Quienes se quieren se suelen hacer regalos.
Muchas veces, permiten expresar los sentimientos mucho mejor que las
palabras, incluso con independencia de su valor material.
El envoltorio tiene su importancia. A mí me gusta envolver los
regalos con oportunidad y con una sonrisa... orientando al extranjero
que
se rasca la cabeza frente al complejo mapa, alargando un caramelo
balsámico
a quien tose y carraspea, o echando una mano a quien lleva encima una
carga
demasiado pesada.
Porque lo que da valor al regalo es lo que damos de nosotros mismos.
La caridad, más que en
dar,
está en comprender
decía
Josemaría Escrivá.
El seis de enero es el día de la Epifanía, el día
de
Reyes, en que se suelen regalar juguetes a los niños... y
a los menos niños.
¿Qué te han
traído
los reyes?
Aquél año me habían regalado varias cosas, pero
todas quedaron eclipsadas por una pequeña bolsa con dos palos de
golf: un pitch y un putt.
En casa podía practicar con el putt, sobre la alfombra.
Me habían regalado también unas bolas huecas, de
plástico,
pero pronto me di cuenta de que para probar el otro palo necesitaba
bolas
de verdad y más espacio. El campo de rugby de la la zona
deportiva de la Universidad era lo que tenía más a mano.
Cuando no había nadie podía lanzar bolas de
portería
a portería. Pero los fines de semana, incluso cuando no
había
partido, se llenaba de gente. Lo único que podía
practicar
eran tiros cortos: ponía un puñado de bolas en la hierba
e intentaba moverlas de aquí para allá unos cuantos
metros,
sin dispersarlas demasiado. ¡Qué tontería!,
¿verdad?
Pues lo hacía día tras día, semana tras semana.
Porque no lo hacía porque me apeteciese, sino porque
quería
aprender.
Eric Clapton aconsejaba a quien le preguntaba cómo aprender
a tocar bien la guitarra que practicase hasta que le sangrasen los
dedos.
¿Quieres hacerlo bien?
Pues
practica hasta que te salgan callos. Persevera.
El consejo es aprovechable para cualquier habilidad que se desee
aprender
en la vida.
Bien mirado, es aprovechable para conseguir cualquier cosa que valga
la pena.
Cuando se quiere algo de verdad, desaparecen del vocabulario las
palabras
aburrimiento, cansancio, desilusión.
Cuando se quiere de verdad, más con determinación que
con pasión, se quiere ahora, siempre, y a pesar de los pesares.
A medida que iba llegando más gente a retozar en la hierba,
tenía
que reducir las dimensiones de mi campo de prácticas.
Se acercaron un par de desconocidos, y uno de ellos me pidió
el palo, para probar.
¡Ooooh!
¡Déjame,
déjame! ¡Sólo un tiro!
Por la decisión con que estiraba del palo, se notaba que se
moría de ganas.
Me resistía, pensando que podía golpear a alguien.
Tranquilo, que sé darle.
Muy suavecito...
Tranquilo. Ya verás.
Se pasó un poco, pero no mató a nadie.
Me contó que era canadiense, y que tiempo atrás
había
practicado el golf, en la República Dominicana. Llevaba mucho
tiempo
sin jugar, y no sabía dónde ir.
Por aquellos años sólo había un lugar en
Cataluña
donde se pudiera jugar sin tener licencia federativa: el pitch and
putt
de Solius, en Gerona. Se lo expliqué, le pareció bien, y
quedamos de acuerdo en ir un fin de semana. Ninguno de los dos llevaba
encima papel ni lápiz. Tuve que garrapatear su número de
teléfono en una hoja de hiedra, con un palito.
Me ganó por más de diez golpes.
Durante el viaje de regreso a Barcelona, mientras él
conducía,
me habló de sus hijos, de su mujer...
Hay detalles del carácter
de mi mujer que se me hacen insoportables...
Si no le quieres con sus
defectos,
no le quieres de verdad le
dije
.
¿Qué has dicho?
¡A
ver, repítelo!
Me miraba de hito en hito, con expresión de asombro.
Mira hacia delante...
pensé .
Repíteme eso que has
dicho,
por favor, que si no le quiero...
... con sus defectos, no le
quieres.
Quizá te buscas a tí mismo.
Sacudió la cabeza, como aturdido.
Jugamos bastantes partidas más.
Un día, al llamarle para concretar la próxima salida,
me dijo:
Vendré con un amigo.
¿Te
importa?
No, claro que no.
Y llegó el fin de semana, y me presentó al amigo:
odontólogo,
como él.
Háblale
me
dijo .
¿Cómo, que le
hable?
Sí, como a mí, con
lo de mi mujer... que se arregló. Él también tiene
problemas ahora.
Esto de los amigos es como las cerezas. Conoces a uno, y
detrás
viene otro, y otro... todos de la misma profesión.
Según la temporada, juego con ginecólogos, con
arquitectos...
Recuerdo cuando un aparejador me presentó a un arquitecto, en
el tee del hoyo 1 de Taradell:
¿No es arquitecto...?
No.
Mmmm... ¿Tiene el swing
ortodoxo?
Sí.
Bueno. ¡Juguemos!
Aprendí mucho de aquellos compañeros de juego en
Taradell,
especialmente en el hoyo dos.
Se trata de un par cinco, dog-leg a la derecha, con fuera de
límites a ambos lados.
Es fácil enviar bolas fuera, una tras otra. Más que por
perderlas, me desesperaba por el mal juego.
Como diría "Guille", el hermano pequeño de Mafalda: me
dolía el "odgullo".
Un día, tras dispersar una serie de bolas, no me pude
reprimir
y tiré el palo contra el suelo.
Mi acompañante me miró y dijo, sonriente:
Para jugar al golf hay que ser
humilde...
Buen consejo. Mejor de lo que parece a primera vista.
Iba por la vida creyéndome obligado a demostrar lo que era
capaz
de hacer. Los errores me parecían intolerables y los aciertos,
insuficientes.
Ahora, simplemente, juego. Disfruto del entorno, de la
compañía...
Los fallos... ni me inmutan: Errare humanum est. Además,
siempre se aprende algo de ellos.
Los aciertos extraordinarios... los recibo con cierta sorpresa:
¡Qué raro! Ha salido
bien a la primera.
En esos casos, a veces, me invade una cierta sospecha, miro de reojo
hacia arriba y me acuerdo de aquello que se dice en la Sagrada
Escritura:
que Dios disfruta jugando con nosotros sobre la faz de la Tierra.