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«Eso implica que han aparecido formas de conflicto nuevas,
que abocan a una ética nueva. O, como mínimo, a la revisión en profundidad
de los viejos esquemas a raíz de las nuevas circunstancias tecnocientíficas.
Tradicionalmente los conflictos se producían entre unos grupos humanos
(miembros de determinadas clases sociales, adeptos a determinadas religiones...)
y otros que eran los adversarios. No todo el mundo resultaba afectado
por igual por un conflicto: había jerarquía, con vencedores y vencidos.
Hoy, pero, el riesgo, personificado en un problema ecológico, en una intoxicación
alimentaría (o en el espantajo de una guerra bacteriológica) implican
por igual todos los miembros de una sociedad y, potencialmente, toda la
especie humana. El único que tal vez nos diferenciaría es el momento en
que seríamos afectados y la conciencia subjetiva del riesgo, que aumenta
con la riqueza y el nivel cultural. En tiempo de la guerra fría se decía:
"quién dispare primero, morirá el último"; ahora, pero, la vaca
loca, la bacteria de legionela, el aceite de orujo adulterado o el polvo
del asfalto supuestamente cancerígena los puedes encontrar por todas partes
(también en los restaurantes de categoría) sin ninguna conciencia
del peligro y distribuidos democráticamente en forma de lotería. [...]
La bioética se enfrenta hoy a toda una serie de retos nuevos provocados
por las posibilidades abiertas con las nuevas tecnologías y con el desciframiento
del genoma. No se trata sólo de regular las relaciones médico-enfermo,
sino que es preciso iniciar una nueva lectura de la vida en términos éticos
y, además, eso se debe hacer en medio de cambios sociales, tecnológicos
e incluso religiosos que afectan globalmente las condiciones de vida humana
así como lo que, por lo menos en la tradición de los grandes religiones,
se había considerado la "sacralidad" (hoy diríamos la "dignidad")
de la vida. Cada vez más la bioética aparece como uno de los temas privilegiados
de la democracia deliberativa. Es preciso pensarla en el contexto de un
debate global no sólo sobre aquello que entendemos por salud, sino también
sobre el entorno que da sentido a la salud. El paciente ya no se reconoce
sólo como "enfermo", sino como agente moral autónomo, como persona
que debe tomar unas decisiones que tienen que ser respetadas. Por ello
es preciso clarificar el punto de vista del que partamos, porque a menudo
en bioética hay un malentendido terminológico. Habría necesidad de poner
en claro si se habla del hombre como ser vivo, simplemente biológico,
o si se le considera como "persona", insertado en un conjunto
de relaciones globales. [...]
La gran pregunta abierta por las nuevas tecnologías y por la transformación
de las dimensiones planetarias provocada por Internet es si la democracia
como procedimiento y la crítica como espuela de los cambios podrán continuar
siendo valiosas en el nuevo ámbito tecnológico que hemos comenzado a vivir
en el último cuarto de siglo pasado y que se extenderá, por lo que parece,
a lo largo del siglo XXI. Los intentos neototalitarios de controlar Internet
o de eludir el debate público tecnología y sociedad no auguran nada bueno.
Sólo la crítica puede evitar el divorcio entre "la ciencia"
y "la gente", que inevitablemente nos abocaría a la barbarie.»
ALCOBERRO, Ramon. Ètiques per un món complex.
Un mapa de les tendències morals contemporànies.
Lleida: Pagès editors, 2004. (Pàgs. 30, 86 y 197)
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