¿Leyes naturales y libertad, compatibles?


  

Guía de perplejos. Una invitación a la filosofía, del profesor Joan Manel Bueno, es un viaje iniciático entorno a las grandes y actuales cuestiones de la filosofía. Mostrando matices diferentes que despiertan perplejidad, el autor nos habla de la racionalidad y su capacidad para ser guía de la vida, de la interacción entre biología (hard) y cultura (soft), del lenguaje y las palabras recordando que conocer la palabra no es conocer la cosa, de la imposibilidad de saber qué es la realidad, de la libertad y la liberación,... Como es de esperar en una invitación a la filosofía, el libro acaba con la perplejidad por excelencia, la perplejidad de ser aquí, y no saber bien por qué, ni hasta cuándo, ni con qué sentido: "¿A qué viene ésta temporadita que pasamos en éste minúsculo planeta perdido en la inmensidad del universo?".

Del capítulo que lleva por título "El asno se murió de apetito" es el siguiente fragmento. Replantea la difícil conciliación entre un universo físico ordenado del que formamos parte y la libertad humana de la cual tenemos una profunda conciencia. Un punto de llegada: "La libertad no es sino la ilusión derivada de conocer nuestros deseos mientras ignoramos las causas que los determinan".



 
   

     «Si hay dos cosas en este mundo de las cuales todos estamos convencidos, sin duda son éstas. El universo está ordenado siguiendo un orden, unas leyes, unas regularidades. Si no creyéramos eso, ¿qué sentido tendría pensar, intentar entender? Si en cualquier momento cualquier cosa pudiese acontecer, ¿por qué romperse la cabeza en hacer previsiones? Cuando los dioses intervenían constantemente en los asuntos humanos -no como ahora-, y además resultaba que su voluntad era de lo más voluble y caprichosa, el sacrificio de cabritos o de jóvenes bellezas femeninas se llevaba mucho más que la investigación filosófica o científica, que justo si comenzaban a sacar la cabeza. Con el tiempo, los humanos y sus dioses se fueron sosegando, y la noción de ley, tanto en la organización de la vida de las ciudades como en la determinación de un orden universal se fue abriendo camino. Por ella estamos donde estamos, y hoy, convencidos de ello, sólo en presencia de la fatalidad en nuestras propias carnes o en las de aquéllos que más amamos pedimos a Quien sea que el orden universal desaparezca por unos instantes y que la muerte se aplace unos años, o cuando menos unos días, un instante sólo, su implacable cosecha.

     De dos cosas estamos convencidos, decíamos. Del orden del universo, por una parte. De otra, de nuestra libertad. Tal y como damos por supuesto el orden de la realidad cada vez que hacemos el esfuerzo de pensar o que, sin pensar, dejemos que nuestro cuerpo responda automáticamente a circunstancias que se repiten una y otra vez, también a cada paso estamos dando por supuesto nuestra capacidad para elegir unos u otros caminos, para elegir dentro de ciertos márgenes qué será de nosotros, por mandar, cuando menos, un poco sobre nosotros mismos. ¿Qué sentido tendrían si no los quebraderos de cabeza cotidianos planteándonos en cada caso cuál es la mejor opción? ¿Como nos atreveríamos a exigir responsabilidades y recriminar a la gente su conducta? ¿Por qué loar los esfuerzos y los méritos de nadie? ¿Y a qué vendría el maldito sentimiento de culpa que a veces nos ahoga si, al final, no hubiéramos hecho sino aquello único que nos era posible hacer? Y puestos a atirantar un poco más la cuerda, ¿como vestirá de sentido el creyente su eterno gozo o condenación?

     Orden universal y libertad humana. Nuestras dos convicciones más profundas, más radicales. Las dos evidencias sobre las cuales creamos nuestras más preciadas construcciones: la ciencia y la moral. Sin ellas, la tierra se va a pique, los luceros se apagan, el cielo se desploma. Y, no obstante, por poco que uno piense en ello, nuestras dos grandes e imprescindibles verdades parecen difícilmente conciliables, porque pensar es dar por supuesto que existen regularidades, causas y porqués, y dedicarse a buscarlos; pero si todo responde a causas, y si cada causa provoca el efecto que tiene que provocar y no otro -y sino no merece la pena pensar-, ¿en qué puede consistir la supuesta elección que hacemos cuando ejercemos nuestra libertad? No tendríamos que responder nosotros también de modo inexorable en las causas que nos determinan?»

BUENO, Joan Manel. Guía de perplexos. Una invitació a la filosofía. Lleida: Pagès editors, 2003. (Págs 100-101)



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