Se abrió un
claro entre las nubes: hemos vuelto a ver el sol
(Como dos presos comunes en el tejado de una prisión)
Los primeros días los pasó tendido al sol sin ganas de levantarse, sin ganas de nada. Al principio estaba un poco aturdido y no conseguía recordar como pudo llegar a la orilla desde mar adentro. Al fin lo recordó: le había hecho naufragar un barco de guerra traicionero. Le habían hundido su barco, pero mucho más su ánimo, su espíritu y su orgullo. Diversos barcos llegaron a la isla. Todos venían a comprobar si seguía vivo y de ello se alegraban. Le proporcionaban alimentos y zarpaban de nuevo esperanzados de que el protagonista de esa leyenda que corría de puerto en puerto lograría volver a la mar. Hasta que un día una de las embarcaciones lo recogió y lo llevó a un puerto donde fue hospedado. Cuando recuperó el tono físico, pasaba las noches mirando al cielo, anhelando un buque con el que volver a la mar, pero le faltaban decisión y confianza y el valor le abandonaba por momentos. Un día yacía en la playa, ausente, con la mirada perdida en el vaivén de su antiguo reino cuando una joven se sentó junto a él. La miró y sintió que algo renacía en su interior, algo que venía de sus ojos negros como el cielo en sus noches en vela o quizás de la sonrisa clara como la espuma de la cresta de las olas que había alzado su velero al navegar. Ella le contó que venía de muy lejos para poder creer en ese legendario corsario del que hablaba todo el mundo, y que ahora que lo había encontrado presenciaría su regreso a la mar. Entonces el capitán, olvidando su desidia, sintió que todavía tenía el poderío de poner de nuevo lindes al mar bravío y juró que todos verían el resurgir poderoso del guerrero, sin miedo a leyes ni a nostalgias, y aunque cayera una y mil veces se levantaría de nuevo. El navegante y su joven acompañante se hicieron con un buque el cual tuvieron que someter a un intenso proceso de remodelación: no era más que despojos de un antiguo bucanero cuyos cañones cargaron, esta vez con la lección aprendida, de una suculenta cantidad de pólvora, y lo apuntillaron colocando por bandera la justícia y el amor. Todo está listo para zarpar: se harán a la mar en el momento que crean oportuno, y mientras tanto miran subir la solas, preparados para la acción. Pronto llegará el momento de desafiar la perspectiva de fracaso a la que el capitán fue condenado y demostrar que mientras todos pensaban que retrocedía para huir lo que hacía era coger carrera para volver de nuevo a la batalla, esta vez sin miedo en la mirada y con la sabiduría que le dio el fracaso. Porque no se trata de tomar venganza, sino de hacer justicia.
Pablo Neruda |