La tecnología, una carga más que una bendición


  

Uno de los pensadores más críticos con las diferentes tecnologías, un de los tecnófobos más conocidos, es el norteamericano Neil Postman. Tanto en su libro de 1981, Divertirse hasta en morir. El discurso público en la época del 'show - business', como en ll que presentemos, Tecnópolis, de 1994, explora los efectos negativos de las innovaciones tecnológicas. La televisión impone su estilo o formato de entretenimiento y diversión en todas las actividades humanas: todo debe ser como en televisión, ligero, fácil, entretenido. Así como la invención de la imprenta hizo nacer un ser humano diferente, la televisión, los ordenadores y las diversas tecnologías generan unos ganadores y unos perdedores, benefician a unos donándoles más poder pero debilitan a otras restándoles libertad y capacidad de decisión.

[Tecnòpoli]

Postman critica aspectos de este mundo más y más tecnificado. En este mundo, Tecnópolis, la información obtiene status de divinidad, pero es un ídolo que no proporciona defensas personales, sentido, sabiduría. En Tecnópolis, se tiende a identificar ser humano y máquinas, pero empequeñeciendo lo que es humano y enalteciendo la máquina; la frecuente expresión «el ordenador ha determinado» equivale a «es la voluntad de Dios». Uno de los pilares de Tecnópolis es el cientifismo, o sea, la creencia según la cual la ciencia puede resolver todos los problemas que se puedan presentar a los humanos, aún más, puede dar sentido a sus vidas.



 
  

     «En Estados Unidos, donde la televisión ha arraigado más fuertemente que en ninguna parte, muchas personas la consideran una bendición, y no sólo los que en ella tienen trabajos muy bien pagadas y gratificantes como ejecutivos, técnicos, locutores y entretenedores. No debe sorprender a nadie que estas personas, dado que forman un nuevo monopolio de conocimiento, se aplaudan y defiendan y promuevan la tecnología de la televisión. Por otra parte y a la larga, la televisión puede comportar el final de los trabajos de los maestros, puesto que la escuela fue el invento de la imprenta y resistirá o sucumbirá según la importancia que tenga la letra impresa. Durante cuatrocientos años los maestros han sido parte del monopolio de conocimiento creado por la imprenta, y ahora son testimonios del derrumbamiento de aquel monopolio. Parece ser que no pueden hacer mucho para evitar este derrumbamiento, pero quizás sea perverso que los maestros estén entusiasmados con lo que sucede. Este entusiasmo siempre me recuerda la imagen de alguno herrero de principios de siglo que no sólo canta las alabanzas del automóvil sino que cree que su negocio se beneficiará. Ahora sabemos que su negocio no se benefició; merced a él se convirtió en obsoleto, como tal vez sabían los herreros lúcidos. ¿Qué podían haber hecho? Si no nada más, llorar.

El desarrollo y la difusión de la tecnología de los ordenadores comporta una situación parecida, puesto que aquí también hay ganadores y perdedores. No se puede discutir que el ordenador ha aumentado el poder de las organizaciones a gran escalera como las fuerzas armadas o las compañías aéreas o los bancos o las agencias de recaudación de impuestos. Y es igual de claro que ahora el ordenador es indispensable para los investigadores de alto nivel de física y otras ciencias naturales. Pero, ¿hasta qué punto el ordenador ha sido una ventaja para las demás personas? ¿Para los trabajadores metalúrgicos, los tenderos, los maestros, los mecánicos de coches, los músicos, los dentistas y la mayoría de los otros en la vida de los que ahora entra el ordenador? Sus asuntos privados ahora son más accesibles a las instituciones poderosas. Son seguidos y controlados más fácilmente, están sujetos a más exámenes, aumenta el desconcierto que oyen delante las decisiones que se toman sobre ellos y a menudo son reducidos a simples objetos numéricos.»

POSTMAN, Neil. Tecnòpoli, Barcelona: Libros del Índice, 1994. (págs. 17-18)



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