Mala educación
EL DEBATE debería centrarse, antes que sobre los contenidos, en los objetivos que alcanzar | |
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CRISTINA SÁNCHEZ MIRET - 27/11/2005
en LA VANGUARDIA
Estas últimas semanas, aparte de los temas estrella que ocupan el panorama
político y del último encuentro - con preencuentro y postencuentro
incluido- entre Madrid y Barça, han aparecido no pocas noticias sobre
educación, y no me refiero precisamente a la polémica en torno
a la ley ni a la manifestación convocada en contra de la reforma que
ésta propone. La educación es un tema fundamental de nuestra sociedad,
puesto que la democracia tiene uno de sus pilares centrales en el sistema educativo.
Lo que olvidamos demasiado frecuentemente es que esta importancia no reside
en su misma existencia, es decir, en que haya escuela para todos, sino en su
buen funcionamiento.
Puede parecer que el problema consista en encontrar cuál es la fórmula
o la mejor fórmula para conseguirlo - y de ahí el encontronazo
político de estos días-, pero ni la polémica tan ardua
que se ha desencadenado ataca el problema de raíz. El debate debería
centrarse primero en definir qué es lo que entendemos por un buen sistema
educativo, no en cuanto a contenidos sino en objetivos que alcanzar. Después
ya hablaremos de los contenidos. ¿Qué queremos como país
que la escuela consiga para nuestra sociedad en conjunto y para cada uno de
sus miembros en particular - es decir, nuestros hijos, sobrinos y nietos-? En
definitiva, discutimos mucho, opinamos por doquier, pero no sabemos claramente
a qué apostamos.
¿Queremos una escuela que consiga sólo - y enfatizo el sólo-
buenas cuotas de niveles educativos?; cuanto más altos mejor para poder
situarnos competitivamente hablando en un buen lugar respecto del resto de Europa.
Entonces entiendo que nos rasguemos las vestiduras ante los datos publicados
que dejan a España en la cola en cuanto a niveles educativos. Datos que
tener en cuenta, evidentemente pero también que sopesar en su justa medida.
¿O queremos una escuela que asegure la igualdad de oportunidades a todos
los miembros de esta sociedad?; es decir una escuela que no reproduzca, ratifique
y certifique con un papel o un título la desigualdad de partida.
Como país ganaríamos mucho más con esta segunda opción
- que no es siquiera antagónica con la primera-, pero sí que supone
una revisión más profunda de todo el sistema educativo, - y no
sólo de éste, evidentemente- y que convierte, además, la
discusión de tener o no religión en el currículo o hacer
o no dos horas más de lengua o de matemáticas en puramente anecdótica.
Ya hemos visto en Francia - mejor situados en la comparativa europea en cuanto
a resultados académicos que España- el resultado que ha tenido
apostar - consciente o inconscientemente- sólo por la primera de las
opciones.
En estos tiempos, al sistema educativo se le adjudican grandes responsabilidades,
más allá de las que tiene y de las que le tocan; de ahí
las quejas repetidas de los cuerpos docentes sobre que ellos no pueden hacerlo
todo. Es cierto, no pueden solucionar los problemas de la sociedad, pero ello
no quiere decir que el sistema educativo no tenga que asumir las responsabilidades
que le tocan. La primera y más olvidada, sobre todo por los políticos,
es no estigmatizar y sí igualar las oportunidades - tanto en su seno
como fuera de él- de todos aquellos que acuden a las aulas. Aún
más cuando la educación es la puerta para el mercado de trabajo
y para una buena posición social. Porque ahora es más importante
que nunca, quizá, que nos guardemos - por otro lado como siempre hemos
hecho- de la mala educación.
C. SÁNCHEZ MIRET, socióloga