La situación
que plantea el catarismo podría parecer como bloqueada: por
un lado, el principio del bien y del Ser fuera del tiempo, fuera
del mundo visible, en el mundo luminoso y infinito de los
espíritus buenos, en la eternidad; por el otro, el mundo visible y temporal,
del que el principio maligno es el príncipe ordenador, donde
las almas de los hombres, de encarnación en encarnación,
duermen en la materia corruptible indefinidamente renovada y en el olvido
de su origen divino.
Pero Dios en su amor infinito, no permanece inmóvil
en su mundo de luz. Tiene "piedad de
su pueblo" y interviene en un mundo que no es el
suyo "mediante el advenimiento de su hijo
Jesucristo". Dios hizo transmitir a su "pueblo
en el exilio" el mensaje de la revelación y de la salvación
destinado a "liberarlo del mal". Y el Cristo,
enviado por Dios, apareció en este mundo y predicó
el reino de su Padre, recordando a las almas adormecidas su
patria celestial.
Para los cátaros,
no fue para redimir el pecado original mediante su sacrificio
y su muerte en la cruz, que el hijo de Dios había venido a este
mundo. Jesús habría venido para enseñar a los hombres, después
de haberles recordado que su reino no era de este mundo, los gestos
libertadores que les podían volver a la eternidad y librarles del mal
y del tiempo.
Este gesto
salvador que el Cristo había venido a transmitir a sus apóstoles
y a los que había pedido que lo hicieran con las enseñanzas que Él les había dado,
era el sacramento del bautismo por imposición de manos y del espiritu, el bautismo
por el fuego y no por el agua, el consolamentum
de los Buenos Hombres occitanos.
La iglesia
católica había construído su dogmatismo, alrededor de Cristo, el
redentor, y alrededor de su cuerpo martirizado. Este sacrificio se repite
incansablemente durante la eucaristía y al finalizar la misa: misterio
de transubstantación el pan se convierte en cuerpo, el vino se convierte
en sangre: sufrimiento, muerte y vida.
Para los cátaros,
el pan no se convirtió nunca en carne, el vino no representó nunca el papel, horripilante,
de la sangre vertida: no será con la perpetuación del sufrimiento y de
la muerte que se podrá suprimir, acabar con el mal, sinó multiplicando
el Espiritu en este mundo.
"Entonces les imponían las manos y recibían el Espiritu
Santo"
(Fets 8,17).
Cristianismo
sin cruz, cristianismo sin eucaristía, ..., la religión cátara
es pues, ámpliamente doceta: Hijo de Dios, emanación
de Dios, Ángel de Dios, fue bajo la apariencia
de hombre y no en la realidad de su carne, que el Cristo fue enviado
a este mundo maligno, solamente fue en apariencia que
murió en la cruz. Ninguna gota de su sangre, ni humana ni divina, fue derramada,
ninguna carne fue dañada ni conducida a la muerte. El Hijo de Dios no podía
morir -ya que el principio maligno es el príncipe de la muerte-,
pero lo que sí podía hacer era sufrir.