Article 
  publicat a El País el 30/03/02 per Rafel Conte
  
Cuando 
  la izquierda era divina
   
Sobre la gauche divine 
  catalana que perforó nuestra historia desde finales de los sesenta hasta 
  bien mediada la década posterior, y que fue un movimiento más 
  barcelonés (y cosmopolita) que catalán y más reducido de 
  lo que se dijo en su tiempo, aunque tanto influyó entonces entre todos 
  nosotros y algunos de cuyos resultados siguen todavía vivos y coleando, 
  se ha escrito mucho y de muchas formas, sobre todo a través de coloquios, 
  charlas, exposiciones -sin olvidar sus zonas iconográficas, arquitectónicas, 
  fotográficas y cinematográficas en las que también se vertió-, 
  aunque con más nostalgia que rigor, como si las vivas e insólitas 
  imágenes que produjo en aquellos años se hubiesen ido tiñendo 
  de esos colores uniformemente sepias que preludian las desapariciones, los silencios 
  y los olvidos.
  Ana María Moix (Barcelona, 1947) 
  fue una de sus primeras protagonistas, testigo directo y de primera mano a la 
  que sus colegas consideraban como su 'gran esperanza blanca' y llamaban de paso 
  'la nena' con una mezcla de admiración, ternura y cariñosa ironía; 
  empezó su carrera con tanta fuerza que parecía comerse el mundo, 
  incluida entre la coqueluche de los Nueve novísimos de la célebre 
  antología de Castellet, publicando casi de una tacada (1969-1973) tres 
  libros de poemas, dos novelas y un libro de relatos que despertaron la expectación 
  de la sociedad literaria más joven de su tiempo. Y fue entonces, a principios 
  de los setenta, cuando escribió estos textos que en principio podían 
  tratarse de un libro 'menor', más de tipo periodístico que literario, 
  aceptado por una de sus editoras de entonces, Esther 
  Tusquets, pero que al final no se terminó jamás y fue guardado 
  en un cajón hasta ahora mismo, cuando aparece completado por una encuesta, 
  parcialmente publicada entonces en la prensa, a 24 personajes de aquel movimiento, 
  seleccionados de entre los más del centenar que allí confluyeron, 
  y donde la fijeza de las imágenes (también producidas desde su 
  interior en aquellos mismos tiempos por algunos de ellos, como Colita, Xavier 
  Miserachs y Oriol Maspons) parece no haberse decidido todavía entre el 
  cartón-piedra y el museo, pues pertenecen más que al arte al periodismo, 
  que es algo que nace y muere cada día.
  Conforme el tiempo pasaba, Ana María se carteaba con Rosa Chacel, traducía 
  entre otros a Beckett, Marguerite Duras, y hasta a Amélie Nothomb ayer 
  mismo, y mientras escribía cada vez más en la prensa, iba abandonando 
  la literatura propiamente dicha, aunque ganaba el Ciudad de Barcelona con los 
  excelentes relatos de Las virtudes peligrosas (1985), publicaba la estupenda 
  biografía Vals negro (1994) -más objetiva y experimental-, 
  se consolidaba como una buena crítica literaria (sobre todo en estas 
  mismas páginas), veía la jubilación de su mejor amiga y 
  editora, Esther Tusquets -que de su tardía 
  narrativa pasó también al mundo de los recuerdos-, y como la desaparición 
  de la gauche divine les ha abierto otra vez las compuertas de la memoria, se 
  ha decidido a unir su voz a este desordenado concierto aunque de manera, me 
  parece, más testimonial que otra cosa. Y todo ello sin abandonar ese 
  aire de tristeza que empapa todas las imágenes de su hermoso rostro, 
  desde entonces hasta hoy.
  De hecho, los rastros de aquel movimiento perduran en algunas figuras muy serias, 
  arquitectos, urbanistas, fotógrafos y teóricos, más que 
  creadores o escritores, algo menos en el mundo del cine (la extinta 'escuela 
  catalana', donde se originó sin embargo Gonzalo Suárez) o el de 
  la nova cançó, salvo Serrat) y donde emergen dos -o tres, con 
  la que esto publica- editoriales convertidas ya en instituciones, Anagrama y 
  Tusquets y que así sigan. Fue un movimiento renovador, que surgió 
  en el contexto de los novísimos, del cansancio de la militancia política 
  (aunque estuvieran en el encierro de Montserrat) y lanzados por el camino hacia 
  la libertad y el libertinaje, hacia la alegría burguesa y la revuelta 
  cultural desde el 68 francés hasta Londres y Nueva York, aunque siempre 
  -creo- bastante autocríticos y con un buen sentimiento de culpa por encima, 
  menos mal. La misma expresión de gauche divine (también denominada 
  entre ellos la gauche qui rit, en referencia al peor y más consumista 
  de los quesos franceses) así lo señalaba de antemano: al conectar 
  la idea de Dios con la de la izquierda -dos imposibles- no hacía más 
  que provocar con un chiste, disfrazándolo de aproximativo oxímoron. 
  Este libro, además, fue escrito hace treinta años, se ha completado 
  con algunos textos de la época, no ha sido ni tocado, ni retocado por 
  Ana María Moix, sus ilustraciones 
  también son de la época y lo mejor de él -lo más 
  profundo - es la entrevista inédita final a Jaime Gil de Biedma. De aquellos 
  mayores, cansados de compromiso, es de donde surgió todo (como también 
  de Carlos Barral, José María Castellet, Marsé, 
  el madrileño prodigioso Juan García Hortelano y otros que así 
  se lo permitieron, abriendo las compuertas). Luego vendría con retraso 
  el insospechado apéndice -más de pueblo- de la movida madrileña, 
  con Tierno Galván y Pedro Almodóvar como sus líderes finales, 
  con nuestro realismo sucio -no hay quien lo levante- y la desembocadura final 
  en esas bobadas -desde el punto de vista creativo- que se llaman Gran Hermano 
  y Operación Triunfo, la vida sigue siendo una tómbola y sanseacabó, 
  así escribimos la historia a través de la televisión, en 
  este retroceso perpetuo que llamamos democracia. 
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