Aprendiendo a querer

Te hablaré de cosas que he visto y me han hecho meditar,
de lo humano y de lo divino,
quizá de un modo un poco desordenado, pero...

Sinceramente



 
En cuanto acaban los exámenes para los alumnos, empiezan para los profesores contratados, que todavía no tienen categoría de funcionarios. Para cubrir las plazas vacantes, la Administración Pública convoca pruebas para seleccionar a los más aptos: publica los temarios, establece los reglamentos, constituye los tribunales...
Los candidatos concursan a lo largo de varias pruebas, en las que luchan por sobrevivir. Algunos lo intentan año tras año, sin conseguirlo. No se trata de ser bueno, sino de ser excelente, brillante, mejor que los mejores.

Misión imposible

Los tribunales se constituyen por sorteo. El Presidente suele ser un inspector.
La primera vez que me tocó me libré de ser Secretario, cargo que suele asignársele al más joven.
Al año siguiente     cosas del azar     me volvió a tocar. El Presidente era un tal Marcelo Vázquez 1.

Unos veinte años más tarde, me llamó por teléfono el inspector Vázquez:
    Verás... Tengo que presidir un tribunal de oposiciones y han surgido ciertos problemas con los vocales. ¿Podrías echarme una mano?
    Sí, hombre. Cuenta conmigo.
Pero no concretamos nada, y quedé a la espera.

Pasaron los días. Cuando ya casi me había olvidado del tema. Recibí una llamada inesperada:
    ¿Antonio Parra?
    El mismo.
    Preséntate mañana a las diez en Recursos Humanos, en la cuarta planta de Dirección General. El Tribunal del que eres Presidente debería haberse constituido ya.
    ¡Un momento! Aquí debe haber algún malentendido. Marcelo me dijo que le había fallado algún vocal, y pensé que me habría propuesto como suplente.
    No, no. El que falló es Marcelo, por una incompatibilidad. Por lo visto, se presenta en el mismo tribunal el hijo de otro inspector. Luego, falló también la suplente.

Cuando me entregaron la carpeta con la documentación, me llamó la atención una hoja que contenía la relación de los miembros del tribunal: Presidente, vocales y suplentes. Junto a los números de teléfono, había una serie de anotaciones: "No", "padre enfermo", "operación quirúrgica"...
Me imaginé lo sucedido, y pregunté:
    ¿Qué le pasó a la suplente de Marcelo?
    Le dio una taquicardia, o algo así.

Pronto pude conocer con detalle, teléfono en mano, las historias que se escondían detrás de cada "No".
Conseguí reunirme con seis de los vocales convocados. El objetivo: constituir el Tribunal, con Presidente, Secretario y tres vocales.
Nos sentamos en una mesa larga: tres a mi izquierda y tres a mi derecha.
Uno por uno, fuimos exponiendo el atropello que nos suponía haber sido convocados para el cargo.
El balance inicial era de un "Sí" y cinco "No", pero pronto hubo unanimidad: el "Sí" se convirtió en "No".
Tomé un folio en blanco, escribí los seis nombres en dos columnas y fui repasando los argumentos de cada uno.
Como el Tribunal puede seguir funcionando aunque falte algún miembro, anoté un "Sí" al lado de los casos en que el conflicto se reducía a algunos días problemáticos.
El resto se avino tras una breve negociación.
 
 

In fraganti

Se presentaron los concursantes y vi que, efectivamente, concursaba el hijo del inspector Marcos.
Los nervios empezaron a aflorar antes del sorteo de los temas.
El conserje intentaba crear corriente de aire abriendo una segunda puerta, grande y pesada, metálica. Probó un montón de llaves, sin éxito.
Una de las asistentes, al borde de un ataque de nervios, levantó la mano y dijo:
    ¡No hay derecho! Nos amenazan con excluirnos de la Oposición si llegamos tarde y luego nos hacen esperar más de media hora. Además, el calor es insoportable.
    Hacemos lo que podemos     le contesté con una sonrisa.
    ¡Y encima se ríe!

    Déjame intentarlo...
Como la llave no abría, probé a girarla en sentido contrario, cerrando, y ¡funcionó!.
La cerradura no se podía abrir porque ya  estaba abierta.

Una mano inocente sacó las bolas, y comenzó la prueba.

Una opositora me comentó al entregar los sobres:
    Tendrían que vigilar mejor, porque hay gente que copia.
Se lo comenté a las vocales, que se pusieron a merodear.
Al poco rato me dijeron:
    Hemos pillado a uno copiando.
    ¿A quién?
    A ese de la carpeta.
Era el hijo del inspector Marcos.

A la mañana siguiente, antes de comenzar la lectura de los ejercicios, pregunté a las vocales:
    A que no acertáis quién me ha llamado por teléfono esta noche.
La de mayor edad sonrió y dijo:
    ¡Hombre, está claro! El padre de Marquitos.
    Le visitaré cuando acabe la oposición, para comentarle cómo ha ido todo.
 
 

Una corazonada

La lectura de los temas era soporífera.
Antes de empezar, cada opositor abría los sobres que contenían sus papeles. Su propia firma cruzada sobre la solapa de cierre garantizaba que habían permanecido cerrados.
De vez en cuando, alguno levantaba la vista del papel sin dejar de hablar, improvisando.
    Limítese a leer lo que ha escrito     teníamos que comentar

Esporádicamente, se ausentaba alguno de los miembros del tribunal, por una urgencia fisiológica, para fumar...
Una llamada telefónica me tuvo entretenido bastante rato, y me perdí un par de ejercicios.

De regreso a casa me rondaba por la cabeza el apellido de uno de los opositores que había leído su examen durante mi ausencia. Pensaba:
    ¿Será un toponímico?,,, ¿Tendrá algún sentido etimológico?,,, Luego le daré un vistazo a su examen, a ver cómo lo hizo.

Volví por la tarde y busqué el sobre. No estaba con los presentados ese día, y tampoco figuraba en las anotaciones de los restantes miembros del tribunal...

Tras más de una hora de repasar todas las cajas, lo encontré entre los "no presentados". La firma cruzaba la solapa. Aparentemente, no había sido abierto.
    ¡Qué extraño! Aquí hay gato encerrado...
Dándole vueltas al sobre, acabé percatándome de que había sido abierto y vuelto a cerrar.

Al día siguiente se confirmó que, efectivamente, había leído su ejercicio, pero confundieron su nombre con el de otro que no se presentó. No quise investigar qué juego de manos involuntario produjo el equívoco. Sólo comenté:
    Hay que tener más cuidado, y pedir los carnets de identidad a todo quisque.
Y pensé:
    Me gustaría saber a qué santo se ha encomendado.
 
 

La encerrona

Llegué al Instituto poco después de las siete de la mañana. La primera convocada estaba ya esperando a la puerta, rodeada de cajas y maletas repletas de libros y apuntes.
    Deja que te eche una mano. Te llevaré esta maleta.
    Gracias...
Abrí la reja exterior, la reja de entrada, las puertas metálicas...
Mi tranquilidad debía contrastar notablemente con la angustia de la opositora. Me puse a canturrear algo: quizá You've got a friend.
La atmósfera de soledad y aislamiento contrastaba notablemente con el habitual pulular de chiquillos gritando y persiguiéndose por los pasillos.

Dejamos los bultos en una de las aulas preparadas para la encerrona: bien ventilada, orientada hacia el sur, con vistas al patio. Alargando la mano se podían arrancar hojas de las ramas de los olmos que rozaban los ventanales.
    ¿Prefieres agua fresca o natural?
    Natural.
    Aquí tienes un vaso nuevo, folios... Ya es casi la hora, vamos a ver qué temas te tocan. ¿Quieres comprobar si están todas las bolas?
    No es preciso...
    Saca dos... muy bien. ¿Qué tema eliges?
    Éste: Reproducción.
    De acuerdo. Pasaré de vez en cuando por si necesitas algo.
    Gracias. Oye... eres super-amable.
    Haz tú lo mismo...

Las horas de encierro y preparación pasan volando. Agotado el tiempo, es inevitable sentir cierto sobresalto cuando se abre por fin la puerta...
    Cuando quieras.

Lo peor ha pasado.
La salida al escenario es mucho más dramática en las clases reales, con veinte o treinta fierecillas observando, agazapadas, dispuestas a saltar al percibir el menor indicio de debilidad.
La concentración en el tema que se expone hace desaparecer virtualmente al Presidente, al Secretario, a las vocales y al escaso público que observa desde el fondo. Es mejor así: aunque los miembros del tribunal suelen ponen cara de póquer, ¿quién podría aguantar con impavidez unas cejas que se arquean, o una sonrisita?
Los pensamientos bullen en paralelo, irreprimibles:
    ¿Qué estarán anotando?... ¿Cómo voy de tiempo?... ¡Dios mío, lo debo estar haciendo fatal!

Al acabar, levanté la mano:
    Quisiera hacer algunos comentarios.
    !
    La exposición me ha parecido correcta en general. Pero me he fijado en que repites "¿Eh?" con excesiva frecuencia. Conviene evitar este tipo de muletillas, porque los alumnos las detectan rápidamente y se distraen. Has usado tiza verde para dibujar los esquemas, y la pizarra es verde. ¿No se vería mejor con tiza blanca? El color debe utilizarse de forma premeditada, clarificadora e ilustrativa. Por último, has citado repetidas veces el preservativo, y siempre relacionándolo con la salud. Como su propio nombre indica, preservativo, o profiláctico, significa que se utiliza como protección contra enfermedades. Me temo que suele hablarse de esto de un modo algo desenfocado. ¡Y no es culpa tuya! De hecho, lo que has dicho refleja las ideas que exponen los libros de texto cuando abordan la educación sexual. Si el objetivo que se persigue es educar, ¿no será preferible dejar claro que la sexualidad tiene por fin la procreación y la unión entre los esposos? No sé si me explico. Temo que al enseñar sólo cómo se evita el contagio o el embarazo no deseado, les estemos facilitando el camino a la promiscuidad o a la prostitución.

Luego corrió la voz entre los opositores de que el Presidente hacía observaciones fulminantes. ¿En qué se basaban?


Por suerte, no fue excesivamente difícil decidir quienes ganaban. Cada día introducíamos las notas en una base de datos, y al final comprobamos que había tantos aprobados como plazas disponibles.

Sonrisas, felicitaciones, despedidas... papeleos.
Por error, entregué ciertos documentos que debía conservar, y tuve que pedir que me los devolvieran. Eso me permitió tener con alguno de los opositores una interesante conversación:


 
 
Aprendiendo a querer
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 1 Los hechos relatados son verídicos, pero los nombres son todos falsos, por razones evidentes.

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Antonio Parra
Febrero, 2000