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to Barcelone
El sur
Documentació
Article
publicat a “El Mundo”
El
irlandés Colm Tóibín publica en catalán Homenatge a Barcelona
El escritor irlandés
Colm Tóibín (Enniscorthy, 1955) acaba de publicar en la editorial Columna
el libro 'Homenatge a Barcelona', obra que escribió por encargo de una
editorial de Nueva York durante los años 80 y en la que explica aspectos
culturales, sociales, políticos e históricos de la capital catalana. El
autor, que se instaló en 1975 en Barcelona donde fue profesor de inglés
durante tres años, publicó el libro en inglés en 1988. El libro traza
un recorrido por algunos de los detalles más significativos de la historia
catalana y explica las claves del nacionalismo catalán. Asimismo, dedica
tres capítulos monográficos a tres artistas reconocidos internacionalmente
y vinculados a Barcelona como son los pintores Joan Miró y Pablo Picasso
y el arquitecto Antoni Gaudí. En 1975, cuando Tóibín llegó a la ciudad
contaba con tan sólo 20 años y, según recordó, "entonces no conocía nada
de Catalunya y tan sólo había leído el Homenaje a Catalunya de
George Orwell". La ciudad se reveló para el autor como un "escenario de
colores, sabores y olores nuevos" para un joven que "no había salido nunca
de Irlanda", según ha declarado en los últimos días. ¿A qué suena Barcelona?
"Para mí, llegar a Barcelona fue un gran choque porque en Irlanda no existe
un paisaje de calor, de calles estrechas, de ruidos, de gritos en medio
de la noche, de persianas que hacen de despertador a las nueve de la mañana",
manifestó el escritor, que incluso desconocía la existencia de la lengua
catalana que creía que "era un idioma de la montaña y que era cosa de
gente mayor". Tóibín, que descubrió el catalán gracias a las tenderas
del Mercat de la Boqueria y a sus alumnos de inglés que se hablaban entre
ellos en catalán, señaló que desde entonces mostró un interés por esta
lengua y sobre todo, al considerar que "siempre es más interesante lo
que la gente se dice entre ella que lo que te dice a ti". El esfuerzo
por construir una nación. El catalán no es sólo uno de los aspectos del
libro, sino también el ambiente de manifestaciones que se vivió a finales
de los 70 a favor del Estatut d'Autonomia. Tóibín asistió a numerosas
manifestaciones y vivió la celebración del primer 11 de septiembre en
Sant Boi (Barcelona). La violencia entre manifestantes y la policía hizo
pensar al escritor que "en España estaba a punto de estallar una nueva
Guerra Civil", sobre todo, "por la violencia empleada por la policía".
"Entonces descubrí que para construir una nación que está al lado de otra
muy fuerte y potente tienes que empezar con la cultura", indicó el escritor.
Similitudes entre España y Cataluña. Para el autor, existen una serie
de "puntos en común" entre Irlanda y Catalunya en cuanto a la concepción
nacionalista. Así, Tóibín cree que existe un paralelismo entre el Modernismo
catalán e irlandés, aunque en el caso de su país los artistas que protagonizaron
el movimiento fueron los escritores, que "rememoraban el pasado" en sus
obras. Más allá de aspectos históricos y culturales, Tóibín también aborda
en su libro cuestiones gastronómicas, vida nocturna y sexo en Barcelona.
El autor, que recuerda las diferencias entre socialistas y convergentes
en los años 80, repasa las zonas de ocio de Barcelona, ciudad en la que,
según dijo, "una misma persona puede llevar tres vidas diferentes". Barcelona
multicultural. El escritor irlandés también hizo referencia a los cambios
que está experimentando la ciudad con el influjo de la nueva inmigración
procedente de países orientales. A juicio de Tóibín, la presencia de numerosos
inmigrantes procedentes de Pakistán en el barrio del Raval supone un fenómeno
"extraordinario, maravilloso y dinámico". El autor publicará el próximo
mes de octubre en la editorial Emecé el libro El sur, una novela
que retrata la Guerra Civil y la posguerra en Barcelona a partir del punto
de vista de una pintora irlandesa. Según el escritor, que publicó este
libro en todo el mundo en 1990, en España nadie quiso editarlo porque
"decían que aquí no hacían falta libros como ese", con una visión "triste"
de la historia.
Article
aparegut a La Vanguardia el 12/04/2002 signat per Colm i traduït
per Juan Gabriel López Guix
COLM
TOÍBÍN RETRATA LAS COINCIDENCIAS DE DOS PAÍSES Y
SU IDENTIDAD
Ojalá
hubiera tomado notas en esa época, llevado un diario o, incluso,
guardado algunos de los carteles que aparecieron en los muros de la ciudad.
Ojalá hubiera hecho fotos de las primeras pintadas. Sin embargo,
recuerdo algunas cosas de una forma muy intensa, fácil y nítida.
Recuerdo el día del Corpus de 1976, recuerdo que me encontré
por casualidad con la escena que se representaba a primera hora de la
tarde delante de la catedral, quizá una de las últimas imágenes
del antiguo régimen que se vieron en la ciudad: la iglesia y los
militares con todos sus atributos, manos enguantadas, soldados a caballo,
salvas, la elevación de la hostia al aire libre, el clero engalanado.
Quizá lo recuerdo porque fue la única imagen de la horrible
estabilidad de lo viejo que presencié en Barcelona. Todas las demás
imágenes fueron imágenes de cambio.
Sé que llegué el 24 de septiembre de 1975. Con anterioridad
había salido una vez de Irlanda, a Londres, sólo por unos
días. Franco murió el 20 de noviembre de 1975. En los meses
que precedieron y siguieron a su muerte, el mundo entero cambió
para mí y para muchos otros. De haber sabido lo que ocurría
podría haberlo anotado en ese momento; pero quizá pensé
que no era importante, que eran cosas sin trascendencia. Lo público
es más fácil de escribir y anotar que lo privado; y eran
diferentes, pero el recuerdo de ambos posee la misma radiante emoción,
todo parece parte del mismo torbellino irreflexivo.
Resulta fácil hablar de la noche de sábado en que iba en
taxi hacia algún sitio. Por la radio anunciaron la legalización
del Partido Comunista. Más tarde, leería la noticia y conocería
a una o dos personas que habían estado en París esa noche,
en el aeropuerto, esperando regresar tras años de exilio; pero,
en ese momento, el taxista silbó de asombro, y ambos comprendimos
la trascendencia del hecho. Recuerdo esa noche. No tengo dudas de que
ocurrió y no tengo dudas de lo que significó.
Y también otras cosas. Una noche pusieron los nombres de las calles
en catalán frente a los nombres en castellano. Más tarde,
quitaron estos últimos, aunque no recuerdo cuándo. El rey
visitó la ciudad y habló en catalán; y para la temporada
1976-1977 los programas de los conciertos del Palau de la Música
aparecieron impresos sólo en catalán.
Y recuerdo el 11 de septiembre de 1976, y a todo el mundo esperando ver
qué pasaba, y esa mañana las noticias anunciaron que sí,
que iban a permitir la manifestación, pero no en la ciudad, sino
en Sant Boi; y tengo un vívido recuerdo de las palabras "Tots
a Sant Boi", pero no recuerdo si en un periódico o dónde
aparecieron por primera vez. En cualquier caso, fui a Sant Boi. Vi las
banderas, las consignas y la felicidad por Cataluña. Me recordaron
lo que debió de haber ocurrido en Irlanda sesenta años antes,
cuando la gente pudo hablar libremente de su amor por Irlanda, de hacer
cosas por Irlanda o de morir por Irlanda.
Nadie quería entonces morir por Cataluña. Esas muertes ya
habían tenido lugar. Pero comprendía el fortísimo
amor por su país. Yo también lo amaba: los sonidos de la
lengua, la historia, las canciones. Por encima de todo, amaba lo hermosos
que eran. Las mujeres eran hermosas, aunque a mí me interesaban
los hombres. Me gustaba la suave claridad de su piel, los ojos oscuros,
cuando gritaban consignas y alzaban los puños, su intensa afición
a las nuevas posibilidades de libertad.
Acudí a sus manifestaciones. Seguí como ellos día
a día los acontecimientos en los periódicos. Deseé
haber nacido ahí, haberme educado en esa cultura, de manera que
pudiera unirme, con confianza, con vehemencia, a algún grupo nacionalista
disidente o hacerme comunista. Pero, en aquellos primeros meses en realidad
no importaba lo que eras. Todos marchaban juntos. Y yo no podía
apartar los ojos de los hombres en las manifestaciones.
En septiembre de 1976 empecé a aprender catalán. Fui a clases
y cogí un profesor particular. El primer día me preguntó
si había algo especial que deseara saber. Sí, había
algo, pero no era una cuestión gramatical y era un poco embarazosa.
Le dije que ya sabía decir sí y no, cuánto, gracias,
dónde y cuándo. Pero necesitaba saber algo que era un cruce
entre un imperativo y un subjuntivo. Necesitaba ser capaz de decirlo en
un susurro apremiante de forma que pudiera ser obedecido y atendido.
Necesitaba, expliqué, saber cómo decir: "No te corras
todavía".
En los meses que siguieron a la muerte de Franco ésa era la frase
en catalán que más necesitaba. Trabajé durante un
tiempo con ayuda de mi profesor en pronunciarla bien. No he dejado de
progresar.
El problema que tenía era mi vulnerabilidad a todo: a las posibilidades
y las seducciones sexuales y políticas. Aprendí muy deprisa,
en semanas, cosas de mi propia sexualidad, la diversión que podía
haber en ella y el modo de encontrarla. Y también muy deprisa aprendí
a sentir las mismas emociones que sentían los catalanes por su
país. Era homosexual y, por lo tanto, estaba dispuesto para un
despertar sexual. Era irlandés y, por lo tanto, estaba más
que dispuesto para presenciar, comprender y sentir las emociones que rodeaban
el súbito levantamiento de la pesada bota de España sobre
una nación vulnerable con una vieja historia. Amaba la lengua,
como los irlandeses del penúltimo cambio de siglo habían
amado el irlandés. Amaba ciertas figuras de la historia catalana
como Companys y Macià. Amaba el patrimonio humanista y europeo
de Cataluña. Pero, por encima de todo, había una emoción
que no puedo explicar y que es la que alimenta al nacionalismo romántico.
Era la emoción predominante. La sentía, y pensaba que también
la sentían cuantos me rodeaban, pero no resultó ser del
todo así.
Sentir la emoción
Daba clases de inglés, y a la mayoría de los ingleses y
estadounidenses con los que trabajaba los dejaba fríos ese arrebato
de emoción catalana. No entendían por qué los catalanes
querían separarse; eran incapaces de ver la necesidad de una legislación
sobre el uso del catalán. Estaban en España, y les habría
gustado que también se enteraran los catalanes. Me di cuenta de
que era inútil discutir con ellos. O sentías la emoción
que llenaba el aire o no la sentías. Y, como se me hizo notar,
cuando no me mostraba vehemente en relación con Cataluña,
me mostraba vehemente en mi aversión por el IRA y cuantos simpatizaban
con él. Odiaba el nacionalismo irlandés. ¿Cómo
podía ser?
Era difícil de explicar y recuerdo que fracasé cuantas veces
lo intenté. Lo que sucedía durante esos años en Cataluña
me daba una idea de lo que podían haber sido los primeros años
del siglo XX, cuando la gente se apuntaba a la Liga Gaélica y se
iba a las islas Aran en busca de raíces. Contemplé el funcionamiento
de la política -el uso de las urnas, la realización de acuerdos,
pactos y compromisos- en un modo que parecía imposible en Irlanda.
La Irlanda que había dejado en 1975 era sombría y parecía
incorregible. Para mí y otros muchos como yo, el aura que rodeaba
la palabra Irlanda había perdido su brillo; el aura que rodeaba
la palabra Cataluña en 1976 era incandescente. Sin embargo, sentías
mejor esa emoción que envolvía el nacionalismo catalán
si conocías Irlanda, por más que el nacionalismo irlandés
que conocías parecía destartalado y algo perteneciente a
la historia como quizá pertenecerá el nacionalismo catalán
en el futuro, como quizá ya ocurra ahora.
Había unos ecos extraños y asombrosos que, cuanto más
lo estudiaba, me parecieron menos extraños y más ingredientes
esenciales del sueño nacionalista. Toda nación pequeña
tiene una idea de sí misma que empieza con la noción de
un pasado glorioso, y ese pasado glorioso suele ser falso, por más
que esté inventado con destreza y convenientemente remoto. Para
la época de los santos, los eruditos y los manuscritos iluminados
de Irlanda, léanse las pinturas y las iglesias románicas
de Cataluña. Toda nación pequeña necesita una idea
de una gran cultura intacta perturbada por un colonizador grande y depredador.
Cataluña e Irlanda tenían a España e Inglaterra.
Y luego estaban las canciones. Escuchar a alguien cantando "La dama
d'Aragó" o "Rossinyol" en Cataluña era como
escuchar a alguien cantar "Donal Og" o "Casadh ant Sugain"
en Irlanda. Las melodías tenían una frágil belleza,
un tono de soledad y tristeza y una sensación de que las lenguas
(el catalán y el irlandés) sonaban aún más
conmovedoras por estar indefensas y amenazadas. Al escucharlas te embargaba
una sensación de añoranza y de pérdida que era tanto
comunitaria como personal; y esa añoranza y esa pérdida,
al margen de tu orientación política, no dejaba de recordarte
un tiempo anterior a la añoranza y la pérdida, o un tiempo
futuro en que esas sensaciones no serían tan agudas. En otras palabras,
esas canciones eran políticas, como no podían serlo con
tanta facilidad las canciones de Inglaterra o Castilla.
El paisaje
como fetiche
Y luego estaba
el paisaje. A finales del siglo XIX, los catalanes redescubrieron su paisaje
y empezaron, como hicieron algunos irlandeses, a fetichizarlo o a fetichizar
algunas de sus zonas. El movimiento llamado en Cataluña "excursionisme",
que llevó a muchos a recorrer el campo, tuvo una enorme importancia
política, ya que creó un amor por la tierra, sus colores,
picos y contornos. También en Irlanda, el oeste, donde se habían
mantenido las antiguas tradiciones y la lengua, se convirtió en
lugar de peregrinación para los nacionalistas. Las islas Aran,
las islas Blasket y la costa de la península de Dingle y Connemara
se convirtieron en lugares sagrados, en la misma medida en que eran sagrados
para los catalanes el Canigó, el Montseny o Montserrat.
La relación entre Irlanda y Cataluña durante esos años
puede sostenerse muy convincentemente situando el cuento Los muertos
de Joyce en Barcelona en lugar de Dublín. Greta llega de un pequeño
de las estribaciones de los Pirineos; las tías se han mudado de
la calle Sant Pere més Baix a la calle Ample. Tanto en Dublín
como en Barcelona, capitales sin sedes de poder ni parlamentos, las canciones
y la ópera se han convertido en sustitutas de ciertas formas de
sentir y actuar. Las costumbres entre los que no son ricos ni pobres son
casi provincianas. La escena con Molly Ivors puede replicarse en términos
exactos: el catalán Gabriel escribe para un periódico en
castellano; va de vacaciones a Francia, mientras que ella quiere que visite
el paisaje catalán y utilice su "propia" lengua catalana.
Y su esposa se emociona con una canción llena de tristeza y añoranza
que le recuerda el lugar del que procede, alejado de la metrópoli.
La historia no podría ambientarse con igual facilidad en París
o Londres.
Cataluña e Irlanda compartían otras cosas. Ambas tenían
en los años de finales del siglo XIX una atmósfera peculiar
en la que parecían entrelazarse lo político y lo cultural.
Los intereses catalanes se vieron muy afectados por la pérdida
de Cuba en 1898 (muchas fortunas catalanas se hicieron en esa isla), de
modo que es posible considerar que el acontecimiento tuvo una importancia
similar a la caída de Parnell en Irlanda. Yeats comparó
la Irlanda de los años posteriores a la caída de Parnell
con la "cera blanda"; nadie sabía quién tomaría
el poder y qué fuerzas vencerían. En Irlanda, entre la caída
de Parnell y el ascenso de Valera, entre, digamos, 1890 y 1927, obraban
las siguientes fuerzas: los unionistas del norte, los nacionalistas, la
Iglesia católica, la plebe, los sindicatos, William Martin Murphy,
lady Gregory y Yeats, la Asociación Atlética Gaélica,
la Liga Gaélica. En Cataluña, entre 1898 y la Guerra Civil,
también obraban: los anarquistas, los nacionalistas burgueses,
los nacionalistas populares, la Iglesia católica, los comunistas,
Alejandro Lerroux, el ejército, Gaudí, los excursionistas,
el Futbol Club Barcelona. Era evidente que iba a producirse un cambio
radical en ambas sociedades, puesto que los bloques de poder de Inglaterra
y Castilla parecían debilitarse y prepararse para ceder el poder.
En las dos sociedades, la lucha por llenar el vacío tuvo una forma
e intensidad similares.
Para Yeats, la Irlanda de cera blanda era un lugar en el que la política
quedaría relegada a un segundo plano y dominaría la cultura.
Tanto en la Irlanda como en la Cataluña de esos años de
agitación existió una extraña aura en torno a la
escritura, la pintura y la arquitectura, como si también los artistas
compitieran por la influencia y el poder. Yeats y Gaudí tenían
mucho en común: el interés por el misticismo, por combinar
las técnicas modernas con los materiales antiguos, por crear un
"espíritu nacional" en arquitectura y poesía.
Ambos eran políticamente conservadores y nacionalistas. Ambos encontraron
consuelo e inspiración en el paisaje de su tierra. También
Joyce y Picasso (que llegó a Cataluña cuando tenía
catorce años y vivió en Barcelona hasta los veinte y pocos
años) tenían mucho en común; eran escépticos
en relación con el nacionalismo y el catolicismo, huyeron a París
en cuanto pudieron y no regresaron nunca. La actitud de Joyce ante Yeats
tiene mucho en común con la actitud de Picasso ante Gaudí:
ninguno de los dos tenía demasiado tiempo para las piedades y las
solemnidades de los viejos artistas. Ambos amaban las ciudades e hicieron
monumentos a mujeres sensuales. Luego llegaron Beckett y Miró,
ambos huyendo a París procedentes de unas ciudades provincianas,
ambos mirando a Joyce y Picasso, ambos encontrando una iconografía
personal que era a un tiempo mínima y cómica, ambos convirtiéndose
en figuras solitarias e enigmáticas que envejecieron creyendo cada
vez más en la mínima expresión.
Movimientos
cruciales
Irlanda y
Cataluña, Dublín y Barcelona, se convirtieron así
en la inspiración de unos momentos cruciales en el desarrollo del
movimiento moderno en poesía, narrativa, pintura y arquitectura.
Parte de la obra de los seis artistas mencionados se insertó en
el debate público: los poemas públicos de Yeats, el templo
expiatorio de Gaudí, los cuadros del periodo azul de Picasso, la
celebración de Joyce de la ciudad por encima de la nación,
las pinturas oscuras de Miró tras la guerra civil y las agrias
y decadentes vocas irlandesas de Beckett. Sin embargo, incluso en sus
ejemplos más íntimos y puros, cuando Yeats escribió
sobre el amor, por ejemplo, o Miró pintó el sol y la luna,
había una sensación de que la obra ofrecía una quietud
hermosa e intransigente en una época de fealdad, terrible compromiso
y virulenta inestabilidad. Había una sensación de que las
propias palabras, la exhibición de un cuadro, la publicación
de un poema, representaban las aspiraciones más elevadas de una
comunidad en pos de una versión ideal y oculta de sí misma.
No se trata de sostener con esto que todo arte es político o que
toda la obra de estos artistas fue convertida en política por la
época en que la realizaron. Se trata sólo de reiterar que
había un aura peculiar en torno a la obra creada durante esos treinta
o cuarenta años durante los cuales existió una posibilidad
inédita de cambio en dos ciudades provincianas. (Picasso y Miro
consideraban provinciana Barcelona, por más que Gaudí no
estuviera de acuerdo.) De modo que la obra realizada por unos genios de
estas dos ciudades cambió radicalmente nuestra visión de
lo que eran capaces de hacer las pinturas, los poemas, las novelas y los
edificios.
Vivimos en sus sombras. Caminé por el barrio chino o por las cercanías
del puerto donde habían vivido los Picasso y donde Picasso había
tenido sus talleres. Caminé por la Plaça Reial, donde los
Miró tenían una tienda, y subí por la calle Ferran
hasta donde había vivido en una calle lateral llamada paseo del
Crèdit. Caminé hasta la plaza Sant Felip Neri; ahí
asistía Gaudí a misa todos los días. Del mismo modo
que cuando fui a Dublín por primera vez me sentaba donde se habían
sentado Joyce y Yeats en la National Library, recorría la Clare
Street donde había vivido Beckett, el Trinity College donde había
estudiado y dado clases, caminaba por Merrion Square donde había
vivido Yeats y subía hacia Eccles Street y la Municipal Gallery.
Esos artistas, más que cualquier otro político o figura
pública, siguen siendo espectros primordiales de nuestras dos ciudades.
Hicieron esas ciudades a su semejanza; y, de algún modo extraño,
misterioso pero rotundo, las ciudades entraron en sus espíritus
y dieron a sus actos un tono incisivo, un aura peculiar.
Lo que parecía agitación en la Barcelona de 1976 se calmó
en unos meses. Todo el mundo se desplazó hacia el centro, hacia
el acuerdo en Cataluña y en España. También en Irlanda,
primero en la república y luego en el norte, la política
de acuerdo se volvió predominante, la retórica del compromiso
se convirtió en la orden del día. También el arte
creado en ambos lugares -las pinturas de Barceló o las novelas
de McGahern, la arquitectura de los JJ.OO. o los poemas de Seamus Heaney-
se hizo más tranquilo, más sereno más formalmente
conservador. El periodo heroico de la escritura irlandesa y del arte catalán
se había acabado, como había acabado hacía mucho
tiempo el periodo heroico de la historia irlandesa y también había
concluido el extraño interludio heroico de la historia catalana.
Links
http://jurup.homepage.dk/
The South: A homepage dedicated to the
Irish author Colm Tóibín and his work.
http://www.local.ie/content/50736.shtml/literature/irish_writers/writer_of_the_month
Colm Tóibín
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