1. El escorpión y la rana

A la ladera de un río, un escorpión camina nerviosamente, buscando la manera de pasar a la otra orilla. Repentinamente, llega una rana.

—¿Querrías cargarme a la espalda para hacerme pasar el río? - pregunta el escorpión.

—¿Que piensas que soy loca? -responde la rana-. Me picarías.

—No lo haría -replica el escorpión-; ¿que no ves que si lo hiciera yo también me hundiría? Además, ¡te pagaré bien!

Convencida, la rana acepta de cargarse el escorpión a la espalda. Comienza a nadar hacia la otra orilla. Ya en medio de la corriente, el escorpión pica la rana. Antes de morir, la rana pregunta:

—Pero, ¿por qué lo has hecho?

—Porqué es mi naturaleza, -dice el escorpión, y ambos se hunden.


   

2. La camisa de un hombee feliz

Tiempo era tiempo vivía a la India un rey que tenía tres hijos tan buenos y considerados que no sabía a quien delegar la responsabilidad de su sucesión. Sólo logró solucionar esta grave indecisión merced a una especie de prueba para determinar el posible valor de cada uno de ellos: pediría que le llevasen la camisa de un hombre feliz y aquél que de todos tres superase este examen se quedaría con el trono.

Arun, el hermano mayor, optó para ir a buscar un ser de dichas características en la parte alta de la ciudad, donde vivían los nobles en sus palacios. Era de suponer que los poderosos gozaban de esta naturaleza de plenitud gracias al placer que comportaba poder disfrutar de dinero. Después de una semana de buscar infructuosamente un hombre que, además de estar ahíto, se atreviese en afirmar que era feliz, desistió.

Karim, el segundo, después del fracaso de su hermano mayor, buscó entre los sabios y los artistas de su país. Ilusamente pensaba que la sabiduría o la belleza podía ser más a en las proximidades de la felicidad que no fortuna. Pero no obtuvo tampoco ningún tipo de resultado.

Finalmente, Doemé, el más pequeño, estaba absolutamente desconcertado sin saber donde había de ir a buscar. Estaba tan atolondrado con el fracaso de sus dos hermanos mayores, y le resultaba tan difícil la misión que le había encomendado su padre, que decidió pasear un rato tranquilamente. Mientras iba caminando por una vereda que bordeaba un campo de trigo, escuchó un campesino cantar y silbar sin ningún tipo de nostalgia. El rayo de luz que se escapaba de sus ojos no le podía traicionar: finalmente había encontrado un hombre feliz. Inmediatamente se le acercó y, jadeante aún, le pidió donde escondía su camisa. Su respuesta, aún cuando descorazonado, no podía ser más sincera: «No tengo yo camisa alguna.»

(Fuente: Josep Muñoz Redon, El libro de las preguntas desconcertantes, capítulo ¿Qué es la felicidad?


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