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Terenci Moix (Barcelona, 1943). Pseudònim de Ramon Moix. De formació anàrquica, treballà en tota mena d'oficis. Residí a Londres. Es donà a conèixer com a narrador amb La torre dels Vicis Capitals (1968), que representà una ruptura temàtica amb la tradició de postguerra i amb el realisme històric. La seva obra s'ha centrat en gran part en la crítica i la mitificació dels valors de la cultura, l'educació, el sexe, els mass-media, de l'època franquista, temàtica desenvolupada a Onades sobre una roca deserta (1969), El dia que va morir Marilyn (1969), Món mascle (1971) i Sadístic, esperpèntic i àdhuc metafísic (1976). Professional de les lletres ha col·laborat en mitjans de comunicació escrita com "Tele-Exprés", "Tele-Estel", "El Correo Catalan", "Destino", "Nuevos Fotogramas", en la qual pogué desenvolupar la seva passió pel cinema, "Serra d'Or", i actualment a "El País". També ha publicat llibres de viatges, Terenci del Nil o Viatge sentimental a Egipte (1971) i Terenci als USA (1974); ha escrit assajos com Los cómics, arte para consumo y formas "pop" (1968) o El sadismo de nuestra infància (1970). Les entrevistes que li han estat fetes les ha aplegat a Preguntar no és ofendre (1975). Ha conreat el teatre amb Tartan dels micos contra l'estreta de l'Eixample (1974) i ha col·laborat junt amb J.M. Benet i Jornet a Quan la ràdio parlava de Franco (1980). Ha fet una notable versió de Hamlet, a més d'altres versions i guions per a la televisió. S'ha decantat per la utilització del castellà en les seves últimes obres Amami, Alfredo (1984), No digas que fue un sueño (1986), El sueño de Alejandria (1989) o la publicació dels tres volums de les seves memòries, sota el títol genèric de El peso de la paja. El peso de la Paja El beso de Peter Pan Extraño en el paraíso "Lilí Barcelona" dins Barcelona, un dia Líli Barcelona és un conte en el qual, el nucli de la narració és la recerca d'un pwersonatge enigmàtic i sensual que du per nom Lilí barcelona. L'emmarcament temporal de la narració es situa en la Barcelona dels 60 I l'ambient que descriu és la de la Barcelona dels fills de la burgesia en escenaris com el Liceu o la Rambla, seduïts pel cosmopolitisme d'altres ciutat d'Europa, cosa que evidencia certa crítica a la ciutat de Barcelona. També hi podem trobar la idealització del cinema davant la situació social real, cosa que fa que es rastregi al llarg del conte certa mitomania. El conte es divideix en dues parts: la recerca del personatge, una recerca en la qual s'arriba a dubtar si veritablement existeix; i la segona la trobada d'aquest, I el desencant en descobrir que es tracta simplement d'un home, Jaime, vestit de dona. Entrevista publicada al diari ABC el marc de 2002 per Paula Izquierdo Article
publicat a Qué leer del mes de gener a cura de Jordi
Martínez El regreso
de Peter Pan. Terenci Moix Si los hombres
comunes son el resultado de un tiempo y un espacio determinados, Terenci
Moix lleva ya muchos años esgrimiendo su candidatura a superman
pluridimensional. Si, tal y como escribió Oscar Wilde, la caridad
artística bien entendida empieza por la vida de uno mismo, el Terenci
Moix autor es tan solo un retrato del artista por antonomasia. Si, en
definitiva, hemos de presuponer que las mejores obras literarias deben
su calidad a aquella vieja máxima del escribe sobre lo que
conozcas, sin duda Terenci Moix es una enciclopedia en términos
egipcios y cinematográficos puntuada por los avatares de una existencia
tan extensamente desmadrada como desmadradamente intensa. Sea como sea
(podemos prescindir ya de los molestos condicionales), la figura de Terenci
Moix merece también que se rompa una lanza a favor de otros varios
aspectos que a menudo quedan diluidos entre tanta leyenda y cotilleo:
icono primerizo de la cultura de la homosexualidad en España; renovador
de las letras catalanas; autor y traductor; persona entranyable aferrada
al infantilismo y adicta asimismo al disfraz, a esconderse bajo la piel
de muy diversos personajes... Prescindiendo del ansia de la polémica,
de la literatura compulsiva y del sexo omnipresente, quienes lo conocen
manifiestan haber encontrado en él poco más pero nada menos
que un corazón tirando a inmenso. El
peso de Terenci Moix En 1993,
la barcelonesa plaza del Peso de la Paja, tan cercana al hogar familiar,
daba nombre a la primer parte de unas memorias que estremecen en el cruce
de la fotografía de infancia con-osito-de-peluche y el guiño
entre onanista y propio de broma privada que trasluce su título.
De otro modo, he aquí la mas extrema dualidad de Terenci Moix,
el freudiano, irremediable encuneto entre el niño gracioso y alocado
y el adulto que no por hacer siempre su voluntat dejó de sufrir
de un modo o otro. Es El beso de Peter Pan al que alude el segundo
volumen de sus recurdod novelados, el Extraño en el paraíso
(tercera y última entega hasta el momento) que fue a buscar su
lugr en el mundo a una civilización extinguida hace más
de 2000 años. Antes, no obstante, Moix dio cumplida cuenta de los
inevitables ritos de iniciación merced a la falta de pudor de sus
progenitores (el padre lo formó como lector pero también
se lo llevaba consigo cundo iba de putas, la madre no tenía problema
alguno en hablarle de su amante) y, más adelante, a las diferentes
estancias en Londres, París Roma y Madrid. El caudal de historias
esas ciudades asociado, la desvergüenza con que salen a la luz cada
vez que el autor se lanza sobre el teclado del ordenador y el retrato
casi esperpéntico a que conducen serán vitales para configurar
el estilo del incipiente escritor. Íntimamente relacionado con
su futuro paso al mundo de las letras, se inició el historial erótico
de Terenci Moix allá por 1962, en un piso de la plaza Adriano de
Barcelona, junto a dos neozelandeses aficionados a la lluvia dorada. Em
Inglaterra, el cruce entre cultura y sexo se individualizó en la
figura de un crítico musical llamado Derek, que lo llevó
a especializarse en el mundo de la ópera (Montserrat Caballé
es y ha sido una de sus grandes amigas y heroínas) y lo retrotajo
del pesado oficio de fregaplatos. Y bueno, en sus propias palabras, París
sería ya el lugar donde prostituirme me parecía algo
más fácil que fregar platos en un restaurante. Toda
una declaración de principios por parte de quien, nada más
llegar a la veintena, había renegado de la visión de un
Dios católico represor de los propios instintos (la segunda -quizás
más dolorosa- renuncia fue la que implicó separarse de su
hermana Ana María y ser testigo de los primeros pasos de madurez
de la eterna aliada y hoy día también escritora). Al
pie de la letra Escribe
casi más que yo, dijo en algún momento de él
Francisco Umbral. Escribir me permite encontrar la unidad entre
la vida y la ficción, fue su respuesta, hallazgo nada desdeñable
en alguien con tamaña propensión a la floritura y a la confusión
entre uno y otro estado. Terenci Moix por tentonces, regresó a
casa tras alguno de aquellos primeros auxilios voluntarios para topar
con la gauche divine (una experiencia muy grata: aquella gente
te hacía sentir que estabas a nivel europeo), y casi imediatamente
se decantó por integrar el apartado literario del famoso grupo
barcelonés. Así, 1967, fue el año de publicación
de La torre de los vicios capitales, conjunto de relatos al que
siguieron las novelas Olas sobre una roca desierta (1968), El
día que murió Marilyn (1970) y Mundo macho (1971).
Y si el segundo le valió el Premio Josep Pla (medio millón
de pesetas con el que se sufragó una jugosa estancia en el capital
italiana), fue el tercero, traducido al castellano y rescrito catorze
años más tarde, asimismo Premio de la Crítica Catalana,
el que más notablemente marcaría una ruptura a la narrativa
de sus contemporáneos. Allí donde la tradición decía
realismo histórico y donde la situación política
seguía sigiriendo prudencia y contención, vino Moix a hablar
de la sociedad franquista y de la relación entre mito y cultura
con su propia existencia como telón de fondo (es decir, sin obviar
el posible matiz erótico del asunto ni, claro está, la debida
voluntad de polemizar). Influido por Joyce, el escritor redactó
un compendio de monólogos interiores acerca del desencuentro entre
dos generaciones: la de los padres que vivieron la guerra civil y prosperaron
durante la llamda década prodigiosa, y la de los hijos en busca
de la propia identidad y, por supuesto, de mayores libertades. La semilla
sembrada durante la adolescencia se aprestaba a germinar; en muy poco
tiempo Terenci Moix era conocido como lenfant terrible de las letras
catalanas, etiqueta nada desdeñable per, a la vez, culpable de
que los méritos literarios fueran quedando un segundo término
(acerca de los siete años de silencio novelístico que mantuvo
entre finales de los 70 y principios d elos 80, dijo: Llegué
a la conclusión de que había caído en mi propia trampa.
Vi claro lo que el lector esperaba de mí: un cierto escándalo.
Y eso me desanimó mucho). La increada conciencia de la
raza (1972) y La caída del imperio sodomita y otras historias
heréticas (1976) dueron sus siguientes proyectos de ficción;
no obstante, Egipto iba ganando terreno en su su imaginario (la versión
original de Terenci del Nilo es de 1971) y no sería hasta 1992
con El sexo de los ángeles (Premio Ramon Llull y Premio
de la Crítica Lletra dOr, también mi contribución
a los fastos del año olímpico) que el escritor recuperaría
y daría cumplida cuenta de su compleja relación con la plana
mayor del establishment cultural catalán (Jamás
he tenido una beca, una auyda ni me han ofrecido unas conferencias
-es el latiguillo que esgrimió para justificar su independencia-
cunedo quiero escribo en catalán y, cuando quiero, en castellano).
La trilogía del Esperpento sofisticado, compuesta por
Garras de astracán (1991), Mujercísimas (1995)
y Chulas y famosas (1999), verdadero retablo de la España
fin de milenio, aundaría por este camino. Terencikatón Ni más
ni menos que veintidós excursiones al país de los faraones...
Tal es la distancia que separa la primera de la segunda versión
de Terenci del Nilo (1999), el libro de viajes que ligó
definitivamente el nombre de Moix a la tierra que tanto lo fascina y en
la que desea reposar eternamente. Mucho se ha hablado de esta, una de
las dos grandes pasiones del escritor, pero desde luego mucho más
ha escrito él al respecto. Lo que se atisba en Mundo macho
y Nuestra Virgen de los mártires (1983) se convirtió
en feliz y exitosa realidad cuando, en 1986, recibió el Premio
Planeta por No digas que fue un sueño (título extraído
de un verso de Cavafis tal y como El amargo don de la belleza, a su vez
primer Premio Fernando Lara en 196, lo era de un verso de lord Byron).
No digas que fue un sueño se convirtió en la obra
más vendida en la historia del famoso galardón de los Lara
(más de 1.600.000 ejemplares) gracias a las entrañas puestas
en la narración de la desgraciada Cleopatra VII, mítica
reina d ela dinastía ptolomeica a la que moix describió
en cierta ocasión como una mezcla entre Nuria Espert, Isabel Preysler
y Margaret Thatcher. Cleopatra Selene, hija de los amores entre la anterior
y el romano Marco Antonio, protagonizó El sueño de Alejandría
(1988), mientras que Nefertiti, el faraón Aknatón y los
desvelos de este último por instaurar el monoteísmo aparecen
en el eje central de la citada El amargo don de la belleza. La herida
de la esfinge (1992) y la novísima El arpista ciego,
ambientada en tiempos de Tutankamón, son dos más de los
vértices de una obsesión poliédrica que en absoluto
se limita al campo literario. Así, Los grandes hombres de la egiptología
fue el documental que devolvió a Terenci Moix al mundo de la televisión
(Más allá de las estrellas que en el cielo es quizás
su incursión catódica más recordada) y su casa es
un auténtico museo de arte egípcio y clásico (O
rei do fetiche, lo definió Òscar López tras
visitarlo en el redil). Más datos: sus gatos reciben nombres como
Isis; suya es la constatación de que los amantes se van simpre
queda Egipto; en su juventud quiso ser (¿lo adivinan?) egiptólogo
y, ya que estamos, el primer contacto con su amigo Pere Gimferrer se debió
a la crítica de la Cleopatra de J.L. Mankiewicz que firmó
en Film ideal.... Lo que nos conduce al otro hemisferio del cerebro moixiano,
una zona igualmente mitómana pero a la sazón más
hija de su timepo, un lugar donde las reinas egipcias adoptan los rasgos
de Elizabeth Taylor y donde los forzudos de la Antigüedad hallan
la debida expresión de su fuerza en los insultantemente hinchados
pectoales de Steve Reeves. Pan,
amor y cine Yo, de pequeñito, quería ser Margo Channing. Puesto que el personaje interpretado por Bette Davis en Eva al desnudo le quedaban tan lejos, Moix optó por el gesto desafiante de James Dean, pero acabó pareciéndose a Sal Mineo. Tampoco es de extrañar que tan icónica fijación lo llevara a encontrar pareja en el mundillo del séptimo arte o en sus aledaños; durante los 60 mantuvo una gran amistad con el director de fotografía cubano-catalán Néstor Almendros (es muy probables que nadie haya ejecido sobremí una influencia tan decisiva), y catorce años de su vida (más dos de dolor tras la ruptura) iba a dedicar-los a Enric Majó, la principal figura del teatro catalán antes de la aparición de Josep Maria flotats. Vivir con una persona que un día puede ser Hamlet, de repente se convierte en Edipo y luego en Armando duval tiene que fascinar forzosamente una imaginación calenturienta como la mía. Y a fe que así fué: súbitamente el Terenci escritor comenzó a abandonar la prosa y a centrarse en las artes escénicas: obras de teatro propias (como Tartán dels micos contra lestreta de lEixample, en 1974), traducciones (Hamlet, Salomé)... Como mi amigo era actor me dediqué al teatro, es otra de las explicaciones asociadas a los siete años de silencio narrativo ya mencionados. Desde que rompí con el tío aquel del teatro me he vuleto un escritor compulsivo, aparece no solo al otro (agónico) lado del espejo, sino que justifica por qué los últimos quinze años han conocido la versíón más prolífica de Moix. Con No digas que fue un sueño como primer paso terapéutico, el cine siguió actuando a modo de refugio. Más de 2000 son las cintas que acumula en su casa, y de la serie de ensayos cinematográficos Mis inmortales del cine se llevan ya publicadas tres entregas. Inevitable preguntarse, llegado este punto, por la existencia de un Terenci Moix actor. Como inevitable responderse, claro, Oscar Wilde obliga, que durante muchos años el Terenci personaje ha sido la mejor representación dramática de Ramon Moix (cuenta Maruja Torres, cariñosamente, la siguiente anécdota relativa a su afición por suicidarse: Comunicaba sus propósitos a discinetas personas, ingería unas pastillas y se sentaba a esperar que lo salvases). No obstante, un abismo media entre el enmascarado que posa imitando la salvaje gravedad de Terence Stamp, que no duda en disfrazarse de Napoleón para presentar Venus Bonaparte (1994), y la posible bufonada. Es la distancia que impone la fidelidad hacia y de los suyos, sobre todo la calidad de una obra literaria prolífica y variopinta. No en vano fue la pluma de Rafael Alberti la que vió en él a uno de los escritores más audaces, críticos y deslengudos de nuestra península. Sin duda, café con leche en ristre, la sombra de un cigarrilo en los labios, Ramon Moix brinda por ello.
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