Anterior
 

  

ELEGÍA POR UN TOCAYO MUY QUERIDO 
 

 
  

Como abejas volando en las colmenas,
como hormigas en plena marabunta
danzan hoy las tristezas por mis venas,

que inerme ante el dolor que en mí despunta,
de tu súbita marcha consecuencia,
postrada tengo el ánima o difunta;

tanta fue la amistad y la querencia,
tan duro es respirar, tanto el castigo,
que recordarte es mi única apetencia.

Tres días, tres, que reí contigo
y apenas, hoy, abrir la boca puedo,
si no es para exclamar: ¡Por qué mi amigo!

Te apuntó, en la tronada, con el dedo
esa negra mujer liberticida
que mentada nomás nos siembra miedo,

y el rayo que te echó en la anochecida,
colérico, celérico, certero,
te rajó el corazón y a mí la vida.

A ti, que parecías puro acero;
a ti, que caminabas pertrechado
y con todas las gentes hechicero,

te arrancaron del mundo, de mi lado,
te extirparon la voz que tantas veces
a avivarme la faz se había dado,

y de nada sirvieron llanto y preces,
de nada el tiento ni el suspiro blando:
dictamen era de supremos jueces;

sentencia firme que del Alto Mando
partió en secreto, con tu nombre en ella,
y un ángel ciego ejecutó volando.


 

¡Maldita sea la sentencia aquella!
¡Maldito el ángel que puñal tan frío
metió en tu pecho y apagó tu estrella!.

¡Maldito quien tu verbo hundió a su avío!
que con él mis pesares adormías
-mis docentes pesares- con gran brío.

Sin ti, primer lector de letras mías,
sin tu reclamo artístico o pirata,
me temo que me esperen negros días;

que tú, batallador de pelo plata,
¡cuántas tardes, programas destrozando,
remanso eras de paz en mar que mata!

A Juan Ramón Jiménez apuntando,
cascabas: Yo me iré, ya di la talla,
y seguirán los pájaros cantando
.

Y yo te replicaba: ¡anda, calla,
que de ti todavía erra distante
esa dama a quien temes de la dalla!

Y hallábase ya próxima, no obstante,
diríase que ya la barruntabas,
que había ya dispuesto echarte el guante.

Pues no tengo con Dios grandes aldabas,
que de Mozart el Requiem se me agregue
cuando parta
-coscón continuabas-,

que de su son el cuarto se me anegue,
que me bastan sus gratos contrapuntos
cuando ya en otros mares yo navegue.

Partiste, y ni ando al son de mis asuntos,
que, aunque, al fin, de mi nave sigo a bordo,
desde el réquiem que oímos ambos juntos,

si hay pájaros que cantan, soy ya sordo.