Antes de irme a la cama voy a la habitación
de mis hijas y les doy un beso, están dormidas y no se enteran,
con él les quiero transmitir mi cariño y también
darles las gracias por todo cuanto de bueno ellas me dan cada día.
Duermo tranquila, pues ellas lo están también.
Al despertar, pocos minutos
para dedicarles a ellas y ellas pocos minutos para dedicarme a mí.
De nuevo me queda la sensación de tranquilidad, no por
la ausencia de ambas, sino porque se dirigen hacia un lugar donde
van a estar cuidadas y protegidas. Lugar donde trabajan unas personas,
que aunque no sean sus padres, van a velar por ellas además de transmitirles
sus conocimientos y vivencias con lo que cultivarán su mente y su
espíritu y les guiarán, durante los años que estén
con ellas, a aprender a tener en la vida un comportamiento digno
y honrado ayudándolas a crecer como gente de bien.
Me pregunto, como madre que soy, si les estamos prestando a los profesores la ayuda que merecen tener en cuanto a participes que son de esa educación de nuestros hijos. Un día que tuve que llevar a una de mis hijas de urgencias a un hospital infantil encontré un cuadro colgado en una de sus paredes. En él estaban escritas las siguientes palabras: Si un niño vive criticado,
aprende a criticar.
Estas palabras resumen
por entero esa sensación de tranquilidad que me queda cuando mis
hijas se van a dormir o al colegio, pues son como una consigna que me quedó
dentro del corazón, ya que en ellas queda reflejado lo que como
madre deseo para ellas, distinguir lo bueno de lo malo, y de este modo
enseñarles a afrontar los problemas, inquietudes, dudas y todo aquello
que les depare la vida, con honestidad. Ese cuadro no está colgado
en una de las paredes del colegio pero aunque físicamente no esté,
cada vez que entro en él noto su presencia.
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