Aprendiendo a querer

Te hablaré de cosas que he visto y me han hecho meditar,
de lo humano y de lo divino,
quizá de un modo un poco desordenado, pero...

Sinceramente


17. Fiestas de Navidad

"Cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis."
Mateo 25:40.

Se han iluminado de nuevo las calles. Nos hacemos regalos. Celebramos banquetes...

¡Qué bien!, pero... ¿por qué? ¿A qué viene todo este derroche? ¿Se ha superado la crisis?

Bon Nadal!
¡Fiesta, fiesta, vacaciones, paga doble!

Muy bien, pero... ¿qué celebramos?
¿El solsticio de invierno, la investidura del nuevo President de la Generalitat...?

Quizá las luces de las calles nos den alguna pista... ¿Comamos y bebamos, que mañana moriremos?
No, no. Debe ser algo por lo que todos puedan alegrarse: ricos y pobres, gobierno y oposición.

Cuentan los viejos del lugar que, hace muchos años, todavía se conservaban tradiciones seculares que recordaban que Dios se hizo hombre. Se hizo niño. Se hizo pobre.
Y lo hizo por amor: por amor a los niños, por amor a los pobres.
Y nos dió un mandamiento nuevo: que nos amásemos como él nos había amado.
Y nos ama cuando hacemos algo por los niños, por los pobres, por los inmigrantes, por los padres ancianos, por todo aquél que espera de nosotros un poco de amabilidad y comprensión.

¿Y qué esperan los niños de nosotros?
"Lo que esperan los hijos de los padres no es que sean muy inteligentes o especialmente simpáticos, o que les den acertadísimos consejos; ni tampoco que sean grandes trabajadores o les llenen de juguetes, o les permitan gozar de estupendas vacaciones. Lo que los hijos desean de verdad es ver que sus padres se quieren y respetan, y que los quieren y respetan; que les dan un testimonio del valor y del sentido de la vida."

¿Y los padres? Lo mismo. El banquete, los regalos... es lo de menos. Lo que desean es ver que los hijos los quieren y respetan.

      Me siento muy triste por Navidad... ¡Dame un beso!

      ¡Dos!... ¿Por qué estás triste?

     Porque me siento muy sola, muy vieja, y muy inútil.

      Pero, mamá ¡Si estoy aquí contigo!

     ¡Gracias a Dios! Porque eres todo lo que tengo. Pero se han ido muriendo todos. Y ya no me veo... ¿Verdad que te gustaban las cosas que te cocinaba?

      ¡Ah, aquél arroz con acelgas...!

     ¿Verdad que estaba bueno? Una cosa tan sencilla...

      Sí... ya ves: nos acordamos del arroz con acelgas, y no de los turrones y el pavo relleno. Dicen que los niños comen con los ojos, los jóvenes con el estómago, los adultos con la cabeza y los mayores... con el corazón.

     Ay, hijo... ¡Dame otro beso!




Antonio Parra
Navidad, 2010