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«En Estados Unidos, donde la televisión ha arraigado
más fuertemente que en ninguna parte, muchas personas la consideran una
bendición, y no sólo los que en ella tienen trabajos muy bien pagadas
y gratificantes como ejecutivos, técnicos, locutores y entretenedores.
No debe sorprender a nadie que estas personas, dado que forman un nuevo
monopolio de conocimiento, se aplaudan y defiendan y promuevan la tecnología
de la televisión. Por otra parte y a la larga, la televisión puede comportar
el final de los trabajos de los maestros, puesto que la escuela fue el
invento de la imprenta y resistirá o sucumbirá según la importancia que
tenga la letra impresa. Durante cuatrocientos años los maestros han sido
parte del monopolio de conocimiento creado por la imprenta, y ahora son
testimonios del derrumbamiento de aquel monopolio. Parece ser que no pueden
hacer mucho para evitar este derrumbamiento, pero quizás sea perverso
que los maestros estén entusiasmados con lo que sucede. Este entusiasmo
siempre me recuerda la imagen de alguno herrero de principios de siglo
que no sólo canta las alabanzas del automóvil sino que cree que su negocio
se beneficiará. Ahora sabemos que su negocio no se benefició; merced a
él se convirtió en obsoleto, como tal vez sabían los herreros lúcidos.
¿Qué podían haber hecho? Si no nada más, llorar.
El desarrollo y la difusión de la tecnología de los ordenadores comporta
una situación parecida, puesto que aquí también hay ganadores y perdedores.
No se puede discutir que el ordenador ha aumentado el poder de las organizaciones
a gran escalera como las fuerzas armadas o las compañías aéreas o los
bancos o las agencias de recaudación de impuestos. Y es igual de claro
que ahora el ordenador es indispensable para los investigadores de alto
nivel de física y otras ciencias naturales. Pero, ¿hasta qué punto
el ordenador ha sido una ventaja para las demás personas? ¿Para
los trabajadores metalúrgicos, los tenderos, los maestros, los mecánicos
de coches, los músicos, los dentistas y la mayoría de los otros en la
vida de los que ahora entra el ordenador? Sus asuntos privados ahora son
más accesibles a las instituciones poderosas. Son seguidos y controlados
más fácilmente, están sujetos a más exámenes, aumenta el desconcierto
que oyen delante las decisiones que se toman sobre ellos y a menudo son
reducidos a simples objetos numéricos.»
POSTMAN, Neil. Tecnòpoli, Barcelona: Libros del Índice,
1994. (págs. 17-18)
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