Aprendiendo a querer

Te hablaré de cosas que he visto y me han hecho meditar,
de lo humano y de lo divino,
quizá de un modo un poco desordenado, pero...

Sinceramente


15. Comentarios

"De la abundancia del corazón habla la boca"
Mateo 12:34.


Kilos de más

Corrí mi primera maratón en el 2006. Ahora me enfrento a la séptima, con cuatro años más... ¡y diez kilos de más!
Dicen que lo que pesan son los kilos, no los años.
¡Cómo pesan diez kilos de más!
Tuve que comprar ropa nueva, porque ya no me podía abrochar los pantalones.
¡Y en pocos meses se me estaban quedando pequeños los nuevos!
El perímetro abdominal había llegado al punto en que me tenía que inclinar hacia adelante para verme los zapatos. El asunto se estaba poniendo embarazoso, en todos los sentidos.
Si fuese mujer me habrían preguntado de cuántos meses estaba. Eso no se debe preguntar nunca a una señora. Un conocido mío lo hizo, y ella le contestó:      ¡Vete a la m...!

¿Y qué decir de los comentarios de los amigos?
Si la cara es el espejo del alma, y una sonrisa burlona denota desprecio, un comentario descuidado puede retratar el corazón en alta definición.
Si te encuentras con alguien que ha engordado notablemente desde la última vez que lo viste, no se te ocurra decirle:

     ¡Hala, cómo te has puesto!

Si era amigo, habrás dado el primer paso para que deje de serlo.
¿No es mejor sonreir, como si no tuviese importancia?

Kilómetros

Me resistía a cruzarme de brazos y contemplar pasivamente el avance de la metamorfosis.
     ¡Comamos y bebamos, que mañana moriremos!
Pues no.

     Vamos a ver,      me dije      si como menos y quemo más, esto tiene que bajar. ¡Vamos a probar!
Pues sí.

Y para no echarme atrás me inscribí en la maratón de Barcelona, con tres meses justos para prepararme.

Supone esfuerzo recorrer decenas de kilómetros, día tras día. Pero uno llega a habituarse, e incluso a disfrutar con los progresos.
Más difícil resulta encontrar el tiempo necesario. Se hace preciso cambiar horarios, recortar actividades...
No se puede evitar que toda esa actividad  pase inadvertida. Vecinos, amigos, colegas, se sorprenden y comentan, y preguntan... y se retratan.
Lo malo no es no comprender, lo malo es juzgar.
Es normal que a una persona sedentaria, que sólo corre cuando se le escapa el autobús, no le quepa en la cabeza que alguien pueda plantearse subir al Everest, o correr una maratón.
El amigo intenta comprender. Quizá no lo consiga, pero no juzga. Si hace preguntas, procura no herir:

     ¿Cuántos kilómetros has hecho hoy?  ¿Cómo te va? ¿Estás en forma?

     ¿Qué consigues con eso? No puede ser bueno para la salud.

     ¿Me traerás la medalla de recuerdo para presumir de hijo con las vecinas?

      Pues, claro. Y la camiseta.

      La camiseta no hace falta que me la traigas. Ya no voy al gimnasio.

      ¿Quieres dar un paseito? Te va bien hacer el ejercicio que puedas.

     Bien. Vamos hasta el final del pasillo y volvemos, que estoy muy cansada.
Así, cogida del brazo, voy mucho mejor que con el taca-taca.
Si lo llevo me deja la espalda dolorida, pero si no lo llevo... me puedo matar.
¡Dame un beso!
¡Vamos, llévame, deprisa!


Aprendiendo a querer


Antonio Parra
Navidad, 2009