Tomé el autobús pensando en mis proyectos y, al
sentarme, se
me ocurrió:
No pienses que vas sólo
a por la pistola. Vas para algo más importante.
¿?
Me puse a leer.
Fueron muy amables conmigo: me invitaron a tomar algo.
¡Incluso
me regalaron una remachadora!
Pero entre ellos no fueron tan amables...
Mi visita debió ser una especie de tregua en la guerra.
Los nervios estaban a flor de piel. Por una nimiedad, que no fui capaz
de captar, se produjo un intenso intercambio de reproches, como un
tiroteo.
Me sorprendió que discutieran de aquella manera ante un
desconocido.
Llegó el momento de despedirse, y mi amigo se
ofreció
a acompañarme a la parada del autobús.
Por el camino, le comenté:
Parece que tus padres no se
entienden
demasiado bien...
No
contestó.
Bajó algo la cabeza y, en voz más baja,
añadió:
Piensan separarse.
Me he fijado que, cuando tus
padres
discutían, tú tampoco te has callado... Tu actitud no les
ayuda nada... Si alguien puede hacer algo por unirlos, eres tú.
Se quedó paralizado. Yo también me detuve, y me
volví
hacia él. Nunca había visto a nadie así: la cabeza
gacha, los ojos entrecerrados, intensamente concentrado, como
fulminado.
Apretó los labios. Golpeó la palma de la mano con el
puño y dijo, varias veces:
¡Tengo que cambiar!
Llegamos a la parada del autobús. Nos despedimos.
Miré la caja que tenía entre las manos, y entonces
caí
en la cuenta de que, sin proponérmelo, había hecho
"algo más importante" que conseguir una pistola remachadora.
El armatoste que tenía proyectado
una montura ecuatorial para un telescopio de tipo Newton
no se llegó a construir nunca. Me falló el socio que
tenía
que aportar los espejos.
Utilicé la pistola para poner dos remaches en un mecanismo
de
relojería para astrofotografía, y la
regalé.
Cambié de domicilio y no les he vuelto a ver, ni he sabido
nada
de ellos.
Dios lo sabe.