1. Nuestros antepasados

Hasta mediados siglo XIX se consideraba que la especie humana tenía una antigüedad de pocos miles de años. Una consideración que fue cuestionada, el 1859, cuando Charles Darwin publicó su libro El origen de las especies. El proceso evolutivo —defendía— sólo es comprensible con una nueva visión del tiempo, un tiempo infinitamente dilatado: la evolución de los seres vivos exige hablar no de miles de años sino de millones de años. Cuatro años después del libro de Darwin, se descubrió el primer fósil Neanderthal: los científicos comenzaron a aceptar que podían haber existido humanos diferentes de sus contemporáneos.

Hombre de Neandertal

Ciertamente, los huesos encontrados en Alemania, en el valle del río Neander (thal significa «valle»), eran muy parecidos a los del hombre actual pero con más espesor y robustez. Hoy sabemos que el hombre de Neanderthal, una subespecie de Homo sapiens (Homo sapiens Neanderthalensis), apareció en Europa hace 300.000 o 250.000 años; posteriormente, hace unos 35.000, se extinguió: no es un antepasado nuestro.

Los humanos somos primates. Con la desaparición de los dinosaurios, hace unos 65 millones de años, unos primates, los prosimios, proliferaron en medio de un entorno vegetal nuevo, el de les primeras plantas con flor. ¡Nuestros remotos antepasados primates aparecieron y evolucionaron junto con las primeras flores!

Los humanos formamos parte de:
Orden
Suborden
Superfamilia
Familia
Género
Especie
Subespecie
Primates
Antropoides
Hominoides
Homínidos
Homo
Homo sapiens
Homo sapiens sapiens

Pocos millones de años después, ya en la era terciaria, apareció otra rama de primates, el suborden de los antropoides que, posteriormente, se bifurcará originando la gran variedad de monos y la superfamilia de los hominoides. De los hominoides, millones de años después, surgió la familia de los póngidos (chimpancé, gorila, orangután y gibón) y la familia del homínidos (austrolopitecos y homo), que llevará hacia los humanos modernos.


Hombre de [Cromagnó]

Aún en el siglo XIX, poco después del descubrimiento del primer Neanderthal, se encontró en el suroeste de Francia, en la localidad de Cro-Magnon, los restos de otros hombres, también muy antiguos pero decididamente parecidos a nosotros; serán conocidos con el nombre de la localidad donde se encontraron: el hombre de Cro-Magnon. Al largo de todo el siglo XX se han encontrado, porque se han buscado, miles de fósiles que han permitido trazar y fechar la evolución desde los pequeños primates al Homo sapiens sapiens.

Dos formas fósiles son especialmente impresionantes: el cráneo del niño de Taung, un prehumano (Austrolophitecus africanus) de 2 millones de años, encontrado el 1924, y los restos conocidos con el nombre de Lucy (Austrolophitecus afarensis), una bípeda de un metro de altura y que aún trepaba árboles, de 3 o 4 millones de años, encontrados el 1973.

El simio más parecido al hombre es el chimpancé; la separación entre ambos se se produjo hace unos 7 o 5 millones de años. De un antepasado común se habría originado la doble descendencia. El enlace hacia nosotros pasa por una de las muchas formas de austrolopitecos, posiblemente por el Austrolophitecus afarensis, hace unos 4 millones de años. Posteriormente siguieron las tres especies del género Homo: Homo habilis, Homo erectus y Homo sapiens.

[Austrolophitecus] [afarensis]
El Homo habilis, el primer y más antiguo homo, apareció hace entre 2,5 y 2 millones de años; después, el Homo erectus, entre 2 millones y medio millón de años; finalmente, el Homo sapiens, los hallazgos más antiguas del cual se fechan entre los 500.000 y los 300.000 años y el Homo sapiens sapiens, con restos de 130.000 años. África oriental fue la cuna de todas estas formas; desde aquí pasaron a Europa, Asia,...

Las excavaciones iniciadas el 1978 en Atapuerca (Burgos) han enriquecido la investigación del árbol genealógico humano. Los restos de homínidos con una antigüedad de 800.000 años han llevado a hablar de una nueva especie, el Homo Antecessor, supuesto antepasado común de los neandertales y de los seres humanos actuales. Atauperca es uno de los yacimientos del mundo con más expectativas a la hora de perfilar el árbol de la evolución humana.

El hombre de Neanderthal, que surgió en Europa por evolución a partir de un anterior Homo, será el primer europeo: un europeo indígena y arcaico. La otra subespecie de Homo sapiens, ya Homo sapiens sapiens, el hombre de Cro-Magnon, fue un inmigrado que llegó de África siendo ya un hombre moderno. Neanderthales y Cro-Magnones habitaron territorios próximos. Los Cro-Magnones, más evolucionados, perduran en nosotros; los Neanderthales, se extinguieron.


  

2. Proceso de diferenciación humana

Los simios modernos o póngidos y los humanos muestran un gran número de similitudes, pero también cruciales diferencias. A medida que retrocedemos en el tiempo, se reducen las diferencias. Todos mantenemos testimonios de nuestro origen, pero a lo largo de los 10 millones de años de proceso de diferenciación se han producido importantes cambios o conquistas biológicas que han alejado los humanos de los póngidos, unos cambios que han definido la tendencia evolutiva humana. Exploremos algunos de estos cambios.

  1. El bipedismo. El caminar sobre los dos pies o la marcha bípeda sin utilizar las manos como soporte ha dotado al género homo de innumerables ventajas: permitió la observación y control de espacios más amplios; liberó la mano, que quedó disponible para la manipulación de objetos; la columna vertebral, pasando de estructura horizontal a vertical, podrá mantener en equilibrio un cráneo y un cerebro superiores;...

  2. Liberación de la mano. La mano deja de ser pata y se transforma en órgano de tacto y de prensión, apto para fabricar y utilizar herramientas. Las manos, sustituyendo la boca como órgano de defensa, de presa o de trabajo, permitirán que ésta llegue a ser parte de un rostro capaz de una mímica expresiva.

  3. Desarrollo del cerebro. La evolución de los primeros primates hacia el hombre refleja un constante incremento del volumen cerebral: 50 cm3 los lemúridos de 65 millones de años; 175 cm3 el dryopithecus de 20 millones de años atrás; 550 cm3 los austrolopitecos de 4 millones de años; 675 cm3, el Homo habilis; 1000 cm3, el Homo erectus; 1500 cm3, el Homo sapiens actual. El incremento de la capacidad técnica de los homínidos así como la capacidad simbólica que hace posible el lenguaje articulado no habrían sido posibles sin este desarrollo del cerebro.

  4. Lenguaje articulado. Con la capacidad de transmitir experiencias y no tener que volver a comenzar cada individuo de nuevo, los humanos pueden acumular gran número de conocimientos: se inicia la cultura y el progreso humano. El lenguaje, fundamentalmente simbólico, estimulará el desarrollo del pensamiento.

  5. Autoconciencia. Las anteriores tendencias evolutivas llevarán a la emergencia del hombre como Homo sapiens: un animal que piensa, especialmente, un animal autoconsciente. En dicho proceso, es un paso crucial adquirir conciencia de la muerte y de su inevitabilidad: será la cuna de les creencias religiosas.

  

3. Perspectivas

3.1 Antepasados comunes

Es preciso evitar, por su imprecisión, la afirmación según la cual el hombre proviene del mono o de los simios. Lo correcto es afirmar que los simios actuales (póngidos) y los humanos compartamos un mismo antepasado, como también compartimos un antepasado con los monos actuales y con otras formas anteriores. Pero, como ya advertía Darwin, probablemente ninguno de los antepasado del hombre se parecía a ninguno de los monos o simios vivientes. La antropología física busca las formas fósiles o escalones que podrían constituir estos diferentes antepasados.

Todos los seres vivos estamos emparentados, todos juntos integran el árbol de la vida; una cincuentena de moléculas orgánicas sirven para las actividades esenciales de la vida, unas moléculas que permanecen esencialmente idénticas en todos los animales y plantas. «Un roble y yo somos hechos de la misma sustancia. Si retrocedemos bastante en el tiempo, encontraremos un antepasado común.» (Carl Sagan).


3.2 ¿Descendemos de Adam y Eva?

En el relato bíblico del Génesis leemos: «Entonces, Javeh Dios formó el hombre del polvo de la tierra, sopló en su nariz un hálito de vida y el hombre se convirtió en un ser viviente.» (Génesis 2,7).

¿Tenemos que creer que Dios creó el hombre, Adam, del polvo de la tierra y la mujer, Eva, a partir de una costilla de Adam? No. El relato de Adam y Eva es un mito, no una explicación científica. Es un rico relato lleno de imágenes que indica el lugar central que ocupa el hombre en el mundo.

La creación
Sin embargo, no deja de sorprender una profunda coincidencia: la Biblia afirma que estamos hechos de la «polvo de la tierra»; la ciencia, de «polvo de estrellas». Y atendiendo al mismo libro del Génesis, los seres humanos tienen una elevadísima dignidad: son creados a imagen de Dios. «Dios creó el hombre a imagen suya, a imagen de Dios el creó: los creó hombre y mujer.» (Génesis 1,24)

La Biblia no debe entenderse de una forma literal; se ha de interpretar. No se ha de olvidar que sus redactores estaban condicionados por las concepciones del mundo de su propio tiempo. Son bastante las autoridades religiosas que han afirmado que el libro del Génesis está expresado en forma de narración simbólica. Ciertamente, esta visión no ha sido la dominante; uno de sus precursores de mediados del siglo XX, el paleontólogo y jesuita Pierre Teilhard de Chardin, vio obstaculizada y prohibida su obra por defender una actitud conciliadora entre datos científicos y explicación bíblica.


3.3 Un simio que supera su condición

Mira hacia lo alto

Genéticamente, somos idénticos a los chimpancés en uno 99 por cien; eso no nos sorprenderá si recordamos que hemos vivido más del 99,99 por cien de nuestra historia evolutiva en común con los simios africanos. Ahora bien, éste 1 por ciento crea una extraordinaria diferencia. El ser humano es un simio que ha superado su condición.

La palabra latina «homo» significa nacido de la tierra. «Homo» deriva de «humus», tierra. La misma etimología nos indica que no hemos de olvidar que el hombre es un ser de la naturaleza, un ser emparentado con todos los otros seres del universo. La palabra griega «anthropos», pero, acentúa lo que nos diferencia de los otros seres de la naturaleza; significaba, primitivamente, el que mira hacia lo alto y, según el filósofo griego Platón, el hombre ha sido llamado «anthropos» porque, a diferencia de los animales, examina lo que ha visto.

Blaise Pascal (1623-1662), prototipo del hombre moderno, ya intuyó la grandeza y miseria del hombre en la infinitud del cosmos. Si elevemos la mirada hacia el infinito, hacia el macrocosmos, el hombre, la tierra y el mismo sol quedan reducidos en un insignificante punto. ¿Qué es el hombre en ésta infinitud? ¡Una nada! Si, en dirección contraria, dirigimos la mirada hacia el microcosmos, hacia los seres vivos más minúsculos, vemos que todo se puede dividir una y otra vez; incluso el átomo incluye una infinitud de universos. ¿Qué es el hombre en ésta infinitud negativa? ¡Todo un universo! El hombre —sigue afirmando Pascal— es una «caña pensante», que «un vapor, una gota de agua es suficiente para matarlo»; pero, y ésta es su grandeza, «pese a el universo lo aplastase, el hombre sería aún más noble que aquello que lo mata, porque sabe que muere y conoce aquello que el universo tiene de ventaja por encima de él; el universo no sabe nada de eso.»

[Guía]   [Escalas del tiempo: el día de los Primates]