La Edad Media peninsular
se desarrolla a lo largo de poco más de diez siglos. Empieza
con el abandono definitivo durante el siglo V de la última provincia
por parte de los romanos, la Tarraconensis, y acaba con el fin del reinado
conjunto de los Reyes Católicos a finales del siglo XV.
Durante este gran período de unos mil años se producen
grandes acontecimientos que , aun hoy día, se dejan notar en
nuestras maneras de vivir. Pero más que los propios hechos históricos,
el propio fenómeno de la progresiva aparición y consolidación
de las diferentes lenguas romances por la Península y su extensión
y dominio geográfico hacia el sur, junto a la aparición
de las primeras manifestaciones literarias, hacen de esta época
uno de los objetos de estudio más importantes en la historia
de las sociedades peninsulares actuales.
Tras la ruptura de las fronteras
militares establecidas por los romanos frente a los ríos Rin
y Danubio para contener a los pueblos migratorios del este, los mal
llamados pueblos bárbaros inundaron la región de
la Galia hasta llegar a los Pirineos allá por el 409 d.C. Aprovechando
los propios conflictos internos de los romanos, vándalos, suevos
y alanos se introdujeron en las Hispanias y se repartieron el territorio
a suerte tal y como apunta Hidacio en su Crónica. Medio siglo
más tarde fueron desalojados por el pueblo visigodo que, llamado
en auxilio de los romanos, intervinieron para reestablecer el antiguo
orden imperial. Mas no fue así y establecieron el conocido
reino de Tolosa a ambos lados del Pirineo. Las sucesivas derrotas
ante los francos, que presionaban militarmente desde el norte, les obligó
a instalarse progresivamente hacia el sur, llegando a consolidar el
llamado reino visigodo en las figuras reales de Leovigildo y Recadero
a finales del siglo VI.
Las constantes luchas internas por apoderarse del trono entre las diferentes
familias nobiliarias visigodas debilitaron la cohesión sociopolítica
del reino y facilitó la derrota final ante la invasión
musulmana por el sur el año 711. Cinco años más
tarde, los ejércitos musulmanes ocupan la mayor parte del territorio
peninsular; en el norte, facciones de pueblos poco romanizados, población
hispana y los restos de familias godas nobles acompañadas de
sus séquitos y refugiadas entre los francos formaron pequeños
y debilitados núcleos de resistencia que, en un futuro, cristalizarían
en los reinos cristianos del norte.
Así, en el norte montañoso
peninsular, una serie de gentes se fueron aglutinando en torno a cabecillas
que, más tarde, se convertirán en reyes. En el noroeste
se consolida a finales del siglo VIII el reino astur, que irá
trasladando sus núcleos de población regios hacia el sur,
acompañando de esta manera la expansión demográfica
unida al desinterés de las etnias africanas establecidas en torno
al eje fronterizo del río Duero. Convertido el reino astur en
leonés, a ambos extremos de dicho reino se configuran dos núcleos
importantes: Galicia y el condado de Castilla.
Al este de las fronteras castellanas y formado por poblaciones vascas
y habitantes pirenaicos, se forma el reino de Pamplona, poco más
tarde reino de Navarra. De él se desgajarán los condados
aragoneses, en torno al río Aragón, proceso que dará
como resultado el reino de Aragón. En el extremo este peninsular,
los diferentes condados catalanes irán unificándose en
torno al condado de Barcelona gracias a la protección de los
francos.
Por su parte, las poblaciones musulmanas establecidas en la Península
se irán aglutinando primero en torno al emirato y más
tarde, con Abderramán III, se constituirá el califato
independiente; estos territorios serán conocidos tradicionalmente
como Al-Andalus.
La fragmentación política y territorial de los musulmanes,
conocida como taifas, junto al gran impulso demográfico de las
poblaciones cristianas que rápidamente abandonan las montañas
y avanzan desde los valles a los planos, irán presionando hacia
el sur. La consolidación monárquica de cada uno de los
reinos cristianos, el impulso de una sociedad jerárquica y guerrera
y el ideario cristiano de guerra santa serán factores que darán
lugar en poco menos de ocho siglos a que las poblaciones musulmanas
vean muy mermadas sus posesiones geográficas hasta la conquista
de Granada y las posteriores expulsiones de las poblaciones musulmanas
residuales a lo largo del siglo XVI, que tiene su final, más
allá de la época tratada, en la expulsión definitiva
de los moriscos en 1609 en el reinado de Felipe III.
El feudalismo será
el sistema por excelencia que dará sustento a las formas sociales
de convivencia y relación entre las gentes de la época.
Formará éste una sociedad fuertemente jerarquizada, adoctrinada
por las ideas cristianas demasiadas veces puestas al servicio de los
señores dominantes. Esta forma de entender las relaciones sociales
veía su máxima aplicación en el dominio de la tierra:
cantidades ingentes de campesinos trabajaban para un señor que
debía de protegerlos de otros señores más rapaces.
A lo largo del tiempo, las relaciones sociales feudales irán
evolucionando a otras formas llamadas modernas gracias al nuevo pensamiento
cristiano, la formación de núcleos urbanos libres, la
debilidad de las monarquías frente a las castas nobiliarias y
la acumulación de riquezas de sectores de la población
dedicadas al comercio.
La iglesia cristiana juntó
su poder al nobiliario. Ambos poderes estrecharon su dominio sobre la
población, bien mediante el adoctrinamiento, bien bajo su ala
protectora.
Los diferentes reinos cristianos, desde su concienciación como
pueblos herederos de los visigodos en su caso, bien como continuación
del dominio franco, intentaron liberarse del dominio eclesiástico
de Toledo, residuo visigodo, ahora cristiano bajo supeditación
de la iglesia musulmana. Tras no varias disputas, la iglesia cristiana
hispana fue acercándose primero a la franca y, más tarde,
se dirigió en algunos casos a la curia romana, como en el caso
de los catalanes. Si bien es cierto que, durante los siglos XI y XII,
la población de monasterios bajo las órdenes del Cister,
creó innumerables monasterios en tierras catalanas, aragonesas,
navarras y castellanas, particularmente en la ruta jacobea.
Bien es sabido que la Iglesia mantuvo fuertes lazos ideológicos
con la idea de Dios. La vida, y aún más la muerte de cualquier
persona, giraba u dependía de las creencias religiosas. Los reyes
lo son por "Deo gratia", pero poco a poco se va produciendo
una lucha cada vez más intensa que pone en la lid los intereses
terrenales de la Iglesia y los propios intereses de la Monarquía
en cada reino.
La consolidación
de los reinos cristianos. A partir del siglo XI destaca un reino
por encima de los demás, Castilla. Tras establecerse con Fernando
I la unión de León y Castilla, este reino impulsará
una línea expansiva que le llevará en poco tiempo a conquistar
la taifa de Toledo (1085). El reino de Navarra se verá cada vez
más obstruido por el despertar de Aragón y por los continuos
conflictos contra Castilla, después de haber vivido épocas
de esplendor y máximo dominio en la figura del rey Alfonso el
Batallador. Los condados catalanes aglutinados en torno al conde de
Barcelona también empujaron hacia el sur aproximándose
a las tierras del Ebro. Aragón llevó su expansión
más al interior y por el valle del Ebro; Zaragoza no sería
tomada hasta el 1118, un año antes fue tomada Tarragona por los
catalanes. No en vano, Ramon Berenguer IV, conde de Barcelona, gracias
al matrimonio con la hija de Alfonso I, Petronila, unirá en una
misma dinastía los condados catalanes y el reino de Aragón
el 1137. En 1143 se produce la independencia del condado de Portucale,
el futuro reino de Portugal.
El 1195 se produce en Alarcos la derrota del rey castellano Alfonso
VIII frente a los almohades, etnia norteafricana al sur del actual Marruecos.
Después de un breve paréntesis de inestabilidad expansiva
común a todos los reinos cristianos, tras las Navas de Tolosa
(1212) estos reiniciarán su dinámica conquistadora a mayor
velocidad que antes. La definitiva unión dinástica de
león y Castilla en la figura de Fernando III impulsará
la expansión hacia el sur: en 1236, Córdoba; en 1248,
Sevilla y en 1292, Tarifa. Aragoneses y catalanes conquistan las taifas
valencianas y toman Valencia en 1238. pocos años antes, Jaume
I el Conqueridor inició la conquista de Mallorca (1229) y en
1235 completaba el dominio insular con la toma de Ibiza. Castellanos
y aragoneses confluirán en el reino de Murcia que será
definitivamente cedido al reino de Castilla mediante el tratado de Almirra
(1244), donde se perfilan las fronteras aragonesas y castellanas.
El siglo XIV y el XV vivirán el protagonismo castellano en solitario
en la fórmula expansiva. Los musulmanes quedarán reducidos
a las regiones penibéticas, donde crearán el reino nazarí
de Granada. La llegada de los Trastámaras al reino aragonés
y la unión dinástica de castilla y Aragón en las
personas de Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón en 1475,
impulsa la decisión de acabar con el exiguo dominio musulmán.
En 1481 se inicia la guerra de Granada; El 1 de enero de 1492, Isabel
y Fernando entran en Granada y cierran una período de casi diez
siglos de historia.
Tras la caída
visigoda, se impusieron en los reinos cristianos estilos artísticos
más particulares y hondamente vinculados al gusto popular o por
influencia carolingia. No será hasta el siglo XI cuando el llamado
estilo románico de las artes, bien de influencia franca o itálica,
se fuese extendiendo, primero por los valles pirenaicos y, más
tarde, por la ruta jacobea, hasta culminar en esa fantástica
construcción arquitectónica que es la basílica
de Santiago. Superado este estilo artístico, entre los siglos
XII y XIII, otro estilo llegado del norte del reino franco, se irá
imponiendo, particularmente, en el reino de Castilla. Se trata, en oposición
al primero, frecuentemente rural, de un movimiento urbano: es la gran
época de las catedrales góticas, la pintura, la escultura
y otras artes menores. La cultura vive de nuevo un gran momento
con la revisitación bajomedieval de Aristóteles. La extensión
de las universidades a partir del XV y el crecimiento en importancia
de las diferentes lenguas romances peninsulares anticiparían
el humanismo y el renacimiento cultural, ya muy avanzado en algunas
de las repúblicas itálicas.
La lengua castellana.
En época visigoda, las poblaciones hispanas utilizaban al
escribir un latín peculiar conocido como hispánico, más
cercano al latín vulgar que utilizaba la sociedad de un siglo
antes. Sólo en reducidos núcleos culturales enteramente
controlados y ocupados por eclesiásticos se conservaba el latín
de los autores clásicos.
Por lo que se refiere a la lengua oral, ya en esta época empezaban
a despuntar varias formas dialectales que se amoldaban a las diferentes
regiones hispánicas según las vías de comunicación
y la orografía del territorio, distinguiéndose bien las
maneras de hablar propia de los valles y llanos que las de las montañas.
No podemos decir que la lengua germánica de los ocupantes influyera
especialmente en el germen lingüístico, ya que estos estaban
fuertemente romanizados y muchas de las voces germánicas ya habían
sido incorporadas y latinizadas.
La invasión musulmana supuso un freno geográfico al avance
de estos dialectos bajolatinos. En el territorio hispano de dominio
musulmán, el latín hispánico derivó en un
romance distinto de los hablados en los territorios cristianos conocido
como mozárabe; éste fue decreciendo en su mayor parte
debido al auge cultural de la lengua árabe y a la islamización
masiva de la población hispana a partir del siglo XI. En el norte,
a partir del siglo X, se fueron configurando núcleos lingüísticos
diferentes de acuerdo con sus particularidades geográficas y
comunicativas. De oeste a este peninsular, estos dialectos eran el gallego,
el astur y el leonés, el castellano, el navarro-aragonés
y el catalán.
En Castilla, por una serie de circunstancias histórico-geográficas,
se formó un dialecto original e independiente que pronto ofreció
un estado más avanzado de evolución que los demás
dialectos. No será hasta el siglo XIV que la lengua, así
ya la podemos denominar, castellana entró en un proceso de regularización.
Tanto es así que la madurez de esta lengua adquiere pleno vigor
en la obra del filólogo y humanista Elio Antonio de Nebrija,
particularmente en su Arte de la lengua castellana, la primera gramática
escrita en lengua romance.
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