Las rutas que siguen las
ideas para penetrar en una determinada zona, son pocas veces misteriosas,
en cambio, las condiciones de su implantación, son en general menos
evidentes. Los documentos y el mismo desenlace de la Historia demuestran de
forma indudable, que el catarismo se propagó a través de Europa
durante el período histórico de reapertura de les grande rutas
comerciales, después de las invasiones y del establecimiento tanto de
nuevos centros de intercambios comerciales -las Ferias-, como de nuevas
técnicas financieras,por no decir bancarias. La letra de cambio, el
antepasado directo del cheque y de la tarjeta de crédito, fue inventada
en Tolosa durante el siglo XII.
Los principados occitanos, que formaron
el marco general del desarrollo del catarismo albigense, son muy a menudo
estas zonas europeas avivadas por las nuevas corrientes de intercambios
comerciales y trastornadas por la misma economía monetaria.
Se caracterizan igualmente por un progreso de la vida urbana, unida a la
expansión económica y a la aparición de una clase
burguesa de mercaderes, y también por una estructuración de
las ciudades que adquieren libertades, franquicias y consulados, en
detrimento de los señores feudales(Tolosa, Carcasona, Beziers, ...).
Se trata de lugares, donde el clima
sociocultural y económico, favoreció la implantación del
cristianismo cátaro, ya que éste se inscribirá sin
dificultad aparente, en el conjunto de las clases sociales, y de una
manera francamente "progresista", es decir en el sentido de la corriente
económica innovadora y aportadora de futuro. Al mismo tiempo,
se desarrolla un relativo despertar de la clase burguesa en relación
con el sistema feudal, que es la que toma el poder en las ciudades, al
menos en las zonas meridionales. Las ciudades tendrán como
característica general, el hecho de ser lugares de paso y de
intercambio del nuevo gran comercio internacional, a la vez que punto de
proyección de una nueva cultura literaria profana (el "trovar").
Una burguesía que a finales
del siglo XII, y en Occitania esencialmente,estaba en pleno apogeo
político a causa de los consulados urbanos y en pleno apogeo
económico al sesgo de un gran comercio internacional apoyado en
las nuevas técnicas bancarias. Una clase burguesa pues,que entre
otras razones, debía sentirse atraída, por una Iglesia que
no tenía ninguna razón de orden metafísico ni práctico,
para cubrir de oprobio el préstamo con intereses,ni asimilarlo con
la usura, y que no excomulgaba de ninguna manera a los que lo practicaban
(si que lo hacía la Iglesia romana, desde un decreto del 1r. concilio de
Letrán, el año 1097).
Además, el rechazo por parte
de la Iglesia cátara de cualquier clase de violencia institucionalizada,
guerra o pena de muerte,su desprecio por cualquier jerarquía temporal
y su negación de un derecho de justicia laico, no parecieron estorbar
la eficacia de las prédicas cátaras entre la nobleza. No lo
pareció más que la teórica igualdad en el aspecto social
que fluíade los destinos de la reencarnación de un cuerpo
adinerado a un cuerpo oprimido: la incitación tácita de los
Buenos Hombres a los señores, que necesitaban que el diezmo
eclesiástico no fuese restituído, era un argumento que comportaba
que realmente no pudiesen perjudicar estos idealismos evangélicos.
Y, de hecho, las relaciones que se establecieron entre la Iglesia de los
Buenos Cristianos y la pequeña nobleza occitana no fueron casi nunca
relaciones de interés, sino unos sólidos y fieles
vínculos de fervor y de corazón.
La clase burguesa mercantil, en
teoría, tenía mejores razones para adherirse al cristianismo
cátaro que no las que tenía la nobleza. Para empezar, y
contrariamente al clero de la Iglesia dominante,que subsistía de sus
imposiciones sobre las poblaciones de sus fieles, los Buenos Hombres
participaban en el mundo laboral. Su regla de vida evangélica, les
obligaba a trabajar para vivir, siguiendo el ejemplo de los apóstoles,
los cuales, ejercían todos algún oficio.
Convertidos en Buenos Cristianos, los
antiguos caballeros ya no temen para nada "rebajarse". Caballeros que
aprenden a tejer o a coser, damas importantes (como la hermana del conde de
Foix), que estaban obligadas a trabajar con la rueca para poder vivir,
predicadores itinerantes que se convierten en mercaderes y siguen las
rutas comerciales por los burgos y las ferias. Es innegable que la sociedad
religiosa cátara se abría hacia el mundo de la burguesía
mercantil de manera muy natural.
Las casas
cátaras, las casas de hombres y mujeres perfectas, en las ciudades y
en los burgos, hacían la función de talleres,y al mismo tiempo
de centros de predicación y de plegaria. Eran talleres donde se
trabajaba en la elaboración de tejidos, de costura y de fabricación
de diversos objetos artesanales de la vida cotidiana,desde la escudilla de
madera hasta los peines de cuerno. En cuanto a los perfectos itinerantes,
siempre de dos en dos, para llevar a cabo su misión de la
predicación y su sacerdocio del "consolamentum", ejercerán
diversos oficios, pero siempre "móviles", como médicos,
carpinteros,..., aunque algunas veces podían contratarse como obreros
agrícolas en tierras laicas, desempeñaban razonablemente de
forma privilegiada unos oficios compatibles con su situación de
caminantes. De manera natural, eran encaminados a hacerse portadores,de plaza
en plaza, tanto de la Palabra del bien como de los productos procedentes de
sus talleres. Contribuían así ampliamente a la financiación
de su Iglesia, a la cual naturalmente también alimentaban diferentes
donaciones, y sobretodo legados entregados con motivo de los "consolamentums"
dispensados a los moribundos.
No obstante
ser una Iglesia rica (rica por el trabajo de toda la comunidad), por las
donaciones y los legados piadosos como cualquier Iglesia, y a pesar de la
vida de pobreza de cada uno de sus miembros, la Iglesia cátara
necesitaba dinero. Sus "bienes" no estuvieron nunca "congelados" en forma de
grandes haciendas, sino que se quedaron en el mercado económico.
El mundo de los negocios fue acostumbrándose a trabajar con ellos
(les confiaba sumas en depósito porque de todos era conocida su
integridad), y la Iglesia administró estos depósitos
conjuntamente con sus propios fondos y, probablemente,sin dudar en hacerlos
fructificar. Lo hicieron eso sí, de manera
escrupulosa, teniendo extremo cuidado siempre en devolver los depósitos,
incluso en los periodos de grave peligro, ya que el fraude en los préstamos
y en las gestiones parece que figuraban en la categoria de los "pecados".
De esta manera la Iglesia proporcionó unos importantes servicios,
tanto a los pequeños artesanos locales como a la clase burguesa
comerciante en conjunto, y se inserto de manera generalizada dentro de la
economía monetaria de la época.
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