Recibí tu mensaje. Lo
tomé
como un regalo...
Es un regalo... un silbido en la
noche, y una invitación a la confidencia. Te he escrito,
precisamente,
para que me escribieras.
Todos esperamos con ilusión recibir correo de los amigos.
A veces vivimos como ave en jaula, que al oír un silbido cercano
le da un vuelco el corazón, se llena de alegría y
responde
con un concierto de trinos.
Alex tiene una tienda de piensos cerca del mercado. Todo el mundo
le
consulta cuando su mascota enferma.
Alex siempre tiene alguna pócima para que el perro deje de
rascarse,
o para que el canario vuelva a cantar.
Dudo que se puedan tener más cosas en tan poco espacio. En las
estanterías se apilan jaulas, latas, cajas y bolsas, tapizando
las
paredes hasta el techo. El suelo está casi completamente
cubierto
de sacos abiertos, cada uno con un tipo distinto de semilla o pienso
compuesto.
Un estrecho sendero se abre entre ellos.
Los clientes esperan su turno en fila india. Cuando se marcha el
último,
las palomas callejeras entran sin pedir permiso, dejando el suelo
limpio
en un santiamén. Hay una que se cuela hasta el fondo de la
tienda,
mucho más rolliza y lustrosa que las demás: es la
favorita
de Alex.
Esta no anda por ahí
comiendo
porquerías me explica,
mientras le va echando comprimidos de pienso que el ave engulle al
instante,
de un picotazo.
Acabado el banquete, con el buche notablemente abultado, desfila por
el pasillo contoneándose afirmativamente, como suelen hacer las
de su especie. Se detiene al comprobar que le cierro el paso hacia la
calle.
Me mira interrogante, con cierto aire de arrogancia, como quien
descubre
a un intruso en su casa. En lugar de hacerme a un lado, separo un poco
los pies. Es suficiente. Se escabulle por debajo, sin perder la
dignidad.
Al llegar al dintel de la puerta, se para un momento, se atusa las
plumas
y contempla a las demás por encima del ala, con aire de
superioridad.
Es la favorita.
La radio suena sin descanso, para animar a canarios, loros,
periquitos...
Pero lo que les entusiasma es que les prestes atención, que
imites su canto, que rías sus payasadas.
Casi siempre me paro al pasar por delante de su tienda, de camino al
trabajo, y charlamos un ratito...
mientras los periquitos arman un escándalo, chillan, se pasean
por toda la jaula y agitan las alas, hasta que les digo algo.
Y entonces el loro se pone celoso, y protesta.
¿No habías
vendido
ya este loro?
Sí... Me lo habían
pagado, pero les devolví el dinero cuando vinieron a recogerlo.
Me enteré de que lo iban a tener en una habitación sin
vistas
al exterior, y me dio pena.
Así no venderás
muchos...
Me gusta encontrarles la persona
adecuada. A veces, me encariño con ellos y acabo
llevándomelos
a casa, pero ya no me cabe ningún animal más.
A mí también me da devoción alimentar
las
aves,
porque me sé instrumento de Dios Padre:
"Mirad las aves del cielo,
que
no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros, y vuestro Padre
celestial
las alimenta."
¿Te fijaste cómo brillaban los ojos de tu padre
cuando
hablamos de música?
He comprobado que, cuando pongo
música de fondo, influye en lo que escribo
, le dije.
¡Ya lo creo!
Y años después, lo
escrito me evoca la música que me sirvió de
inspiración....
¡Exacto!
Pulsé las cuerdas de su corazón, y vibraron, porque ama
la música.
Pero el abuelo seguía triste. Se levantó y dijo:
Bueno... me voy.
¿Te acuerdas de su reacción cuando le pregunté
por sus canarios, y si conocía la tienda de Alex?
Le cambió la expresión del rostro, se volvió a
sentar, y subió el volumen del audífono hasta hacerlo
chirriar.
¡Ah! ¿Conoces a
Alex?
Le compré un canario hembra hace poco. De color gris...
¡Preciosa!
¡Una maravilla!
Pero el macho no le hace ni caso. Ya lo decía mi mujer, que
en paz descanse: "Este canario es marica".
Le he encargado otro macho, pero ya ha pasado la época de
cría,
y no me lo tendrá hasta el otoño.
Recuérdaselo cuando le veas. ¿Le verás?
Sí, claro. Se lo
recordaré.
Tres años vive un hurón, tres hurones vive un perro,
tres
perros vive un caballo, tres caballos vive un hombre...
¿Cuánto tiempo vive un pajarito?
Se lo preguntaré a Alex mañana, cuando me pare a silbar
a los periquitos, y al loro le dé un ataque de celos.
Cuando llegue el día que tiene que llegar, y vayas a casa
del
abuelo para recoger sus jaulas... encontrarás una pareja de
canarios
que le hicieron compañía.
No abras la puerta para dejarles volar. No están presos.
Recuerda
lo que dijo el abuelo antes de irse:
Sólo necesitan que alguien
les mire para estar contentos.
Sórbete las lágrimas y silba, si puedes, porque él
ya no podrá alegrarles con su silbido.