El
catarismo tuvo una importante repercusión en la sociedad catalana, sobretodo
a partir de la segunda mitad del siglo XII (el primer documento que habla de una comunidad
cátara catalana en el Valle de Aran, está fechado en 1167), y hasta finales
del siglo XIII. Presentaba muy pocas variantes doctrinales respecto
al catarismo occitano, debido principalmente, a la rigurosa jerarquización
de la iglesia cátara.
Fue introducido desde Occitania siguiendo
el procedimiento habitual de los cátaros, a través, sobretodo,
del comercio y de la industria, principalmente la téxtil
(que durante el siglo XIII dependía, en gran parte, de comerciantes occitanos), y se incrementó
con la llegada de nobles occitanos cátaros, motivada por
la represión religiosa en Occitania y favorecida por la corona catalanas,
por la importante entrada de capital que comportaba,
por los intereses derivados de la guerra contra los sarracenos y por la repoblación
de los territorios conquistados.
Por otro lado,
la amplitud de su difusión se explica, en parte, por las crisis
sociales que implicaron en Cataluña el nacimiento de la burguesía. Los grandes
señores feudales, interesados por afianzar, delante de la feudalidad eclesiástica,
las posiciones logradas, eran propensos a la adopción de una doctrina
que comportaba la supresión del poder temporal de la Iglesia.
A pesar de ello, fue con el nacimiento y la expansión de la burgesia, cuando
el catarismo consiguió una mejor adecuació a los intereses de clase, y de esta manera,
en la medida que era una doctrina que no solamente no condenaba las actividades mercantiles,
sino que incluso las favorecía, y que en su concepción dualista encajaba
con la valoración burguesa de las dos grandes realidades sociales del
momento: el mundo agrario y feudal, basado en el sentido sagrado del linaje y de la propiedad
territorial, considerado por aquella como un estorbo
y una representación del mal, y el mundo artesano y comerciante,
que encarnaba el bien.
Las zonas más influídas por la
nueva doctrina fueron el Rosellón y los valles pirinaicos, donde las
grandes familias tenían importantes lazos familiares, culturals, militars
y económicos con Occitania. La zona catalana pirinaica occidental
llegó a ser también, refugio y centro de actividades cátaras,
destacan: Andorra, la Tor de Querol, Berga, Josa, Gósol
y Castellbó, ..., y un destacado grupo de los señores de estos territorios
se convertiran en decididos protectores de la herejía. El catarismo se extendió hasta Barcelona,
Lérida, Prades, Siurana, Arbolí, Cornudella, región
de Morella y por las nuevas tierras conquistadas a los musulmanes.
La cruzada albigense, que suposo la represión por la fuerza del catarismo
occitano, tuvo una gran repercusión para Cataluña: representó
el final de la expansión catalana en tierras occitanas, y pasarán
a formar parte del reino de Francia, a partir de la derrota sufrida por
el rey Pedro I en Muret (1213),
y también será el comienzo de una importante emigración que contribuirá
a la conquista de tierras musulmanas y beneficiaran la expansión
catalana por Italia, gracias a la imagen tolerante de Cataluña,
transmitida por los cátaros refugiados principalmente en Lombardía.
En
la corona catalano-aragonesa la represión de la herejía, que interesaba
sobretodo a la Iglesia, estaba condicionada por sus repercusiones
en la política occitana de los reyes. Alfonso el Casto y Pedro I la condenaron
varias veces, seguramente para proteger a los nobles de una represión
más dura; pero al final Jaime
I terminará cediendo a las presiones papales que pedían con urgencia
la extinción del catarismo. A mediados del siglo XIII fue establecida definitivamente
la inquisición como institución, y bajo el control de los dominicos.
Las
últimas reminiscencias del catarismo en el Reino de Aragón fue
la comunidad de San Mateo en el Maestrazgo, dirigida por Guilhem
Belibasta, que en su prolongado exilio occitano, se estableció
(1315) durante seis años en Morella.