrastrando tras de sí leyendas,
rumores, cotilleos, obras y hazañas. Malraux posaba de intelectual.
Todd sin negar el talentolo encaminaba más a un ring
de emociones. Actor (algo megalómano) de su propio drama.
Article publicat a "La Vanguardia" el 25/09/2002
per Ana Nuño
André
Malraux, mitos al margen
Conocido en España por su monumental biografía de Camus
(Albert Camus, una vida. Tusquets, 1997), Olivier Todd, nacido
en 1929 en Neuilly, de madre inglesa y padre austro-húngaro, ha
publicado hasta la fecha 17 libros, entre novelas, biografías (también
es autor de una biografía de Jacques Brel) y memorias de su actividad
como gran reportero, que ejerció desde su ingreso, en 1964, en
el equipo de "France-Observateur", hasta la jefatura adjunta
de "L'Express", de 1977 a 1981. Amigo de Jean-Paul Sartre, quien
fue su padre intelectual, filósofo formado en Cambridge, fino y
minucioso periodista, Todd es una rara avis en el panorama intelectual
francés, tan poblado por figuras grandilocuentes y adictos a los
"maîtres-à-penser". Discreto, tolerante y dotado
de sentido del humor, era el biógrafo ideal para adentrarse en
la "galaxia" Malraux.
La de Todd no es la primera biografía de este soberbio personaje.
Pero si Robert Payne (1973, 1996) y Curtis Cate (1994) se atrevieron antes
que él a ofrecernos un vaciado de su figura, puede decirse que
Todd la ha cincelado con todo lujo de detalles, en los que ha puesto cinco
años de trabajo y un hábil aprovechamiento de material no
consultado previamente, desde la correspondencia del escritor, en posesión
de la hija de éste, Florence, y aún prohibida su publicación,
hasta los archivos del Komintern y numerosos archivos privados. Estamos,
pues, ante una suma. Como conviene a un libro que marcó en el 2001
uno de los hitos más visibles de la cascada de actos conmemorativos
y publicaciones con que ese año se celebró el centenario
del nacimiento de Malraux.
André Malraux, quién lo ignora, fue uno de los ejemplares
más exuberantes de intelectual francés, esa figura un tanto
esquizofrénica en la que se enfrentan, rivalizan y, excepcionalmente,
se armonizan el creador y el hombre público. Un modelo muy francés,
del que Malraux se le antoja a algunos el original que copiar. Por ejemplo,
a Bernard-Henry Levy, quien hasta en las poses que adopta ante la cámara
copia al autor de L'Espoir. Salvo que en éste la mirada
penetrante, la cabeza gacha, todo frente y ojos mientras apoya la barbilla
en una mano respondía a la necesidad de enmascarar los síntomas
de la enfermedad de Tourette que padecía desde niño. Si
hay un escritor francés del siglo XX ya en vida conmemorado y estatuario
"yo mismo esculpiré mi estatua", declaraba con
veinte años, ése es Malraux. Con 32 años obtuvo
el Goncourt, gracias a La condition humaine, y esta novela y L'Espoir
para Todd, su obra más lograda ingresaron en el panteón
de las letras francesas, la Pléiade, en 1947. Consejero áulico
privilegiado de De Gaulle después de 1945 "mi genial
amigo", decía de él el general, primer ministro
de Cultura (de hecho, creador, en 1959, y primer responsable del Ministerio
de Asuntos Culturales), padre de las casas de la cultura, del inventario
del patrimonio cultural francés, de la primera política
musical oficial, de los primeros y aún tímidos pasos en
la regionalización de la política cultural. En 1996, Jacques
Chirac, quien, según queda dicho en el prólogo, no ha estado
nunca muy convencido de la importancia de Malraux como escritor, presidió
el traslado de sus cenizas al Panteón nacional.
Mitos elaborados
La crítica
en Francia ha difundido la idea de que la biografía de Todd es
iconoclasta porque arremete contra una serie de mitos, elaborados sobre
todo por el mismo Malraux: especialmente el del valeroso combatiente,
en Indochina o España o como miembro de la resistencia en Francia.
Que la primera incursión de Malraux en Indochina le sirvió
para robar frisos del templo de Banteay Srei, que era incapaz de pilotar
un avión de guerra o que se sumó a la resistencia tardíamente,
y no en 1940 como declara en sus Antimemorias un libro que
debería figurar, junto a las memorias del Dr. Schreber, como monumento
de un genial mitómano, son datos que no se desconocían
antes de la publicación de la biografía de Todd. En cambio,
Todd no se atreve con el mito más persistente de la trayectoria
de Malraux: el del generoso militante antifascista, según el cual
habría sido manipulado por los estalinistas, pero actuando siempre
de buena fe. Todd le exculpa de la decisión del comité de
lectura de Gallimard, al que ingresó con 27 años, de no
publicar el Stalin de Boris Suvarin, e insinúa, en cambio,
que el artífice de esta decisión fue el filósofo
Brice Parain, quien estaba ya a punto de romper con el PCF (lo haría
en 1933). Quizá en este punto Todd, quien sobre la figura de padre
intelectual que ejerció para él Sartre escribió una
novela interesante, Un fils rebell" (1981), no consigue del
todo deslastrarse de otros mitos.
El complejo
del bastardo
Más
interesante parece su lectura de la compleja, autocomplaciente y a ratos
errática trayectoria de André Malraux en clave novelesca:
Malraux no sólo creó los personajes de sus novelas, se forjó
a sí mismo no ya como uno, sino como varios personajes de novela.
Olivier Todd tiene un fino olfato para rastrear en la megalomanía
mitómana de Malraux lo que Marthe Robert habría llamado
"el complejo del bastardo": el del hijo abandonado por el padre
o que reniega de él y se forja sus orígenes y su pasado.
De la edición española ha desaparecido el feo error que
hacía de José Calvo Sotelo "Carlo Sotelo", y lo
definía como "dirigente del partido socialista español".
En cambio, permanece en el texto alguna que otra errata, como la que hace
reunirse a la comisión que acabó aprobando la "misión
arqueológica" de Malraux en Camboya un 25 de diciembre de
1923, cuando el mismo contexto indica que debió de tratarse del
25 de septiembre. Pero estos detalles no merman la obra de Olivier Todd,
que merece ser leída aun por quienes no sean fanáticos malrosianos.
En caso de que alguno quede todavía.
Article
publicat a El País el 15/12/01 per Jorge Semprún
La
aventura fraternal
En el centenario
del nacimiento de André Malraux (1901-1976) se acaba de publicar
Malraux en España, de Paul Nothomb. El autor participó en
la escuadrilla internacional creada por el escritor y político
francés en la guerra civil española. Presentamos el prólogo
del libro.
Hoy me consta que los que fuimos sin duda sinceros comunistas
éramos los cómplices de grandes crímenes. Nos encontramos
a finales de 1936, es decir, en el momento en que Stalin se lanza a sus
purgas más sangrientas, cuyos ecos llegan hasta nuestros oídos
y dan lugar a violentas discusiones entre nosotros. Después de
todos estos años, sin embargo, me niego a considerar a mis camaradas
del Partido de manera distinta a como lo hacía entonces.'
Paul Nothomb es quien escribe estas líneas en su Malraux en España.
En 1936, el joven comunista belga de veintidós años
se siente seducido y abducido por el ideal bolchevique, el idealismo revolucionario
de un bolchevismo irreal que se encarnaría en los horrores del
socialismo real. Nothomb, valiéndose de su experiencia en la aviación,
se enrola en la escuadrilla España que André Malraux ha
creado, organizado y comandado desde los primeros días de la insurrección
fascista para acudir en ayuda de la República española.
Rememorando este compromiso de juventud, de revuelta exigente contra el
orden burgués. Nothomb precisa en la página que acabo de
citar: 'La adhesión a la doctrina de Lenin nos unía como
la fe une una orden de monjes soldados'.
Lo que no es una mala definición de un estado de
ánimo, de una ceguera movilizadora.
Pero esta página citada concluye con algunas frases de capital
importancia.
Comentando una bella fotografía de la guerra de España,
encontramos unas palabras que no sólo me parecen justas -pues se
ajustan a la realidad y le hacen justicia-, sino que están cargadas
de una emoción histórica todavía activa.
Malraux en España, el bello libro de Paul Nothomb, se compone de
dos partes bien distintas, pero vinculadas entre sí con fuerza,
con profundidad, porque abordan el mismo tema (la experiencia colectiva
de la escuadrilla internacional creada por André Malraux en 1936
y 1937), y porque, desde el punto de vista narrativo e intelectual, las
dos partes demuestran un mismo espíritu de rigor y objetividad,
una idéntica visión del mundo lúcida y cálida,
desprovista de concesiones pero llena de ternura humana.
Éstas son las palabras que me conmueven todavía hoy,
tanto tiempo después de los acontecimientos históricos a
los que se refieren:
'Escribe entre nosotros -escribe Nothomb para evocar los
combates de antaño- un espíritu de compañerismo inaudito,
un extraordinario buen humor en todo momento, hasta el punto de que, al
recordar esas horas pasadas, no puedo dejar de pensar que vivimos uno
de esos raros instantes en que la fraternidad humana, eso tan a menudo
adulterado, se convierte en algo más que una palabra, que un eufemismo.'
Por un lado, pues, el implacable rigor para juzgar los resultados reales
del bolchevismo ideal que había deslumbrado su juventud. Por otro,
la afirmación de fraternidad, simpatía, compasión
o solidaridad con los compañeros de largos años gloriosos
o miserables, de batallas a menudo heroicas, casi siempre perdidas.
Esta actitud, que parece normal hoy en día, post festum -casi podríamos
decir post mortem: dado el desmoronamiento del socialismo real- ha sido
sin embargo extremadamente rara.
A menudo, demasiado a menudo, los ex comunistas, sea cual
sea la razón que les ha empujado a romper con el Partido, o a ser
excluidos de éste, sea cual sea el momento histórico, pueden
dividirse en dos grandes categorías.
En primer lugar, están aquellos que, imitando a un personaje del
A puerta cerrada de Sartre para quien el infierno son los demás,
proclaman con toda la mala fe que el estalinismo son los demás.
Intelectuales o dirigentes políticos del Partido, a veces de primera
fila, afirman que no descubrieron el estalinismo hasta el día en
que se convirtieron en sus víctimas propiciatorias. Todo lo que
han podido escribir o hacer antes de esa fecha, y que habrá servido
para propagar y consolidar el estalinismo, antes del funesto día
en el que fueron atrapados por la trituradora de almas, esa mecánica
de la sospecha y de la represión (¡en nombre, claro está,
de la 'vigilancia revolucionaria'!), todo eso lo han olvidado.
Otros, tan numerosos como los anteriores y en función de una misma
carencia de autoanálisis, de espíritu autocrítico,
pero que ha actuado en sentido inverso, reconducen y reconstruyen en su
antiestalinismo, dentro del proceso que instruyen contra una antigua fe,
los mismos mecanismos, los mismos procesos de intolerancia y dogmatismo
que antaño habían empleado contra la libertad de espíritu.
La actitud de Paul Nothomb, síntesis poco frecuente
de implacable espíritu crítico y memoria compasiva o fraternal,
se revela no sólo excepcional, sino que también de manera
excepcional se adapta al tema en este relato.
Su actitud resulta excepcionalmente apta para delimitar y describir el
comportamiento y la filosofía política de André Malraux
durante la guerra antifascista de España. Ciertamente, Malraux,
llevado por la objetividad del momento histórico a acercarse a
los comunistas en el combate antifascista, compañero de viaje,
preservó su independencia creativa y de pensamiento -L'Espoir
es buena muestra de ello: novela soberbia, original en su estructura formal,
brillante, polifónica, espléndida; profunda y rica en el
debate, la reflexión política e ideológica que constituye
su sustancia.
En consecuencia, Malraux en España es un libro bello
y serio: documento histórico de primer orden, por un lado; perfecto
éxito artístico, por otro.
Desde el punto de vista histórico, Paul Nothomb vuelve a poner
las cosas en su sitio. Y creo que de modo irrefutable. Es cierto que existen
trabajos objetivos, ponderados, sobre el papel exacto que desempeñó
en los primeros meses de la guerra de España la escuadrilla internacional
organizada y dirigida por André Malraux.
Sobre esta escuadrilla se han escrito no pocas tonterías
calumniosas. Las más tontas y malintencionadas, también
las menos justificadas, no procedían del campo franquista. Procedían,
y es triste constatarlo, del campo republicano.
Pero son críticas hechas a posteriori, mucho después del
final de la guerra civil, en un contexto de ajustes de cuentas entre los
componentes del Frente Popular, divididos por los rencores provocados
por la derrota.
Los comunistas españoles han acabado por tener una influencia
considerable, a menudo determinante y hegemónica, en el ejército
republicano. Y ello debido a que el único país que vendió
armas de manera masiva a la República asaltada, que envió
consejeros militares y especialistas, principalmente aviadores y conductores
de carros de combate, fue la Unión Soviética. Sin embargo,
los comunistas españoles, en los libros de historia o en las memorias
escritas en el exilio tras rumiar la derrota, creyeron que se podía
atacar a Malraux, quien había roto con ellos después del
pacto germano-soviético de 1939.
Las opiniones de, por ejemplo, Ignacio Hidalgo de Cisneros, jefe de la
aviación republicana y comunista reciente con ardor de neófito,
que tienden a minimizar e incluso a burlarse del papel desempeñado
por André Malraux y su escuadrilla, no pueden tomarse en consideración
de forma seria.
En mi opinión, Paul Nothomb analiza este tema de
manera clara y convincente. En comparación con otros trabajos (por
otra parte muy estimables) que van en el mismo sentido y con la misma
apreciación positiva, tiene a su favor el hecho de ser la obra
de un testigo activo de la locura heroica de Malraux y sus compañeros,
que toma partido en los problemas y los combates que vivió en primera
línea, a partir de septiembre de 1936 y hasta la última
misión de la escuadrilla, integrada en la aviación republicana
y rebautizada con el nombre de su fundador.
Pero si este libro es históricamente impactante, lo es también
estéticamente.
Las fotografías que ilustran y dan ritmo al relato de Paul Nothomb,
que en la segunda parte actúan de soporte al comentario pertinente
del autor, desprenden un encanto, un aura fraternal y grave que incrementa
de modo considerable su interés documental.
Podrán volver a contemplarse momentos fugaces, vívidas tomas
de lo cotidiano, imágenes que Malraux elaboró y recompuso
más tarde cuando rodó su inolvidable película Sierra
de Teruel.
Así, entre tantas otras, las imágenes del descenso de los
heridos y los muertos de un avión de la escuadrilla derribado durante
una misión. Imágenes que evocan la solidaridad, la fraternidad
de los campesinos de la región con esos extranjeros, desconocidos
pero cercanos, que ayudan a evacuar a los suyos hacia un hospital militar.
La mayoría de las fotografías reproducidas en el libro son
obra de Raymond Maréchal, uno de los miembros de la escuadrilla.
Herido de gravedad en el rostro, una foto (p. 135) lo muestra durante
su convalecencia sentado en un restaurante junto a Malraux. Esta foto,
comenta Paul Nothomb, 'resume para mí el ambiente, ya por entonces
melancólico, de ese final de partida: Maréchal, que fija
no sin valor el objetivo y a quien vuelvo a encontrarme aquí, aparece
en todo su esplendor, a pesar del vendaje de cura ; Malraux con su media
sonrisa, donde se lee siempre un punto de tristeza y ese aire de burlarse
del mundo que era el emblema de su libertad...'. Y añade un poco
más adelante:
'Malraux, y esto lo caracte riza bien, jamás
dejará plantado a su compañero lesionado: hará de
él uno de sus asistentes, en 1938, en el rodaje de Sierra de Teruel.
'Y los dos hombres combatirían todavía, codo con codo, en
1944, en el maquis de Corrèze: para Raymond, esta batalla será
la última.'
Sin embargo, en este conjunto de rara belleza, de un interés documental
considerable, mis dos fotos preferidas son menos dramáticas. Fueron
tomadas en Torrente, cerca de Valencia, en un momento de descanso en diciembre
de 1936 (p. 89 y siguiente doble página). André Malraux
aparece ahí, con el sempiterno cigarrillo en los labios, en medio
de un grupo de combatientes republicanos. Dos jóvenes españoles
lo flanquean, lo tienen cogido con familiaridad del brazo. Todo el mundo
sonríe, parece alegre. 'Malraux sabía reír, bromear
-comenta Paul Nothomb-, y nunca tenía un aspecto tan risueño
como en esos momentos de entusiasmo juvenil en que la jerarquía
no cuenta.'
Estas imágenes,
estas palabras de Nothomb, me traen poderosamente a la memoria un recuerdo
personal.
En Buchnwald, uno de mis camaradas del bloque 40 era un obrero metalúrgico
parisino que había combatido en España, en la XIV Brigada
Internacional. Un día, hablando de esta experiencia española,
me dijo que había coincidido con Malraux. Enseguida le pregunté
por la impresión que le había causado. La respuesta, inmediata,
me dejó más bien perplejo: '¿Malraux? -exclamó
Fernand B.-, ¡un tipo divertido!'.
No he comprendido lo que quiso decirme hasta que he visto estas fotos
de Malraux en España, el precioso libro, útil y serio, simple
y trágico, de Paul Nothomb.
Quien por cierto tiene toda la razón cuando dice que entonces 'vivimos
uno de esos raros instantes en que la fraternidad humana, eso tan a menudo
adulterado, se convierte en algo más que una palabra, que un eufemismo'.
El recuerdo de esa fraternidad de España habrá marcado,
de un modo obsesivo, la vida de esos dos hombres: André Malraux,
Paul Nothomb.
Article
publicat a El País el 15/12/01 per Lluís Bassets
Malraux,
la nostalgia de España
La guerra
civil no fue sólo un tema literario en el autor de La esperanza,
sino la experiencia política y personal más importante de
la vida de aquel joven que llegó a Madrid en 1936. Sierra de Teruel,
su única película, la rodó con Max Aub como ayudante
en los últimos meses de la legalidad republicana.España
ocupa un lugar central en la vida y en la obra creativa de André
Malraux. Su novela L'Espoir, probablemente su mejor narración,
arranca con los combates callejeros de Madrid y Barcelona del 19 de julio
de 1936. Su única película, Sierra de Teruel, basada en
un episodio de L'Espoir, fue rodada en Barcelona en los últimos
meses de la legalidad republicana y constituye, a pesar de la precariedad
de medios y del rodaje accidentado, un documento excepcional y un hito
de la cinematografía de guerra, anterior a las avalanchas de relatos
bélicos que produjo la Segunda Guerra Mundial.
Pero la guerra civil española no fue únicamente
un tema literario, sino la experiencia política y personal más
importante de la vida de aquel joven de 35 años, galardonado con
el Premio Goncourt y ya conocido en todo el mundo, que llegó a
Madrid por primera vez en mayo de 1936. Vida y literatura se convirtieron
en haz y envés de la experiencia de Malraux durante los tres años
de duración de la guerra, subvirtiéndolas a ambas, como
suele suceder siempre que se producen colisiones donde se juega el todo
por el todo. Tal como han contado sus biógrafos, desde Jean Lacouture
-con alguna dosis de piedad- hasta Olivier Todd -con mayor crudeza- sus
anteriores novelas (Los conquistadores, La vía real y
La condición humana) están mucho más lejos de
su experiencia vital de lo que el propio autor pretende, hasta el punto
de que buena parte de su supuesta experiencia biográfica es fruto
de su imaginación novelesca.
Malraux se comprometió con la República española
de una forma como no lo había hecho hasta entonces y como no volvería
a hacerlo con ninguna otra causa hasta enamorarse políticamente
del general De Gaulle, el único auténtico amor de su vida
al decir de la hija del escritor. Organizó y encabezó la
escuadrilla aérea España, que actuó durante los primeros
meses como ejército aéreo privado al servicio y a las órdenes
del Gobierno legal. Nunca pilotó un avión, ni siquiera un
coche, y es muy posible que estuviera al cargo de una ametralladora en
alguna misión, a falta de mejores profesionales. No fue herido
y sólo sufrió contusiones en algún aterrizaje forzoso.
Pero fue el patrón de la escuadrilla, que dedicó todas sus
energías e influencias a comprar aparatos, recabar fondos, reclutar
pilotos, soldados y mecánicos o buscar las complicidades de altos
funcionarios franceses, como Jean Moulin, jefe de gabinete del ministro
del Aire y futuro héroe y mártir de la Resistencia francesa.
Sobre esta actividad versa el único libro que ha aparecido en España
coincidiendo con el centenario del escritor.
Malraux llegó a Madrid el 17 de mayo de 1936,
como delegado de la Asociación Internacional en Defensa de la Cultura,
en un clima en el que ya se respiraba el enfrentamiento civil, y abandonó
Barcelona muy pocos días antes de la caída de la capital
catalana en manos de las tropas franquistas, en enero de 1939, con el
equipo de rodaje de Sierra de Teruel. En la primera etapa de la guerra
pasó largos meses en España, en Madrid, en Albacete, en
Valencia, con la escuadrilla aérea. Viajó por Estados Unidos
durante varias semanas realizando conferencias y recogiendo dinero en
favor de la República. Tuvo una participación destacada
en el Congreso de Escritores de Valencia. Y finalmente, rodó en
Barcelona Sierra de Teruel, con Max Aub como ayudante, una película
que se convirtió en elegía republicana en vez del filme
de propaganda que le fue encargado.
Nunca más pisó suelo español. Entre
otras razones porque murió un año después que Franco,
antes de que tomara velocidad la transición a la democracia. La
propia España casi desapareció de su obra, aunque Jorge
Semprún considera que se trata de una desaparición aparente:
'Ciertamente, la relación casi carnal -metafísica, en consecuencia-
que Malraux ha mantenido con España (su guerra, sus hombres, su
arte, su locura) no desaparece de su obra después de L'Espoir.
Pero se expresa de forma indirecta, mediatizada. A través de los
textos sobre Goya, Picasso, por ejemplo...'. Según Semprún,
en este texto publicado en 1996 por La Nouvelle Revue Française,
hay un 'olvido deliberado' de Malraux en relación a España.
Pero lo contrario también parece ser cierto. Hay un olvido español
de Malraux. Por parte de la España franquista, naturalmente, en
relación a quien la combatió con la pluma y con la acción.
Pero hay también un olvido de izquierdas. Para los comunistas es
un combatiente de la guerra fría al otro lado de la trinchera,
a pesar de sus veleidades juveniles comunistoides. Para anarquistas y
trosquistas es un compañero de viaje de Stalin, que no condenó
los procesos de Moscú y la persecución del POUM en su momento,
y que luego se pasó a las filas de la derecha gaullista. Para el
izquierdismo sesentayochista es el ministro de Cultura del general De
Gaulle que se manifiesta en los Campos Elíseos contra la revuelta
estudiantil y que destituye a Jean-Louis Barrault al frente del teatro
del Odeón ocupado. ¿Quién podía interesarse
por Malraux en los últimos años del franquismo?
La Barcelona olímpica de 1992, en su evocación de
las olimpiadas populares organizadas en 1936 como alternativa a los Juegos
Olímpicos del Berlín hitleriano, quiso recordar al amigo
de la República que trabajó en sus calles y la adoptó
como uno de los escenarios de su mejor novela y de su única película.
Dio el nombre de André Malraux a una plaza. Madrid, donde también
vivió y combatió, y donde se codeó con los numerosos
escritores y periodistas que se desplazaron a la que fue capital del antifascismo,
cuenta en cambio, todavía, con una calle dedicada a Carlos Maurras,
el líder de Action Française que recibió este pequeño
homenaje de Franco cuando fue condenado por colaboracionista a una cadena
perpetua que cumplió en su integridad. Y un detalle marginal escasamente
apreciado en España. Maurras se distinguió siempre por su
antisemitismo. Malraux, cuya primera esposa, Clara Goldschmidt, era una
judía alemana, jamás tuvo la menor tentación por
una de las peores infecciones ideológicas del siglo XX.
Article
aparegut a El Periódico el 02/11/01 a cura de David Revelles
Desmitificant
Malraux
Sens dubte,
el novembre és un mes especial per al mite André Malraux:
demà es compleix el centenari del seu naixement, i el 23, el 25è
aniversari de la seva mort. Novament, la vida i la mort en Malraux es
donen la mà: la seva existència, atzarosa i no exempta damaniments
propis del mite, va ser la seva millor obra; la mort va ser la seva admiració,
labisme a què shavia de donar sentit en vida.
Arqueòleg, novel.lista, polític, esteta... Les arestes
de la vida de Malraux (París, 1901-1976) són tantes
i tan variades que la seva biografia és una travessia entre les
llums i les ombres del seu llegat. Les seves mentides no importen,
com escriu Bernard Frank, perquè sarriben a convertir en
la veritat. Del contrast entre grandesa i maçoneria Malraux en
sabia molt perquè, per mostrar-se plenament amo del seu destí,
va abusar magníficament a lhora dordenar-se els plecs
de la túnica, afirma lescriptor Valentí Puig.
Malraux es va comprometre amb totes les causes nobles del seu temps: va
participar en la Revolució xinesa; va formar i va dirigir un esquadró
daviació republicana durant la guerra civil espanyola; va
lluitar a la segona guerra mundial i a la Resistència francesa,
i, després, va ser ministre de Cultura al Govern del general Charles
de Gaulle. Pero, ¿què hi ha de veritat i dinvenció
en la seva vida?
Dues noves biografies Firmado Malraux (Taurus), de Jean-François
Lyotard, i Malraux. Una vida (Tusquets), dOlivier Todd
apareixeran el 2002 en castellà per aportar més llum o confusió
sobre el personatge. I daquí a dues setmanes, Edhasa publicarà
Malraux en España,de Paul Nothomb, amb fotos de la seva participació
en la guerra civil. Lobra de Todd, ja editada a França, és
especialment desmitificadora. En 700 pàgines deixa que lunivers
Malraux discorri entre lambigüitat i el maniqueisme que va
caracteritzar lexistència de lescriptor. La imatge
de Malraux que surt als manuals és irrisòria, falsa diu
Todd. Era un actor extraordinari, quasi un personatge de còmic.
I el biògraf remata: Tot aventurer neix mitòman, i
tot escriptor, il.lusionista. Sense mentides i mites no hi hauria obra.
El mite Malraux es va començar a forjar quan, amb 22 anys, es va
enrolar en una expedició arqueològica a Indoxina per estudiar
la civilització Kmer. Va ser acusat de robar tresors arqueològics
i condemnat a 18 mesos de presó. Malraux va apel.lar perquè
es reobrís el seu procés a França i va ser declarat
innocent. Però a Indoxina, Malraux va trobar el teló de
fons de la seva primera gran novel.la, Els Conqueridors (1928):
la gran vaga que va esclatar a Canton i Hong Kong el juny del 1925. The
Time el va qualificar llavors com el núvol més
portentós de lhoritzó literari francès.
UNS DIES
A XANGAI
El següent
destí de Malraux va ser la Xina, on va viure els enfrontaments
entre els revolucionaris comunistes i Chiang Kai-chek el 1927. Malraux
va deixar córrer la llegenda de la seva participació en
la revolució, quan, de fet, com confirma Todd, només es
va estar uns dies a Xangai. En qualsevol cas, Malraux va aprofitar el
context de la Revolució xinesa com a escenari per a la seva novel.la
més coneguda, La condició humana, que li va valer
el premi Goncourt el 1933. Després, Malraux va trobar en la guerra
civil espanyola una nova trinxera. Espanya i la seva vida van ser
les seves dues grans novel.les, afirma Todd. Durant la guerra, a
més a més de crear i dirigir per un temps lesquadró
daviació España, lescriptor va trobar lescenari
per emmarcar la seva novel.la LEspoir (1937), un cant èpic
a lesperança en què va bolcar les seves reflexions
sobre la vida i la mort, i que va servir com a guió per a la seva
pel.lícula Sierra de Teruel. Amb lesclat de la segona guerra
mundial, Malraux va iniciar un dels períodes més controvertits
de la seva llegenda. Va combatre inicialment al cos de tancs i, més
tard, es va fer càrrec de la brigada Alsàcia-Lorena de la
Resistència. Però Malraux ho va fer quan a penes quedaven
uns mesos per al final de la guerra, després dhaver viscut
els anys més durs del conflicte plàcidament en una casa
de la Costa Blava dedicat a lescriptura. A lacabar la guerra,
Malraux va iniciar un llarg període de dedicació a la política
incorporant-se al Govern conservador de De Gaulle. En aquesta època
va escriure les seves Antimemorias (1967) i El Museo Imaginario
(1952-54), una reflexió sobre lart que, segons el catedràtic
Romà Gubern, va suposar un pas decisiu en la comprensió
de lart com a fenomen global, anticipantse en el pla teòric
al fenomen de la globalització en un dels seus aspectes més
positius i estimulants: la interculturalitat. Ministre de Cultura
durant 11 anys (1958-1969), Malraux va ser el motor i el substrat intel.lectual
que necessitava el gaullisme per tornar lesplendor a la cultura
francesa. No obstant, el que és interessant daquest període
és la seva devoció per De Gaulle. Tots dos se sentien
intimidats i impressionats per laltre. El general volia escriure
i va veure en Malraux el gran home de lletres que li hauria agradat ser;
lescriptor volia ser un líder, un home dEstat, i va
descobrir que De Gaulle ho era, afirma Todd. Al final de la seva
vida, la desgràcia va minar implacablement lorgullosa figura
de Malraux, que només va trobar refugi en lalcohol i les
amfetamines. Abatut per la depressió, Malraux va viure aïllat
els últims anys. La tràgica mort el 1961 dels seus dos fills,
Pierre i Vincent, en un accident de cotxe, i la humiliació de veure
com li negaven el Nobel de literatura, que sí que van rebre Albert
Camus i Jean-Paul Sartre, li van passar factura. Amb 75 anys acabats de
fer, Malraux va morir el 23 de novembre de 1976, a les 9.36 del matí,
a lhospital Henri- Mondor de Créteil. Un càncer sel
va emportar. Florencia, la seva filla, el va enterrar a Verrières.
Però el 23 de novembre de 1996 Jacques Chirac va traslladar les
seves cendres a París perquè reposessin definitivament al
Panteó dels Homes Il.lustres de França. Llavors ja es coneixien
moltes de les exageracions i invencions de lescriptor. Tant era.
La patètica humanitat de Malraux, les seves imperfeccions, mentides
i hipèrboles fetes a mida per a una vida imaginada, havien entrat
a la llegenda
Camaleó ideològic
La trajectòria ideològica i la postura política dAndré
Malraux és una de les qüestions que criden méslatenció
de la seva biografia. El principal error de Malraux va ser oposar-se
als diferents fascismes aliant-se amb els comunistes, considerar que el
comunisme era lúltim refugi en els anys 30, diu Olivier
Todd. Lestalinisme de les primeres obres de Malraux va anar derivant
cap a posicions més pròximes a Trotski, i es va ensorrar
definitivament a Espanya a causa de les lluites internes del bàndol
republicà. Però la seva reconversió ideològica
va culminar a lentrar en el Govern conservador de Charles de Gaulle,
a qui poc abans havia titllat de feixista. El Malraux revolucionari,
de discurs soviètic tantes vegades predicat com a doctrina de vida,
va acabar flirtejant amb la dreta, una traïció que els comunistes
no li van perdonar mai.
Links
http://www.centremalraux.com/
Centre Culturel André Malraux
http://www.france.diplomatie.fr/culture/france/biblio/folio/malraux/
André Malraux
http://www.republique-des-lettres.com/m/malraux.shtml
République des Lettres: André
Malraux
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