Descartes (1596/1650), con su célebre pienso, luego soy, establece que el pensar es la gran realidad gracias a la cual podemos afirmar la existencia del propio yo, un yo que es una realidad pensante, una res cogitans. Mis pensamientos constituyen mi realidad; mis pensamientos constituyen mi yo. Así nos lo explica en su conocido Discurso del Método:

[Cogito], ergo [sum] «Pero inmediatamente después caí en la cuenta de que, mientras de esta manera intentaba pensar que todo era falso, era absolutamente necesario que yo, que lo pensaba, fuese algo; y advirtiendo que esta verdad: pienso, luego existo, era tan firme y segura que las más extravagantes suposiciones de los escépticos eran incapaces de conmoverla, pensé que podía aceptarla sin escrúpulo como el primer principio de la filosofía que andaba buscando.
Luego, examinando con atención lo que yo era, y viendo que podía imaginar que no tenía cuerpo y que no había mundo ni lugar alguno en que estuviese, pero que no por eso podía imaginar que no existía, sino que, por el contrario, del hecho mismo de tener ocupado el pensamiento en dudar de la verdad de las demás cosas se seguía muy evidente y ciertamente que yo existía; mientras que, si hubiese cesado de pensar, aunque el resto de lo que había imaginado hubiese sido verdadero, no hubiera tenido ninguna razón para creer en mi existencia, conocí por esto que yo era una sustancia cuya completa esencia o naturaleza consiste sólo en pensar, y que para existir no tiene necesidad de ningún lugar ni depende de ninguna cosa material; de modo que este yo, es decir, el alma, por la que soy lo que soy, es enteramente distinta del cuerpo, y hasta más fácil de conocer que él, y aunque él no existiese, ella no dejaría de ser todo lo que es.»

  

En contraste con René Descartes, Milan Kundera plantea otra cara de la cuestión. No son los pensamientos aquello que me constituye, sino mis sentimientos: siento, luego soy. En el siguiente fragmento de La inmortalidad Kundera subraya el peso del sufrimiento en el proceso de tomar conciencia de mi yo. Su perspectiva se aproxima a la de Pascal cuando éste afirma que el corazón tiene unas razones que la razón no entiende.

«Pienso, luego soy es la frase de uno intelectual que menospreciaba el dolor de muelas. Siento luego soy es una verdad de una validez mucho más general y se refiere a todo aquello que vive. Mi yo no difiere sustancialmente del vuestro por aquello que piensa. Hay mucha gente y pocas ideas: todos pensamos aproximadamente lo mismo y nos comuniquemos las ideas, nos las dejemos, las robamos. Pero, si alguien me pisa un pie, soy solo en percibir aquel dolor. No en el pensamiento, sino en el sufrimiento, es donde hay la esencia del yo; el sufrimiento es el más básico de todos los sentimientos. Sufriendo, ni un gato no puede dudar de su yo único e irremplazable. Cuando sufrimos, el mundo desaparece y cada cual de nosotros se queda sol con sí mismo. El sufrimiento es la universidad del egocentrismo.»

Blaise Pascal (1623-1662), coetáneo de Descartes, dentro del mismo contexto cultural del Racionalismo y el Barroco, fue el primero en hablar de las razones del corazón.

Después de unos años centrados en la investigación matemática, Pascal recibió un fuerte impacto emocional. Del enaltecimiento y valoración de las razones de la razón, propio de un matemático, pasó a la valoración y defensa de las razones del corazón. ¿Y a qué se refiere Pascal cuando habla de razones del corazón? Se refiere al conocimiento que aporta el corazón con sus intuiciones: el corazón me proporciona unas certezas que la razón, propiamente dicha, no me puede dar.

Pascal pasa del elogio de la razón o esprit de geómétrie al elogio del corazón o esprit de finesse. El espíritu geométrico se basa en los principios racionales, en unos principios que una vez conocidos es casi imposible negar. El espíritu de finura se basa en el conocimiento inmediato, en el conocimiento de aquello vivido y experimentado por un mismo: hace referencia a las «cosas del sentimiento».


  

Ciertamente, Descartes es conocido como el racionalista que ha acentuado la dicotomía entre pensamientos y sentimientos. «Cartesiano» (de Cartesius, Descartes en latín) es sinónimo de «metódico», «ordenado», «racional». Ahora bien, a menudo las dicotomías o dualismos son imprecisos tópicos o simplificaciones. Si avanzamos más en el estudio de la obra de Descartes constataremos que estos dualismo irreconciliable que se le otorga queda bastante disuelto. ¿Qué entiende Descartes por pensar? Dice: «Par le mot penser, j'entends tout ce qui se fait en nous de telle sorte que nous l'apercevons immédiatement par nous-mêmes; c'est pourquoi non seulement entendre, vouloir, imaginer, mais aussi sentir, est la même chose ici que penser.» (Les principes de la philosophie, 1, 9). Lo afirma muy claramente: sentir es aquí la misma cosa que pensar. Todas las actividades psíquicas quedan incluidas dentro de la categoría de «pensar».

Cuando Daniel Goleman en su libro 'best-seller' mundial La inteligencia emocional (Barcelona: Kairós, 1996) critica y denuncia la insuficiencia de muchos planteamientos sobre la inteligencia racional proclamando y defendiendo que pensar y sentir interaccionan capacitándose o incapacitándose mutuamente, olvida buena parte de la obra de Descartes. Goleman critica una dicotomía que el mismo Descartes ya había cuestionado en algún momento.

Si no hay harmonía entre cabeza y corazón —afirma Goleman— todo el individuo paga las consecuencias. Nuestras decisiones y nuestras acciones dependen tanto de nuestros pensamientos como de nuestros sentimientos. Textualmente: «La dicotomía entre lo emocional y lo racional se asemeja a la distinción entre el 'corazón' y la 'cabeza'. Saber que algo es cierto 'en nuestro corazón' pertenece a un orden de convicción distinto -de algún modo, un tipo de certeza más profundo- que pensarlo con la mente racional..»




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