LENGUA CASTELLANA     
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Adelaida de Sárraga  
Back EL CASTAŅO de Rafael SÁNCHEZ FERLOSIO

EL CASTAÑO

   

(...) Lo más importante del jardín del sol era el pozo. Tenía un brocal de piedra verde y un arco de hierro  forjado para la polea. La polea era de madera y chillaba  como una golondrina.  El cubo era también de madera sujeto  con aros de hierro, como las cubas, y pesaba mucho. El pozo era muy hondo y tenía el agua muy clara. A medio nivel se veía un arco oscuro que  abría una galería.  Alfanhuí tenía mucha curiosidad por aquello, y un día se descalzó y bajó al pozo.

 

 
 

Metió los pies en el cubo y se descolgó, soltando  la soga poco a poco, hasta que llegó a la altura de la galería.  Puso un pie en el umbral y vio que el agua le llegaba por media pantorrilla, porque la galería era más somera que el pozo. Luego se soltó de la soga y encendió una lámpara que   traía. Avanzó por la oscuridad. Por debajo del agua sentía en sus pies un fondo musgoso y resbaladizo con algunos guijarros.  Por las paredes bajaban hilos de agua y estaban llenas de musgo empapado, por el que corrían unos animales como estrellas de mar, muy aplastados y del tamaño de una mano. Una gota de agua cayó sobre el candil y  Alfanhuí se quedó a oscuras.

 
 

Al fondo de la galería pudo ver una brecha muy angosta con una vaga luz verdosa. Siguió avanzando y el agua se hacía más somera cada vez, hasta que pisó en seco. Llegó por fín a la brecha. Apenas cabía por allí.  Entró a una especie de cueva en forma de campana, cuyas paredes estaban forradas de gruesas raíces. Entendió que aquello era la base del castaño. La cueva no era  muy grande y tenía en el medio como un laguito de agua verdosa, en el que pescaba una columna de raicillas largas  y finísimas  que colgaban  del techo, como una cabellera.  Alrededor del charquito había una playa de arena, muy estrecha, que subía en declive hasta la pared, tocando las gruesas raíces que sujetaban la tierra y se cerraban en arco hacia arriba, como una cúpula. Alfanhuí no entendía  de  dónde  venía  aquella luz verdosa que alumbraba la cueva. Vio por fin una gran araña del tamaño de un plato, con las patas fuertes y el cuerpo luminoso como un fanal que dormitaba sobre la arena. Esta araña debía ser ciega porque tenía las patas igualmente dispuestas alrededor de su cuerpo y no se podía decir cuál era lo de delante ni lo de atrás, ni tampoco se le veían ojos ni antenas de ninguna clase. Era igual por todas partes y tenía el cuerpo como una bola aplastada, que daba aquella luz verde.

 
 

    Alfanhuí vio que los hilos que bajaban del techo eran de dos maneras. Por   unos   subía   el  agua  verde del charquito  y por otros bajaba luz. Pero no pudo ver más, porque la araña despertó y avanzó por la playita circular, girando sobre sí misma, hasta que topó el pie de Alfanhuí y le picó. Al picarle perdió un poco de luminosidad y se hundió en el agua como un cangrejo. Alfanhuí comprendió que la araña chupaba la luz de los hilillos que bajaban. Pero la picadura le dolía y se marchó. Anduvo por la galería  hasta   el pozo, y volvió a subir como había bajado.  Luego se fue en busca del maestro para contarle todo y que le mirara aquella picadura. El pie le había quedado fosforescente y se le veían los huesos a través de la carne verdosa. A los pocos días perdió aquella luz y volvió a oscurecérsele y quedó sin daño.

 

       Pero el maestro y Alfanhuí pensaron que podrían hacer grandes cosas con aquel descubrimiento.

 

 
   
 

Rafael SÁNCHEZ FERLOSIO: Alfanhuí.

Editorial Destino

   
Por Adelaida de Sárraga

     

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®© Adelaida de Sárraga. Desde 2002. Actualizado el 03/12/2005.  
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