Article publicat a El País el 06/10/02 per Margarita Rivière
Barcelona secreta
La ciudad empieza 
  a convertirse hoy en un refugio de lo concreto, lo tangible, lo real. La ciudad 
  aporta ahora esa novedosa dimensión de aquello que se puede tocar, ver, 
  oler y hasta degustar. Casas, árboles, humos, ruido... tienen la ventaja 
  de ser algo más que un decorado o una fantasía: ¡existen! 
  No es poca cosa en tiempos de virtualidades mil y de esotéricos debates 
  sobre banderas, estatutos, abstracciones estadísticas, futuribles guerras 
  preventivas e inducidas sensaciones electrónicas. Vivir la realidad ya 
  es un lujo. Es un gran cambio de perspectiva.
  Barcelona, por ejemplo, vista desde esta óptica es toda una lección 
  de la fuerza de lo real frente a la avasalladora y envolvente educación 
  de lo imaginado, de lo imaginado incluso a miles de kilómetros de distancia. 
  He paseado por el centro estos días y me he considerado afortunada. He 
  descubierto una Barcelona secreta. La gente no es un número, sino una 
  presencia física y, en cuanto tal, puede, de la misma manera, impedir 
  el paso o sonreír. Aunque he visto que esto último sólo 
  está al alcance de quienes ni van colgados del móvil ni tapan 
  sus orejas con auriculares diminutos. No hay peor castigo que la realidad para 
  quien desea escapar de ella.
  Porque la realidad tiene sus exigencias: ojos abiertos, sentidos desplegados, 
  conciencia de uno mismo. Lo cual equivale a considerar que tenemos cuerpo: felizmente 
  no somos máquinas. Por tanto, ocupamos espacio y gastamos tiempo. ¿Una 
  obviedad? Ya no. Nuestra época olvida estas cosas elementales. Pero, 
  a la vez, empiezan a florecer anticuerpos: en Barcelona la gente vuelve al centro. 
  Vuelve para vivir, mirar, sentir, cambiar de perspectiva y tocar, oler, degustar, 
  experimentar en carne propia lo que le habían contado que pasaba en la 
  ciudad. Todo un descubrimiento, por cierto.
  La ciudad no es un telediario, ni un reportaje, ni un anuncio. Tampoco Barcelona, 
  vista desde sí misma, en directo, es una película de Almodóvar. 
  ¿Sabían que en Barcelona hay muchas más amas de casa que 
  travestidos, más chicos y chicas con libros y paquetes que candidatos 
  a Operación Triunfo, más jubilados tranquilos que famosos catalanes 
  universales? Pero ése es el gran descubrimiento de lo real: el espectáculo 
  de lo que nunca será espectáculo. La vida. Un descanso de lo fantástico 
  y una inmersión en lo humano. Este mismo periódico, que ahora 
  habita en una calle del meollo real, la del Consell de Cent, participa del espíritu 
  que recupera el gran secreto de Barcelona: la vida tal cual es. La calle es 
  eso.
  En la calle se ve perfectamente lo que luego recogerán las estadísticas: 
  parados, ricos, pobres, inmigrantes, gente con problemas, gente con miedo, gente 
  despistada, trabajadores, vagos, barceloneses y forasteros. Y en la calle se 
  observa lo que nunca se puede imaginar desde un despacho y, menos, desde un 
  ordenador: el pluralismo, el mestizaje y, en fin, el futuro. La calle habla 
  de las corrientes subterráneas que pueblan esta ciudad.
  Por eso, y aunque nadie lo diga, la gente vuelve al centro: a ver y a tocar, 
  a tener constancia de la propia existencia y a experimentar lo real. Es la fuerza 
  de lo local frente a lo global, de lo real frente a las delirantes fantasías 
  que vomitan los sucedáneos virtuales. ¿Una tendencia de futuro? 
  Eso parece. Hasta ahora, durante décadas, se había impuesto la 
  huida, la diáspora. Ahora, en Barcelona, parece que nos gusta lo contrario. 
  Hay que tenerlo en cuenta: esta ciudad, por ejemplo, está llena de catacumbas 
  por descubrir y de una vida subterránea que ni nosotros mismos conocemos. 
  Más allá de la propaganda, más allá de Fòrum 
  2004 y de todos los tópicos, hay una Barcelona secreta hecha a la medida 
  de cada uno de nosotros. Está en la calle. 
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