El siglo XVIII es visto como el Siglo de las Luces. ¿Por qué de las luces? Porqué, según sus protagonistas, ahora se disfruta de herramientas intelectuales capaces de clarificar e iluminar todas las cuestiones o problemas. Es, igualmente, la Edad de la razón o la Época de la mayoría de edad de los humanos, una época de elevado optimismo y confianza en los poderes tanto teóricos como prácticos del ser humano.

La gestación de la Ilustración fue un proceso largo y pleno de vicisitudes; tiene sus raíces más hondas en la euforia intelectual del Renacimiento y en las dos vertientes de la Filosofía Moderna: en el racionalismo de Descartes y en el pensamiento filosófico, político y científico de los empiristas ingleses de la segunda mitad del siglo XVII.

En todos los países donde brilla el pensamiento ilustrado se utilizan expresiones muy simbólicas para hacer referencia a la época, se utiliza la metáfora de la luz.

En Francia, con propagadores de las luces como Diderot, D’Alembert, Voltaire, Montesquieu, Condorcet, y también Rousseau, se habla del Siècle des Lumière, y estas luces, a finales de siglo, llevarán a un resultado cultural, la Encyclopédie, y a un resultado político, la Revolución de 1789.

Pero las luces francesas siguieron y agrandaron el camino abierto y trazado por la Ilustración inglesa, l’Enlightement, la luz (light) encendida por Locke y Newton a finales del siglo XVII, y que ahora David Hume, con esta luz, delimitaba las posibilidades y garantías de las investigaciones humanas.

En Alemania, Immanuel Kant, arraigado tanto en el racionalismos como en l’empirismo, habla d’Aufklärung (klären, clarificar, hacer evidente y transparente); Kant, entusiasta y máxima expresión de la Ilustración, la definió como la “salida del hombre de la edad infantil, en la que era incapaz de usar la razón sin la dirección de otro”.

En otros países europeos como en Italia o en España, la luz del siglo brilló con muy poca intensidad. La gran Italia del Renacimiento, controlado el pensamiento, el poco luminoso Illuminimo, manifestaba una situación de decadencia tanto en el campo de la filosofía como en el de la ciencia.

En cuanto a España, que no había participado en la Revolución científica del Renacimiento, la Ilustración fue un regreso a la escolástica medieval, una obsoleta segunda escolástica; a consecuencia del aislamiento cultural impuesto por Felipe II y sucesores, España se mantenía en la oscuridad, una situación desoladora que contrastaba con el esplendor intelectual que florecía más allá de los Pirineos.


 
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