Una mica d'història

 

Aquest sant és molt venerat als països de centre Europa, els emigrants d'aquestes contrades que van anar als Estats Units van aportar aquesta tradició a nord-amèrica, allà amb la influència anglesa es va adaptar la festa però se li va canviar el nom pel de Santa Claus o  Papa Noël i es va transformar en la festa del consumisme per excel·lència, sent aquest personatge l'encarregat de portar tots els regals la nit del 24 de desembre; abans però tothom ha d'haver fet la carta amb totes les comandes.

Segons diu una llegenda, en temps de Sant Nicolau hi havia un pare molt pobre que per poder subsistir es va veure obligat a posar en venda les seves filles; en saber-ho el Sant, va anar a la nit davant de la finestra d'aquella casa, i va posar una bosseta d'or a les sabates de cada nena, això va permetre de poder tirar endavant aquell pare i les seves filles i així va començar la tradició de posar per Nadal les sabates o els mitjons a la finestra i trobar regals i sorpreses l'endemà.  


A les contrades de l'Urgell, tal dia com avui la mainada feia una gran festa, es disfressaven amb una mena de barret o caputxa i armats amb pals desfilaven com soldats fent una recapta tot cantant:

Sant Nicolau,
bisbe de pau,
panses i figues,
nous i olives
tantes com vulgueu;
si no me'n doneu
escales avall caigueu

Seguidament anaven a la plaça on públicament (i d'una manera cruel) es matava un gall, talment com es trenca una olla en un joc de cucanya. Per acabar la festa es coïa el gall i es menjava juntament amb tot allò que havien recaptat.


Una altra cançó popular d'aquesta diada diu:

Virolet Sant Pere,
virolet Sant Pau,
la caputxa us queia,
la caputxa us cau.
Caritat senyora,
caritat si us plau,
que venim de Roma
i portem corona
de Sant Nicolau.

A Montserrat es tria, entre els escolanets, un al qui anomenen el Bisbetó i que presideix la festa.
 


LA DOCENA DEL PANADERO

En un pueblo colonial de nombre Holandés, posteriormente conocido como Albany, en el estado de Nueva York, vivía un panadero, Van Amsterdam, honesto como el que más.

Cada mañana, revisaba y comprobaba sus balanzas, teniendo mucho cuidado en dar a sus clientes exactamente por lo que pagaban. Ni más, ni menos.

La panadería de Van Amsterdam siempre estaba llena: la gente confiaba en él por su honradez y la calidad de sus productos. En los días previos al 6 de diciembre, fecha en que los holandeses celebran el día de San Nicolás, se llenaba como nunca.

Por esos días, la gente se acercaba al local de Van Amsterdam a comprar las galletas de San Nicolás. Hechas de pan de jengibre y coloreadas en rojo y blanco; se parecían a la imagen que de San Nicolás tenían los holandeses: alto y delgado, con un gorro grande y rojo (como el de los obispos), y una larga capa del mismo color.

La mañana de un día de San Nicolás, el panadero tenía a punto su tienda, cuando se abrió la puerta y entró una anciana, envuelta en un manto largo, de color negro.

- He venido a por una docena de galletas de San Nicolás.

Van Amsterdam contó doce galletas. Mientras las envolvía, la señora lo detuvo diciendo:

- Le he pedido una docena y usted sólo me da doce.

- Señora, todos saben que una docena son doce.

- Pero yo digo que una docena son trece. Deme una más.

Pero, Van Amsterdam era un hombre que no toleraba tonterías.

- Señora, mis clientes reciben exactamente por lo que pagan, ni más ni menos.

- Si es así, quédese con sus galletas.

Se dio la vuelta para irse, pero antes se paró en la puerta.

 - ¡Van Amsterdam!  ¡Aunque usted sea honesto, su corazón es pequeño y su puño es apretado!. Cáete, levántate y aprende a contar otra vez!  Y acto seguido se marchó.

Desde ese día, todo fue mal en la panadería: el pan se levantaba mucho o nada, los pays eran agrios o muy dulces, los pasteles se deshacían o estaban duros, las galletas se quemaban o estaban crudas.

Sus clientes pronto notaron la diferencia y al poco tiempo, la mayoría cambió de panadería.

El panadero muy triste se detuvo a reflexionar i recordó la visita de la anciana. Cree que lo ha embrujado. Y piensa:

- ¿Así se ve recompensada mi honestidad?

Pasó un año y el panadero se hizo más y más pobre. Como vendía poco, horneaba poco, y sus estanterías estaban casi vacías. Los pocos clientes que le quedaban acabaron por no volver.

Finalmente, el día anterior a la festividad de San Nicolás, ningún cliente entró a su establecimiento.

Al final de aquel día, el panadero desolado se sentó mirando sus galletas de San Nicolás. Al no haber vendido ni una, rogó:

- Por favor, que San Nicolás me ayude.

Después de este ruego, cerró su panadería y se fue muy triste a la cama.

Esa noche el panadero tuvo un sueño. Volvía a ser niño y se veía en medio de un grupo de niños felices. Entre ellos estaba San Nicolás en persona. El caballo blanco del obispo estaba parado junto a él, tenía cestos llenos de regalos. San Nicolás sacaba un regalo tras otro y los repartía entre los niños.

Van Amsterdam notó algo raro. No importaba cuántos regalos San Nicolás había dado, siempre habían más. Es mas, cuantos más sacaba, más regalos había.

Finalmente, le llegó el turno a Van Amsterdam y San Nicolás le dio un regalo: ¡Era una de sus galletas de San Nicolás!

Van Amsterdam le dio las gracias, pero ya no era San Nicolás el que estaba delante de él: era la anciana con su manto largo y negro que le sonreía.

El día de San Nicolás Van Amsterdam despertó pronto. La luz de la luna aún brillaba a través de las persianas medio abiertas. Mientras permanecía en la cama, pensó:

- Siempre les doy a mis clientes exactamente por lo que pagan, ni más, ni menos. ¿Pero... por qué no dar más?

Se levantó y bajó a la panadería. Hizo la masa de pan de jengibre y la extendió. Cortó las figuras y las horneó. Las coloreó de rojo y blanco para que se parecieran a San Nicolás. El resultado fue las mejores galletas que nunca había hecho.

Apenas había terminado cuando la puerta se abrió y entró la anciana con el manto largo y negro.

- He venido a por una docena de sus galletas de San Nicolás.

Con mucho entusiasmo, Van Amsterdam contó doce galletas... y una más. 

- En esta panadería, desde hoy en adelante, una docena son trece. Le comentó a la anciana.

- Has aprendido a contar bien. Seguramente serás recompensado.

Ella pagó las galletas y salió. Mientras cerraba la puerta, el panadero se fijó en la anciana no dando crédito a lo que veían sus ojos: creyó ver el final de una capa larga... y roja.

Como la anciana predijo, Van Amsterdam fue recompensado. Cuando la gente se enteró que él contaba trece como una docena, tuvo más clientes que nunca.

Van Amsterdam se hizo tan rico que el resto de los panaderos del pueblo empezaron a hacer lo mismo.

Desde entonces, esta práctica se extendió a otros pueblos, y después a todas las colonias americanas.

Y así, según dicen, es como trece llegó a ser una "docena de panadero"; una costumbre común que dura ya más de cien años. Y todavía permanece en algunas partes.  

Conte popular nord-americà recogit per por Aaron Shepard  
http://www.aaronshep.com/rt/RTE09_Spanish.html