El amor es vida.
El amor divino es eterno. Dios mismo es el Amor, la Vida.
La vida humana, con todos sus sufrimientos, puede ser un anticipo del
cielo si se empapa de amor. Pero si no... puede convertirse en un
anticipo
del infierno.
El amor humano, si no se renueva cada día, muere. Tarde o
temprano,
la hoguera de la pasión deja lugar al rescoldo de las brasas. Es
preciso ir alimentando el fuego, o las brasas acaban por convertirse en
cenizas. Y entre las cenizas aparecen de nuevo, más horribles
que
nunca, los defectos. Se vuelven a abrir heridas mal cicatrizadas, se
sacan
a relucir antiguas listas de agravios. Se dice lo que nunca se
debería
haber dicho. Se llega a una situación insoportable, en la que
convivir
parece una tortura. Una nadería se convierte en la gota que
desborda
el vaso...
Es la cuesta abajo por la que caen quienes se dejan arrastrar por el
orgullo herido, por el exceso de amor propio.
Es inevitable que se produzcan roces entre los que conviven. Pero
basta
con que uno de los dos ceda para parar la guerra.
Y le toca ceder a quien tiene razón. Porque quien no la tiene,
suele ser incapaz de perdonar.
Cuentan de un pobre hombre que, estando ya en el lecho de muerte,
levantó
una mano y entreabrió los labios, haciendo un supremo esfuerzo
por
hablar.
¡Mirad, parece que quiere
decir algo! dijo uno de los
que
le acompañaban.
¿Querrá expresar
su última voluntad?
añadió
otro.
Os perdono a
todos...
musitó el moribundo.
Suerte que, de vez en cuando, Dios elige a un ser humano y lo
forja,
hasta hacer de él un santo.
El corazón de los santos es como una fuente de agua viva, que
mana con fuerza, saciando la sed de quien se acerca a ellos.
De su boca salen tesoros de Verdad. Sus libros contienen frases que
son como monedas de oro de un tesoro escondido.
Te copiaré una que viene al caso y que, de no haber sido
pronunciada
por un santo, resultaría desconcertante:
No he tenido que aprender a
perdonar,
porque Dios me ha enseñado a querer.
Es de Josemaría Escrivá.
No sé cuantos años llevarían casados.
¿Treinta?
¿Cuarenta?
No era la primera crisis matrimonial por la que pasaban... pero, tal
como iban las cosas, podía ser la última.
¡No aguanto más, no
aguanto tantas humillaciones!
decía ella ¡Lo
único
que le interesa es el dinero!
Y no lo decía sólo por desahogarse, sino como quien ha
tomado la determinación de huir, pero no ha fijado
todavía
la fecha.
Aproveché la primera ocasión propicia para hablar
con
él.
Parece que va en serio, que te
quiere dejar.
Sí... ¿y qué
puedo hacer?
Haz un gesto que demuestre que
la quieres. Mejor que hacerle un regalo, ¿por qué no le
pides
que sea ella la que administre todo?
¡Eso nunca!
No hubo más que hablar. Era cuestión 'de principios'.
Me encaré a Dios y le dije:
Ya ves: no puedo hacer nada
más.
Tú lo puedes todo. ¡Haz algo!
Les encontré en uno de los boxes del Hospital
Clínico.
A ella, con perforación intestinal y peritonitis, tendida en
una camilla y esperando una operación de urgencia.
A él, con peor cara que ella, a su lado.
Me acerqué a la camilla y le pregunté:
¿Quieres que avise a un
sacerdote?
Sí.
Serían cerca de las nueve de la noche. El cura llegó
enseguida, le atendió afectuosamente, y se fue.
Luego se la llevaron hacia el quirófano.
¿Por qué hace siempre tanto frio en los
quirófanos?
Ya sedada, y a punto de quedar inconsciente, pudo oir:
¡Tenemos una "peri" !
La operación fue un éxito: salvó la vida,
pero
perdió un buen trozo de colon.
Le abrieron en un costado un orificio 'provisional'. Durante un largo
periodo tuvo que utilizar
bolsas
de plástico para recoger las heces. Aproximadamente un
año
después, le operaron de nuevo, para reconstruir el tracto
intestinal.
Luego fue preciso operarle de una hernia. Según parece, se
producen
con cierta frecuencia a raíz de este tipo de intervenciones.
Doctor
le preguntó ella y
usted,
¿sabía antes de operarme todo lo que tendría que
sufrir
luego?
Sí...
El marido llegaba al hospital a primera hora, con un par de
bocadillos
en un macuto.
Se quedaba a su lado todo el día, todos los dias, hasta que
llegaba la hora de cerrar y le obligaban a marcharse.
¿Qué tal, nenica?
¿Cómo
has pasado la noche?
Bien...
dijo ella, supongo que ocultando parte de la verdad.
Sentada en la cama y él, de pié, a su lado... se daban
la mano y se contemplaban.
La otra enferma que compartía la habitación
comentó:
Parecen dos novios,
¿verdad?
Si usted supiera...
pensé.
Me acordé entonces que había pedido a Dios que arreglara
aquél matrimonio.
Y lo arregló.
Pero, a partir de entonces, cuando me piden que rece por alguien,
pienso:
¿De verdad?
¿Aceptas
el riesgo?