UN PASEO GUIADO POR
CINCO OBRAS DE
PLATÓN
Christopher
Biffle
con traducciones completas de Eutifrón, Apología,
Critón, Fedón (escena final) y Alegoría de la caverna
PREFACIO
Para
el profesor
Siempre
he querido que mis estudiantes trajeran sus lecturas a clase tan llenas
de subrayados y anotaciones al margen como cupieran. Antes que yo
resumiera todo en mis lecciones, quería que leyeran y releyeran los
pasajes difíciles y trataran de desentrañarlos solos. Quería que
vinieran a clase con mucho que decir. Al final, comprendí que necesitaba
una edición de los diálogos de Platón diseñada para el principiante en
filosofía. El texto incluiría los diálogos rodeados de tareas que
motivarían a los estudiantes a pensar filosóficamente, a escribir y a
leer.
Mis estudiantes de filosofía necesitan mucha práctica en pensar y
escribir ordenadamente. Necesitan prácticas en seguir una pauta lógica,
dar razones para sus opiniones, clarificar sus juicios con ejemplos y
utilizar material de apoyo como citas. Aquí tienen un montón de
prácticas. De vez en cuando recogía fotocopias de su trabajo sobre estas
páginas, no muy a menudo pero sin avisar, y las evaluaba rápidamente,
tal como haría un profesor de tenis con las prácticas de revés. También
encontraba de utilidad hacer fragmentos de este paseo en clase. Lo más
efectivo era asignar una tarea de escritura en una determinada sección
por parejas para el trabajo cooperativo en clase. Era estupendo escuchar
el parloteo de los alumnos argumentando filosóficamente.
La
verdad es que la mayoría de los estudiantes leerá los diálogos de Platón
sólo una vez en sus vidas. Tenemos que ralentizar esa lectura y hacerla
tan provechosa como sea posible. Las tareas de lectura y escritura que
he incorporado en este libro están diseñadas para ayudar a que los
estudiantes subrayen, escriban en los márgenes, relean, parafraseen,
esquematicen y, en su momento, analicen argumentos filosóficos clásicos
de una manera ordenada. Este método exige mucho más tiempo de los
estudiantes para pasar por los diálogos, pero puesto que ellos hacen la
mayor parte del trabajo, los profesores tienen tanto menos que hacer.
Las
tareas de anotación en este libro son más elementales que las de
escritura. Lo que se hace en la primera lectura tendría que ser lo
básico: identificar los personajes y encontrar el hilo principal del
argumento. Al final del libro, el estudiante recibirá menos pistas sobre
lo que hacer mientras leer y más problemas a resolver escribiendo. Para
parafrasear a Teilhard de Chardin: el objetivo del libro es también el
de la vida: ver.
Para
el estudiante
Quiero
que entendáis a Platón y no os aburráis. Estas páginas son un paseo por
varios diálogos de Platón. Yo apunto cosas y después las consideramos
juntos. Con este libro quiero conseguir para vosotros lo que hizo para
mí el mejor profesor que tuve, Harry Berger en la Universidad de
California en Santa Cruz. Me hacía buenas preguntas en el orden adecuado
y me mostró el placer de pensar con claridad. Las tareas en este libro
os ayudarán a leer, pensar y escribir más claramente sobre filosofía.
Leed lentamente en un sitio tranquilo. Todo lo que necesitáis para
vuestro paseo es un lápiz.
INTRODUCCION
Preparándose para el paseo
Los
mejores paseos no tienen horario fijo. El viajero se detiene a placer
para contemplar el amplio horizonte extranjero. En este paseo os pedimos
que os lo toméis con calma. Subrayad, tomad notas al margen, llenad los
espacios vacíos razonadamente, echaos para atrás en la silla y
reflexionad sobre el nuevo mundo extendido delante de vosotros. Pensar
acerca de las cosas es un placer. Aristóteles, por ejemplo, creía que no
había placer mayor. El diseño de estas páginas os anima a ser activos
reflexivamente. En el viaje que emprendéis, podéis no sólo descubrir a
Platón, sino también el placer de pensar por vuestra cuenta.
Aquí
está vuestro itinerario:
-
Empezamos con una breve introducción a Sócrates, Platón y la historia de
Atenas.
- Después, seguimos nuestro paseo guiado por el Eutifrón de Platón, en
el cual presenciamos a Sócrates en acción cuando trata de ayudar a un
conocido, Eutifrón, a pensar más claramente.
- La próxima parada es la Apología, en la que escuchamos la defensa de
Sócrates en el juicio en el que se le condenaría a muerte.
- En el Critón, observamos a Sócrates en la prisión, sentenciado a
muerte. Su viejo amigo Critón trata de convencerle de que escape.
- Finalmente en la "Alegoría de la caverna", de la República de Platón,
encontramos un sumario breve, pero rico, de la visión platónica del
universo, del filósofo y de la sociedad.
Sócrates y Atenas
Según
Platón, su discípulo y biógrafo, Sócrates era chato, de tórax amplio y
ojos saltones. Su belleza, de acuerdo con Platón mismo, estaba escondida
dentro de él. Sócrates no estaba de acuerdo; si la belleza oculta era la
sabiduría, él siempre mantuvo que no tenía ninguna. De cualquier modo,
podía haber dicho que no se le podía entender sin entender su ciudad,
Atenas. Atenas era una polis, un estado que era una pequeña ciudad.
otras ciudades griegas, como Esparta, Tebas y Corinto, eran también
ciudades-estado. Cada una de ellas era un sistema legal y político por
sí misma.
Imagina
que Barcelona estuviera gobernada por un rey, Mallorca por un gobierno
democrático y Menorca por una curiosa mezcla de los dos y tendrás una
idea de la naturaleza de las ciudades-estado griegas. Atenas, desde
luego, era la demócrata. La democracia había crecido lentamente en los
siglos anteriores al nacimiento de Sócrates. El movimiento comenzó
cuando Draco publicó las leyes del estado en 621 a.C.
Esto es
relevante porque las leyes escritas están menos sujetas al arbitrio del
juez o el gobernante que un cuerpo maleable de prácticas tradicionales.
Solón y Clístenes en el siglo VI a.C. dieron el acceso directo a los
procesos políticos atenienses a grandes grupos de ciudadanos.
A mediados del siglo V a.C., la época dorada de Pericles, se estableció
completamente un sistema democrático, más radical aún que el nuestro.
Aunque ni las mujeres, ni los esclavos ni los extranjeros tenían voto,
los 40.000 hombres libres tenían un poder bastante sorprendente. En el
Estado Español, nuestros representantes toman decisiones por nosotros.
Si pudiéramos votar para declarar la guerra, para hacer la paz, para
ratificar un tratado, para subir o bajar los impuestos o para ejecutar
cualquier otra decisión política, entonces seríamos tan demócratas como
la Atenas de Sócrates.
Aparte
del crecimiento de la democracia, el otro gran acontecimiento de la
historia antigua de Atenas fue la victoria sobre el imperio persa. En
dos guerras, Atenas, junto con otras ciudades-estado griegas, derrotó al
Goliat persa por astucia, bravura y lo que los griegos consideraban que
era un sistema político superior. Los griegos eran libres y habían
tomado por ellos mismos la decisión de luchar. Según el historiador
griego Herodoto, los persas tenían que empujar a la batalla a sus
soldados usando el látigo.
Es
sencillo establecer la cronología de los acontecimientos que llevan del
ascenso de la democracia a la derrota de los persas. Es más difícil de
exponer la constelación increíble de individuos brillantes que vivieron
en Atenas en los siglos V y IV a.C. Imaginad una sola ciudad, fabulosa,
llenadla con algunos de la mayores genios de todos los tiempos, y
después comparad este sueño imposible con la Atenas de Sócrates. Andando
por la plaza del mercado de la mejor ciudad que podamos imaginar,
podríamos encontrar a Isaac Newton discutiendo la naturaleza de Dios con
Tolstoy. En las calles estrechas podríamos meter la cabeza en los
estudios de Picasso, Leonardo da Vinci y Vincent van Gogh. Un joven
Cervantes se toma un café con Galileo. Los hermanos Wright, cargando una
bicicleta a trozos en una carretilla, saludan desde la calle atestada.
En un jardín, Julio César se dirige a una multitud en la que
Michelangelo y el rey Jaume I intercambian opiniones sobre los méritos
del orador. Isadora Duncan conduce un grupo de sus discípulas, como una
nube de brillantes mariposas, entre las últimas estatuas de bronce del
escultor más famoso de la ciudad, Auguste Rodin. Su grupo discute sobre
las virtudes de su última obra, "El pensador". En un teatro fuera de la
ciudad podéis ver los estrenos mundiales de las obras de un nuevo
talento interesante, William Shakespeare. En el centro de la asombrosa
ciudad, sobre una colina, Gaudí dirige las obras de acabado de una
multitud de templos de mármol blanco. En un pequeño patio, atestado de
atónitos espectadores, un matemático alemán con anteojos, Albert
Einstein, defiende la curvatura del espacio. ¿Y el líder popular de este
aluvión de genios? Imaginemos que sea Carlomagno.
Pensad
ahora, si hubiérais nacido en una ciudad así, si creyérais que sus leyes
son las más justas del mundo, si debiérais toda vuestra crianza y
educación a ellas, y hubiérais luchado en una larga guerra para
defenderla, ¿no preferiríais morir, como hizo Sócrates, antes que
exiliaros?
La Atenas
de Sócrates, posiblemente, era aún más asombrosa que nuestra ciudad
imaginaria. Nosotros hemos tenido que rastrear los siglos y tres
continentes para llenar nuestro sueño. Atenas, hace 2.500 años, nunca
tuvo una población superior a 250.000 habitantes. Durante los siglos V y
IV a.C., podríamos encontrar en Atenas quince de los genios más
influyentes de la historia. Cuatro de los autores de teatro más
influyentes fueron Esquilo, Sófocles, Eurípides y Aristófanes.
Infinidad de edificios imitan al Partenón y sus templos vecinos de la
Acrópolis, que fueron diseñados por Ictino y Calícrates. Aunque no ha
sobrevivido la Atenea de Fidias, un milagro de 12 m en oro y marfil, hay
más de 10.000 copias de las estatuas de Praxíteles. Pericles está entre
los políticos más importantes de todos los tiempos; los historiadores
están en deuda con Tucídides y Herodoto como los médicos con
Hipócrates; y, por supuesto, estaban Sócrates, Platón y Aristóteles. Si
se extirparan de nuestro mundo todos los rastros de la influencia y las
leyes de estos quince griegos, seríamos aún unos bárbaros.
Sócrates
vivió la época de esplendor de Atenas y en sus últimos días estuvo en el
centro de su tragedia. Nació hacia el año 470 a. C. y no escribió nada
de su propia filosofía. Casi todo lo que conocemos de él procede de tres
fuentes: Platón, Jenofonte y Aristófanes, autor de comedias. Estas tres
fuentes proporcionan imágenes diferentes. Por ejemplo, el Sócrates de
Aristófanes en Las Nubes es un cretino. El de Platón, en cualquier caso,
es el más influyente históricamente. De acuerdo con Platón, Sócrates se
distinguió en la guerra del Peloponeso entre Atenas y Esparta. Se casó
con Jantipa, fue padre de tres hijos, prefirió vivir en la pobreza y
pasó la mayor parte de sus días hablando en la plaza del mercado (el
ágora). Sus temas preferidos, la virtud y los valores, no habían sido
investigados antes.
La
filosofía misma no tenía aún dos siglos de edad en la época de Sócrates.
Hacia el 600 a.C. el primer filósofo, Tales de Mileto, declaró que la
substancia básica del universo era el agua. Esto dio comienzo a la
filosofía, puesto que las definiciones previas del universo apelaban a
la religión, el mito o las historias.
Los
filósofos antes de Sócrates estaban ocupados mayormente con tratar de
definir el principio que unificaba los aspectos muy diversos del
universo. Sócrates condujo la filosofía hacia la interioridad y animó a
sus conciudadanos a pensar sobre sus propias almas. Este nuevo giro en
la filosofía puede ser visto como respuesta a los sofistas, un grupo de
maestros que ofrecían enseñar cómo ser influyente en la Asamblea a
cualquiera que tuviera el dinero para pagar sus lecciones. Su
preocupación no era la verdad ni los valores espirituales, sino la
reputación. Protágoras, uno de los principales sofistas, mantenía que
toda opinión individual es igualmente correcta. Por ello, si la Verdad
es inalcanzable, el individuo no puede hacer nada mejor que buscar la
persuasión.
En los
primeros diálogos que escribió Platón, entre los que están el Éutifrón,
la Apología y el Critón, Sócrates afirmaba que si la mayoría mantenía
una creencia, era probable que esa creencia fuera falsa. O, por decirlo
de otro modo, que la persuasión es la muerte de la filosofía. Platón
mantuvo esta posición en la "Alegoría de la caverna”. El filósofo real
es el marginado, el fuera de la ley. Cuanto más sabio considera la
sociedad a alguien y más le honra, tanto menos está en contacto esa
persona con la Verdad. El verdadero filósofo repite persistentemente un
mensaje impopular, a menudo corriendo el riesgo de perder la vida.
Sócrates
fue sentenciado a muerte por un tribunal ateniense en 399 a.C. El
tribunal estaba formado por un grupo numeroso de ciudadanos libres. Una
de las interpretaciones más famosas de la muerte de Sócrates es la de
que no tenía los amigos adecuados. Uno de sus amigos, Alcibíades, fue
primero un héroe flamante y después un notorio traidor durante la larga
guerra que Atenas acabó por perder con Esparta. Cármides, Critias
(parientes de Platón), y Teramenes estaban entre los "Treinta" que
establecieron un gobierno tiránico, aunque de corta vida, en Atenas tras
la derrota. Según esta interpretación, los cargos contra Sócrates de
impío y corruptor de la juventud fueron una pantalla de humo frente a su
crimen real: la asociación anterior con enemigos del Estado. El problema
de esta perspectiva es que hace irrelevante el retrato platónico de
Sócrates. Desde luego que Sócrates pudo haber tenido malas amistades,
pero esto no se menciona en las páginas por las que pasearéis. De hecho,
Sócrates está terriblemente solo en estos diálogos. Quizá no lleguemos
nunca a conocer al Sócrates real; bien pudo ser menos fascinante que el
retrato que Platón hizo de él.
Vuestra
tarea será construir vuestra interpretación de la interpretación
platónica. Antes de que estudiéis algo más sobre Platón, decidme lo que
recordáis sobre Sócrates y su Atenas.
Completad las afirmaciones siguientes en los espacios en blanco.)
Acontecimientos importantes en la historia arcaica de Atenas
fueron....
Lo que hizo única a la Atenas de la época dorada fue la
"constelación de individuos geniales". Los que recuerdo son...
.
Los acontecimientos más importantes en la vida de Sócrates
fueron...
.
Al leer el retrato platónico de Sócrates espero encontrar...
|
.
Platón y los diálogos
Según
muchos estudiosos, la mayor parte de lo que conocemos de la vida de
Platón proviene de su propia Carta séptima. A diferencia de Sócrates,
Platón nació en una familia noble ateniense, que decía descender del
dios Poseidón. Su intenso interés en política comenzó en su juventud,
pero las experiencias de sus parientes Cármides y Critias, miembro de la
tiranía de los Treinta, y, más importante aún para él, la muerte de
Sócrates, le disuadieron de entrar en la arena política.
Después
de la muerte de Sócrates, Platón retrató las actividades de su maestro
en diálogos como el Eutifrón. En estos primeros diálogos Sócrates
intenta ser instructivo siendo destructivo. Por ejemplo, un término
central (en el Eutifrón es piedad) es definido de varios modos por los
interlocutores de Sócrates, y éste, a su vez, muestra que estas
definiciones son insatisfactorias. En la Apología y en el Critón, Platón
describe acontecimientos de los últimos días de la vida de Sócrates. El
primero relata la defensa de Sócrates ante el tribunal, el segundo tiene
lugar una mañana en la celda de la prisión. Decir mucho más acerca de
ello os estropería el viaje que teneis por delante. Tras un viaje a
Italia y Sicilia (donde Platón pudo haber encontrado a un grupo de
filósofos pitagóricos), Platón estableció en Atenas su ahora famosa
Academia, considerada la primera universidad, repleta de Una visita
guiada por varios diálogos de Platón 9
eminentes sabios de paso y de estudiantes. Durante este período,
escribió obras como República, en la que Sócrates es el personaje
principal. Muchos estudiosos creen que la esencia de las doctrinas
expuestas en ellas es más claramente la del propio Platón. La Alegoría
de la caverna es una de las parábolas filosóficas más brillantes jamás
escritas.
En 367 y
361 a.C. , Platón regresó a Sicilia para intentar poner en práctica
algunas de su ideas políticas. Dion, cuñado de Dionisio II el Joven,
tirano de Siracusa, fue quien le impulsó a hacer los viajes. Ambos
fueron un fracaso debido a intrigas políticas y el último casi le cuesta
la vida a Platón. Estos incidentes y el establecimiento de la Academia
son importantes porque muestran que Platón no era un mero teorizador
sobre la educación y la política. En los últimos años de su vida, sus
diálogos tomaron un nuevo rumbo. Sócrates deja de ser una f¡gura
principal en el momento en que Platón se ocupa de problemas suscitados
por sus diálogos anteriores.
Platón
permaneció en la Academia hasta su muerte en 347 a.C.
En este punto de vuestro paseo, no confundáis la importancia de Platón
con la de los filósofos anteriores a él, incluyendo a Sócrates.
Conservamos muy pocas de las obras de Tales y otros filósofos anteriores
a Sócrates. Lo que tenemos indica que estaban preocupados principalmente
con una pregunta: ¿cuál es el fundamente único que subyace a los
diferentes aspectos de la realidad? Sócrates no escribió nada, y sin
Platón pudo haber sido olvidado pronto. Es el retrato que Platón hizo de
él, mayormente en los diálogos que leeréis en seguida, lo que hizo de él
un santón de la filosofía. Platón no fue el primer filósofo, sino el
primer filósofo completo. Suscitó preguntas acerca del universo, la
ética, la estética, la filosofía política, la educación y la ciencia.
Los filósofos anteriores, incluyendo a Sócrates, apenas esbozaron el
templo de la sabiduría; Platón construyó todo el primer piso.
Repasando
En este paseo vamos a ir mirando atrás de vez en cuando para
ver más claramente dónde estamos. ¿Qué notas precisas hacer para
ayudarte a recordar nuestro viaje hasta aquí?
Los datos principales que quiero recordar cerca de Sócrates y la
historia de Atenas son...
.
Lo que necesito recordar acerca de Platón es...
.
¿Qué pienso del paseo, por ahora? Diría que...
|
A partir
de ahora presenciaremos un drama trágico, en el que el héroe es, desde
luego, Sócrates de Atenas.
Pórtico
En las
últimas semanas de su vida, Sócrates se encuentra con un conocido,
Eutifrón, a la puerta de los juzgados donde un tribunal va a condenarle
a muerte. El tema principal de su diálogo es la definición de la piedad.
Hasta
ahora habéis respondido reflexivamente a mis preguntas. En cada uno de
los siguientes diálogos de Platón, subrayareis y tomareis notas en los
márgenes de las hojas. Estas notas os ayudarán a entender los conceptos
generales de cada diálogo. Entonces, después de cada diálogo, tendremos
un coloquio nosotros solos para ayudaros a comprender más claramente a
Sócrates y la filosofía de Platón.
En el
Eutifrón, las notas que se os piden son de información adicional y
comprensión del tema principal del
diálogo.
La tarea
de anotar
La
información adicional: toda obra literaria tiene que introducir
personajes y proveer información acerca
de su mundo.
Las
informaciones importantes suelen aparecer en las primeras páginas. En el
Eutifrón no tendréis problemas para encontrar las razones de Eutifrón y
Sócrates para acudir a los juzgados. Tendréis que leer lentamente, en
cualquier caso, para encontrar información acerca de las diferencias en
sus personalidades. Buscad ejemplos del uso de la ironía por Sócrates.
Comenzad subrayando cualquier cosa que diga que suene a broma o no del
todo en serio. Subrayad la profesión de Eutifrón y cualquier cosa que
diga que nos dé pistas sobre su carácter.
Tema principal: una vez hayáis pasado las primeras páginas del diálogo,
las tareas de anotación os ayudarán a encontrar cada definición de
piedad y los puntos principales de la contribución de Sócrates para
mejorar y/o refutar cada definición.
Subrayad:
1. El motivo de Sócrates para estar en el tribunal.
2. Los cargos de Meleto contra Sócrates.
3. Ejemplos de la ironía socrática. La irónica opinión de
Sócrates acerca de Meleto es... |
EUTIFRÓN.— ¿Qué ha sucedido, Sócrates, para que dejes tus conversaciones
en el Liceo y emplees tu tiempo aquí, en el Pórtico del rey? Pues es
seguro que tú no tienes una causa ante el arconte rey, como yo la tengo.
SÓCRATES. — A esto mío, Eutifrón, los atenienses no lo llaman causa,
sino acusación criminal.
EUT. — ¿Qué dices? ¿Según parece, alguien ha presentado contra ti una
acusación criminal? Pues no puedo pensar que la has presentado tú contra
otro.
SÓC. — Ciertamente, no.
EUT. — Pero sí otro contra ti.
SÓC. — Exactamente.
EUT. — ¿Quién es ese hombre?
SÓC. — No lo conozco bien yo mismo, Eutifrón, pues parece que es joven y
poco conocido. Según creo, se llama Meleto y es del demo de Piteo, por
si conoces a un Meleto de Piteo, de pelos largos, poca barba y nariz
aguileña.
EUT. — No lo conozco, Sócrates. Pero, ¿qué acusación te ha presentado?
SÓC. — ¿ Qué acusación? Me parece que de altas aspiraciones. En efecto,
no es poca cosa que un joven comprenda un asunto de tanta importancia.
Según dice, él sabe de qué modo se corrompe a los jóvenes y quiénes los
corrompen. Es probable que sea algún sabio que, habiendo observado mi
ignorancia, viene a acusarme ante la ciudad, como ante una madre, de
corromper a los de su edad. Me parece que es el único de los políticos
que empieza como es debido: pues es sensato preocuparse en primer lugar
de que los jóvenes sean lo mejor posible, del mismo modo que el buen
agricultor se preocupa, naturalmente en primer lugar, de las plantas
nuevas y, luego, de las otras. Quizá así también Meleto nos elimina
primero a nosotros, los que destruimos los brotes de la juventud, según
él dice. Después de esto, es evidente que se ocupará de los de mi edad y
será el causante de los mayores bienes para la ciudad, según es
presumible que suceda, cuando parte de tan buenos principios.
EUT. — Así lo quisiera yo, Sócrates, pero me da miedo de que suceda lo
contrario. Sencillamente, creo que empieza a atacar en su mejor
fundamento a la ciudad, al intentar hacerte daño a ti. Y dime, ¿qué dice
que haces para corromper a los jóvenes?
SÓC. — Cosas absurdas, amigo mío, para oírlas sin más. En efecto, dice
que soy hacedor de dioses, y, según él, presentó esta acusación contra
mí porque hago nuevos dioses y no creo en los antiguos.
EUT. — Entiendo, Sócrates, que eso es por el espíritu que tú dices que
está contigo en cada ocasión. Así pues, en la idea de que tú tratas de
hacer innovaciones en las cosas divinas, te ha presentado esta acusación
y, para desacreditarte, acude al tribunal, sabiendo que las cosas de
esta especie son objeto de descrédito ante la multitud. En efecto,
cuando yo hablo en la asamblea sobre las cosas divinas anunciándoles lo
que va a suceder, se ríen de mí pensando que estoy loco. Sin embargo, no
he dicho nada que no fuera verdad en lo que les he anunciado, pero nos
tienen envidia a todos los que somos de esta condición. En todo caso, no
hay que preocuparse de ellos, sino hacerles frente.
SÓC. — El ser objeto de risa, querido Eutifrón, no tiene importancia
alguna. Sin duda a los atenienses no les importa mucho, según creo, si
creen que alguien es experto en algo, con tal de que no enseñe la
sabiduría que posee. Pero si piensan que él trata de hacer también de
otros lo que él es, se irritan, sea por envidia, como tú dices, sea por
otra causa.
EUT. — No deseo mucho hacer la prueba de cómo son sus sentimientos
respecto a mi acerca de esto.
SÓC. — Quizá tú das la impresión de dejarte ver poco y no querer enseñar
tu propia sabiduría. En cambio yo temo que, a causa de mi interés por
los hombres, dé a los atenienses la impresión de que lo que tengo se lo
digo a todos los hombres con profusión, no sólo sin remuneración, sino
incluso pagando yo si alguien quisiera oírme gustosamente. Si,
ciertamente, según ahora decía, fueran a reírse de mí, como tú dices que
se ríen de ti, no sería desagradable pasar el tiempo en el tribunal
bromeando y riendo. Pero, si lo toman en serio, es incierto ya dónde
acabará esto, excepto para vosotros, los adivinos.
EUT. — Será quizá una cosa sin importancia, Sócrates; tú defenderás tu
juicio según tu idea y creo que yo el mío.
SÓC. — ¿Cuál es tu proceso, Eutifrón? ¿Eres acusado, o acusador?
EUT. — Acusador.
SÓC. — ¿A quién acusas?
EUT. — A quien, por acusarle, voy a parecer loco.
SÓC. — ¿ Qué, pues; persigues a un pájaro?
EUT. — Está muy lejos de volar; es, precisamente, un hombre muy viejo.
SÓC. — ¿Quién es él?
EUT. — Mi padre.
SÓC. — ¿Tu padre, amigo?
EUT. — Ciertamente.
SÓC. — ¿Cuál es el motivo de tu acusación y por qué, el juicio?
EUT. — Homicidio, Sócrates.
SÓC. — ¡Por Heracles! De seguro que la multitud ignora lo que es
realmente obrar bien. En efecto, yo creo que hacer esto no está al
alcance de cualquiera, sino del que ya está adelante en la sabiduría.
Subrayad:
1. Dos indicaciones del oficio de Eutifrón.
2. El propósito de Eutifrón en el tribunal.
3. Ejemplos de ironía socrática. La actitud general de Sócrates
hacia Eutifrón es...
|
EUT. — Ciertamente avanzado, por Zeus, Sócrates.
SÓC. — ¿Es algún miembro de la familia el muerto por tu padre? Es seguro
que sí, pues tú no le perseguías por homicidio a causa de un extraño.
EUT.— Es ridículo, Sócrates, que pienses que hay alguna diferencia en
que sea extraño o sea familiar el muerto, y que, por el contrario, no
pienses que es sólo necesario tener en cuenta si el que lo mató lo hizo
justamente o no. Y si lo ha hecho justamente, dejar el asunto en paz;
pero si no, perseguirlo, aunque el matad viva en el mismo hogar que tú y
coma en la misma mesa. En efecto, la impureza es la misma, si,
sabiéndolo, vives con él y no te libras de ella tú mismo y lo libras a
él acusándole en justicia. En este caso, el muerto era un jornalero mío.
Como explotamos tierra en Naxos, estaba allí a sueldo con nosotros.
Habiéndose emborrachado e irritado con uno de nuestros criados, lo
degolló. Así pues, mi padre mandó atarlo de pies y manos y echarlo a una
fosa, y envió aquí a un hombre para informarse del exegeta sobre qué
debía hacer. En este tiempo se despreocupó del hombre atado y se olvidó
de él en la idea de que, como homicida, no era cosa importante si moría.
Es lo que sucedió. Por el hambre, el frío y las ataduras murió antes de
que regresara el enviado al exegeta. A causa de esto, están irritados mi
padre y los otros familiares porque yo, por este homicida, acuse a mi
padre de homicidio; sin haberlo él matado, dicen ellos, y si incluso lo
hubiera matado, al ser el muerto un homicida, no había necesidad de
preocuparse por un hombre así. Pues es impío que un hijo lleve una
acción judicial de homicidio contra su padre. Saben mal, Sócrates, cómo
es lo divino acerca de lo pío y lo impío.
SÓC. — ¿Y tú, Eutifrón, por Zeus, crees tener un conocimiento tan
perfecto acerca de cómo son las cosas divinas y los actos píos e impíos,
que, habiendo sucedido las cosas según dices, no tienes temor de que, al
promoverle un proceso a tu padre, no estés a tu vez haciendo, tú
precisamente, un acto impío?
EUT.— Ciertamente no valdría yo nada, Sócrates, y en nada se
distinguiría Eutifrón de la mayoría de los hombres, si no supiera con
exactitud todas estas cosas.
SÓC. — ¿No es acaso lo mejor para mí, admirable Eutifrón, hacerme
discípulo tuyo y, antes del juicio frente a Meleto, proponerle estos
razonamientos? Le diría que ya antes consideraba muy importante conocer
las cosas divinas y que ahora, cuando él afirma que yo peco al hablar a
la ligera sobre las cosas divinas y al hacer innovaciones, me he hecho
discípulo tuyo. Le diría: «Si tú, Meleto, estás de acuerdo en que
Eutifrón es sabio en estas cosas, considera que yo pienso también
rectamente y renuncia a Juzgarme; si no, intenta un proceso contra él,
el maestro, antes que contra mí, el discípulo, porque corrompe a los de
más edad, a mí y a su padre; a mí por enseñarme, a su padre
reprendiéndole e intentando que se le castigue.» Y si no me hace caso ni
me libra del juicio y no presenta acusación contra ti en vez de contra
mí, diría yo en el juicio las mismas palabras que le había propuesto a
él.
En esencia, Eutifrón está diciendo que...
Sócrates quiere que Eutifrón piense que...
,
pero de hecho, Sócrates quiere decir...
|
EUT. — Por Zeus, Sócrates, si acaso intentara presentar una acusación
contra mí, encontrarla yo, según creo, dónde está su punto débil y
hablaríamos ante el tribunal más sobre él que sobre mí.
SÓC.— Por conocer yo, mi buen amigo, esto que dices, deseo ser discípulo
tuyo, sabiendo que ningún otro, ni tampoco este Meleto, fija la atención
en ti; en cambio a mí me examina con tanta penetración y facilidad, que
ha presentado una acusación de impiedad contra mí. Ahora, por Zeus, dime
lo que, hace un momento, asegurabas conocer claramente, ¿qué afirmas tú
que
es la piedad, respecto al homicidio y a cualquier otro acto? ¿ Es que lo
pío en sí mismo no es una sola cosa en sí en toda acción, y por su parte
lo impío no es todo lo contrario de lo pío, pero igual a sí mismo, y
tiene un sólo carácter conforme a la impiedad, todo lo que vaya a ser
impío?
EUT. — Sin ninguna duda, Sócrates.
SÓC. — Dime exactamente qué afirmas tú que es lo pío y lo impío.
EUT. — Pues bien, digo que lo pío es lo que ahora yo hago, acusar al que
comete delito y peca, sea por homicidio, sea por robo de templos o por
otra cosa de este tipo, aunque se trate precisamente del padre, de la
madre o de otro cualquiera; no acusarle es impío. Pues observa,
Sócrates, qué gran prueba te voy a decir de que es así la ley. Es lo que
ya he dicho también a
otros que sería correcto que sucediera así: no ceder ante el impío,
quienquiera que él sea. En efecto, los mismos hombres que creen
firmemente que Zeus es el mejor y el más justo de los dioses reconocen
que encadenó a su propio padre, y que éste, a su vez, mutiló al suyo por
causas semejantes. En cambio, esos mismos se irritan contra mí porque
acuso a mí padre, que ha cometido injusticia, y de este modo se
contradicen a sí mismos respecto a los dioses y respecto a mí.
SÓC. — ¿Acaso no es por esto, Eutifrón, por lo que yo soy acusado,
porque cuando alguien dice estas cosas de los dioses las recibo con
indignación. A causa de lo cual, según parece, alguno dirá que cometo
falta. Ahora, si también estás de acuerdo tú que conoces bien estas
cosas, es necesario, según parece, que también nosotros lo aceptemos. En
efecto, ¿qué
vamos a decir nosotros, los que admitimos que no sabemos nada de estos
temas. Pero dime, por el dios de la amistad, ¿tú de verdad »crees que
esto ha sucedido así?
Por tanto, este es otro ejemplo de la
ironía socrática.
Subrayad:
1. El primer ensayo de Eutifrón de definir lo pío.
2. La reacción de Sócrates a este ensayo. Eutifrón defiende como
pía su acción porque...
Por el momento, las principales diferencias entre Sócrates
y Eutifrón son... |
EUT. — E, incluso, cosas aún más asombrosas que éstas, Sócrates, que la
mayoría desconoce.
SÓC. — ¿Luego tú crees también que de verdad los dioses tienen guerras
unos contra otros y terribles enemistades y luchas y otras muchas cosas
de esta clase que narran los poetas, de las que los buenos artistas han
llenado los templos y de las que precisamente, en las grandes
Panateneas, el peplo que se sube a la acrópolis está lleno de bordados
con estas escenas? ¿Debemos decir que esto es verdad, Eutifrón?
EUT. —
No sólo eso, Sócrates. Como te acabo de decir, si quieres, yo te puedo
exponer detalladamente otras muchas cosas sobre los dioses de las que
estoy seguro de que te asombrarás al oírlas.
SÓC. — No me asombraría. Pero ya me las expondrás con calma en otra
ocasión. Ahora intenta decirme muy claramente lo que te pregunté antes.
En efecto, no te has explicado suficientemente al preguntarte qué es en
realidad lo pío, sino que me dijiste que es precisamente pío lo que tú
haces ahora acusando a tu padre de homicidio.
EUT. — He dicho la verdad, Sócrates.
SÓC. — Tal vez, sí; pero hay, además, otras muchas cosas que tú afirmas
que son pías.
EUT.— Ciertamente, lo son.
SÓC. — ¿Te acuerdas de que yo no te incitaba a exponerme uno o dos de
los muchos actos píos, sino el carácter propio por el que todas las
cosas pías son pías? En efecto, tú afirmabas que por un sólo carácter
las cosas impías son impías y las cosas pías son pías. ¿No te acuerdas?
EUT. — Sí.
SÓC.— Expónme, pues, cuál es realmente ese carácter, a fin de que,
dirigiendo la vista a él y sirviéndome de él como medida, pueda yo decir
que es pío un acto de esta clase que realices tú u otra persona, y si no
es de esta clase, diga que no es pío.
EUT. — Pues, si así lo quieres, Sócrates, así voy a decírtelo.
SÓC. — Ciertamente, es lo que quiero.
EUT. — Es, ciertamente, pío lo que agrada a los dioses, y lo que no les
agrada es impío.
SÓC. — Perfectamente, Eutifrón; ahora has contestado como yo buscaba que
contestaras. Si realmente es verdad, no lo sé aún, pero evidentemente tú
vas a explicar que es verdad lo que dices.
EUT. — Ciertamente.
SÓC. — ¡Ea! Examinemos lo que decimos. El acto agradable para los
dioses, y el hombre agradable para los dioses, es pío, el acto odioso
para los dioses, y el hombre odioso para los dioses, es impío. No son la
misma cosa, sino las cosas más opuestas, lo pío y lo impío. ¿No es así?
Subrayad:
1. Los argumentos centrales contra la definición de lo pío.
2. La segunda definición de lo pío. |
EUT. —
Así, ciertamente.
SÓC. — ¿Y nos parece que son palabras acertadas?
EUT. — Así lo creo, Sócrates; es, en efecto, lo que hemos dicho.
SÓC.— ¿No es cierto que también se ha dicho que los dioses forman
partidos, disputan unos con otros y tienen entre ellos enemistades?
EUT. — En efecto, se ha dicho.
SÓC. — ¿Sobre qué asuntos produce enemistad e irritación la disputa?
Examinémoslo. ¿Acaso si tú y yo disputamos acerca de cuál de dos números
es mayor, la discusión sobre esto nos hace a nosotros enemigos y nos
irrita uno contra otro, o bien recurriendo al cálculo nos pondríamos
rápidamente de acuerdo sobre estos asuntos?
EUT. — Sin duda.
SÓC. — ¿Y si disputáramos sobre lo mayor y lo menor, recurriríamos a
medirlo y, en seguida, abandonaríamos la discusión?
EUT. — Así es.
SÓC. — Y recurriendo a pesarlo, ¿no decidiríamos sobre lo más pesado y
lo más ligero?
EUT. — ¿Cómo no?
SÓC. — ¿Al disputar sobre qué asunto y al no poder llegar a qué
decisión, seríamos nosotros enemigos y nos irritaríamos uno con otro?
Quizá no lo ves de momento, pero, al nombrarlo yo, piensa si esos
asuntos son lo justo y lo injusto, lo bello y lo feo, lo bueno y lo
malo. ¿Acaso no son éstos los puntos sobre los que si disputáramos y no
pudiéramos llegar a una decisión adecuada, nos haríamos enemigos, si
llegábamos a ello, tú y yo y todos los
demás hombres?
EUT. — Ciertamente, ésta es la disputa, Sócrates, y sobre esos temas.
SÓC. — ¿Y los dioses, Eutifrón, si realmente disputan, no disputarían
por estos puntos?
EUT. — Muy necesariamente.
SÓC. — Luego también los dioses, noble Eutifrón, según tus palabras,
unos consideran justas, bellas, feas, buenas o malas a unas cosas y
otros consideran a otras; pues no se formarían partidos entre ellos, si
no tuvieran distinta opinión sobre estos temas. ¿No es así?
EUT. — Tienes razón.
SÓC. — Por tanto, ¿las cosas que cada uno de ellos considera buenas y
justas son las que ellos aman, y las que odian, las contrarias?
EUT. — Ciertamente.
SÓC. — Son las mismas cosas, según dices, las que unos consideran justas
y otros, injustas; al discutir sobre ellas, forman partidos y luchan
entre ellos. ¿No es así?
El argumento de Sócrates acerca de los desacuerdos
sobre números, medidas y pesos es...
.
La diferencia entre este desacuerdo y los previos es...
.
Subraya esto. Es una razón importante en la argumentación
socrática porque...
. |
EUT. —
Así es.
SÓC. — Luego, según parece, las mismas cosas son odiadas y amadas por
los dioses y, por tanto, serían a la vez agradables y odiosas para los
dioses.
EUT. — Así parece.
SÓC. — Así pues, con este razonamiento, Eutifrón, las mismas cosas
serían pías e impías.
EUT. — Es probable.
SÓC. — Luego no respondiste a lo que yo te preguntaba, mi buen amigo; en
efecto, yo no preguntaba qué es lo que, al mismo tiempo, es pío e impío.
Según parece lo que es agradable a los dioses es también odioso para los
dioses. De esta manera, Eutifrón, si llevas a cabo lo que ahora vas a
hacer intentando castigar a tu padre, no es nada extraño que hagas algo
agradable para Zeus, pero odioso para Crono y Urano, agradable para
Hefesto, y odioso para Hera, y si algún otro dios difiere de otro sobre
este punto. también éste estará en la misma situación.
EUT. — Creo yo, Sócrates, que sobre este punto ningún dios disiente de
otro, diciendo que no debe pagar su culpa el que mata a otro
injustamente.
SÓC. — ¿Has oído tú, Eutifrón, a algún hombre discrepar, diciendo que no
debe pagar su culpa el que mata injustamente a otro o hace injustamente
otra cosa cualquiera?
EUT. — No cesan de discrepar en este punto, en cualquier parte y ante
los tribunales. En efecto, cometen toda clase de injusticias, pero lo
hacen y lo dicen todo tratando de evitar el castigo.
SÓC. — ¿Admiten, ciertamente, Eutifrón, que cometen injusticia y, aun
admitiéndolo, afirman que ellos no deben ser castigados?
EUT. — De ningún modo.
SÓC. — Luego no lo hacen y dicen todo. Creo, en efecto, que no llegan a
decir ni discuten que, si cometen injusticia, no deben pagar la culpa.
En todo caso, creo, niegan que cometen injusticia. ¿Es así?
EUT. — Dices la verdad.
SÓC. — Luego no discuten sobre si el que comete injusticia debe pagar su
culpa, sino sobre quién es el que comete injusticia, qué hace y cuándo?
EUT. — Es verdad.
SÓC. — ¿No les sucede a los dioses lo mismo, si es que los dioses forman
facciones a causa de las cosas justas e injustas, como tú dices, y
algunos afirman que se hacen daño unos a otros, y otros lo niegan? Pues
sin duda, amigo, ningún dios ni ningún hombre se atreve a decir que no
hay que castigar al que comete injusticia.
EUT. — Sí, lo que dices es verdad, al menos en lo fundamental.
La segunda definición de Eutifrón no es satisfactoria porque... |
SÓC. — Sino que, creo yo, Eutifrón, discuten cada acto los que lo
discuten, sean hombres o dioses, si es que los dioses lo discuten.
Discrepando sobre un acto, unos afirman que ha sido realizado con
justicia, otros, que injustamente. ¿No es así?
EUT. — Sin duda.
SÓC. — ¡Ea! Enséñame, Eutifrón, para que me haga más conocedor. ¿Qué
señal tienes tú de que todos los dioses consideran que ha muerto
injustamente un hombre que, estando asalariado, comete un asesinato y
que, atado por el dueño del muerto, a causa de las ataduras muere antes
de que el que lo había atado reciba información de los exegetas sobre
qué debe hacer con él; y de que está bien que por tal hombre el hijo
lleve a juicio al padre y le acuse de homicidio? Vamos, intenta
demostrarme claramente que, sin duda, todos los dioses consideran que
esta acción está bien hecha. Si me lo demuestras suficientemente, no
cesaré jamás de alabarte por tu sabiduría.
EUT.— Tal vez no es tarea pequeña, Sócrates; por lo demás, yo podría
demostrártelo muy claramente.
SÓC. — Me doy cuenta de que te parezco más torpe que los jueces; pues a
ellos les probarás, sin duda, que es un acto injusto y que todos los
dioses odian esta clase de actos.
EUT.— Se lo demostraré muy claramente, Sócrates, si me escuchan cuando
hable.
SÓC. — Te escucharán, si les parece que hablas bien. Pero, mientras tu
hablabas ahora, me ha venido a la mente una idea sobre la que he
reflexionado conmigo mismo así: «Si Eutifrón me enseñara con la mayor
precisión que los dioses en su totalidad consideran que esa muerte es
injusta, ¿habría aprendido yo más de Eutifrón qué es realmente lo pío y
lo impío? En efecto, esta muerte sería, según parece, odiosa para los
dioses, pero ha
resultado evidente para nosotros que lo pío y lo impío no están
delimitados por esto, pues hemos reconocido que lo odioso para los
dioses es también agradable a los dioses». Así que por mí, Eutifrón,
estás libre de demostrarlo; aceptemos que todos los dioses consideran
este acto injusto y que lo aborrecen, si quieres. Pero con esta
rectificación que hacemos en el razonamiento, la de que es impío lo que
todos los dioses odian, que lo que a todos los dioses agrada es pío, y
que lo que a unos agrada y otros odian no es ninguna de las dos cosas, o
ambas a la vez, ¿acaso quieres que establezcamos nosotros ahora esta
delimitación sobre lo pío y lo impío?
EUT. — ¿ Qué impedimento hay, Sócrates?
SÓC. — Para mí ninguno, Eutifrón, pero tú examina, por tu parte, si,
admitiendo este supuesto, vas a poder ensenarme fácilmente lo que
prometiste.
El argumento general de Sócrates es
.
Encontrad y subrayad la tercera definición de lo pío. |
EUT. — En cuanto a mí, afirmaría que es pío lo que agrada a todos los
dioses y que, por el contrario, lo que todos los dioses odian es impío.
SÓC. — ¿No es cierto que debemos examinar, Eutifrón, si, a su vez, esto
está bien dicho, o bien debemos dejarlo? De este modo aceptamos, tanto
en nosotros como en los otros, el que, si simplemente uno dice que algo
es así, admitimos que es así. ¿Acaso debemos examinar qué dice el que
así habla?
EUT. — Debemos examinarlo; sin embargo, yo creo que lo que hemos dicho
ahora está bien.
SÓC. — Pronto, amigo, lo vamos a saber mejor. Reflexiona lo siguiente.
¿Acaso lo pío es querido por los dioses porque es pío, o es pío porque
es querido por los dioses?
EUT. — No sé qué quieres decir, Sócrates.
SÓC. — Voy a intentar decírtelo con más claridad. ¿Decimos que algo es
transportado y algo transporta, que algo es conducido y algo conduce, y
que algo es visto y algo ve? Te das cuenta de que todas las cosas de
esta clase son diferentes una de otra y en qué son diferentes.
EUT. — Creo que me doy cuenta.
SÓC. — ¿Lo que es amado no es una cosa, y otra cosa distinta de ésta lo
que ama?
EUT. — ¿Cómo no?
SÓC. — Dime. ¿Acaso lo que es transportado es tal porque se lo
transporta, o por otra causa?
EUT. — No, es por ésta.
SÓC. — ¿Y lo que es conducido es tal porque se lo conduce y lo que es
visto, porque se lo ve?
EUT. — Ciertamente.
SÓC. — Luego no porque es visto, por eso se lo ve, sino que, al
contrario, porque se lo ve, por eso es visto. Tampoco porque es
conducido, por eso se lo conduce, sino que porque se lo conduce, por eso
es conducido; ni tampoco porque es transportado, por eso se lo
transporta, sino que porque se lo transporta, por eso es transportado.
¿Es evidente, Eutifrón, lo que quiero decir? Quiero decir lo siguiente.
Si algo se produce o algo se sufre, no se produce porque es producido,
sino que es producido porque se produce, ni tampoco se sufre porque es
sufrido, sino que es sufrido porque se sufre. ¿No estás de acuerdo en
esto?
EUT. — Sí lo estoy.
SÓC. — Luego también lo que es amado o es algo que se produce, o algo
que se sufre por alguien.
EUT. — Sin duda.
SÓC. — Y también este caso es como los anteriores; no porque algo es
amado se lo ama por los que lo aman, sino que es amado porque se lo ama.
Las dos páginas siguientes son las más exigentes del
diálogo. Leedlas varias veces y subrayad los puntos
importantes.
La idea principal que establece Sócrates es...
.
Sócrates está diciendo...
.
Un buen ejemplo sería... |
EUT. — Necesariamente.
SÓC. — ¿Qué decimos, pues, sobre lo pío, Eutifrón? ¿No es amado por
todos los dioses, según tus palabras?
EUT. — Sí.
SÓC. — ¿Acaso, porque es pío, o por otra causa?
EUT. — No, por ésta.
SÓC. — ¿Luego porque es pío se lo ama, pero no porque se lo ama es, por
eso, pío?
EUT. — Así parece.
SÓC. — ¿Pero, porque lo aman los dioses, es amado y agradable a los
dioses?
EUT. — ¿Cómo no?
SÓC. — Por tanto, lo agradable a los dioses no es lo pío, Eutifrón, ni
tampoco lo pío es agradable a los dioses, como tú dices, sino que son
cosas diferentes la una de la otra.
EUT. — ¿Cómo es eso, Sócrates?
SÓC. — Porque hemos acordado que lo pío es amado porque es pío, pero no
que es pío porque es amado. ¿No es así?
EUT. — Sí.
SÓC. — Lo agradable a los dioses, porque es amado por los dioses, por
este mismo hecho de ser amado es agradable a los dioses, pero no es
amado porque es agradable a los dioses.
EUT. — Es verdad.
SÓC. — Con que serían lo mismo, querido Eutifrón, lo agradable a los
dioses y lo pío, si lo pío fuera amado por ser pío y lo agradable a los
dioses fuera amado por ser agradable a los dioses, pero, si lo
agradable a los dioses fuera agradable a los dioses por ser amado por
los dioses, también lo pío sería pío por ser amado. Tú ves que la
realidad es que están en posición
opuesta porque son completamente distintos unos de otros. Lo uno es
amado porque se lo ama, a lo otro se lo ama porque es amado. Es
probable, Eutifrón, que al ser preguntado qué es realmente lo pío, tú no
has querido manifestar su esencia, en cambio hablas de un accidente que
ha sufrido, el de ser amado por todos los dioses, pero no dices todavía
lo que es. Así pues, si quieres, no me lo ocultes, sino que, de nuevo,
dime desde el principio qué es realmente lo pío, ya sea amado por los
dioses ya sufra otro accidente cualquiera. En efecto, no es sobre eso
sobre lo que vamos a discutir, pero dime con buen ánimo qué es lo pío y
lo impío.
EUT. — No sé cómo decirte lo que pienso, Sócrates, pues, por así
decirlo, nos está dando vueltas continuamente lo que proponemos y no
quiere permanecer donde lo colocamos.
Alto. Este es el párrafo más difícil del diálogo. Sed muy pacientes.
Entenderéis algo más cada vez que lo leáis de nuevo. Para más
ayuda, haced el ejercicio 3.
La idea básica de este párrafo parece ser... |
SÓC. — Lo que has dicho, Eutifrón, parece propio de nuestro antepasado
Dédalo. Si hubiera dicho yo esas palabras y las hubiera puesto en su
sitio, quizá te burlarías de mí diciendo que también a mí, por mi
relación con él, las obras que construyo en palabras se me escapan y no
quieren permanecer donde se las coloca. Pero, como las hipótesis son
tuyas, es necesaria otra
broma distinta. En efecto, no quieren permanecer donde las pones, según
te parece a ti mismo.
EUT. — Me parece que precisamente, Sócrates, lo que hemos dicho se
adapta a esta broma. En efecto, no soy yo el que ha infundido a esto el
que dé vueltas y no permanezca en el mismo sitio, más bien me parece que
el Dédalo lo eres tú, pues, en cuanto a mí, permanecería en su sitio.
SÓC. — Entonces, amigo, es probable que yo sea más hábil que Dédalo en
este arte, en cuanto que él sólo hacía móviles sus propias obras y, en
cambio, yo hago móviles, además de las mías, las ajenas. Sin duda, lo
más ingenioso de mi arte es que lo ejerzo contra mi voluntad.
Ciertamente, desearía que las ideas permanecieran y se fijaran de modo
inamovible más que poseer,
además del arte de Dédalo, los tesoros de Tántalo. Pero dejemos esto.
Como me parece que tú estás desdeñoso, me voy a esforzar en mostrarte
cómo puedes instruirme acerca de lo pío. No te desanimes. Examina si no
te parece a ti necesario que lo pío sea justo.
EUT. — Sí me lo parece.
SÓC. — ¿Acaso todo lo justo es pío o bien todo lo pío es justo, pero no
todo lo justo es pío, sino que una parte de ello es pío y la otra parte
no?
EUT. — No sigo, Sócrates, tus razonamientos.
SÓC. — Sin embargo, eres más joven que yo, con diferencia no menor que
con la que eres más sabio. Como digo, estás desdeñoso por la riqueza de
tu sabiduría. Pero, hombre afortunado, esfuérzate. No es nada difícil de
comprender lo que digo. Pues digo lo contrario de lo que dijo el poeta
en los versos:
De Zeus el que hizo y engendró todo esto no te atreves a hablar; pues
donde está el temor, allí está también el respeto. Yo no estoy de
acuerdo con el poeta. ¿Te digo en qué?
EUT. — Sin duda.
SÓC. — No me parece a mí que «donde está el temor, allí está también el
respeto». Me parece que muchos que temen las enfermedades, la pobreza y
otros muchos males los temen ciertamente, pero que en nada respetan lo
que temen. ¿No te lo parece también a ti?
Desde el comienzo del diálogo el humor de Eutifrón ha cambiado
de...
a...
.
Un ejemplo de la relación entre lo pío y lo moralmente correcto
sería la relación entre...
y
.
Desde este punto hasta el final del diálogo, subrayad
cada nueva definición de lo pío y cualquier otro punto
importante. |
EUT. — Sí, ciertamente.
SÓC. — En cambio, donde hay respeto, hay también temor. ¿Hay alguien que
respete una cosa y que sienta vergüenza ante ella, y que, al mismo
tiempo no esté amedrentado y tema una reputación de maldad?
EUT. — La teme ciertamente.
SÓC. — Luego no es adecuado decir: «pues donde está el temor, allí está
también el respeto», sino donde está el respeto, allí está también el
temor. En efecto, donde está el temor no todo es respeto, pues cubre más
campo, creo, el temor que el respeto, porque el respeto es una parte del
temor, como el impar es una parte del número, de modo que no donde hay
número, hay también impar, sino que donde hay impar, hay también número.
¿Me sigues ahora?
EUT. — Perfectamente.
SÓC. — Pues algo semejante decía yo antes al preguntarte si acaso donde
está lo justo, está también lo pío. O bien, donde está lo pío, allí
también está lo justo, pero donde está lo justo no todo es pío, pues lo
pío es una parte de lo justo. ¿Debemos decirlo así, o piensas tú de otro
modo?
EUT. — No, sino así, pues me parece que hablas bien.
SÓC. — Mira, pues, lo que sigue. En efecto, si lo pío es una parte de lo
justo, debemos nosotros, según parece, hallar qué parte de lo justo es
lo pío. Así pues, si tú me preguntaras algo de lo que hemos hablado
ahora, por ejemplo, qué parte del número es el par y cómo es
precisamente este número par, yo te diría que el que no es impar, es
decir, el que es divisible en dos números iguales. ¿No te parece así?
EUT. — Sí me lo parece.
SÓC. — Intenta tú también ahora mostrarme qué parte de lo justo es lo
pío, para que podamos decir a Meleto que ya no nos haga injusticia ni
nos presente acusación de impiedad, porque ya hemos aprendido de ti las
cosas religiosas y pías y las que no lo son.
EUT. — Ciertamente, Sócrates, me parece que la parte de lo justo que es
religiosa y pía es la referente al cuidado de los dioses, la que se
refiere a los hombres es la parte restante de lo justo.
SÓC. — Me parece bien lo que dices, Eutifrón, pero necesito aún una
pequeña aclaración. No comprendo todavía a qué llamas cuidado. Sin duda
no dices que este cuidado de los dioses sea semejante a los otros
cuidados. En efecto, usamos, por ejemplo, esta palabra cuando decimos:
no todo el mundo sabe cuidar a los caballos, excepto el caballista. ¿Es
así?
EUT. — Ciertamente.
SÓC. — Luego, de alguna manera, la hípica es el cuidado de los caballos.
EUT. — Sí.
Platón Eutifrón 24
SÓC. — Tampoco saben todos cuidar a los perros, excepto el encargado de
ellos.
EUT. — Así es.
SÓC. — Pues, de algún modo, la cinegética es el cuidado de los perros.
EUT. — Sí.
SÓC. — Y la ganadería es el cuidado de los bueyes.
EUT. — Ciertamente.
SÓC. — ¿La piedad y la religiosidad es el cuidado de los dioses,
Eutifrón?
¿Dices eso?
EUT. — Exactamente.
SÓC. — ¿Luego toda clase de cuidado cumple el mismo fin? Más o menos, es
para bien y utilidad de lo que se cuida, según ves que los caballos
cuidados por el arte de la hípica sacan utilidad y mejoran. ¿No te
parece así?
EUT. — A mí, sí.
SÓC. — Y los perros cuidados por el arte de la cinegética, y los bueyes,
por el de la ganadería y todas las demás cosas, del mismo modo. ¿O bien
crees tú que el cuidado es para daño de lo cuidado?
EUT. — No, por Zeus.
SÓC. — ¿Es para su utilidad?
EUT. — ¿Cómo no?
SÓC. — ¿Acaso también la piedad, que es cuidado de los dioses, es de
utilidad para los dioses y los hace mejores? ¿Aceptarías tú que, cuando
realizas algún acto pío, haces mejor a algún dios?
EUT. — De ningún modo, por Zeus.
SÓC. — Tampoco creo yo, Eutifrón, que tú digas esto. Estoy muy lejos de
creerlo; pero, precisamente por esto, te preguntaba yo cuál creías que
era realmente el cuidado de. los dioses, porque pensaba que tú no decías
que fuera de esta clase.
EUT. — Y pensabas rectamente, Sócrates, pues no hablo de esa clase de
cuidado.
SÓC. — Bien. ¿Pero qué clase de cuidado de los dioses sería la piedad?
EUT. — El que realizan los esclavos con sus dueños, Sócrates.
SÓC. — Ya entiendo; sería, según parece, una especie de servicio a los
dioses.
EUT. — Ciertamente.
SÓC.— ¿Puedes decirme entonces: el servicio a los médicos es un servicio
para la realización de qué obra? ¿No crees que la obra de la salud?
EUT. — Ciertamente.
SÓC. — ¿Y el servicio a los constructores de barcos es un servicio para
la realización de qué obra?
En este momento del diálogo, el lector entiende ya
que Eutifrón es la clase de persona que... |
EUT. — Es evidente, Sócrates, que para la de los barcos.
SÓC. — ¿Y el servicio a los arquitectos es la edificación de las casas?
EUT. — Si.
SÓC. — Dime ahora, amigo, ¿el servicio a los dioses sería un servicio
para la realización de qué obra? Es evidente que tú lo sabes, puesto que
afirmas que conoces las cosas divinas mejor que ningún hombre.
EUT. — Y digo la verdad, Sócrates.
SÓC. — Dime, por Zeus, ¿cuál es esa bellísima obra que los dioses
producen valiéndose de nosotros como servidores?
EUT. — Son muchas y bellas, Sócrates.
SÓC. — También las producen los generales, amigo. Sin embargo, podrías
decir fácilmente lo más importante, a saber, producen la victoria en la
guerra.
¿Es así?
SÓC. — Creo que también los agricultores producen muchas cosas bellas;
sin embargo, lo más importante es la producción del alimento sacado de
la tierra.
EUT. — Ciertamente.
SÓC. — Y de las muchas cosas bellas que los dioses producen, ¿cuál es la
más importante?
EUT. — Ya te he dicho antes, Sócrates, que supone bastante esfuerzo
aprender con precisión cómo son todas estas cosas. Sin embargo, te digo,
simplemente, que si se sabe decir y hacer lo que complace a los dioses,
orando y haciendo sacrificios, éstos son los actos piadosos y ellos
salvan a las familias en privado y a la comunidad en las ciudades; lo
contrario de lo que agrada a los dioses es lo impío, que destruye y
arruina todo.
SÓC. — Por muy poco, Eutifrón, habrías podido decirme lo más importante
de lo que yo te preguntaba, si hubieras querido. Pero no estás dispuesto
a instruirme; está claro. En efecto, ahora cuando ya estabas a punto de
decirlo, te echaste atrás. Si lo hubieras dicho, ya habría yo aprendido
de ti suficientemente lo que es la piedad. Pero, ahora — pues es preciso
que el amante siga al amado adonde aquél lo lleve— , ¿qué dices que es
lo pío y la piedad? ¿No es, en algún modo, una ciencia de sacrificar y
de orar?
EUT. — Ciertamente.
SÓC. — ¿Sacrificar no es ofrecer dones a los dioses, y orar, hacerles
peticiones?
EUT. — Exactamente, Sócrates.
SÓC. — Luego, según este razonamiento, la piedad sería la ciencia de las
peticiones y ofrendas a los dioses.
EUT. — Has comprendido muy bien, Sócrates, lo que he dicho.
SÓC. — Estoy deseoso de tu sabiduría, amigo, y le presto mi atención de
modo que nada de lo que dices caiga a tierra. Explícame cuál es este
servicio a los dioses, ¿afirmas que es hacerles peticiones y ofrecerles
presentes?
Sócrates es la clase de persona que... |
UT. — Sí
lo afirmo.
SÓC. — ¿No es cierto que pedir adecuadamente sería pedirles lo que
necesitamos de ellos?
EUT. — ¿Qué otra cosa podía ser?
SÓC. — Y, por otra parte, dar adecuadamente sería ofrecerles a cambio lo
que ellos necesitan de nosotros? En efecto, no sería inteligente que
alguien ofreciera a uno cosas de las que no tiene ninguna necesidad.
EUT. — Dices la verdad, Sócrates.
SÓC. — Luego la piedad sería, para los dioses y los hombres, una especie
de arte comercial de los unos para con los otros, Eutifrón.
EUT. — Arte comercial, si te gusta llamarlo así.
SÓC. — No hay nada agradable para mí, si no es verdad. Indícame qué
utilidad sacan los dioses de las ofrendas que reciben de nosotros. Lo
que ellos dan es evidente para todo el mundo. En efecto, no poseemos
bien alguno que no nos lo den ellos. Pero, ¿ de qué les sirve lo que
reciben de nosotros? ¿Acaso conseguimos tanta ventaja en este comercio,
que nosotros
recibimos de ellos todos los bienes y ellos no reciben nada de nosotros?
EUT. — ¿Pero crees tú, Sócrates, que los dioses sacan beneficio de las
cosas que reciben de nosotros?
SÓC. — ¿Qué serían, en fin, las ofrendas nuestras a los dioses,
Eutifrón?
EUT. — ¿ Qué otra cosa crees que pueden ser, más que muestras de
veneración, de homenaje y, como acabo de decir, deseos de complacerles?
SÓC. — ¿Luego lo pío, Eutifrón, es lo que les complace, pero no lo que
es útil ni lo que es querido para los dioses?
EUT. — Yo creo que es precisamente lo más querido de todo.
SÓC. — Luego, según parece, de nuevo lo pío es lo querido para los
dioses.
EUT. — Exactamente.
SÓC. — ¿Diciendo tú estas cosas, te causará extrañeza el que te parezca
que tus razonamientos no permanecen fijos, sino que andan, y me acusarás
a mí de ser un Dédalo y hacerlos andar, siendo tú mucho más diestro que
Dédalo, pues los haces andar en circulo? ¿No te das cuenta de que
nuestro razonamiento ha dado la vuelta y está otra vez en el mismo
punto? ¿Te acuerdas de que antes nos resultó que lo pío y lo agradable a
los dioses no eran la misma cosa, sino algo distinto lo uno de lo otro?
¿No te acuerdas?
EUT. — Sí, me acuerdo.
SÓC. — ¿Y no te das cuenta de que ahora afirmas que lo querido para los
dioses es pío? ¿Es esto algo distinto de lo agradable a los dioses, o
no.
EUT. — Es lo mismo.
Lo que le ha pasado a Eutifrón es... |
SÓC. — Luego, o bien antes hemos llegado a un acuerdo equivocadamente, o
bien, si ha sido acertadamente, ahora hacemos una proposición falsa.
EUT. — Así parece.
SÓC. — Por tanto, tenemos que examinar otra vez desde el principio qué
es lo pío, porque yo, en lo que de mi depende, no cederé hasta que lo
sepa. No me desdeñes, sino aplica, de todos modos, tu mente a ello lo
más posible y dime la verdad. En efecto, tú lo conoces mejor que ningún
otro hombre y no se te debe dejar ir, como a Proteo, hasta que lo digas.
Porque si tú no
conocieras claramente lo pío y lo impío, es imposible que nunca hubieras
intentado a causa de un asalariado acusar de homicidio a tu viejo padre,
sino que hubieras temido ante los dioses arriesgarte temerariamente, si
no obrabas rectamente, y hubieras sentido vergüenza ante los hombres.
Por ello, sé bien que tú crees saber con precisión lo que es pío y lo
que no lo es. Así pues, dímelo, querido Eutifrón, y no me ocultes lo que
tú piensas que es.
EUT. — En otra ocasión, Sócrates; ahora tengo prisa y es tiempo de
marcharme.
SÓC. — ¿Qué haces, amigo? Te alejas derribándome de la gran esperanza
que tenía de que, tras aprender de ti lo que es pío y lo que no lo es,
me libraría de la acusación de Meleto demostrándole que, instruido por
Eutifrón, era ya experto en las cosas divinas y que ya nunca obraría a
la ligera ni haría innovaciones respecto a ellas por ignorancia, y,
además, que en adelante llevaría una vida mejor.
Pensando sobre el Eutifrón |
1. Acaso ésta ha sido la primera obra de filosofía que habéis
leído. ¿Por qué crees que Platón la escribió? Quizás porque...
o porque...
.
Me ha parecido, sobre todo, que...
.
¿Qué clase de persona es Sócrates? Si tuviera que escoger tres
características, diría que es....
, porque...
,
y es...
, porque...
. Y también es...
porque...
.
¿Y qué piensas de Eutifrón? Las tres características principales
de Eutifrón y un buen ejemplo de cada una de ellas son...
|
2. ¿Cuántas definiciones diferentes de piedad has encontrado?
Creo que hay .
La primera, desde luego, es
.
Las otras, por orden, son...
. |
3. Ahora consideremos dos de las refutaciones de Sócrates
detenidamente. ¿Cómo muestra Sócrates a Eutifrón que su primera
definición es errónea? Sócrates dice que no es una definición de
piedad porque...
.
Si os pidieran que definierais un coche, un ejemplo de la clase
de error que comete Eutifrón sería decir que un coche es...
. De hecho, una definición adecuada de coche tendría que
incluir...
.
En la refutación de la tercera definición de lo piadoso Sócrates
afirma: "Nadie ve un objeto porque sea un objeto visto, sino que
es visto porque alguien lo ve. Nadie lleva un objeto porque sea
un objeto llevado, sino que es un objeto llevado porque alguien
lo lleva." Esto quizá no sea sencillo de entender. Piensa en tu
propio ejemplo y trata de explicar el sentido de lo que dice
Sócrates.
Un ejemplo de lo que Sócrates está diciendo sería:
. Lo que está tratando de establecer es...
. Después, en esta misma refutación, Sócrates pregunta a
Eutifrón si
(a) los dioses aman algo porque es piadoso, o (b) si algo es
piadoso porque los dioses lo aman. Supongamos que rezáis una pía
oración por sacar una buena nota en filosofía. En el caso (a),
¿qué es antes:
la piedad de vuestra oración o que los dioses la amen?
Diría que es antes en el caso (a), porque...
.
Vamos a volver a intentarlo. En el caso (a) ¿tu oración es pía y
después la aman los dioses o la oración se hace pía porque los
dioses la aman?
Diría que...
, porque...
.
Platón Eutifrón 30
Ahora, desde el punto de vista del enunciado (b), ¿qué es antes:
la piedad de la oración o que los dioses
la amen?
Diría que
, porque
.
¿Qué es antes, la causa o el efecto?
siempre se da antes que .
¿Cuál es la causa y el efecto en el enunciado (a)? ¿Y en el
enunciado (b)?
En (a) la causa es
y el efecto es
.
En (b) la causa es .
¿Cuál de los dos escoge Eutifrón, (a) o (b)?
Al mirar otra vez el texto, veo que Eutifrón escoge como
definición de la piedad. Esto no puede
ser una definición de piedad porque
|
4. De todas las definiciones de la piedad, ¿cuál crees tú que se
acerca más a la verdad?
La mejor definición, probablemente, es
.
Ahora probad a pensar por vosotros mismos sobre la piedad.
Digamos que estamos todos de acuerdo en
que Madre Teresa de Calcuta es una persona piadosa. Vive en la
pobreza, ayuda a los más pobres de los
pobres y no tiene ninguna preocupación por sí misma. Y
supongamos que Dios la ama. ¿El amor de Dios
la hace piadosa, o es piadosa y Dios la ama en consecuencia?
Pensando cuidadosamente sobre esto, diría que
, porque
.
Demos otro paso. Digamos que haces la buena acción de enviar
dinero a la Madre Teresa. ¿Esto es una
buena acción porque Dios ama tales acciones o es buena por sí
misma? ¿La bondad viene de la acción
o de la aprobación de Dios? Si os acobardáis y decís "de las dos
maneras”, entonces decidme la diferencia
entre la bondad que proviene de enviar dinero y la bondad que
proviene de Dios.
Platón Eutifrón 31
Me alegro de no haber pensado nunca que la filosofía fuera
fácil.Yo diría que el acto de enviar dinero
. |
5. ¿Podrías probar a hacer un esquema del modo socrático de
refutación de sus interlocutores?
Primero,
; entonces,
y finalmente
.
Busca en tu libro de texto, en los apuntes o en cualquier otro
sitio las razones que podría tener Sócrates
para proceder de esta manera. ¿Cuáles has encontrado?
.
Con lo que ahora tienes y con la siguiente frase de Sócrates en:
"No hay nada agradable para mí, si no es
verdad", trata de resolver estos dos problemas: a) ¿Quienes te
parece que son los adversarios principales
de Sócrates y Platón, o dicho de otro modo, quiénes niegan ese
"impulso ético" hacia la verdad? ¿Cómo
lo hacen, por qué? (Trata de resumir las razones)
.
b) Frente a estos señores, el estilo propio de Sócrates (porque
todos se atienen al mismo campo de juego:
el lenguaje), consiste en:
. |
6. Prueba a mejorar la definición de Eutifrón de la piedad. Aquí
hay tres acciones, que vamos a suponer que son piadosas: dar
dinero a los pobres, ir a la iglesia regularmente y amar a
vuestros enemigos. unas definición de lo piadoso debería mostrar
lo que estas tres acciones tienen en común. ¿Que decís que es la
piedad?
Se me ocurren diferentes definiciones. Algo que estas acciones
tienen en común es...
. Por tanto, la piedad podría ser...
. Otra cosa que estas acciones tienen en común es...
.Por consiguiente, la piedad sería...
. Finalmente, mi propia opinión es que la piedad es....
. De cualquier modo, un posible crítica de esta definición sería
que...
|
.
Platón Apología
En este diálogo Sócrates está ante el tribunal y no ofrece una apología
(en el sentido de disculpa) sino una defensa. El jurado ateniense en
este caso consta de 501 miembros. Era la costumbre que cada parte
presentar su discurso y, si el acusado era declarado culpable, cada
parte propusiera a continuación una pena. El jurado escogería entonces
entre ambas propuestas.
Tareas de anotación. La información sobre Sócrates: hay mucha
información biográfica e intelectual de Sócrates en Apología.
Presta atención en las primeras páginas a las acusaciones y los
argumentos contra Sócrates. |
El tema principal: el tema es simplemente la defensa de Sócrates.
Para empezar, buscarás los puntos principales que establece
contra sus acusadores y después buscarás los que establece tras
oír el veredicto del jurado. |
Apología de
Sócrates
¡Ciudadanos atenienses! Ignoro qué impresión habrán despertado en
vosotros las palabras de mis acusadores. Han hablado tan seductoramente
que al escucharlas casi han conseguido deslumbrarme a mí mismo. Sin
embargo, quiero demostraros que no han dicho ninguna cosa que se ajuste
a la realidad. Aunque de todas las falsedades que han urdido, hay una
que me deja lleno de asombro aquella en que se decía que tenéis que
precaveros de mí, y no dejaros embaucar porque soy una persona muy hábil
en el arte de hablar.
Y ni
siquiera la vergüenza les ha hecho enrojecer al sospechar de que les voy
a desenmascarar con hechos y no con unas simples palabras. A no ser que
ellos consideren orador habilidoso a aquel que sólo dice y se apoya en
la verdad. Si es eso lo que quieren decir, gustosamente he de reconocer
que soyorador, pero jamás en el sentido y en la manera usual entre
ellos. Aunque vuelvo a insistir, que poco, por no decir nada, han dicho
que sea verdad.
Y, ¡por
Zeus!, que no les seguiré el juego compitiendo con frases redondeadas,
ni con bellos discursos escrupulosamente estructurados como es propio de
los de su calaña, sino que voy a limitarme a decir llanamente lo que
primero se me ocurra, sin rebuscar mis palabras, como si de una
improvisación se tratara, porque estoy tan seguro de la verdad de lo que
digo, que tengo bastante con decir lo justo, dígalo como lo diga. Por
eso, que nadie de los aquí presentes, espere de mí, hoy, otra cosa.
Porque, además, a la edad que tengo sería ridículo que pretendiera
presentarme ante vosotros con rebuscados parlamentos, propios más bien
de los jovenzuelos con ilusas aspiraciones de medrar.
Tras
este preámbulo, debo haceros, y muy en serio, una petición. Y es la de
que no me exijáis que use en mi defensa un tono y estilo diferente del
que uso en el ágora, curioseando las mesas de los cambistas o en
cualquier sitio donde muchos de vosotros me habéis oído. Si estáis
advertidos, después no alborotéis por ello. Pues, ésta es mi situación:
hoy es la primera vez que en mi larga vida comparezco ante un tribunal
de tanta categoría como éste. Así que — y lo digo sin rodeos soy un
extraño a los usos de hablar que aquí se estilan. Y si en realidad fuera
uno de los tantos extranjeros que residen en Atenas, me consentiríais, e
incluso excusaríais el que hablara con aquella expresión y acento
propios de donde me hubiera criado.
Por eso,
debo rogaros aunque creo tener el derecho a exigirlo que no os fijéis ni
os importen mis maneras de hablar y de expresarme (que no dudo de que
las habrá mejores y peores) y que por el contrario, pongáis atención
exclusivamente en si digo cosas justas o no. Pues, en esto, en el
juzgar, consiste la misión del juez, y en el decir la verdad, la del
orador. Así pues, lo correcto será que pase a defenderme.
En
primer lugar de las que fueron las primeras acusaciones propaladas
contra mí por mis antiguos acusadores y después pase a contestar las más
recientes. Todos sabéis que, tiempo ha, surgieron detractores míos, que
nunca dijeron nada cierto y es a éstos a los que más temo, incluso más
que al propio Anitos y a los de su comparsa, aunque también esos sean de
cuidado.
De acuerdo con Sócrates, las diferencias entre él y sus acusadores
son... |
Pero lo
son más, atenienses, los que tomándoos a muchos de vosotros desde niños
os persuadían y me acusaban mentirosamente diciendo que hay un tal
Sócrates, sabio, que se ocupa de las cosas celestes, que investiga todo
lo que hay bajo la tierra y que hace más fuerte el argumento más débil.
Estos, son, de entre mis acusadores, a los que más temo por la mala fama
que me han creado y porque los que les han oído están convencidos de que
quienes investigan tales asuntos tampoco creían que existan dioses. Y
habría de añadir que estos acusadores son muy numerosos y que me están
acusando desde hace muchos años, con la agravante de que se dirigieron a
vosotros cuando erais niños o adolescentes y por ello más fácilmente
manipulables, iniciando un auténtico proceso contra mí, aprovechándose
de que ni yo, ni nadie de los que hubieran podido defenderme, estaban
presentes. Y lo más desconcertante es, que ni siquiera dieron la cara,
por lo que es imposible conocer todos sus nombres, a excepción de cierto
autor de comedias. Esos, pues, movidos por envidias y jugando sucio,
trataron de convenceros para, que una vez convencidos, fuerais
persuadiendo a otros. Son, indiscutiblemente, difíciles de
desenmascarar, pues ni siquiera es posible hacerles subir a este estrado
para que den la cara y puedan ser interrogados, por lo que me veo
obligado como vulgarmente se dice a batirme contra las sombras y a
refutar sus argumentos sin que nadie me replique.
Convenid, pues, conmigo, que dos son los tipos de acusadores con los que
debo enfrentarme: unos, los más antiguos, y otros, los que me han
acusado recientemente. Por ello, permitidme que empiece por
desembarazarme primero de los más antiguos, pues fueron sus acusaciones
las que llegaron antes a vuestro conocimiento y durante mucho más tiempo
que las recientes.
Aclarado esto, es preciso que pase a iniciar mi defensa para intentar
extirpar de vuestras mentes esa difamación que durante tanto tiempo os
han alimentado y debo hacerlo en tan poco tiempo como se me ha
concedido.
Esto es
lo que pretendo con mi defensa, confiado en que redunde en beneficio mio
y en el vuestro, pero no se me escapa la dificultad de la tarea. Sin
embargo, que la causa tome los derroteros que sean gratos a los dieses.
Lo mio es obedecer a la ley y abogar por mi causa.
El grupo de acusadores más difícil de refutar es... |
.
Remontémonos, pues, desde el principio para ver cual fue la acusación
que dio origen a esta mala fama de que gozo y que ha dado pie a Meletos
para iniciar este proceso contra mí. Imaginémonos que se tratara de una
acusación formal y pública y oímos recitarla delante del tribunal:
«Sócrates es culpable porque se mete donde no le importa, investigando
en los cielos y bajo la tierra. Practica hacer fuerte el argumento más
débil e induce a muchos otros para que actúen como él.»
Algo
parecido encontraréis en la comedia de Aristófanes, donde un tal
Sócrates se pasea por la escena, vanagloriándose de que flotaba por los
aires, soltando mil tonterías sobre asuntos de los que yo no entiendo ni
poco ni nada. Y no digo eso con ánimo de menosprecio, no sea que entre
los presentes haya algún aficionado hacia tales materias y lo aproveche
Meletos para entablar nuevo proceso contra mi, por tan grave crimen. La
verdad es, oh, atenienses, que no tengo nada que ver con tales
cuestiones.
Y reto a
la inmensa mayoría para que recordéis si en mis conversaciones me habéis
oído discutir o examinar sobre tales asuntos; incluso, que os informéis
los unos de los otros, entre todos los que me hayan oído alguna vez,
publiquéis vuestras averiguaciones. Y así podréis comprobar que el resto
de las acusaciones que sobre mí se han propalado son de la misma calaña.
Pero nada de cierto hay en todo esto, ni tampoco si os han contado que
yo soy de los que intentan educar a las gentes y que cobran por ello y
también puedo probar que esto no es verdad y no es que no encuentre
hermoso el que alguien sepa dar lecciones a los otros, si lo hacen como
Gorgias de Leontinos o Pródicos de Ceos o Hipias de Hélide, que van de
ciudad en
ciudad, fascinando a la mayoría de los jóvenes y a muchos otros
ciudadanos que podrían escoger libremente y gratis, la compañía de
muchos otros ciudadanos y que, sin embargo, prefieren abandonarles para
escogerles a ellos para recibir sus lecciones por las que deben pagar y,
aún más, restarles agradecidos.
Y me han
contado, que corre por ahí uno de esos sabios, natural de Paros y que
precisamente ahora está en nuestra ciudad. Coincidió que me encontré con
el hombre que más dinero se ha gastado con estos sofistas, incluso mucho
más él solo que entre el resto juntos. A éste —que tiene dos hijos, como
sabéis— le pregunté:
—« Calias, si en lugar de estar preocupado por dos hijos, lo estuvieras
por el amaestramiento de dos potrillos o dos novillos, nos sería fácil,
mediante un jornal, encontrar un buen cuidador: éste debería hacerlos
aptos y hermosos según posibilitara su naturaleza y seguro que
escogerías al más experto conocedor de caballos o a un buen labrador.
Pero, puesto que son hombres, ¿a quién has pensado confiarlos? ¿Quién es
el experto en educación de las aptitudes propias del hombre y del
ciudadano? Pues me supongo que lo tienes todo bien estudiado, por mor de
esos dos hijos que tienes. ¿Hay alguien preparado para tal menester?.
—Claro que lo hay, respondió.
—¿Quién?, y ¿de dónde?, y ¿cuánto cobra? —le acosé.
—¡Oh Sócrates! se llama Evenos, es de Paros y cobra cinco minas. Y me
pareció que este tal Evenos puede sentirse feliz si de verdad posee este
arte y enseña tan convincentemente. Es por si yo poseyera este don me
satisfaría y orgullosamente lo proclamaría. Pero, en realidad es que no
entiendo nada sobre eso..
Subraya esta acusación y fíjate cómo se refiere a ella Sócrates
más adelante.
Lo principal que ha dicho Sócrates hasta ahora es... |
Acaso ante eso, alguno de vosotros me interpele:
—Pero entonces, Sócrates, ¿cuál es tu auténtica profesión? ¿De dónde han
surgido estas habladurías sobre ti? Porque ni no te dedicas a nada que
se salga de lo corriente, sin meterte en lo que no te concierne, no se
habría originado esta pésima reputación y tan contradictorias versiones
sobre tu conducta. Explícate de una vez, para que no tengamos que darnos
nuestra
propia versión.
Esto sí
que me parece razonable y sensato, y por ser cuerdo, quiero pasar a
contestarlo para dejar bien claro de dónde han surgido estas imposturas
que me han hecho acreedor de esta notoriedad tan molesta.
Escuchadlo. Quizá alguno se crea que me lo tomo a guasa, sin embargo,
estad seguros de que sólo os voy a decir la verdad.
Yo he alcanzado este popular renombre por una cierta clase de sabiduría
que poseo.¿De qué sabiduría se trata? Ciertamente que es una sabiduría
propia de los humanos. Y en ella es posible que yo sea sabio, mientras
que por el contrario, aquellos a los que acabo de aludir, quizá también
sean sabios, pero lo serán en relación a una sabiduría que quizá sea
extrahumana, o no se con
qué nombre calificarla. Hablo así, porque, yo, desde luego, que ésa no
la poseo ni sé nada de ella y el que propale lo contrario o miente, o lo
dice para denigrarme.
Atenienses, no arméis barullo porque parezca que me estoy dando
autobombo. Lo que os voy a contar no serán valoraciones sobre mí mismo,
sino que os voy a remitir a las palabras de alguien que merece vuestra
total confianza y que versan precisamente sobre mi sabiduría, si es que
poseo alguna, y cual sea su índole. Os voy a presentar el testimonio del
propio dios de Delfos. Conocéis sin duda a Querefonte, amigo mio desde
la juventud, compañero de muchos de los presentes, hombre democrático.
Sócrates dicede Eveno que...
.
Subraya en este párrafo los siguientes los puntos principales de
la experiencia de Sócrates con el oráculo de Delfos. |
Con vosotros compartió irónicamente el destierro y con vosotros regresó.
Bien conocéis con qué entusiasmo y tozudez emprendía sus empresas. Pues
bien, en una ocasión, mirad a lo que se atrevió: fue a Delfos a hacer
una especial consulta al oráculo, y os vuelvo a pedir calma, ¡oh,
atenienses! y que no me alborotéis. Le preguntó al oráculo si había en
el mundo alguien más sabio que yo. Y la pitonisa respondió que no había
otro superior.
Toda esta historia la puede avalar el hermano de Querefonte, aquí
presente, pues sabéis que él ya murió.
Veamos
con qué propósitos os traigo a relación estos hechos; mostraros de dónde
arrancan las calumnias que han caído sobre mí. Cuando fui conocedor de
esta opinión del oráculo sobre mí, empecé a reflexionar: ¿Qué quiere
decir realmente el dios? ¿Qué significa este enigma?
Porque
yo sé muy bien que sabio no lo soy, ¿a qué viene, pues, el proclamar el
que lo soy? Y que él no miente, no sólo es cierto, sino que incluso ni
las leyes del cielo se lo permitirían. Durante mucho tiempo me preocupe
por saber cuáles eran sus intenciones y qué era lo que en verdad quería
decir. Más tarde y muy a desagrado, me dediqué a descifrarlo de la
siguiente manera. Anduve mucho tiempo pensativo y al fin entré en casa
de uno de nuestros conciudadanos que todos tenemos por sabio, convencido
de que éste era el mejor lugar para dejar esclarecido el vaticinio, pues
pensé: «Este es más sabio que yo y tú decías que yo lo era más que
todos.»
No me
exijáis que diga su nombre; haya bastante con decir que se trataba de un
renombrado político. Y al examinarlo, ved ahí lo que experimenté: tuve
la primera impresión de que parecía mucho más sabio que muchas otros
que, sobre todo, el se lo tenía creído, pero que en realidad no lo era.
Intenté hacerle ver que no poseía la sabiduría que él presumía tener.
Con ello, no sólo me gané su inquina, sino también la de sus amigos. Y
partí, diciéndome para mis cabales: ninguno de los dos sabemos nada,
pero yo soy el más sabio, porque yo, por lo menos, lo reconozco. Así que
pienso que en este pequeño punto, justamente si que soy mucho más sabio
que él: que lo que no sé, tampoco presumo de saberlo.
Y de
allí pase a saludar a otro de los que gozaban aún de mayor fama que el
anterior y llegué a la misma conclusión. Y también me malquisté con él y
con sus conocidos. Pero no desistí. Fui entrevistando uno tras otro,
consciente que sólo me acarrearía nuevas enemistades, pero me sentía
obligado a llegar hasta el fondo para no dejar sin esclarecer el mensaje
del dios. Debía llamar a todas las puertas de los que se llamaban sabios
con tal de descifrar todas las incógnitas del oráculo.
El plan de Sócrates es...
porque...
|
Y ¡voto al perro! —y juro porque estoy empezando a sacar a la luz la
verdad— que ésta fue la única conclusión: los que eran reputados o se
consideraban a sí mismos como los más sabios, fue a los encontré más
carentes de sabiduría, mientras que otros que pasaban por inferiores,
los superaban. Permitid que os relate cómo fue aquella mi peregrinación,
que cual emulación
de los trabajos de Hércules, llevé a cabo para asegurarme de que el
oráculo era irrefutable. Tras los políticos, acosé a los poetas: me
entrevisté con todos: con lo que escriben poemas, con los que componen
ditirambos o practican cualquier género literario, con la persuasión de
que aquí sí me encontraría totalmente superado por ser yo muchísimo más
ignorante que uno cualquiera de ellos.
Así
pues, escogiendo las que me parecieron sus mejores obras, les iba
preguntando qué es lo que querían decir. Intentaba descifrar el oráculo
y, al mismo tiempo, ir aprendiendo algo de ellos. Pues sí, ciudadanos,
me da vergüenza deciros la verdad, pero hay que decirla: cualquiera de
los allí presentes se hubiera explicado mucho mejor sobre ellos, que sus
mismos autores. Pues pronto descubrí que la obra de los poetas no es
fruto de la sabiduría, sino de ciertas dotes naturales y que escriben
bajo inspiración, como les pasa a los profetas, adivinos, que pronuncian
frases inteligentes y bellas, pero nada es fruto de su inteligencia y
muchas veces lanzan mensajes sin darse cuenta de lo que están diciendo.
Algo parecido opino que ocurre en el espíritu de los poetas. Sin
embargo, me percaté de que los poetas, a causa de este don de las musas,
se creen los más sabios de los hombres y no sólo en estas cosas, sino en
todas las demás, pero que, en realidad, no lo eran.
Y me
alejé de allí, convencido de que también estaba por encima de ellos, lo
mismo que ya antes había superado a los políticos.
Para terminar, me fui en busca de los artesanos, plenamente convencido
de que yo no sabía nada y que en estos encontraría muchos y útiles
conocimientos. Y ciertamente que no me equivoqué: ellos entendían en
cosas que yo desconocía, por tanto, en este aspecto eran mucho más
expertos que yo, sin duda. Pero pronto descubrí que los artesanos
adolecían del mismo defecto que los poetas: por el hecho de que
dominaban bien una técnica y realizaban bien un oficio, cada uno de
ellos se creía entendido no sólo en esto, sino en el resto de las
profesiones, aunque se tratara de cosas muy complicadas. Y esta
petulancia, en mi opinión, echaba a perder todo lo que sabían.
L a s i r o n í a s d e l a investigación de Sócrates son.. |
Estaba
hecho un lío, porque intentando interpretar el oráculo, me preguntaba a
mi mismo si debía juzgarme tal como me veía —ni sabio de su sabiduría,
ni ignorante de su ignorancia— o tener las dos cosas que ellos poseían.
Y me respondí a mí mismo y al oráculo, que me salía mucho más a cuenta
permanecer tal cual soy. En fin, oh atenienses, que como resultado de
esta encuesta, me encuentro, que por un lado me he granjeado muchos
enemigos y odios profundos y enconados como los haya, que han sido causa
de esta aureola de sabio con que me han adornado y que han encendido
tantas calumnias. En efecto,
quienes asisten accidentalmente a alguna de mis tertulias se imaginan
quizá de que yo presumo de ser sabio en aquellas cuestiones en que yo
someto a examen a los otros, pero en realidad, sólo el dios es sabio, y
lo que quiere decir el oráculo es simplemente que la sabiduría humana
poco o nada vale ante su sabiduría. Y si me ha puesto a mí como modelo,
es que simplemente se ha servido de mi nombre como para poner un
ejemplo, como si dijera:
Entre
vosotros es el más sabio, ¡oh hombres!, aquél que como Sócrates ha caído
en la cuenta de que en verdad su sabiduría no es nada. Es por eso,
sencillamente, por lo que voy de acá para allá, investigando en todos
los que me parecen sabios, siguiendo la indicación del dios, para ver si
encuentro una satisfacción a su enigma, ya sean ciudadanos atenienses o
extranjeros. Y cuando descubro que no lo son, contribuyo con ello a ser
instrumento del dios.
Ocupado
en tal menester, da la impresión de que me he dedicado a vagar y que he
dilapidado mi tiempo, descuidando los asuntos de la ciudad, e incluso
los de mi familia, viviendo en la más absoluta pobreza por preferir
ocuparme del dios. Por otra parte, ha surgido un grupo de jóvenes que
espontáneamente me siguen y que son los que disponen de mayor tiempo
libre, por preceder de familias acomodadas, disfrutando al ver cómo
someto a interrogatorios a mis interlocutores y en más de una ocasión se
ponen ellos mismos a imitarme examinando a las gentes. Y es cierto que
han encontrado a un buen grupo de personas que se pavonean de saber
mucho pero que en realidad poco o nada saben. Y en consecuencia, los
ciudadanos examinados y desembaucados por estos, se encorajinan contra
mí —y no contra sí mismos que sería lo más lógico—, y de aquí nace el
rumor de que corre por ahí un cierto personaje llamado Sócrates, de lo
más siniestro y malvado, corruptor de la juventud de nuestra ciudad.
Pero cuando alguien les pregunta qué es lo que en realidad enseño, no
saben qué responder, pero para no hacer el ridículo, echan mano de los
tópicos sobre los nuevos filósofos: «que investigan lo que hay sobre el
cielo y bajo la tierra, que no creen en los dioses y de saber hostigar
para
hacer más fuerte los argumentos más débiles».
Los grandes grupos que probó Sócrates fueron...
.
Las conclusiones principales de esta historia son |
Todo
ello, antes que decir la verdad, que es una y muy clara: que tienen un
barniz de saber, pero que en realidad no saben nada de nada. Y como, en
mi opinión, son gente susceptible y quisquillosa, amén de numerosa, y
que cuando hablan de mí, se apasionan y acaloran, os tienen los oídos
llenos de calumnias graves — durante largo tiempo alimentadas. Y de
entre éstos es de donde ha surgido Meletos y sus cómplices, Anitos y
Licón. Meletos en representación de los resentidos poetas; Anitos, en
defensa de los artesanos y políticos, y Licón, en pro de los oradores.
Así
pues, me maravillaría —como ya dije anteriormente— de que en el poco
tiempo que se me otorga para mi defensa, fuera capaz de desvanecer
calumnias tan bien arraigadas. Esta es, oh atenienses, la pura verdad de
lo sucedido y os he hablado sin ocultar ni disimular nada, sea
importante o no. Sin embargo, estoy seguro que con ello me estoy
granjeando nuevas enemistades; la calumnia me persigue y éstas son sus
causas. Y si ahora, o en otra ocasión, queréis indagarlo, los hechos os
confirmarán que es así.
Por lo
que hace referencia a las acusaciones aducidas por mis primeros
detractores, con lo dicho basta, para mi defensa ante vosotros. Por lo
que, ahora, toca defenderme contra Meletos, el honrado y entusiasta
patriota Meletos, según el mismo se confiesa y con él, al resto de mis
recientes acusadores.
Veamos cuál es la acusación jurada de éstos —y ya es la segunda vez que
nos la encontramos— y démosle un texto como a la primera. El acta diría
así: Sócrates es culpable de corromper a la juventud, de no reconocer a
los dioses de la ciudad, y por el contrario, sostiene extrañas creencias
y nuevas divinidades.
La acusación es ésta. Pasemos, pues, a examinar cada uno de los cargos.
Se me
acusa, primeramente, de que corrompo la juventud.
Yo afirmo, por el contrario, que el que delinque es el propio Meletos al
actuar tan a la ligera en asuntos tan graves como es el convertir en
reos a ciudadanos honrados; abriendo un proceso so capa de hombre de pro
y simulando estar preocupado por problemas que jamás le han preocupado.
Y de que esto sea así, voy a intentar hacéroslo ver.
Acércate, Meletos, y respóndeme:
—¿No es verdad que es de suma importancia para ti el que los jóvenes
lleguen a ser lo mejor posible?
Ciertamente.
El principal argumento de Sócrates contra sus acusadores es...
Subraya a partir de aquí y en las próximas páginas los
momentos básicos en el interrogatorio de Meleto. |
—Ea,
pues, y de una vez: explica a los jueces, aquí presentes, quién es el
que los hace mejores. Porque es evidente que tú lo sabes ya que dices
tratarse de un asunto que te preocupa. Y además, presumes de haber
descubierto al hombre que los ha corrompido, que según dices soy yo,
haciéndome comparecer ante un tribunal para acusarme. Vamos, pues, diles
de una vez quien es el que los hace mejores. Veo, Meletos, que sigues
callado y no sabes qué decir. No es esto vergonzoso y una prueba
suficiente de que a ti jamás te han inquietado estos problemas? Pero
vamos hombre, dinos de una vez quien los hace mejores o peores.
—Las leyes.
—Pero, si no es eso lo que te pregunto, amigo mío, sino cuál es el
hombre, sea quien sea, pues se da por supuesto que las leyes ya se
conocen.
—Ah sí, Sócrates, ya lo tengo. Esos son los jueces.
—¿He oído bien, Meletos? ¿que quieres decir? ¿Que estos hombres son
capaces de educar a los jóvenes y hacerlos mejores?
—Ni más ni menos.
—Y, ¿cómo? ¿Todos?, o, ¿unos si y otros no?
—Todos sin excepción.
—¡Por Hera!, que te expresas de maravilla. ¡Qué grande es el número de
los benefactores, que según tú sirven para este menester...! Y, ¿el
público aquí asistente, también hace mejores o peores a nuestros
jóvenes?
—También.
—¿Y los miembros del Consejo?
—Esos también.
—Veamos, aclárame una cosa: ¿serán entonces, Meletos, los que se reúnen
en Asamblea, los asambleístas, los que corrompen a los jóvenes? O,
¿también ellos, en su totalidad los hacen mejores?
—Es evidente que sí.
—Parece, pues, evidente que todos los atenienses contribuyen a hacer
mejores a nuestros jóvenes. Bueno; todos, menos uno, que soy yo, el
único que corrompe a nuestra juventud. Es eso lo que quieres decir?
—Sin lugar a dudas.
—Grave es mi desdicha, si esa es la verdad. ¿Crees que seria lo mismo si
se tratara de domar caballos y que todo el mundo, menos uno, seria capaz
de domesticarlos y que uno sólo fuera capaz de echarlos a perder? O, más
bien, ¿no es todo lo contrario?, ¿que uno sólo es capaz de mejorarlos, o
muy pocos, y que la mayoría, en cuanto los montan, pronto los envician?
¿No
funciona así, Meletos, en los caballos y en el resto de los animales?
Sin ninguna duda, estéis o no estéis de acuerdo, Anitos y tú. ¿Qué buena
suerte la de los jóvenes si sólo uno pudiera corromperles y el resto
ayudarles a ser mejores. Pero la realidad es muy otra. Y se te ve
demasiado el que jamás te hayan preocupado tales cuestiones y que han
motivado el que me hicieras comparecer ante este Tribunal.
El entrenador de caballos es a los caballos como
es a...
. Al decir esto, Sócrates quiere decir...
|
—Pero, ¡por Zeus!, dinos todavía: que vale más, ¿vivir entre ciudadanos
honrados o entre malvados? Ea, hombre, responde, que tampoco te pregunto
nada del otro mundo. ¿Verdad que los malvados son una amenaza y que
pueden acarrear algún mal, hoy o mañana, a los que conviven con ellos?
—Sin lugar a duda.
—¿Existe algún hombre que prefiera ser perjudicado por sus vecinos, o
todos prefieren ser favorecidos? Sigue respondiendo, honrado Meletos,
porque además la ley te exige que contestes, ¿hay alguien que prefiera
ser dañado?
—No, desde luego.
—Veamos pues: me has traído hasta aquí con la acusación de que corrompo
a los jóvenes y de que los hago peores. Y esto, lo hago, ¿voluntaria o
involuntariamente?
—Muy a sabiendas de lo que haces, sin lugar a duda.
—Y tú, Meletos, que aún eres tan joven, ¿me superas en experiencia y
sabiduría hasta tal punto de haberte dado cuenta de que los malvados
producen siempre algún perjuicio a las personas que tratan y los buenos
algún bien, y considerarme a mí en tan grado de ignorancia, que ni sepa
si convierto en malvado a alguien de los que trato diariamente,
corriendo el riesgo de recibir a la par algún mal de su parte, y que
este daño tan grande, lo hago incluso intencionadamente?
Esto, Meletos, a mí no me lo haces creer y no creo que encuentres quien
se lo trague: yo no soy el que corrompe a los jóvenes y en caso de
serlo, sería involuntariamente y, por tanto, en ambos casos, te
equivocas o mientes.
Y si se
probara de que yo los corrompo, desde luego tendría que concederse que
lo hago involuntariamente. Y en este caso, la ley ordena, advertir al
presunto autor en privado, instruirle y amonestarle, y no, de buenas a
primeras, llevarle directamente al Tribunal. Pues es evidente, que una
vez advertido y entrado en razón, dejaría de hacer aquello que
inconscientemente dicen que estaba haciendo... Pero tú, has rehuido
siempre el encontrarte conmigo, aunque fuera simplemente para conversar
o, simplemente, para corregirme y has optado por traerme directamente
aquí, que es donde debe traerse a quienes merecen un castigo y no a los
que te agradecerían una corrección. Es evidente, Meletos, que no te han
importado ni mucho ni poco estos problemas que dices te preocupan.
Aclaremos algo más: explícanos cómo corrompo a los jóvenes, ¿no es —si
seguimos el acta de la denuncia— que es enseñando a no honrar a los
dioses que la ciudad venera y sustituyéndoles por otras divinidades
nuevas?. ¿Será, por esto, por lo que los corrompo?
—Precisamente eso es lo que afirmo.
—Entonces, y por esos mismos dioses de los que estamos
hablando,explícate con claridad ante esos jueces y ante mí, pues hay
algo que no acabo de comprender: ¿O es que yo enseño a creer que existen
algunos dioses, y en este caso, yo en modo alguno soy ateo ni delinco, o
bien, dices, por esta parte, que en concreto no creo en los dioses del
Estado, sino en otros diferentes, y es por eso por lo que me acusas o
más bien sostienes que no creo en ningún dios y que además estas ideas
las inculco a los demás?
Las ideas clave en estos párrafos son... |
—Eso mismo digo: que tú no aceptas ninguna clase de dioses.
—Ah, sorprendente Meletos, ¿para qué dices semejantes extravagancias? O,
¿es que no considero dioses al sol, la luna, como creen el resto de los
hombres?
—¡Por Zeus! Sabed, oh jueces, lo que dice: el sol es una piedra y la
luna es tierra.
—¿Te crees que estás acusando a Anaxágoras, mi buen Meletos? O,
¿desprecias a los presentes hasta tal punto de considerarlos tan poco
eruditos que ignoren los libros de Anaxágoras el Clazomenio, llenos de
tales teorías? Y, más aún: ¿los jóvenes van a perder el tiempo
escuchando de mi boca lo que pueden aprender por menos de un dracma,
comprándose estas obras en cualquiera de las tiendas que hay junto a la
orquesta y poder reírse después de Sócrates si este pretendiera
presentar como propias estas afirmaciones, sobre todo, y, además, siendo
tan desatinadas?
Pero,
¡por Júpiter!, ¿tal impresión te he causado que crees que yo no admito
los dioses?, ¿absolutamente ningún dios?
—Sí, ¡Y también por Zeus!: tú no crees en dios alguno.
—Increíble cosa la que dices, Meletos. Tan increíble que ni tu mismo
acabas de creértela. Me estoy convenciendo, atenienses, de que este
hombre es un insolente y un temerario y que en un arrebato de
intemperancia, propios de su juvenil irreflexión, ha presentado esta
acusación. Se diría que nos está tramando un enigma para probarnos: «A
ver si este Sócrates, tan listo y sabio, se da cuenta de que le estoy
tendiendo una trampa, y no sólo a él, sino también a todos los aquí
presentes, pues en su declaración, yo veo claramente que llega a
contradecirse.
Es como
si dijera:
«Sócrates es culpable de no creer en los dioses, pero cree que los hay.»
Decidme, pues, si esto no parece una broma y de muy poca gracia.
Examinad, conmigo, atenienses, el porqué me parece dice esto. Tú
Meletos, responde, y a vosotros —como ya os llevo advirtiendo desde el
principio— os ruego que prestéis atención, evitando cuchicheos porque
siga usando el tipo de discurso que es habitual en mí.
¿Hay algún hombre en el mundo, oh Meletos, que crea que existen cosas
humanas, pero que no crea en la existencia de hombres concretos? Que
conteste de una vez y que deje de escabullirse refunfuñando. ¿Hay
alguien que no crea en los caballos, pero sí que admita, por el
contrario, la existencia de cualidades equinas?, o, ¿quien no crea en
los flautistas pero si que haya un arte de tocar la flauta? No hay
nadie, amigo mío.
Y puesto que no quieres, o no sabes contestar, yo responderé por ti y
para el resto de la Asamblea:
¿Admites o no, y contigo el resto, que puedan existir divinidades sin
existir al mismo tiempo dioses y genios concretos?
—Imposible.
—¡Qué gran favor me has hecho con tu respuesta, aunque haya sido
arrancada a regañadientes! Con ella afirmas que yo creo en cualidades
divinas, nuevas o viejas, y que enseño a creer en ellas, según tu
declaración, sostenida con juramento. Luego, tendrás que aceptar que
también creo en las divinidades concretas, ¿no es así?
Puesto
que callas, debo pensar que asientes. Y ahora, bien, prosigamos el
razonamiento: ¿no es verdad que tenemos la creencia de que los genios
son dioses o hijos de los dioses? ¿Estás de acuerdo, sí o no?
—Lo estoy.
—En consecuencia, si yo creo en las divinidades, como tú reconoces, y
las divinidades son dioses, entonces queda bien claro de que tú
pretendes presentar un enigma y te burlas de nosotros, pues afirmas, por
una parte, que yo no creo en los dieses, y, por otra, que yo creo en los
dioses, puesto que creo en las divinidades. Y si estas son hijas de los
dioses, aunque fueran sus hijas bastardas, habidas de amancebamiento con
ninfas o con cualquier otro ser —como se acostumbra a decir—, ¿quién, de
entre los sensatos, admitiría que existen hijos de dioses, pero que no
existen los dioses? Sería tan disparatado como el admitir que pueda
haber hijos de caballos y de asnos, o sea, los mulos, pero que negara,
al mismo tiempo, que los caballos y asnos existen.
Pero, lo
que ha pasado, Meletos, es que, o bien pretendías quedarte con nosotros,
probándonos con tu enigma o, que de hecho, no habías encontrado nada
realmente serio de qué acusarme. Y dudo que encuentres algún tonto por
ahí, con tan poco juicio, que crea que una persona pueda creer en
demonios y dioses, y al mismo tiempo, no creer en demonios o dioses o
genios. Es absolutamente imposible.
Así pues, creo haber dejado bien claro de que no soy culpable, si nos
atenemos a la acusación de Meletos. Con lo dicho, basta y sobra. Pero,
como llevo machaconamente dicho, hay mucha animadversión contra mí, y
son muchos los que la sustentan.
La contradicción de Meleto es...
.
Detente un momento y piensa en lo que acabas de leer. Ha habido
tres partes principales en apología hasta ahora: una
introducción, una....
|
Podéis
estar seguros, que eso sí que es verdad. Y es eso lo que va a motivar mi
condena. No esas incongruencias de Meletos y Anitos, sino la
malevolencia y la envidia de tanta gente. Cosas
que ya han hecho perder demasiadas causas a muchos hombres de bien y que
las seguirán perdiendo, pues estoy seguro de que esta plaga no se
detendrá con mi condena.
Quizá alguno de vosotros, en su interior, me esté recriminando:
«—¿No te avergüenza, Sócrates, el que te veas metido en estos líos a
causa de tu ocupación y que te está llevando al extremo de hacer
peligrar tu propia vida?»
A éstos les respondería, y muy convencido por cierto:
—Te equivocas completamente, amigo mío, si crees que un hombre con un
mínimo de valentía debe estar preocupado por esos posibles riesgos de
muerte antes que por la honradez de sus acciones, preocupándose sólo por
si son fruto de un hombre justo o injusto. Pues, según tu razonamiento,
habrían sido vidas indignas las de aquellos semidioses que murieron en
Troya,
y principalmente el hijo de la diosa Tetis, para quien contaba tan poco
la muerte, si había que vivir vergonzosamente, que llegó a despreciar
tanto los peligros, que, deseando ardientemente matar a Héctor para
vengar la muerte de su amigo Patroclo, a su madre, la diosa, que más o
menos le decía:
«—Hijo mío, si vengas la muerte de tu compañero Patroclo y matas a
Héctor, tú mismo morirás, pues tu destino está unido al suyo», —tras oír
esto, tuvo a bien poco a la muerte y el peligro, y temiendo mucho más el
vivir cobardemente que el morir por vengar a un amigo, replico:
«—Prefiero morir aquí mismo, después de haber castigado al asesino, que
seguir vivo, objeto de burlas y desprecios, siendo carga inútil de la
tierra, arrastrándome junto a las naves cóncavas».
¿Se preocupó, pues, de los peligros y de la muerte?
Y es que así debe ser, atenienses. Quien ocupa un lugar de
responsabilidad, por creerse que es el mejor, o bien, porque allá le han
colocado los que tengan autoridad, allí debe quedarse, resistiendo los
peligros sin echar cuentas para nada ni con la muerte ni con otro tipo
de preocupaciones, sino es con su propia honra. Así pues, vergonzosa y
mucho más sería mi conducta, si yo, que siempre permanecí en el puesto
que mis jefes me asignaron que afronté el riesgo de morir, como tantos
otros hicieron, obedientes a los estrategas que vosotros elegisteis en
las campañas de Potidea, Anfipolis y Delión, ahora, que estoy plenamente
convencido de que es un dios el que me manda vivir buscando la
sabiduría, examinándome a mí mismo y a los demás, precisamente ahora, me
hubiera dejado vencer por el miedo a la muerte o cualquier otra penuria
y hubiera desertado del puesto asignado. Sería, indiscutiblemente, mucho
más
Una respuesta al primer grupo de acusadores y una respuesta al
segundo grupo. Los puntos más importantes han sido
1)
2)
y 3)
En el
resto del diálogo, traza una línea cuando creas que
comienza una nueva sección. |
deshonroso, y con ello sí que me haría merecedor de que alguien me
arrastrara ante los tribunales de justicia por no creer en los dioses,
puesto que desobedecía al oráculo, por temer a la muerte y por creerme
sabio sin serlo. En efecto, el temor a la muerte no es otra cosa que
creerse sabio sin serlo:
presumir saber algo que se desconoce. Pues nadie conoce Qué sea la
muerte, ni si en definitiva se trata del mayor de los bienes que pueden
acaecer a un humano. Por el contrario, los hombres la temen como si en
verdad supieran que sea el peor de los males. Y, ¿cómo no va a ser
reprensible esta ignorancia por la que uno afirma lo que no sabe? Pero,
yo, atenienses, quizá también en este punto me diferencio del resto de
los mortales y si me obligaran a decir en Qué yo soy más sabio, me
atrevería a decir que, en desconociendo lo que en verdad acaece en el
Hades, no presume saberlo.
Antes
por el contrario, sí que sé, y me atrevo a proclamarlo, que el vivir
injustamente y el desobedecer a un ser superior, sea dios o sea hombre,
es malo y vergonzoso. Temo, pues, a los males que sé positivamente sean
tales, pero las cosas que no sé si son bienes o males, no las temeré, ni
rehuiré afrontarlas.
Así que, aun en el caso de que me absolvierais, desestimando las
acusaciones de Anitos, que en definitiva ha llegado a exigir que yo
debiera haber comparecido ante este Tribunal y una vez comparecido,
merecía ser condenado a muerte, diciéndoos que si salía absuelto,
vuestros hijos correrían el peligro de dedicarse a practicar mis
enseñanzas y todos caerían en la corrupción, si a mí, después de todo
esto, llegaran a decirme:
«—Sócrates, nosotros no queremos hacer caso a Anitos, sino que te
absolvemos, pero con la condición de que no molestes a los ciudadanos y
abandones tu filosofar. De manera, que en la próxima ocasión en que te
encontremos ocupados en tales menesteres, debemos condenarte a morir.»
Si vosotros me absolvierais con esta condición, os replicaría:
«—Agradezco vuestro interés y os aprecio, atenienses, pero prefiero
obedecer antes al dios que a vosotros y mientras tenga aliento y las
fuerzas no me fallen, tened presente que no dejaré de inquietaros con
mis interrogatorios y de discutir sobre todo lo que me interese, con
cualquiera que me encuentre, a la usanza que ya os tengo acostumbrados»
Y aún añadiría:
«Oh tú, hombre de Atenas y buen amigo, ciudadano de la polis más grande
y de la más renombrada por su intelectualidad y su poderío, ¿no te
avergüenzas de estar obsesionado por aumentar al máximo tus riquezas y
con ello, tu fama y honores, y por el contrario descuidas las sabiduría
y la grandeza de tu espíritu, y cómo lograr engrandecerlas?» Y si alguno
de vosotros me lo discute y presume de preocuparse por tales cosas, no
le dejaré marchar, ni yo me alejaré de su lado, sino que le someteré a
mis preguntas y le examinare y si no me parece que está en posesión de
la virtud, aunque afirme lo contrario, le haré reproches porque aquello
que más estima merece, él lo valora en poco o en nada, en tanto que
prefiere las cosas más viles y despreciables.
Este
será mi modo de obrar con todo aquél que se me cruce por nuestras
calles, sea joven o mayor o forastero o ateniense, pero preferentemente
con mis paisanos, por cuanto tenemos una sangre común. Sabed que esto es
lo que me manda el dios. Enteraos bien: estoy convencido de que no ha
acaecido nada mejor a esta polis que mi labor al servicio del dios. En
efecto, yo no tengo otra misión ni oficio que el ir deambulando por las
calles para persuadir a jóvenes y ancianos de que no hay que inquietarse
por el cuerpo ni por las riquezas, sino como ya os dije hace poco, en
cómo conseguir que nuestro espíritu sea el mejor posible, insistiendo en
que la virtud no viene de las riquezas, sino que las riquezas y el resto
de bienes y la categoría de una persona vienen de la virtud, que es la
fuente de bienestar para uno mismo y para el bien público. Y si por
decir esto corrompo a los jóvenes, mi actividad debería ser condenada
por perjudicial; pero si alguien dice que yo enseño otras cosas, se
engaña y pretende engañaros.
Resumiendo, pues, oh atenienses, creáis a Anitos o no le creáis, me
absolváis o me declaréis culpable, yo no puedo actuar de otra manera,
mil veces me condenarais a morir. No os pongáis nerviosos, atenienses, y
dejad de alborotar, por favor, como os llevo repitiendo tantas veces,
para que podáis escucharme, pues sigo convencido de que os beneficiaréis
si no me interrumpís. Tengo que añadir aún algo que quizá os provoque
tanto que tengáis que manifestaros gritando, pero evitadlo si podéis. Si
me matáis por ser lo que soy, no es a mí a quien castigáis ni infringís
el más mínimo daño, sino que es a vosotros mismos. Pues a mi, ni Meletos
ni Anitos pueden ocasionarme ningún mal, aunque se lo propusieran.¿Cómo
pueden hacerlo si estoy plenamente convencido de que un hombre malvado
jamás puede perjudicar a un hombre justo? No niego que puedan lograr mi
condena a muerte, el destierro, o la pérdida de derechos ciudadanos;
penas que para muchos de ellos puedan tratarse de grandes males, pero yo
pienso que no lo son en modo alguno. Más bien creo mucho peor hacer lo
que él hace ahora: intentar condenar a un hombre inocente. Por eso estoy
muy lejos de lo que alguno quizá se haya creído: de que estoy intentando
hacer mi propia defensa.
Sócrates entiende que su misión es...
.
Subraya la analogía socrática entre él mismo y un tábano. |
Muy al
contrario, lo que hago es defenderos a vosotros para que al condenarme
no cometáis un error desafiando el don del dios. Porque si me matáis
difícilmente encontraréis otro hombre como yo, a quien el dios ha puesto
sobre la ciudad, aunque el símil parezca ridículo, como el tábano que se
posa sobre el caballo, remolón, pero noble y fuerte y que necesita que
un aguijón le encorajine. Así, creo que he sido colocado sobre esta
ciudad por orden del dios para teneros alerta y corregiros, sin dejar de
encorajinar a nadie, deambulando todo el día por calles y plazas. Un
hombre como yo, no lo volveréis a encontrar, atenienses, por lo que si
mi hicierais caso me conservaríais.
Pero, en
el caso de que vosotros, enojados como los que sobresaltados por el
aguijón de un molesto tábano, de una fuerte palmada y dóciles a las
insinuaciones de Anitos, me matarais impulsivamente, creyendo que os
pasaréis el resto de vuestra vida tranquilos sin que nadie moleste ya
vuestros sueños, a no ser que el dios, preocupado por vosotros, os mande
a algún otro como yo.
Que yo
sea un don del dios para esta ciudad, vais a convenceros con lo que voy
a añadir: no parece muy humano el que haya vivido descuidado de todos
mis asuntos e intereses y que durante tantos años dejé abandonados mis
bienes, y en cambio esté siempre ocupándome de lo vuestro, llegando a
interesarme para que cada uno se ocupe del bien y de la virtud, como si
yo fuese su padre o hermano mayor. Y si de estas actividades sacara
alguna ganancia o hiciera estas exhortaciones mediante paga, aún tendría
algún sentido que justificaría lo que hago. Pero vosotros mismos podéis
comprobar que a pesar de tantos reproches acumulados contra mí por esa
caterva de acusadores, no han tenido el atrevimiento ni de insinuar de
que yo haya
cobrado alguna vez remuneración alguna. Y de que estoy diciendo la
verdad presento al mejor y al más fidedigno de los testigos: mi pobreza
y la de los míos.
Quizá
encontréis que sea un contrasentido el que yo me he pasado la vida
exhortando a los ciudadanos en privado y que me he metido en tantos
líos, que no me haya atrevido a intervenir en la vida pública,
participando en vuestras Asambleas y aconsejando a la ciudad. La
explicación está en lo que me habéis oído decir tantas veces y en tan
diversos sitios, y es que se da en mí una voz, manifestación divina o de
cierto genio, y que me sobreviene muchas veces. Incluso se habla de ella
en la acusación de Meletos, aunque sea en tono despectivo. Es una voz
que me acompaña desde la infancia y se hace sentir para desaconsejarme
algunas acciones pero que jamás me ha impulsado a emprender de nuevas.
Esta es la causa que me ha impedido intervenir en la política. Y me lo
ha desaconsejado, creo yo, muy razonablemente. Porque lo sabéis muy
bien: si hace tiempo me hubiera metido en política, hace tiempo que ya
estuviera muerto y por ello no habría sido útil, ni a vosotros, ni a mí
mismo.
El servicio de Sócrates a la ciudad es
.
Sócrates no se hizo político porque |
No os
irritéis contra mí porque os diga la verdad, una vez más. No hay nadie
que pueda salvar su vida, si valientemente se opone a vosotros o a
cualquier otra Asamblea y se empeña en impedir las múltiples injusticias
e irregularidades que se cometen en cualquier ciudad. En consecuencia, a
quien quiera luchar por la justicia, debe tener muy presente si es que
quiere vivir muchos años que se conforme con una vida retirada y que no
se ocupe de los asuntos públicos.
Y voy a
daros pruebas contundentes de ello, no con palabras, sino con lo que
tiene mayor fuerza ante cualquier auditorio: los hechos. Escuchad lo que
me ha ocurrido para que comprobéis que yo no cedo ante nadie. El temor a
la muerte es impotente para hacerme desistir de algo que sea contrario a
la justicia.
Os voy a relatar cosas cargantes, a la manera de los abogados, pero
todas ciertas. Yo no he ejercido cargos públicos más que en dos
ocasiones: cuando siendo miembro del Consejo coincidió que nuestra tribu
de Antióquida, ejercía su turno de Presidencia y vosotros estabais
deliberando qué hacer con aquellos diez estrategas que no habían
recogido los cuerpos de los soldados caídos en la batalla naval y se
intentó juzgarlos a todos juntos. Esto estaba en contra de nuestras
leyes como después se demostró.
Entonces
yo sólo, y en contra de todos los Prítanos, me opuse a que vosotros
hicierais algo en contra de la ley y voté en contra de todos. Y a pesar
de que los oradores, alentados por vuestras protestas y vuestro
apasionamiento, exigían abrirme un proceso para llevarme ante los
tribunales, creí que era mucho mejor estar de parte de la ley y de la
Justicia, aunque me supusiera
graves peligros, que ponerme de vuestra parte en busca de seguridades,
si por ello debía ir en contra de la justicia o era movido por el temor
de la muerte o del encarcelamiento. Y esto ocurrió cuando Atenas era
gobernada por la democracia.
Pero también, bajo el régimen oligárquico de los Treinta fui requerido,
juntamente con otros, para que me presentara ante el Tolos, y nos
ordenaron que nos trasladáramos a Salamina para buscar al estratega León
y colaborar en su muerte.
Misiones
de este tipo encomendaban a muchos otros para comprometer a cuantos más
pudieran en su criminal gestión de gobierno. Y entonces, volví a
demostrar, no con palabras, sino con los hechos, que la muerte lo digo
sin ambages, no me importa lo más mínimo, mientras que intentar no
cometer acciones injustas es para mí lo más importante. E incluso aquel
régimen que presumía de duro, y en verdad lo era , no pudo doblegarme
para hacer un acto injusto. Y cuando salimos del Tolos, los otros cuatro
se dirigieron a Salamina para cumplir tan injusta orden y traerse a
León, pero yo me fui tranquilamente a mi casa.
Por este
motivo es muy posible que ya hubiera encontrado entonces la muerte, pero
aquel régimen cayó poco después. De todo esto muchos de vosotros podéis
ser testigos.
Y bien: ¿acaso creéis que yo hubiera vivido muchos años si me hubiera
dedicado a la política, si, portándome como es propio de quien antepone
su honradez a sus intereses, hubiera hecho de la defensa de la justicia
mi compromiso, anteponiéndole, como debe ser, por encima de todo? Ni
mucho menos, atenienses, como tampoco ningún otro que lo intente de esta
manera.
Pero yo, durante toda mi vida, ya sea en las cuestiones de interés
público en que he intervenido o en las privadas, he sido siempre el
mismo y jamás he actuado contra la justicia, ni he permitido hacerlo a
aquéllos que mis acusadores denominan mis discípulos, ni a los demás.
La enseñanza de esta historia acerca de los Treinta es...
.
Subraya los puntos principales que establece Sócrates en estos
párrafos.
...
|
Pero, aunque jamás he sido maestro de nadie, si alguien, joven o mayor,
ha sentido deseos de oírme u observarme, nunca lo he rehusado. No soy
hombre que hable por dinero o que me calle si me lo dan. Estoy a total
disposición tanto del rico como del pobre para que me pregunten cuanto
deseen y todos podéis contrastar lo que digo. Jamás me he negado a
dialogar. Y si alguno, por todo ello, se convierte en un hombre mejor o
peor, no se me eche a mí el mérito ni el castigo, ya que jamás prometí a
nadie ningún tipo de enseñanza ni de hecho la enseñé. Por ello, si sale
alguien que dice que ha aprendido algo porque ha recibido lecciones
mías, sean particulares o públicas, podéis estar seguros que os está
mintiendo.
Ya lo
habéis oído, atenienses, os he dicho sólo la verdad: les resulta
intrigante ver cómo interrogo a los que presumen de sabios, pero que de
hecho no lo son. Sostengo que ese es el mandato que he recibido del
genio, ya sea en sueños, oráculos o por cualquiera de los medios
normales con que un dios acostumbra a servirse para asignar a un hombre
una misión. Esa es la verdad y no es nada difícil probarla. Pues si yo
hubiera dejado una estela de jóvenes corrompidos, y aun ahora los fuera
corrompiendo, es natural que alguno, o todos, estarían aquí presentes
para acusarme y exigir el castigo y si ellos no se atreviesen, sus
padres o hermanos vendrían en su lugar por considerar que se ha causado
daño a alguien de su familia.
Por el
contrario veo a muchos de ellos sentados entre vosotros: primero a
Critón, de mi misma edad y del mismo demos, padre de Critóbulo, también
aquí presente: después a Lisanias, del distrito de Esfeto, padre de
Esquines, quien tenéis aquí también, y ved a Antifonte, del distrito de
Cefisia, padre de Epigenes, y a esos otros cuyos hermanos han estado
presentes en las
conversaciones aludidas: Nicóstrato, hijo de Teozótides, y hermano de
Teódoto —Teódoto murió y, por tanto, no puede testimoniar—;Paralio, hijo
de Demódoco, cuyo hermano era Téages; Adimanto, hijo de Aristón, del
cual es hermano Platón, ahí presente, y Ayantodoro, del cual es hermano
Apolodoro, ahí presente. Y podría citaros a muchos más, que incluso al
propio Meletos hubiera podido presentar como testigos de su pleito, y si
no lo hizo por descuido o por olvido, que lo haga ahora, a ver si
encuentra a alguien que corrobore alguno de sus puntos. Pero
comprobaréis todo lo contrario, atenienses: todos están dispuestos a
declarar a favor del que ha sido su corruptor, el que ha destrozado sus
familias, según Anitos y Meletos aseguran.
Cabría
la posibilidad de que los ya corrompidos tuvieran alguna secreta razón
para auxiliarme y compartir mi responsabilidad, pero los no corrompidos
y que son mayores de edad que ellos, sus parientes, ¿qué motivos pueden
tener para ayudarme, si no es la que Anitos y Meletos están mintiendo y
de que yo estoy en la verdad? Ya he dicho bastante, atenienses. Todo lo
que pueda añadir en defensa propia, queda suficiente aclarado con lo
expuesto y aunque podría ir añadiendo nuevos aspectos, más o menos,
serian del mismo estilo.
Y quizá
alguno se indigne al recordar que en otros casos de menos monta, se rogó
y suplicó a los jueces con lágrimas, haciendo comparecer ante el
Tribunal a sus hijos para despertar compasión, y si se terciaba, a sus
parientes y familiares, y yo, en cambio, no hago ninguna de estas cosas
a pesar de que estoy corriendo, como se ve, el mayor de los peligros.
Puede ser que alguno echándose esas cuentas, tome hacia mí una actitud
de despecho, y que irritado por mi forma de actuar, deposite su voto con
cólera.
Pues
bien: si en alguno de vosotros se da esta situación, aunque ni afirmo de
que se dé, sino que analizo esta posibilidad, ya tengo preparada la
respuesta que le daría: Amigo mío, también yo tengo una familia y
también puedo aplicarme aquello de Homero: "No he nacido ni de una
encina ni de las rocas», sino de hombres. Tengo familiares, e incluso
tres hijos, uno adolescente, por cierto, y dos de corta edad. Y, sin
embargo, a ninguno de ellos permitiré que suba a este estrado para
suplicar vuestro voto absolutorio.
¿Por qué
no quiero hacer nada de todo esto? No es ni por fanfarronería ni mucho
menos por falta de consideración hacia vosotros. Que después afronte la
muerte con firmeza o con flaqueza, esa es otra cuestión. Pero, por mi
buen nombre y por el vuestro, que es el de nuestra ciudad, a mi edad no
me parece honrado echar mano de ninguno de estos recursos, y mucho
menos, con la opinión que se ha formado de que Sócrates se diferencia de
la mayoría de los hombres. Si de entre vosotros, los que destacan por su
valentía o por su inteligencia o por cualquier otra virtud, se
comportasen de este modo, cosa fea sería. Alguna vez he visto a algunos
de esos que son considerados importantes, cuando se les está juzgando y
temen sufrir alguna pena o la misma muerte, su conducta me parece
inexplicable, pues, parece que están convencidos de que si logran de que
no se les condene a muerte, después ya serán por siempre inmortales.
Estos son la deshonra y el oprobio de nuestra ciudad, porque pueden
hacer creer a los extranjeros que aquellos ciudadanos que distinguimos
con honores y que elegimos para que ocupen las magistraturas, no se
diferencian en nada de las mujeres.
Párate de nuevo y piensa en lo que acabas de leer. Los
puntos principales establecidos desde la otra |
Esas son
escenas, atenienses, que los que rozamos de cierto prestigio no debemos
hacer, y si lo hacemos, vosotros no debéis permitirlo, sino que más bien
debéis estar dispuestos a demostrar que condenareis a quien ofrezca el
triste espectáculo de suplicar la compasión de sus jueces, dejando en
ridículo a la ciudad. Pero, aparte de la cuestión de mi buen nombre,
tampoco me parece digno el ir suplicando a los jueces y salir absuelto
por la compasión comprada, sino que hay que limitarse a exponer los
hechos y tratar de persuadir, no de suplicar. Pues el jurado no está
puesto para repartir la justicia como si de favores se tratara, sino
para decidir lo que es justo en cada caso; y lo que ha jurado es
interpretar rectamente las leyes, no a favorecer a los que le caigan
bien.
Por
tanto, no podemos permitirnos el perjurio a nosotros mismos, ni a los
demás, pues ambos nos haríamos reos de impiedad. No esperéis, pues, de
mí, que recurra a artimañas ni acciones que no sean rectas ni justas, y
menos ahora, ¡oh por Zeus!, que estoy aquí acusado de impiedad por
Meletos. Pues es evidente que si con súplicas llegara a convenceros o
bien os forzara a faltar a vuestro juramento, os enseñaría a pensar de
que no hay dioses y, así, con mi defensa, de hecho, lo que haría sería
condenarme a mí mismo por no creer en los dioses.
Pero no es así, ni mucho menos: yo creo en los dioses, como cualquiera
de mis acusadores. Por eso, atenienses, dejo en vuestras manos y en las
de los dioses el decidir lo que va a ser mejor para mi y para vosotros.
No me ha
sorprendido ni indignado, oh atenienses, esta condena que acabáis de
sellar con vuestro voto. Y entre muchas razones, la primera, es que no
me ha resultado inesperada; más bien me sorprende el tan gran número de
votos a mi favor, pues no sospechaba que se resolvería así, sino que
esperaba muchos más votos en contra mía. Pero ved que los resultados se
hubieran trastocado con sólo una treintena que hubieran votado mi
absolución. Por de pronto, que de la acusación de Meletos, según las
cuentas que yo me he hecho, he quedado plenamente absuelto y no sólo
absuelto, sino que vez han sido incluso es evidente que si no hubieran
comparecido Anitos y Licón, hubieran sido condenados a pagar la multa de
mil dracmas por no haber alcanzado la quinta parte de los votos
exigidos.
Has encontrado s e c c i o n e s . C o n t i n u a localizándolas
y subraya las afirmaciones importantes.
Practica añadiendo tus propias notas al margen. |
Ahora, este hombre propone la pena de muerte para mí.
Bien, ¿y qué contrapuesta os voy a hacer, atenienses?
Ciertamente que voy a proponer la que creo que me merezco. ¿Que cuál es?
¿Qué pena o castigo tengo que sufrir por haberme empeñado tozudamente en
no querer una vida tranquila y cómoda, sino descuidando lo que obsesiona
a la mayoría de las personas, como son sus bienes, sus intereses
personales, la dirección de ejércitos, el discursear en la Asamblea,
dedicarme a la caza de cargos públicos, sino que he permanecido neutral
ante coaliciones y revueltas, por considerar que soy demasiado honrado
para poder salir ileso si intervengo en la política. Por ello, jamás me
he ocupado de aquellas cosas que ni a vosotros ni a mí pudieran reportar
utilidad, y prefiriendo hacer a cada uno de vosotros el máximo bien
tratando de convencerle de que no se ocupara más que de aquello que era
de la máxima utilidad para sí mismo y lo más razonable. Y que no se
ocupara de los asuntos de la nación, sino de la nación misma, y que así
procediera en todos los asuntos.
Ahora
bien, ¿qué debo sufrir por todo esto? Ciertamente, que algún bien,
atenienses, si de verdad hay que ser ecuánimes con arreglo a los
merecimientos. Y, ¿qué bien puede ser el más apropiado para un
benefactor pobre que necesita todo el tiempo posible para poder dar
consejos a sus conciudadanos? Indudablemente que sólo hay una recompensa
que haga
justicia a los merecimientos: mantenerle a costa del Estado en el
Pritaneo y con mayores merecimientos que cualquiera de los ganadores de
alguna carrera de caballos, o de carros por parejas o de las cuadrigas
que se celebran en Olimpia. Pues mientras éstos os hacen creer que os
dan la felicidad, yo os hago felices de verdad, y, por otro lado, ellos
no precisan de
vuestras pensiones y yo sí. En resumen, si de verdad debo proponer la
condena que merezco haciendo justicia, esa es la que propongo: ser
mantenido a costa del Estado en el Pritaneo.
Tal vez al oír esta proposición y ver el tono que uso, se repita en
vosotros la misma impresión que cuando hablaba de recurrir a lágrimas y
súplicas: que os parezca arrogante mi comportamiento. Pero no es esta mi
intención, atenienses, aunque ésta es la única verdad: no tengo
conciencia de que voluntariamente jamás haya hecho mal a nadie, aunque
no he podido convenceros a la mayoría de vosotros porque no ha habido
tiempo suficiente para ello.
Pues yo
creo que si entre vosotros fuera ley, lo que es costumbre en otros
pueblos, de que las cuestiones de pena capital no se dicte sentencia en
el mismo día del juicio, sino después de uno o de varios, estoy
persuadido de que os convencería; pero, ahora, no es demasiado fácil
rechazar tan graves cargos en tan corto espacio de tiempo.
Estando
convencido de no haber hecho mal a nadie injustamente, es lógico que
tampoco me lo haga a mí mismo hablando como si me mereciera un castigo o
me condenara a mí mismo. ¿Qué tengo que temer? ¿Tal vez, el sufrir
aquello que propone Meletos contra mí, cosa que repito que aún no sé si
es un bien o un mal? ¿Voy a decantarme hacia las cosas que sé que son
malas y proponer contra mí algún castigo concreto? ¿Tal vez la cárcel?
Y, ¿por
qué tengo que encerrarme en una cárcel, a merced de los que vayan
ocupando anualmente el cargo de los Once, que son los vigilantes? O,
¿tal vez proponer una multa y prisión hasta que no haya pagado el último
plazo? Estamos en lo mismo: debería estar siempre en la cárcel, pues no
tengo con que pagar.
¿Me condenaré al exilio? Quizá sea esta la pena que a vosotros
mayormente os satisfaga. Pero debería estar muy apegado a la vida y muy
ciego para no ver que si vosotros, mis paisanos, no habéis podido
soportar mis interrogatorios ni mis tertulias, sino que os han resultado
molestos hasta el extremo de obligaros a libraros de ellos, ¿cómo voy a
esperar que unos extraños las soporten más generosamente?
Es
evidente que no lo soportarían, atenienses. Y, ¡vaya espectáculo el mío!
A mis años escapando de Atenas, vagando de ciudad en ciudad,
convirtiéndome en un pobre desterrado. Bien sé que a todas partes donde
fuere, vendrían los jóvenes a escucharme con agrado, igual que aquí.
Pero si los rechazara, serían ellos los que rogarían a sus viejos para
que me exiliaran
de su ciudad, y si los acogiera, serían sus padres y familiares los que
no pararían hasta hacerme la vida imposible y tendría que volver a huir.
Oigo la
voz de alguien que me recomienda: pero Sócrates, ¿no serás capaz de
vivir tranquilamente, en silencio, lejos de nosotros? Este es el
sacrificio mayor que podíais pedirme, pues se trataría de desobedecer al
dios y, por tanto, jamás podría quedarme tranquilo si renunciara a mi
misión. Y aunque no me creáis y os penséis que os hablo con evasivas,
debo deciros que el mayor de los bienes para un humano es el ir
manteniendo los ideales de la virtud con sus palabras y tratar de tantos
temas como hemos hablado, examinándome a mí mismo y a los demás, pues,
una vida sin examen propio y ajeno no merece ser vivida por ningún
hombre, me creáis o no. Sin embargo, es tal cual os digo, pero ya sé lo
difícil que es convenceros. Pero
tampoco soy de los que aceptan gratamente condenas injustas. Si me
sobrara el dinero me habría puesto una multa que fuera capaz de
soportar, pues no representaría un perjuicio para mí.
Pero
como no lo tengo, sois vosotros los que debéis tasar la multa. Tal vez,
rebuscando podría pagaros hasta una mina de plata. Así que, esta es la
suma que os propongo. Pero algunos de los presentes, como Platón, Critón
y Critóbulo, me instan a que os proponga ascender hasta treinta minas,
de las que ellos se hacen fiadores. Propongo, pues, esta nueva suma. Y
tendréis en ellos a unos fiadores de total solvencia. Por no querer
aguardar un poco más de tiempo, os llevaréis, atenienses, la mala fama
de haber hecho morir a Sócrates, un hombre sabio, pues para
avergonzaros, os dirán que yo era un sabio, a pesar de no serlo. Si
hubierais sabido esperar un poquito más, habría llegado el mismo
desenlace aunque de un modo natural, pues considerad la edad que tengo y
cuán recorrido tengo el camino de la vida y que cercana ronda la muerte.
Lo dicho no va para todos, sino solamente para los que me habéis
condenado a muerte.
Y a
éstos aún tengo algo más que decirles: quizá penséis, atenienses, que es
por falta de razones o por la pobreza de mi discurso por lo que he sido
condenado, me refiero a aquel tipo de discursos que no he usado, en los
que se recurre a todo tipo de recursos con tal de escapar del peligro.
Nada más lejos de la realidad. Sí, me he perdido por cierta falta pero
no de palabras, sino de audacia y osadía, y por querer negarme a hablar
ante vosotros de la manera que os hubiera satisfecho, entonando
lamentaciones, y diciendo otras muchas cosas que yo sostengo que son
indignas e inesperadas en mí, aunque estéis acostumbrados a oírlas en
otros. Pero yo, ni antes creí que no hacía falta llegar a la deshonra
para evitar los peligros, ni ahora me arrepiento de haberme defendido
así; pues prefiero morir por haberme defendido así, que vivir si hubiera
tenido que recurrir a medios indignos. Pues es evidente que muchos en
los combates se escapan de la muerte a costa de abandonar sus armas e
implorar el perdón de los enemigos. En todos los peligros hay muchas
maneras de evitarlos, sobre todo para quienes están dispuestos a
claudicar. Pero lo más difícil no es el escapar de la muerte, sino el
evitar la maldad, pues ésta corre mucho más deprisa que la muerte. Y a
mí, que ya soy viejo y ando algo torpe, me ha pillado la primera de las
dos, mientras que a mis acusadores, que aún son jóvenes y ágiles, van a
ser atrapados por la segunda.
Así, que
ahora, yo voy a salir de aquí condenado a muerte por vuestro voto, pero
ellos marcharán llenos de maldad y vileza, acusados por la verdad. Yo me
atengo a mi condena, pero ellos deben soportar también la suya. Tal vez
era así, como debían transcurrir los hechos. Y pienso que incluso están
bien, tal cual están.
Después
de todo esto, quiero añadir lo que veo que os va a suceder a los que me
habéis condenado pues cuando los hombres van a morir es cuando Anota la
comparación que
Sócrates comienza en este punto gozan mayormente del don de profetizar.
Os predigo, que después de mi muerte caerá sobre vosotros, ¡por Zeus!,
un castigo mucho más duro del que me acabáis de infringir. Acabáis de
condenarme con la esperanza de quedar libres de responder de vuestro
actos, pero, lo que os profetizo, es que las cuentas os van a salir muy
al revés: cada día aumentará el número de los que os van a exigir
explicación de vuestros actos y a los que hasta ahora yo he podido
contener, aunque vosotros ni lo advertíais, y tanto más duros serán,
cuanto que son más jóvenes y por ello más exigentes y por todo ello,
viviréis aún mucho más enojados. Estáis rotundamente equivocados si
creéis que la mejor manera de iros desembarazando de los que os
recriminan, es el de irlos matando. No es este el modo más honrado de
cerrar la boca a quienes os inquietan, sino que hay otro mucho más
fácil: no perjudicar a los demás y mejorar nuestra conducta en todo lo
posible.
Con
estas predicciones, como si de un oráculo fueran, quiero despediros de
los que habéis votado mi muerte. Y ahora, me gustaría conversar con los
que me habéis absuelto, conversando sobre lo que aquí ha sucedido a la
espera de que los magistrados acaben de trajinar con estos asuntos y que
me conduzcan a donde debo esperar la muerte. Permaneced, atenienses,
conmigo el tiempo que esto dure, pues nada nos impide platicar.
Querría
mostraros, como amigos que sois, cuál es mi interpretación de lo que
acabamos de vivir. ¡Oh jueces!, y os llamo jueces con toda propiedad por
haberlo sido conmigo, algo sorprendente me acaba de suceder y es, que
aquella voz del daimon, que antes se me presentaba tan frecuentemente
para oponerse a cuestiones, incluso mínimas, si creía que iba a actuar a
la ligera, hoy, que según la mayoría acaba de sucederme lo peor que
podía sufrir, como es encontrarme con la muerte, no me ha alertado de la
presencia de ningún mal. Ni al salir de casa esta mañana, ni cuando
subía al Tribunal, ni en ningún momento de mi apología, dijera lo que
dijera, me ha impedido seguir hablando, cuando en otras ocasiones llegó
a quitarme la palabra en la mitad del razonamiento, según lo que
estuviera hablando.
¿Qué
sospecho que hay detrás de todo esto? Voy a aclarároslo: lo que me acaba
de suceder es para mí un bien y, por tanto, no son válidas nuestras
conjeturas cuando consideramos la muerte como el peor de los males. Esta
es la razón de más peso para convencerme de ello: de lo contrario esa
voz del genio se hubiera opuesto para impedir los hechos, si lo que me
iba a ocurrir se tratara de un mal y no de un bien.
Pero aún
puedo añadir nuevas razones para convenceros de que la muerte no es una
desgracia, sino una ventura: una de dos: o bien la muerte supone ser
reducido a la nada, y por ello no es posible ningún tipo de sensación, o
de acuerdo con lo que algunos dicen, simplemente se trata de un cambio o
mudanza del alma de éste hacia otro lugar. Si la muerte es la extinción
de todo deseo y es como una noche de profundo sueño, pero sin ensoñar,
¡maravillosa ganancia sería! Es mi opinión de que si nos obligaran a
escoger entre una noche sin sueños pero plácidamente dormida, con otras
noches con ensoñaciones o con otros días de su vida, que después de una
buena reflexión tuvieran que escoger Qué días y noches han sido los más
felices, pienso que no sólo cualquier persona normal, sino que incluso
el mismísimo rey de Persia, encontraría pocos comparables con la
primera. Si la muerte es algo parecido, sostengo que es la mayor de las
ganancias, pues toda la serie del tiempo se nos aparece como una sola
noche.
Pero si
la muerte es una simple mudanza de lugar, y si, aún más, es cierto lo
que cuentan, que los muertos están todos reunidos, oh jueces, ¿sois
capaces de imaginar algún bien mayor? Pues, uno, al llegar al reino del
Hades, liberado de todos esos que aquí se hacen pasar y llamar por
jueces, nos encontraremos con los que son auténticos jueces y que, según
cuentan, siguen ejerciendo sus funciones. A Minos, Radamanto y
Triptólemo, y a toda una larga lista de semidioses que fueron justos en
su vida. Y, ¿qué me decís del poder reunirme con Orfeo, Museo, Hesiodo y
Homero?, ¿qué no pagaría cualquiera de vosotros si esto es así? En lo
que a mí se refiere, mil y mil veces, prefiero estar muerto si tales
cosas son verdad! Qué maravilloso pasatiempo sería para mí poder
encontrarme con Palamedes, y con Ayax, hijo de Telamón, y todos los
héroes de los tiempos pasados, víctimas también de otros tantos procesos
injustos. Aunque sólo fuera para poder comparar sus experiencias con las
mías, ya me daría por satisfecho. Mi mayor placer sería pasar mis días
interrogando a los de allá abajo, como durante toda mi vida terrena lo
he hecho con los de aquí, para ver quiénes entre ellos son los
auténticamente sabios y quiénes creen serlo, pero que en realidad no lo
son. Qué precio no pagaríais, oh jueces, para poder examinar a quien
condujo contra Troya a aquel numeroso ejercito, o no digamos, si es el
mismo Ulises o Sísifo, o tantos hombres y mujeres que ahora no puedo ni
citar? Estar con ellos, gozar de su compañía e interrogarlos, sería el
colmo de mi felicidad.
En
cualquier caso, creo que Hades no me llevaría a un juicio y me
condenaría a muerte por profesar mi oficio. Ellos son, allá, mucho más
felices que los de aquí y entre muchas razones por la de ser inmortales
para el resto de los tiempos, si es que son verdad las cosas que se
dicen. Vosotros también, oh jueces míos, debéis tener buena esperanza
ante la muerte y convenceros de que una cosa es cierta: la de que no hay
mal posible para un hombre de bien, ni durante esta vida, ni después en
el reinado de la muerte, y que los dioses jamás descuidan los asuntos de
estos hombres justos. Lo que me ha sucedido a mí, no es fruto de la
causalidad, sino que al contrario veo claro que el morir y quedar libre
de ajetreos, era lo mejor para mí.
Es por
eso por lo que en ningún momento me ha disuadido la voz del genio y que
por lo que respecta por mi parte, no estoy enojado lo más mínimo contra
mis jueces, ni contra mis acusadores, a pesar de que no eran esas sus
intenciones al acusarme y condenarme, sino la de hacerme algún mal.
Y ahora debo pediros un último favor:
Cuando mis hijos lleguen a ser mayores, atenienses, castigadles, como yo
os he incordiado durante toda mi vida, si os parece que se preocupan más
de buscar riquezas o negocios antes que de la virtud.
Y si
presumen creer ser algo, sin serlo de verdad, reprochadles como yo os he
reprochado, exigiéndoles que se cuiden de lo que deben y no creerse ser
algo, cuando en realidad nada valen.
Si hacéis esto, ellos y yo habremos recibido el trato que merecemos. Y
no tengo nada más que decir. Ya es la hora de partir. Yo a morir,
vosotros a vivir.Entre vosotros y yo, ¿quién va a hacer mejor negocio?
Cosa oscura es para todos, salvo, si acaso, para el dios.
Pensando sobre la Apología
1. La Apología es la mejor fuente en nuestro paseo para descubrir
la visión platónica de Sócrates. ¿Qué has aprendido de la vida
de Sócrates?
Mucho. Cree que tiene dos grupos de acusadores. El primer grupo
es...
y el segundo es...
. Cuenta una historia acerca del oráculo de Delfos, en parte
para explicar su mala reputación. Los momentos centrales de la
historia son...
. Otras cosas que he aprendido de la vida de Sócrates han
sido... |
2. Piensa ahora en la conversación con Meleto. ¿Por qué enciona
descartes a los entrenadores de caballos?
Esto es parte importante de la refutación de Meleto. Releyendo
el diálogo, entiendo que lo que quiere decir específicamnte en
este punto sobre caballos y sus entrenadores es...
. Lo que, aplicado a Meleto, significa que...
.
Sócrates está mostrando a los miembros del jurado que Meleto...
|
3. Poco después de ese momento, Sócrates dice a Meleto “—Y tú,
Meletos, que aún eres tan joven, ¿me superas en experiencia y
sabiduría hasta tal punto de haberte dado cuenta de que los
malvados producen siempre algún perjuicio a las personas que
tratan y los buenos algún bien, y considerarme a mí en tan grado
de ignorancia, que ni sepa si convierto en malvado a alguien de
los que trato diariamente, corriendo el riesgo de recibir a la
par algún mal de su parte, y que este daño tan grande, lo hago
incluso intencionadamente?
Esto, Meletos, a mí no me lo haces creer y no creo que
encuentres quien se lo trague: yo no soy el que corrompe a los
jóvenes y en caso de serlo, sería involuntariamente y, por
tanto, en ambos casos, te equivocas o mientes. Y si se probara
de que yo los corrompo, desde luego tendría que concederse que
lo hago involuntariamente. Y en este caso, la ley ordena,
advertir al presunto autor en privado, instruirle y amonestarle,
y no, de buenas a primeras, llevarle directamente al Tribunal.
Pues es evidente, que una vez advertido y entrado en razón,
dejaría de hacer aquello que inconscientemente dicen que estaba
haciendo...
”
¿Qué es lo que dice Sócrates aquí?
Sócrates sienta varios puntos importantes. Dice que o bien
corrompe intencionadamente a los jóvenes olo hace
inintencionadamente. La razón por la que dice que no lo puede
hacer intencionadamente es...
. Y si los ha estado corrompiendo inintencionadamente,
entonces...
. En cualquiera de los dos casos, llevarle ante el tribunal no
está bien. En el primer caso porque...
. Y obviamente en el segundo caso porque...
. |
4. En cierto momento Sócrates se compara con un tábano y a Atenas
con un caballo noble y fuerte. ¿Por qué?
Sócrates cree que es un tábano porque...
. Quizá un ejemplo de esto lo encontramos en el Eutifrón cuando
. |
5. Aún un poco más tarde Sócrates dice: “Y aunque no me creáis y
os penséis que os hablo con evasivas, debo deciros que el mayor
de los bienes para un humano es el ir manteniendo los ideales de
la virtud con sus palabras y tratar de tantos temas como hemos
hablado, examinándome a mí mismo y a los demás, pues, una vida
sin examen propio y ajeno no merece ser vivida por ningún
hombre, me creáis o no.”
Los filósofos presocráticos como Tales de Mileto estaban
interesados en una sola cosa. Contrasta ese interés con el de
Sócrates en esta declaración. Como decías hace un rato en este
pastodos los presocráticos trataban de contestar la misma
pregunta.
Esa cuestión era...
. Un cambio importante que introduce Sócrates en la reflexión
filosófica, ilustrado en esta cita, es...
. La relación entre esta preocupación y la historia acerca del
oráculo de Delfos es...
|
6. Platón intenta en este diálogo trazar una línea de fuerte
contraste entre Sócrates y la mayoría de la población de Atenas.
¿Cómo resumirías las diferencias entre ellos?
Sócrates es...
. La población de Atenas, por el contrario,... |
7.
Ha llegado el momento para tu veredicto. Sopesa tu juicio
escrupulosamente, pero paa simplificar el asunto, quizás
tendrías que atenerte sólo al cargo único de “corromper a la
juventud”.
Muy bien, puedo entender desde el punto de vista de Meletoque
Sócrates sería culpable de corromper a la juventud porque...
. Meleto probablemente definiría “corrupción” como...
. De acuerdo con él, alguien que no corrompiera a la juventud,
sino que les enseñara correctamente sería uno que...
. Desde el punto de vista de Sócrates, él no es un corruptor de
la
juventud porque...
. Alguien que verdaderamente corrompería a los jóvenes, desde su
punto de vista, sería...
. En opinión de Sócrates, la mejor educación que podría
conseguir la juventud incluiría...
. Si tuviera que escoger entre lo que dicen Meleto y Sócrates,
diría que...
|
.
Un ejemplo que mostrara lo acertado de mi posición es...
. En conclusión...
. |
.
Platón Critón
Sócrates y Critón
SÓCRATES.— ¿Por qué vienes a esta hora, Critón? ¿No es pronto todavía?
CRITÓN.— En efecto, es muy pronto.
SÓC.— ¿Qué hora es exactamente?
CRIT.— Comienza a amanecer.
SÓC.—Me extraña que el guardián de la prisión haya querido atenderte.
CRIT.—Es ya amigo mío, Sócrates, de tanto venir aquí; además ha recibido
de mí alguna gratificación.
SÓC.— ¿Has venido ahora o hace tiempo?
CRIT.— Hace ya bastante tiempo.
SÓC.— ¿Y cómo no me has despertado en seguida y te has quedado sentado
ahí al lado, en silencio?
CRIT.— No, por Zeus, Sócrates, en esta situación tampoco habría querido
yo mismo estar en tal desvelo y sufrimiento, pero hace rato que me
admiro viendo qué suavemente duermes, y a intención no te desperté para
que pasaras el tiempo lo más agradablemente. Muchas veces, ya antes
durante toda tu vida, te consideré feliz por tu carácter, pero mucho más
en la presente
desgracia, al ver qué fácil y apaciblemente la llevas.
SÓC.— Ciertamente, Critón, no sería oportuno irritarme a mi edad, si
debo ya morir.
CRIT.—También otros de tus años, Sócrates, se encuentran metidos en
estas circunstancias, pero su edad no les libra en nada de irritarse con
su suerte presente.
SÓC.—Así es. Pero, ¿por qué has venido tan temprano?
CRIT.—Para traerte, Sócrates, una noticia dolorosa y agobiante, no para
ti, según veo, pero ciertamente dolorosa y agobiante para mí y para
todos tus amigos, y que para mí, según veo, va a ser muy difícil de
soportar.
SÓC.— ¿Cuál es la noticia? ¿Acaso ha llegado ya desde Delos1 el barco a
cuya llegada debo yo morir?
CRIT.—No ha llegado aún, pero me parece que estará aquí hoy, por lo que
anuncian personas venidas de Sunio2 que han dejado el barco allí. Según
estos mensajeros, es seguro que estará aquí hoy, y será necesario,
Sócrates, que mañana acabes tu vida.
SÓC.—Pues, ¡buena suerte!, Critón. Sea así, si así es agradable a los
dioses. Sin embargo, no creo que el barco esté aquí hoy.
CRIT.—¿De dónde conjeturas eso?
Una diferencia clave que ha establecido entre Sócrates y Critón
es...
.
En general, la relación entre estos dos hombres es...
. |
SÓC.— Voy a decírtelo. Yo debo morir al día siguiente de que el barco
llegue.
CRIT.—Así dicen los encargados de estos asuntos.
SÓC.— Entonces, no creo que llegue el día que está empezando sino el
siguiente. Me fundo en cierto sueño que he tenido hace poco, esta noche.
Probablemente ha sido muy oportuno que no me despertaras.
CRIT.— ¿Cuál era el sueño?
SÓC.—Me pareció que una mujer bella, de buen aspecto, que llevaba
blancos vestidos se acercó a mí, me llamó y me dijo: «Sócrates, al
tercer día llegarás a la fértil Pitía»3
CRIT.— Extraño es el sueño, Sócrates.
SÓC.—En todo caso, muy claro, según yo creo, Critón.
CRIT.— Demasiado claro, según parece. Pero, querido Sócrates, todavía en
este momento hazme caso y sálvate. Para mí, si tú mueres, no será una
sola desgracia, sino que, aparte de verme privado de un amigo como jamás
encontraré otro, muchos que no nos conocen bien a ti y a mí creerán que,
habiendo podido yo salvarte, si hubiera querido gastar dinero, te he
abandonado.
Y, en verdad, ¿hay reputación más vergonzosa que la de parecer que se
tiene en más al dinero que a los amigos? Porque la mayoría no llegará a
convencerse de que tú mismo no quisiste salir de aquí, aunque nosotros
nos esforzábamos en ello.
SÓC.—Pero ¿por qué damos tanta importancia, mi buen Critón, a la opinión
de la mayoría? Pues los más capaces, de los que sí vale la pena
preocuparse, considerarán que esto ha sucedido como en realidad suceda.
CRIT.— Pero ves, Sócrates, que es necesario también tener en cuenta la
opinión de la mayoría. Esto mismo que ahora está sucediendo deja ver,
claramente, que la mayoría es capaz de producir no los males más
pequeños, sino precisamente los mayores, si alguien ha incurrido en su
odio.
SÓC.— ¡Ojalá, Critón, que los más fueran capaces de hacer los males
mayores para que fueran también capaces de hacer los mayores bienes! Eso
sería bueno. La realidad es que no son capaces ni de lo uno ni de lo
otro; pues, no siendo tampoco capaces de hacer a alguien sensato ni
insensato, hacen lo que la casualidad les ofrece.
Aquí y en las dos páginas siguientes, numera cada una de las
razones que da Critón para escapar. Al menos hay ocho.
|
CRIT.— Bien, aceptemos que es así. ¿Acaso no te estás tú preocupando de
que a mí y a los otros amigos, si tú sales de aquí, no nos creen
dificultades los sicofantes4 al decir que te hemos sacado de la cárcel,
y nos veamos obligados a perder toda nuestra fortuna o mucho dinero o,
incluso, a sufrir algún otro daño además de éstos? Si, en efecto, temes
algo así, déjalo en paz. Pues es justo que nosotros corramos este riesgo
para salvarte y, si es preciso, otro aún mayor. Pero hazme caso y no
obres de otro modo.
SÓC.— Me preocupa eso, Critón, y otras muchas cosas.
CRIT.— Pues bien, no temas por ésta. Ciertamente, tampoco es mucho el
dinero que quieren recibir algunos para salvarte y sacarte de aquí.
Además, ¿no ves qué baratos están estos sicofantes y que no sería
necesario gastar en ellos mucho dinero? Está a tu disposici6n mi fortuna
que será suficiente, según creo. Además, si te preocupas por mí y crees
que no debes gastar lo mío, están aquí algunos extranjeros dispuestos a
gastar su dinero. Uno ha traído, incluso, el suficiente para ello,
Simias de Tebas. Están dispuestos también Cebes y otros muchos. De
manera que, como digo, por temor a esto no vaciles en salvarte; y que
tampoco sea para ti dificultad lo que dijiste en el tribunal, que si
salías de Atenas, no sabrías cómo valerte. En muchas partes, adonde
quiera que tú llegues, te acogerán con cariño. Si quieres ir a Tesalia,
tengo allí huéspedes que te tendrán en gran estimación y que te
ofrecerán seguridad, de manera que nadie te moleste en Tesalia.
Además, Sócrates, tampoco me parece justo que intentes traicionarte a ti
mismo, cuando te es posible salvarte. Te esfuerzas porque te suceda
aquello por lo que trabajarían con afán y, de hecho, han trabajado tus
enemigos deseando destruirte. Además, me parece a mí que traicionas
también a tus hijos; cuando te es posible criarlos y educarlos, los
abandonas y te vas, y, por tu parte, tendrán la suerte que el destino
les depare, que será, como es probable, la habitual de los huérfanos
durante la orfandad. Pues, o no se debe tener hijos, o hay que fatigarse
para criarlos y educarlos. Me parece que tú eliges lo más cómodo. Se
debe elegir lo que elegiría un hombre bueno y decidido, sobre todo
cuando se ha dicho durante toda la vida que se ocupa uno de la virtud.
Así que yo siento vergüenza, por ti y por nosotros tus amigos, de que
parezca que todo este asunto tuyo se ha producido por cierta cobardía
nuestra: la instrucción del proceso para el tribunal, siendo posible
evitar el proceso, el mismo desarrollo del juicio tal como sucedió, y
finalmente esto, como desenlace ridículo del asunto, y que parezca que
nosotros nos hemos quedado al margen de la cuestión por incapacidad y
cobardía, así como que no te hemos salvado ni tú te has salvado a ti
mismo, cuando era realizable y posible, por pequeña que fuera nuestra
ayuda. Pero toma una decisión; por más que ni siquiera es ésta la hora
de decidir, sino la de tenerlo decidido. No hay más que una decisión; en
efecto, la próxima noche tiene que estar todo realizado. Si esperamos
más, ya no es posible ni realizable. En todo caso, déjate persuadir y no
obres de otro modo.
Aquí y en las dos páginas siguientes, numera cada una de las
razones que da Critón para escapar. Al menos hay ocho.
|
SÓC.— Querido Critón, tu buena voluntad sería muy de estimar, si le
acompañara algo de rectitud; si no, cuanto más intensa, tanto más
penosa. Así pues, es necesario que reflexionemos si esto debe hacerse o
no. Porque yo, no sólo ahora sino siempre, soy de condición de no
prestar atención a ninguna otra cosa que al razonamiento que, al
reflexionar, me parece el mejor. Los argumentos que yo he dicho en
tiempo anterior no los puedo desmentir ahora porque me ha tocado esta
suerte, más bien me parecen ahora, en conjunto, de igual valor y
respeto, y doy mucha importancia a los mismos argumentos de antes. Si no
somos capaces de decir nada mejor en el momento presente, sabe bien que
no voy a estar de acuerdo contigo, ni aunque la fuerza de la mayoría nos
asuste como a niños con más espantajos que los de ahora en que nos envía
prisiones, muertes y privaciones de bienes. ¿Cómo podríamos examinar eso
más adecuadamente? Veamos, por lo pronto, si recogemos la idea que tú
expresabas acerca de las opiniones de los hombres, a saber, si hemos
tenido razón o no al decir siempre que deben tenerse en cuenta unas
opiniones y otras no. ¿O es que antes de que yo debiera morir estaba
bien dicho, y en cambio ahora es evidente que lo decíamos sin
fundamento, por necesidad de la expresión, pero sólo era un juego
infantil y pura charlatanería? Yo deseo, Critón, examinar contigo si
esta idea me parece diferente en algo, cuando me encuentro en esta
situación, o me parece la misma, y, según el caso, si la vamos a
abandonar o la vamos a seguir. Según creo, los hombres cuyo juicio tiene
interés dicen siempre, como yo decía ahora, que entre las opiniones que
los hombres manifiestan deben estimarse mucho algunas y otras no. Por
los dioses, Critón, ¿no te parece que esto está bien dicho? En efecto,
tú, en la medida de la previsión humana, estás libre de ir a morir
mañana, y la presente desgracia no va a extraviar tu juicio. Examínalo.
¿No te parece que está bien decir que no se deben estimar todas las
opiniones de los hombres, sino unas sí y otras no, y las de unos hombres
sí y las de otros no? ¿Qué dices tú? ¿No está bien decir esto?
CRIT.— Está bien.
SÓC.— ¿Se deben estimar las valiosas y no estimar las malas?
CRIT.— Sí.
SÓC.— ¿Son valiosas las opiniones de los hombres juiciosos, y malas las
de los hombres de poco juicio?
CRIT.— ¿Cómo no?
SÓC.— Veamos en qué sentido decíamos tales cosas. Un hombre que se
dedica a la gimnasia, al ejercitarla ¿tiene en cuenta la alabanza, la
censura y la opinión de cualquier persona, o la de una sola persona, la
del médico o el entrenador?
CRIT.—La de una sola persona.
Subraya en las próximas p á g i n a s l o s p u n t o s
importantes en la respuesta de Sócrates a Critón. |
SÓC.— Luego debe temer las censuras y recibir con agrado los elogios de
aquella sola persona, no los de la mayoría.
CRIT.— Es evidente.
SÓC.—Así pues, ha de obrar, ejercitarse, comer y beber según la opinión
de ése solo, del que está a su cargo y entiende, y no según la de todas
los otros juntos.
CRIT.— Así es.
SÓC.— Bien. Pero si no hace caso a ese solo hombre y desprecia su
opinión y sus elogios, y, en cambio, estima las palabras de la mayoría,
que nada entiende, ¿es que no sufrirá algún daño?
CRIT.— ¿Cómo no?
SÓC.— ¿Qué daño es este, hacia dónde tiende y a qué parte del que no
hace caso?
CRIT.— Es evidente que al cuerpo; en efecto, lo arruina.
SÓC.— Está bien. Lo mismo pasa con las otras cosas, Critón, a fin de no
repasarlas todas. También respecto a lo justo y lo injusto, lo feo y lo
bello, lo bueno y lo malo, sobre lo que ahora trata nuestra
deliberación, ¿acaso debemos nosotros seguir la opinión de la mayoría y
temerla, o la de uno solo que entienda, si lo hay, al cual hay que
respetar y temer más que a todos los
otros juntos? Si no seguimos a éste, dañaremos y maltrataremos aquello
que se mejora con lo justo y se destruye con lo injusto. ¿No es así
esto?
CRIT.—Así lo pienso, Sócrates.
SÓC.—Bien, si lo que se hace mejor por medio de lo sano y se daña por
medio de lo enfermo, lo arruinamos por hacer caso a la opinión de los
que no entienden, ¿acaso podríamos vivir al estar eso arruinado? Se
trata del cuerpo, ¿no es así?
CRIT.— Sí.
SÓC.— ¿Acaso podemos vivir con un cuerpo miserable y arruinado?
CRIT.—De ningún modo.
SÓC.— Pero ¿podemos vivir, acaso, estando dañado aquello con lo que se
arruina lo injusto y se ayuda a lo justo? ¿Consideramos que es de menos
valor que el cuerpo la parte de nosotros, sea la que fuere, en cuyo
entorno están la injusticia y la justicia?
CRIT.—De ningún modo.
SÓC.— ¿Ciertamente es más estimable?
CRIT.—Mucho más.
SÓC.— Luego, querido amigo, no debemos preocuparnos mucho de lo que nos
vaya a decir la mayoría, sino de lo que diga el que entiende sobre las
cosas justas e injustas, aunque sea uno sólo, y de lo que la verdad
misma diga. Así que, en primer término, no fue acertada tu propuesta de
que debemos preocuparnos de la opinión de la mayoría acerca de lo justo,
lo bello y lo bueno y sus contrarios. Pero podría decir alguien que los
más son capaces de condenarnos a muerte.
CRIT.— Es evidente que podría decirlo, Sócrates.
SÓC.— Tienes razón. Pero, mi buen amigo, este razonamiento que hemos
recorrido de cabo a cabo me parece a mí que es aún el mismo de siempre.
Examina además, si también permanece firme aún, para nosotros, o no
permanece el razonamiento de que no hay que considerar lo más importante
el vivir, sino el vivir bien.
CRIT.— Sí permanece.
SÓC.—¿La idea de que vivir bien, vivir honradamente y vivir justamente
son el mismo concepto, permanece, o no permanece?
CRIT.— Permanece.
SÓC.—Entonces, a partir de lo acordado hay que examinar si es justo, o
no lo es, el que yo intente salir de aquí sin soltarme los atenienses. Y
si nos parece justo, intentémoslo, pero si no, dejémoslo. En cuanto a
las consideraciones de que hablas sobre el gasto de dinero, la
reputación y la crianza de los hijos, es de temer, Critón, que éstas, en
realidad, sean reflexiones
adecuadas a éstos que condenan a muerte y harían resucitar, si pudieran,
sin el menor sentido, es decir, a la mayoría. Puesto que el razonamiento
lo exige así, nosotros no tenemos otra cosa que hacer, sino examinar,
como antes decía, si nosotros, unos sacando de la cárcel y otro
saliendo, vamos a actuar justamente pagando dinero y favores a los que
me saquen, o bien vamos a obrar injustamente haciendo todas estas cosas.
Y si resulta que vamos a realizar actos injustos, no es necesario
considerar si, al quedarnos aquí sin emprender acción alguna, tenemos
que morir o sufrir cualquier otro daño, antes que obrar injustamente.
CRIT.—Me parece acertado lo que dices, Sócrates, mira qué debemos hacer.
SÓC.— Examinémoslo en común, amigo, y si tienes algo que objetar
mientras yo hablo, objétalo y yo te haré caso. Pero si no, mi buen
Critón, deja ya de decirme una y otra vez la misma frase, que tengo que
salir de aquí contra la voluntad de los atenienses, porque yo doy mucha
importancia a tomar esta decisión tras haberte persuadido y no contra tu
voluntad; mira si te parece que está bien planteada la base del
razonamiento e intenta responder, a lo que yo pregunte, lo que tú creas
más exactamente.
CRIT.— Lo intentaré.
Algunos de los argumentos de Critón son desechados
aquí porque... |
SÓC.— ¿Afirmamos que en ningún caso hay que hacer el mal
voluntariamente, o que en unos casos sí y en otros no, o bien que de
ningún modo es bueno y honrado hacer el mal, tal como hemos convenido
muchas veces anteriormente? Eso es también lo que acabamos de decir.
¿Acaso Critón se ha equivocado porque todas nuestras ideas comunes de
antes se han desvanecido en estos pocos días y, desde hace tiempo,
Critón, hombres ya viejos, dialogamos uno con otro, seriamente sin
darnos cuenta de que en nada nos distinguimos de los niños? O, más bien,
es totalmente como nosotros decíamos entonces, lo afirme o lo niegue la
mayoría; y, aunque tengamos que sufrir cosas aún más penosas que las
presentes, o bien más agradables, ¿cometer injusticia no es, en todo
caso, malo y vergonzoso para el que la comete? ¿Lo afirmamos o no?
CRIT.—Lo afirmamos.
SÓC.—Luego de ningún modo se debe cometer injusticia.
CRIT.—Sin duda.
SÓC.—Por tanto, tampoco si se recibe injusticia se debe responder con la
injusticia, como cree la mayoría, puesto que de ningún modo se debe
cometer injusticia.
CRIT.— Es evidente.
SÓC.— ¿Se debe hacer mal, Critón, o no?
CRIT.— De ningún modo se debe, Sócrates.
SÓC.— ¿Y responder con el mal cuando se recibe mal es justo, como afirma
la mayoría, o es injusto?
CRIT.— De ningún modo es justo.
SÓC.— Luego no se debe responder con la injusticia ni hacer mal a ningún
hombre, cualquiera que sea el daño que se reciba de él. Procura, Critón,
no aceptar esto contra tu opinión, si lo aceptas; yo sé, ciertamente,
que esto lo admiten y lo admitirán unas pocas personas. No es posible
una determinación común para los que han formado su opinión de esta
manera y para los que mantienen lo contrario, sino que es necesario que
se desprecien unos a otros, cuando ven la determinación de la otra
parte. Examina muy bien, pues, también tú si estás de acuerdo y te
parece bien, y si debemos iniciar nuestra deliberación a partir de este
principio, de que jamás es bueno ni cometer injusticia, ni responder a
la injusticia con la injusticia, ni responder haciendo mal cuando se
recibe el mal. ¿O bien te apartas y no participas de este principio? En
cuanto a mí, así me parecía antes y me lo sigue pareciendo ahora, pero
si a ti te parece de otro modo, dilo y explícalo. Pero si te mantienes
en lo anterior, escucha lo que sigue.
CRIT.—Me mantengo y también me parece a mí. Continúa.
SÓC.—Digo lo siguiente, más bien pregunto: ¿las cosas que se ha
convenido con alguien que son justas hay que hacerlas o hay que darles
una salida falsa?
CRIT.—Hay que hacerlas.
SÓC.—A partir de esto, reflexiona. Si nosotros nos vamos de aquí sin
haber persuadido a la ciudad, ¿hacemos daño a alguien y, precisamente, a
quien menos se debe, o no? ¿Nos mantenemos en lo que hemos acordado que
es justo, o no?
Una creencia similar de los cristianos es... |
.
CRIT.— No puedo responder a lo que preguntas, Sócrates; no lo entiendo.,
SÓC.— Considéralo de este modo. Si cuando nosotros estemos a punto de
escapar de aquí, o como haya que llamar a esto, vinieran las leyes y el
común de la ciudad y, colocándose delante, nos dijeran: «Dime, Sócrates,
¿qué tienes intención de hacer? ¿No es cierto que, por medio de esta
acción que intentas, tienes el propósito, en lo que de ti depende, de
destruirnos a nosotras y a toda la ciudad? ¿Te parece a ti que puede aún
existir sin arruinarse la ciudad en la que los juicios que se producen
no tienen efecto alguno, sino que son invalidados por particulares y
quedan anulados?» ¿Qué vamos a responder, Critón, a estas preguntas y a
otras semejantes? Cualquiera, especialmente un orador, podría dar muchas
razones en defensa de la ley, que intentamos destruir, que ordena que
los juicios que han sido sentenciados sean firmes. ¿Acaso les diremos:
«La ciudad ha obrado injustamente con nosotros y no ha llevado el juicio
rectamente»? ¿Les vamos a decir eso?
CRIT.— Sí, por Zeus, Sócrates.
SÓC.—Quizá dijeran las leyes: « ¿Es esto, Sócrates, lo que hemos
convenido tú y nosotras, o bien que hay que permanecer fiel a las
sentencias que dicte la ciudad?» Si nos extrañáramos de sus palabras,
quizá dijeran: «Sócrates no te extrañes de lo que decimos, sino
respóndenos, puesto que tienes la costumbre de servirte de preguntas y
respuestas. Veamos, ¿qué acusación
tienes contra nosotras y contra la ciudad para intentar destruirnos? En
primer lugar, ¿no te hemos dado nosotras la vida y, por medio de
nosotras, desposó tu padre a tu madre y te engendró? Dinos, entonces, ¿a
las leyes referentes al matrimonio les censuras algo que no esté bien?»
«No las censuro», diría yo.
«Entonces, ¿a las que se refieren a la crianza del nacido y a la
educación en la que te has educado? ¿Acaso las que de nosotras estaban
establecidas para ello no disponían bien ordenando a tu padre que te
educara en la música y en la gimnasia?» «Sí disponían bien», diría
yo.«Después que hubiste nacido y hubiste sido criado y educado, ¿podrías
decir, en principio, que no eras resultado de nosotras y nuestro
esclavo, tú y tus ascendientes? Si esto es así, ¿acaso crees que los
derechos son los mismos para ti y para nosotras, y es justo para ti
responder haciéndonos, a tu vez, lo que nosotras intentemos hacerte?
Ciertamente no serían iguales tus derechos respecto a tu padre y
respecto a tu dueño, si lo tuvieras, como para que respondieras
haciéndoles lo que ellos te hicieran, insultando a tu vez al ser
insultado, o golpeando al ser golpeado, y así sucesivamente. ¿Te sería
posible, en cambio, hacerlo con la patria y las leyes, de modo que si
nos proponemos matarte, porque lo consideramos justo, por tu parte
intentes, en la medida de tus fuerzas, destruirnos a nosotras, las
leyes, y a la patria, y afirmes que al hacerlo obras justamente, tú, el
que en verdad se preocupa de la virtud? ¿Acaso eres tan sabio que te
pasa inadvertido que la patria merece más honor que la madre, que el
padre y que todos los antepasados, que es más venerable y más santa y
que es digna de la mayor estimación entre los dioses y entre los hombres
de juicio? ¿Te pasa inadvertido que hay que respetarla y ceder ante la
patria y halagarla, si está irritada, más aún que al padre; que hay que
convencerla u obedecerla haciendo lo que ella disponga; que hay que
padecer sin oponerse a ello, si ordena padecer algo; que si ordena
recibir golpes, sufrir prisión, o llevarte a la guerra para ser herido o
para morir, hay que hacer esto porque es lo justo, y no hay que ser
débil ni retroceder ni abandonar el puesto, sino que en la guerra, en el
tribunal y en todas partes hay que hacer lo que la ciudad y la patria
ordene, o persuadirla de lo que es justo; y que es impío hacer violencia
a la madre y al padre, pero lo es mucho más aún a la patria?»
¿Qué vamos a decir a esto, Critón? ¿Dicen la verdad las leyes o no?
CRIT.—Me parece que sí.
En este momento, Sócrates termina su repaso de sus creencias
antiguas y comienza un extenso diálogo interno. Lo que ha
afirmado hasta ahora es...
.
Desde este punto hasta el final numera y subraya cada
nueva razón que da Sócrates para no escapar. |
SÓC.—Tal vez dirían aún las leyes: «Examina, además, Sócrates, si es
verdad lo que nosotras decimos, que no es justo que trates de hacernos
lo que ahora intentas. En efecto, nosotras te hemos engendrado, criado,
educado y te hemos hecho partícipe, como a todos los demás ciudadanos,
de todos los bienes de que éramos capaces; a pesar de esto proclamamos
la libertad, para el ateniense que lo quiera, una vez que haya hecho la
prueba legal para adquirir los derechos ciudadanos y, haya conocido los
asuntos públicos y a nosotras, las leyes, de que, si no le parecemos
bien, tome lo suyo y se vaya adonde quiera. Ninguna de nosotras, las
leyes, lo impide, ni prohíbe que, si alguno de vosotros quiere
trasladarse a una colonia, si no le agradamos nosotras y la ciudad, o si
quiere ir a otra parte y vivir en el extranjero, que se marche adonde
quiera llevándose lo suyo.
«El que
de vosotros se quede aquí viendo de qué modo celebramos los juicios y
administramos la ciudad en los demás aspectos, afirmamos que éste, de
hecho, ya está de acuerdo con nosotras en que va a hacer lo que nosotras
ordenamos, y decimos que el que no obedezca es tres veces culpable,
porque le hemos dado la vida, y no nos obedece, porque lo hemos criado y
se ha comprometido a obedecernos, y no nos obedece ni procura
persuadirnos si no hacemos bien alguna cosa. Nosotras proponemos hacer
lo que ordenamos y no lo imponemos violentamente, sino que permitimos
una opción entre dos, persuadirnos u obedecemos; y el que no obedece no
cumple ninguna de las dos. Decimos, Sócrates, que tú vas a quedar sujeto
a estas inculpaciones y no entre los que menos de los atenienses, sino
entre los que más, si haces lo que planeas.»
Si
entonces yo dijera: «¿Por qué, exactamente?», quizá me respondieran con
La comparación que hace Sócrates es entre...
y
. Lo que quiere decir es...
.
Encuentra y subraya la frase con tres razones para no escapar. |
justicia diciendo que precisamente yo he aceptado este compromiso como
muy pocos atenienses. Dirían: «Tenemos grandes pruebas, Sócrates, de que
nosotras y la ciudad te parecemos bien. En efecto, de ningún modo
hubieras permanecido en la ciudad más destacadamente que todos los otros
ciudadanos, si ésta no te hubiera agradado especialmente, sin que hayas
salido nunca de ella para una fiesta, excepto una vez al Istmo, ni a
ningún otro territorio a no ser como soldado; tampoco hiciste nunca,
como hacen los demás, ningún viaje al extranjero, ni tuviste deseo de
conocer otra ciudad y otras leyes, sino que nosotras y la ciudad éramos
satisfactorias para ti. Tan plenamente nos elegiste y acordaste vivir
como ciudadano según nuestras normas, que incluso tuviste hijos en esta
ciudad, sin duda porque te encontrabas bien en ella. Aún más, te hubiera
sido posible, durante el proceso mismo, proponer para ti el destierro,
si lo hubieras querido, y hacer entonces, con el consentimiento de la
ciudad, lo que ahora intentas hacer contra su voluntad. Entonces tú te
jactabas de que no te irritarías, si tenías que morir, y elegías, según
decías, la muerte antes que el destierro. En cambio, ahora, ni respetas
aquellas palabras ni te cuidas de nosotras, las leyes, intentando
destruimos; obras como obraría el más vil esclavo intentando escaparte
en contra de los pactos y acuerdos con arreglo a los cuales conviniste
con nosotras que vivirías como ciudadano. En primer lugar, respóndenos
si decimos verdad al insistir en que tú has convenido vivir como
ciudadano según nuestras normas con actos y no con palabras, o bien si
no es verdad.»
¿Qué vamos a decir a esto, Critón? ¿No es cierto que estamos de acuerdo?
CRIT.—Necesariamente, Sócrates.
SÓC.— «No es cierto —dirían ellas— que violas los pactos y los acuerdos
con nosotras, sin que los hayas convenido bajo coacción o engaño y sin
estar obligado a tomar una decisión en poco tiempo, sino durante setenta
años 7, en los que te fue posible ir a otra parte, si no te agradábamos
o te parecía que los acuerdos no eran justos. Pero tú no has preferido a
Lacedemonia ni a Creta, cuyas leyes afirmas continuamente que son
buenas, ni a ninguna otra ciudad griega ni bárbara; al contrario, te has
ausentado de Atenas menos que los cojos, los ciegos y otros lisiados.
Hasta tal punto a ti más especialmente que a los demás atenienses, te
agradaba la ciudad y evidentemente nosotras, las leyes. ¿Pues a quién le
agradaría una ciudad sin leyes? ¿Ahora no vas a permanecer fiel a los
acuerdos? Sí permanecerás, si nos haces caso, Sócrates, y no caerás en
ridículo saliendo de la ciudad.
»Si tú
violas estos acuerdos y faltas en algo, examina qué beneficio te harás a
ti mismo y a tus amigos. Que también tus amigos corren peligro de ser
desterrados, de ser privados de los derechos ciudadanos o de perder sus
bienes es casi evidente. Tú mismo, en primer lugar, si vas a una de las
Continúa subrayando cada nueva razón para no escapar. |
ciudades próximas, Tebas o Mégara, pues ambas tienen buenas leyes,
llegarás como enemigo de su sistema político y todos los que se
preocupan de sus ciudades te mirarán con suspicacia considerándote
destructor de las leyes; confirmarás para tus jueces la opinión de que
se ha sentenciado rectamente el proceso. En efecto, el que es destructor
de las leyes, parecería fácilmente que es también corruptor de jóvenes y
de gentes de poco espíritu. ¿Acaso vas a evitar las ciudades con buenas
leyes y los hombres más honrados? ¿Y si haces eso, te valdrá la pena
vivir? O bien si te diriges a ellos y tienes la desvergüenza de
conversar, ¿con qué pensamientos lo harás, Sócrates? ¿Acaso con los
mismos que aquí, a saber, que lo más importante para los hombres es la
virtud y la justicia, y también la legalidad y las leyes? ¿No crees que
parecerá vergonzoso el comportamiento de Sócrates? Hay que creer que sí.
Pero tal vez vas a apartarte de estos lugares; te irás a Tesalia con los
huéspedes de Critón. En efecto, allí hay la mayor indisciplina y
libertinaje, y quizá les guste oírte de qué manera tan graciosa te
escapaste de la cárcel poniéndote un disfraz o echándote encima una piel
o usando cualquier otro medio habitual para los fugitivos, desfigurando
tu propio aspecto. ¿No habrá nadie que diga que, siendo un hombre al que
presumiblemente le queda poco tiempo de vida, tienes el descaro de
desear vivir tan afanosamente, violando las leyes más importantes? Quizá
no lo haya, si no molestas a nadie; en caso contrario, tendrás que oír
muchas cosas indignas. ¿Vas a vivir adulando y sirviendo a todos? ¿Qué
vas a hacer en Tesalia sino darte buena vida como
si hubieras hecho el viaje allí para ir a un banquete? ¿Dónde se nos
habrán ido aquellos discursos sobre la justicia y las otras formas de
virtud? ¿Sin duda quieres vivir por tus hijos, para criarlos y
educarlos? ¿Pero, cómo?
¿Llevándolos contigo a Tesalia los vas a criar y educar haciéndolos
extranjeros para que reciban también de ti ese beneficio? ¿O bien no es
esto, sino que educándose aquí se criarán y educarán mejor, si tú estás
vivo, aunque tú no estés a su lado? Ciertamente tus amigos se ocuparán
de ellos.
¿Es que
se cuidarán de ellos, si te vas a Tesalia, y no lo harán, si vas al
Hades, si en efecto hay una ayuda de los que afirman ser tus amigos? Hay
que pensar que sí se ocuparán.
«Más bien, Sócrates, danos crédito a nosotras, que te hemos formado, y
no tengas en más ni a tus hijos ni a tu vida ni a ninguna otra cosa que
a lo justo, para que, cuando llegues al Hades, expongas en tu favor
todas estas razones ante los que gobiernan allí. En efecto, ni aquí te
parece a ti, ni a ninguno de los tuyos, que el hacer esto sea mejor ni
más justo ni más pío, ni tampoco será mejor cuando llegues allí. Pues
bien, si te vas ahora, te vas condenado injustamente no por nosotras,
las leyes, sino por los hombres. Pero si te marchas tan torpemente,
devolviendo injusticia por injusticia y daño por daño, violando los
acuerdos y los pactos con nosotras y haciendo daño a los que menos
conviene, a ti mismo, a tus amigos, a la patria y a nosotras, nos
irritaremos contigo mientras vivas, y allí, en el Hades, nuestras
hermanas las leyes no te recibirán de buen ánimo, sabiendo que, en la
medida de tus fuerzas has intentado destruirnos. Procura que Critón no
te persuada más que nosotras a hacer lo que dice.»
Sabe bien, mi querido amigo Critón, que es esto lo que yo creo oír, del
mismo modo que los coribantes creen oír las flautas, y el eco mismo de
estas palabras retumba en mí y hace que no pueda oír otras. Sabe que
esto es lo que yo pienso ahora y que, si hablas en contra de esto,
hablarás en vano. Sin embargo, si crees que puedes conseguir algo,
habla.
CRIT.— No tengo nada que decir, Sócrates.
SÓC.— Ea pues, Critón, obremos en ese sentido, puesto que por ahí nos
guía el dios.
Los argumentos socráticos más convincentes para no escapar me han
parecido estos:
...... |
Pensando sobre el Critón
1. Piensa en el Critón como compuesto de tres partes mayores. La
primera parte introduce a los dos personajes principales y
declara los argumentos de Critón para escapar de la prisión. La
segunda parte revisa algunos de los principios filosóficos de
Sócrates. La última parte aplica estos principios a la situación
presente y enumera los argumentos para no escapar.
Considerando estas tres partes y repasando las notas al margen
que he tomado, entiendo que la primera parte termina después de
que diga “
.” Nos enteramos de que las diferencias ntre Sócrates y Critón
son...
. Los argumentos principales de Critón para el escape
. En lo que muchos de estos argumentos coinciden es en que
. Así, vemos que Critón es una persona que...
. Los principios que afirma Sócrates en la segunda parte del
diálogo son sus creencias en que...
. En la tercera sección, Sócrates se habla a sí mismo por boca
de las leyes. Lo que dice acerca de escapar es...
. |
2. Sócrates pregunta si deberían tratar injustamente a quien a su
vez los han tratado injustamente. ¿A qué injusticias se refiere?
La injusticia que ha ocurrido ya es...
. La otra sería...
|
3. Ponte en el lugar de Critón. Preséntale el mejor argumento que
tengas para escapar. Recuerda que no le convencerás si tratas de
que viole sus principios.
Diría “querido Sócrates, todavía hay al menos otro argumento a
favor de que escapes de la prisión. Lo diré primero sucintamente
y luego me extenderé más. En esencia mi argumento es...
. Las razones por las que lo digo son...
. Lo que no parece que hayas entendido es...
. Si escapas, no devolverías injusticia por injusticia,
porque...
. Ni tu alma quedaría impura, como teme, porque...
. Aunque llas leyes son, en cierto sentido, tus guardianes y tus
padres, lo que tendrías que haberles replicado es...
. En tu propia vida encuentro evidencia para ello. En Apología
dices que...
|
4. ¡Pareces preparado para seguir este paseo tú solo! Ahora prueba
a componer por ti mismo un pregunta sobre el Critón.
Una buena pregunta sobre el Critón, que ayudaría a un buen
lector a entenderlo más claramente, sería...
|
. Mi propia respuesta a esa pregunta, si me la hubieran hecho a
mí, sería...
. |
.
Platón Fedón
(la escena de la
muerte de Sócrates)
La escena de la muerte de Sócrates, en el Fedón
Todo el Fedón es un largo diálogo escrito aparentemente en torno a la
mitad de la vida de Platón. Los diálogos que has visto hasta ahora son
productos de sus primeros años como filósofo. Estos primeros diálogos
presentan a menudo a Sócrates y su situación. El Fedón, de cualquier
modo, no es sólo un retrato de las últimas horas de Sócrates, sino
también un ambicioso intento de describir las relaciones del alma con el
cuerpo antes del nacimiento y tras la muerte. Después de leer las
siguientes páginas, que cierran el diálogo, espero que desees leer la
obra entera.
Tareas de anotación
Esta breve selección describe los últimos momentos de la vida de
Sócrates. El clima de la escena es tan poderoso que no te
distraeré con nada en los márgenes. Subraya las diferencias
entre Sócrates y los testigos de su muerte. |
Después de decir esto, se puso en pie y se dirigió a otro cuarto con la
intención de lavarse, y Critón le siguió, y a nosotros nos ordenó que
aguardáramos allí. Así que nos quedamos charlando unos con otros acerca
de lo que se había dicho, y volviendo a examinarlo, y también nos
repetíamos cuán grande era la desgracia que nos había alcanzado
entonces, considerando
simplemente que como privados de un padre íbamos a recorrer huérfanos
nuestra vida futura. Cuando se hubo lavado y le trajeron a su lado a sus
hijos —pues tenía dos pequeños y uno ya grande y vinieron las mujeres de
su familia, ya conocidas, después de conversar con Crítón y hacerle
algunos encargos que quería, mandó retirarse a las mujeres y a los
niños, y él vino
hacia nosotros. Entonces era ya cerca de la puesta del sol. Pues había
pasado un largo rato dentro. Vino recién lavado y se sentó, y no se
hablaron muchas cosas tras esto, cuando acudió el servidor de los Once
y, puesto en pie junto a él, le dijo:
—Sócrates, no voy a reprocharte a ti lo que suelo reprochar a los demás,
que se irritan conmigo y me maldicen cuando les mando beber el veneno,
como me obligan los magistrados. Pero, en cuanto a ti, yo he reconocido
ya en otros momentos en este tiempo que eres el hombre más noble, más
amable y el mejor de los que en cualquier caso llegaron aquí, y por ello
bien sé que ahora no te enfadas conmigo, sino con ellos, ya que conoces
a los culpables. Ahora, pues ya sabes lo que vine a anunciarte, que vaya
bien y trata de soportar lo mejor posible lo inevitable.
Y echándose a llorar, se dio la vuelta y salió.
(la escena de la
muerte de Sócrates)
Entonces
Sócrates, mirándole, le contestó:
—¡Adiós a ti también, y vamos a hacerlo!
Y dirigiéndose a nosotros, comentó:
—¡Qué educado es este hombre! A lo largo de todo este tiempo me ha
visitado y algunos ratos habló conmigo y se portaba como una persona
buenísima, y ved ahora con qué nobleza llora por mí. Conque, vamos,
Critón, obedezcámosle, y que alguien traiga el veneno, si está triturado
y si no, que lo triture el hombre.
Entonces dijo Critón:
—Pero creo yo, Sócrates, que el sol aún está sobre los montes y aún no
se ha puesto. Y, además, yo sé que hay algunos que lo beben incluso muy
tarde, después de habérseles dado la orden, tras haber comido y bebido
en abundancia, y otros, incluso después de haberse acostado con aquellos
que desean. Así que no te apresures; pues aún hay tiempo.
Respondió entonces Sócrates:
—Es natural, Critón, que hagan eso los que tú dices, pues creen que
sacan ganancias al hacerlo; y también es natural que yo no lo haga. Pues
pienso que nada voy a ganar bebiendo un poco más tarde, nada más que
ponerme en ridículo ante mí mismo, apegándome al vivir y escatimando
cuando ya no queda nada. Conque, ¡venga! —dijo—, hazme caso y no actúes
de otro modo.
Entonces
Critón, al oírle, hizo una seña con la cabeza al muchacho que estaba
allí cerca, y el muchacho salió y, tras demorarse un buen rato, volvió
con el que iba a darle el veneno que llevaba molido en una copa. Al ver
Sócrates al individuo, le dijo:
—Venga, amigo mío, ya que tú eres entendido en esto, ¿qué hay que hacer?
Nada más que beberlo y pasear —dijo— hasta que notes un peso en las
piernas, y acostarte luego. Y así eso actuará. Al tiempo tendió la copa
a Sócrates.
Y él la cogió, y con cuánta serenidad, Equécrates, sin ningún
estremecimiento y sin inmutarse en su color ni en su cara, sino que,
mirando de reojo, con su mirada taurina, como acostumbraba, al hombre,
le dijo:
—¿Qué me dices respecto a la bebida ésta para hacer una libación a algún
dios? ¿Es posible o no?
—Tan sólo machacamos, Sócrates —dijo—, la cantidad que creemos precisa
para beber.
—Lo entiendo —respondió él—. Pero al menos es posible, sin duda, y se
debe rogar a los dioses que este traslado de aquí hasta allí resulte
feliz. Esto es lo que ahora yo ruego, y que así sea. Y tras decir esto,
alzó la copa y muy diestra y serenamente la apuró de un trago.
(la
escena de la muerte de Sócrates)
Y hasta
entonces la mayoría de nosotros, por guardar las conveniencias, había
sido capaz de contenerse para no llorar, pero cuando le vimos beber y
haber bebido, ya no; sino que, a mí al menos, con violencia y en tromba
se me salían las lágrimas, de manera que cubriéndome comencé a sollozar,
por mí, porque no era por él, sino por mi propia desdicha: ¡de qué
compañero quedaría privado! Ya Critón antes que yo, una vez que no era
capaz de contener su llanto, se había salido. Y Apolodoro no había
dejado de llorar en todo el tiempo anterior, pero entonces rompiendo a
gritar y a lamentarse conmovió a todos los presentes a excepción del
mismo Sócrates. Él dijo:
—¿Qué hacéis, sorprendentes amigos? Ciertamente por ese motivo despedí a
las mujeres, para que no desentonaran. Porque he oído que hay que morir
en un silencio ritual . Conque tened valor y mantened la calma. Y
nosotros al escucharlo nos avergonzamos y contuvimos el llanto. Él
paseó, y cuando dijo que le pesaban las piernas, se tendió boca arriba,
pues así se
lo había aconsejado el individuo. Y al mismo tiempo el que le había dado
el veneno lo examinaba cogiéndole de rato en rato los pies y las
piernas, y luego, apretándole con fuerza el pie, le preguntó si lo
sentía, y él dijo que no. Y después de esto hizo lo mismo con sus
pantorrillas, y ascendiendo de este modo nos dijo que se iba quedando
frío y rígido. Mientras lo tanteaba nos dijo que, cuando eso le llegara
al corazón, entonces se extinguiría.
Ya estaba casi fría la zona del vientre cuando descubriéndose, pues se
había tapado, nos dijo, y fue lo último que habló:
—Critón, le debemos un gallo a Asclepio. Así que págaselo y no lo
descuides.
—Así se hará —dijo Critón—. Mira si quieres algo más. Pero a esta
pregunta ya no respondió, sino que al poco rato tuvo un estremecimiento,
y el hombre lo descubrió, y él tenía rígida la mirada. Al verlo, Critón
le cerró la boca y los ojos.
Éste fue el fin, Equécrates, que tuvo nuestro amigo, el mejor hombre,
podemos decir nosotros, de los que entonces conocimos, y, en modo muy
destacado, el más inteligente y más justo.
(la escena de la
muerte de Sócrates)
Pensando sobre el paseo
1. Antes de visitar el último monumento en nuestro paseo,
tendríamos que recordar los pasos que hemos dado hasta ahora.
Una buena manera de hacerlo es decribir los rasgos principales
de cada diálogo y pensar después sus semejanzas y diferencias.
Yo diría que el Eutifrón tiene partes. En la primera parte,
Sócrates...
. Y Eutifrón...
. Los rasgos importantes de la segunda parte son...
. En las secciones restantes...
|
2. Con la ayuda de mis anotaciones, dividiría la apología en
partes. Resumiendo brevemente lo que dice Sócrates, diría que en
la primera sección él...
. La segunda sección comienza cuando él dice “ .” Lo que afirma
en esta sección es:...
. Los rasgos principales de las siguientes secciones son...
|
3. Quedamos en que el Critón estaba dividido en tres partes. En la
primera...
. En la segunda...
. En la tercera...
. El cambio más importante en Sócrates en este diálogo es que
pasa de...
a...
. Hacia el final, él...
|
4. Los aspectos principales de la personalidad de Sócrates que
vemos en el Fedón son:
. Sobre todo, cuando dice...
, vemos que...
. Ejemplos de esto en uno de los diálogos previos podrían ser... |
.
Muy bien, tómate
un respiro.
Ahora vamos a pensar las semejanzas y las diferencias entre los
diálogos. Una manera lógica de hacerlo es hablar sobre lo que es
único en cada diálogo (las diferencias) y después sobre lo que
tienen en común la mayoría de ellos (las semejanzas).
Los caracteres únicos del Eutifrón son...
. Lo que la Apología me enseña sobre Sócrates y que no encuentro
en ninguno de los otros diálogos es...
. Nuevos aspectos del personaje de Sócrates en el Critón son...
|
Y aún otros al final del Fedón son...
. Las características de Sócrates que son comunes a más de uno
de estos diálogos son...
. |
.
Platón Alegoría de la caverna
( República, VII)
La Alegoría de la Caverna es una breve sección de República, escrita
hacia la mitad de la vida de Platón.
En “La República” intenta definir el concepto "justicia", y al hacerlo,
expone la idea que tenía Platón de un estado ideal. En la siguiente
sección, Platón describe su visión de la estructura de la realidad, de
la relación entre el filósofo y la sociedad, los estadios del
aprendizaje y los caracteres principales del temperamento filosófico.
Tareas de
anotación
Tema principal: Subrayad los símbolos más importantes y su
explicación platónica.
|
Alegoría de la caverna
—Después
de eso —proseguí— compara nuestra naturaleza respecto de su educación y
de su falta de educación con una experiencia como ésta. Represéntate
hombres en una morada subterránea en forma de caverna, que tiene la
entrada abierta, en toda su extensión, a la luz. En ella están desde
niños con las piernas y el cuello encadenados, de modo que deben
permanecer allí y mirar sólo delante de ellos, porque las cadenas les
impiden girar en derredor la cabeza. Más arriba y mas lejos se halla la
luz de un fuego que brilla detrás de ellos; y entre el fuego y los
prisioneros hay un camino más alto, junto al cual imagínate un tabique
construido de lado a lado, como el biombo que los titiriteros levantan
delante del público para mostrar, por encima del biombo, los muñecos.
—Me lo imagino.
—Imagínate ahora que, del otro lado del tabique, pasan sombras que
llevan toda clase de utensilios y figurillas de hombres y otros
animales, hechos en piedra y madera y de diversas clases; y entre los
que pasan unos hablan y otros callan.
—Extraña comparación haces, y extraños son esos prisioneros.
—Pero son como nosotros. Pues en primer lugar, ¿crees que han visto de
sí mismos, o unos de los otros, otra cosa que las sombras proyectadas
por el fuego en la parte de la caverna que tienen frente a sí?
—Claro que no, si toda su vida están forzados a no mover las cabezas.
—¿Y no sucede lo mismo con los objetos que llevan los que pasan del otro
lado del tabique?
—Indudablemente.
—Pues entonces, si dialogaran entre sí, ¿no te parece que entenderían
estar nombrando a los objetos que pasan y que ellos ven?
—Necesariamente.
—Y si la prisión contara con un eco desde la pared que tienen frente a
sí, y alguno de los que pasan del otro lado del tabique hablara, ¿no
piensas que creerían que lo que oyen proviene de la sombra que pasa
delante de ellos?
—¡Por Zeus que sí!
—¿Y que los prisioneros no tendrían por real otra cosa que las sombras
de los objetos artificiales transportados?
—Es de toda necesidad.
—Examina ahora el caso de una liberación de sus cadenas y de una
curación de su ignorancia, qué pasaría si naturalmente' les ocurriese
esto: que uno de ellos fuera liberado y forzado a levantarse de repente,
volver el cuello y marchar mirando a la luz y, al hacer todo esto,
sufriera y a causa del
Los símbolos principales que ha establecido Sócrates son...
. En esencia, parece que está diciendo... |
encandilamiento fuera incapaz de percibir aquellas cosas cuyas sombras
había visto antes. ¿Qué piensas que respondería si se le dijese que lo
que había visto antes eran fruslerías y que ahora, en cambio, está más
próximo a lo real, vuelto hacia cosas más reales y que mira
correctamente? Y si se le mostrara cada uno de los objetos que pasan
del otro lado de tabique y se le obligara a contestar preguntas sobre lo
que son, ¿no piensas que se sentirá en dificultades y que considerará
que las cosas que antes veía eran más verdaderas que las que se le
muestran ahora?
—Mucho más verdaderas.
—Y si se le forzara a mirar hacia la luz misma, ¿no le dolerían los ojos
y trataría de eludirla, volviéndose hacia aquellas cosas que podía
percibir, por considerar que éstas son realmente más claras que las que
se lo, muestran?
—Así es.
—Y si a la fuerza se lo arrastrara por una escarpada y empinada cuesta,
sin soltarlo antes de llegar hasta la luz del sol, ¿no sufriría acaso y
se irritaría por ser arrastrado y, tras llegar a la luz, tendría los
ojos llenos de fulgores que le impedirían ver uno solo de los objetos
que ahora decimos que son los verdaderos?
—Por cierto, al menos inmediatamente.
—Necesitaría acostumbrarse, para poder llegar a mirar las cosas de
arriba. En primer lugar miraría con mayor facilidad las sombras, y
después las figuras de los hombres y de los otros objetos reflejados en
el agua, luego los hombres y los objetos mismos. A continuación
contemplaría de noche lo que hay en el cielo y el cielo mismo, mirando
la luz de los astros y la luna más fácilmente que, durante el día, el
sol y la luz del sol.
—Sin duda.
—Finalmente, pienso, podría percibir el sol, no ya en imágenes en el
agua o en otros lugares que le son extraños, sino contemplarlo cómo es
en sí y por sí, en su propio ámbito.
—Necesariamente.
—Después de lo cual concluiría, con respecto al sol, que es lo que
produce las estaciones y los años y que gobierna todo en el ámbito
visible y que de algún modo es causa de las cosas que ellos habían
visto.
—Es evidente que, después de todo esto, arribaría a tales conclusiones.
—Y si se acordara de su primera morada, del tipo de sabiduría existente
allí y de sus entonces compañeros de cautiverio, ¿no piensas que se
sentiría feliz del cambio y que los compadecería?
—Por cierto.
—Respecto de los honores y elogios que se tributaban unos a otros, y de
las recompensas para aquel que con mayor agudeza divisara las sombras de
los
Ahora Sócrates comienza a interpretar la alegoría.
Subrayad cada uno de los símbolos que explica. |
objetos
que pasaban detrás del tabique, y para el que mejor se acordase de
cuáles habían desfilado habitualmente antes y cuáles después, y para
aquel de ellos que fuese capaz de adivinar lo que iba a pasar, ¿te
parece que estaría deseoso de todo eso y que envidiaría a los más
honrados y poderosos entre aquéllos? ¿O más bien no le pasaría como al
Aquiles de Homero, y «preferiría ser un labrador que fuera siervo de un
hombre pobre» o soportar cualquier otra cosa, antes que volver a su
anterior modo de opinar y a aquella vida?
—Así creo también yo, que padecería cualquier cosa antes que soportar
aquella vida.
—Piensa ahora esto: si descendiera nuevamente y ocupara su propio
asiento, ¿no tendría ofuscados los ojos por las tinieblas, al llegar
repentinamente del sol?
—Sin duda.
—Y si tuviera que discriminar de nuevo aquellas sombras, en ardua
competencia con aquellos que han conservado en todo momento las cadenas,
y viera confusamente hasta que sus ojos se reacomodaran a ese estado, y
se acostumbraran en un tiempo nada breve, ¿no se expondría al ridículo y
a que se dijera de él que, por haber subido hasta lo alto, se había
estropeado los ojos, y que ni siquiera valdría la pena intentar marchar
hacia arriba? Y si intentase desatarlos y conducirlos hacia la luz, ¿no
lo matarían, si pudieran tenerlo en sus manos y matarlo?
—Seguramente.
—Pues bien, querido Glaucón, debemos aplicar íntegra esta alegoría a lo
que anteriormente ha sido dicho, comparando la región que se manifiesta
por medio de la vista con la morada-prisión, y la luz del fuego que hay
en ella con el poder del sol; compara, por otro lado, el ascenso y
contemplación de las cosas de arriba con el camino del alma hacia el
ámbito inteligible, y no te equivocarás en cuanto a lo que estoy
esperando, y que es lo que deseas oír.
Dios
sabe si esto es realmente cierto; en todo caso, lo que a mí me parece es
que lo que dentro de lo cognoscible se ve al final, y con dificultad, es
la Idea del Bien. Una vez percibida, ha de concluirse que es la causa de
todas las cosas rectas y bellas, que en el ámbito visible ha engendrado
la luz y al señor de ésta, y que en el ámbito inteligible es señora y
productora de la verdad y de la inteligencia, y que es necesario tenerla
en vista para poder obrar con sabiduría tanto en lo privado como en lo
público.
—Comparto tu pensamiento, en la medida que me es posible.
—Mira también si lo compartes en esto: no hay que asombrarse de que
quienes han llegado allí no estén dispuestos a ocuparse de los asuntos
humanos, sino que sus almas aspiran a pasar el tiempo arriba; lo cual es
natural, si la alegoría descrita es correcta también en esto.
—Muy natural.
—Tampoco sería extraño que alguien que, de contemplar las cosas divinas,
pasara a las humanas, se comportase desmañadamente y quedara en ridículo
por ver de modo confuso y, no acostumbrado aún en forma suficiente a las
tinieblas circundantes, se viera forzado, en los tribunales o en
cualquier otra parte, a disputar sobre sombras de justicia o sobre las
figurillas de las cuales hay sombras, y a reñir sobre esto del modo en e
que esto es discutido por quienes jamás han visto la Justicia en sí.
—De ninguna manera sería extraño.
—Pero si alguien tiene sentido común, recuerda que los ojos pueden ver
confusamente por dos tipos de perturbaciones: uno al trasladarse de la
luz a la tiniebla, y otro de la tiniebla a la luz, y al considerar que
esto es lo que le sucede al alma, en lugar de reírse irracionalmente
cuando la ve perturbada e incapacitada de mirar algo, habrá de examinar
cuál de los dos casos es: si es
que al salir de una vida luminosa ve confusamente por falta de hábito, o
si, viniendo de una mayor ignorancia hacia lo más luminoso, es
obnubilada por el resplandor. Así, en un caso se felicitará de lo que le
sucede y de la vida a que accede; mientras en el otro se apiadará, y, si
se quiere reír de ella, su risa será menos absurda que si se descarga
sobre el alma que desciende desde la luz.
—Lo que dices es razonable.
—Debemos considerar entonces, si esto es verdad, que la educación no es
como la proclaman algunos. Afirman que, cuando la ciencia no está en el
alma, ellos la ponen, como si se pusiera la vista en ojos ciegos.
—Afirman eso, en efecto.
—Pues bien, el presente argumento indica que en el alma de cada uno hay
el poder de aprender y el órgano para ello, y que, así como el ojo no
puede volverse hacia la luz y dejar las tinieblas si no gira todo el
cuerpo, del mismo modo hay que volverse desde lo que tiene génesis con
toda el alma, hasta que llegue a ser capaz de soportar la contemplación
de lo que es, y lo más luminoso de lo que es, que es lo que llamamos el
Bien. ¿No es así?
—Sí.
—Por consiguiente, la educación sería el arte de volver este órgano del
alma del modo más fácil y eficaz en que puede ser vuelto, mas no como si
le infundiera la vista, puesto que ya la posee, sino, en caso de que se
lo haya girado incorrectamente y no mire adonde debe, posibilitando la
corrección.
—Así parece, en efecto.
—Ciertamente, las otras denominadas 'excelencias' del alma parecen estar
cerca de las del cuerpo, ya que, si no se hallan presentes previamente,
pueden
El aspecto más impresionante de esta alegoría es |
.
después ser implantadas por el hábito y el ejercicio; pero la excelencia
del comprender da la impresión de corresponder más bien a algo más
divino, que nunca pierde su poder, y que según hacia dónde sea dirigida
es útil y provechosa, o bien inútil y perjudicial. ¿O acaso no te has
percatado de que esos que son considerados malvados, aunque en realidad
son astutos, poseen un alma que mira penetrantemente y ve con agudeza
aquellas cosas a las que se dirige, porque no tiene la vista débil sino
que está forzada a servir al mal, de modo que, cuanto más agudamente
mira, tanto más mal produce?
—¡Claro que sí! (República VII, 514a)
Pensando sobre la Alegoría de la caverna
1. Imagina que tienes que explicar lo que acabas de leer a alguien
(a tu hermana pequeña, por ejemplo).
Comienza haciendo un dibujo de los prisioneros, la caverna, el
fugitivo y el mundo exterior. Pon el nombre
de cada símbolo y escribe también lo que simboliza.
|
2. Esta es una breve introducción a una de las mayores
contribuciones platónicas a la filosofía. En la Alegoría existen
dos ámbitos: el de la caverna y el exterior. Estos simbolizan
los dos ámbitos de la realidad para Platón: lo Cambiante y lo
Inmóvil. |
Las
sombras en la caverna simbolizan todo lo que cambia en nuestro mundo.
Todo en la habitación en la que estéis es cambiante. La mesa, las
paredes, los libros y el papel cambiarán y acabarán por destruirse. Todo
lo que conozcáis con los sentidos, de hecho, cambiará y se desintegrará.
Las montañas no son más estables, a largo plazo, que las nubes. Todas
estas cosas, la mesa, la silla, los libros, las montañas, y las nubes
son lo cambiante: el ámbito inferior, la caverna de las sombras.
Hay otro
aspecto de la realidad igual que hay otra parte de la Alegoría de la
caverna. Platón afirmó que existe un ámbito superior de lo inmutable, de
lo Inmóvil, y lo simbolizó por el mundo exterior a la caverna.
El
ámbito de lo cambiante es más fácil de entender que el de lo Inmóvil. Un
poco de reflexión basta para ver que todo lo que conocéis con los
sentidos es cambiante — ¿pero hay algo inmóvil?
Pensad
por un momento y después decid"¿ serían ejemplos de cosas que son
inmutables?
Pensadlo de este modo. Digamos que escribís el número 2 en esta página y
después lo borráis. ¿Qué ha pasado?
Vosotros
responderéis "El número que he escrito ha cambiado. Al principio estaba
aquí y luego ha desaparecido. Pero el número era un símbolo para el 2
mismo, la idea de 2 en mi mente, que no se ha borrado. ¡Hay dos 2! Uno
es el que veo con mis ojos, que es parte de lo Cambiante, y el otro el
de mi mente, que no cambia, ¡eso debe ser lo Inmóvil!"
Casi.
Ahora tenéis que dar este otro paso. Prestad mucha atención, el próximo
concepto casi siempre confunde a los estudiantes. Platón creía que el 2
que veis en vuestras mentes era eterno. Si vosotros y todos los seres
humanos murierais, la idea, o Forma, del 2 continuaría existiendo.
¿Dónde? En el ámbito superior, no físico, de la realidad.
Ahora
tratad de poner todo esto en vuestras propias palabras.
"Según Platón, hay dos niveles de la realidad: uno cambia y el otro no.
El nivel de lo que cambia está compuesto por todo lo que conozco con mis
sentidos, el mundo físico, todo lo que puedo tocar, probar, ver, sentir
y oler. Ejemplos obvios de este ámbito de lo Cambiante son ...
. El
otro nivel es el de lo Inmóvil. Este nivel de lo Inmóvil se compone de
cosas como las ideas que tengo en mi mente, como la idea de 2 que es
diferente del símbolo físico de 2 que puedo escribir en un papel. Platón
llama Formas a estas ideas y dice que existen eternamente, incluso si no
existe nadie que las piense.
¿Serían
Formas también ?
Todo lo que conocéis con vuestros sentidos es una copia de una Forma. El
símbolo platónico más importante para esto era, desde luego, el de las
sombras en la caverna. Son copias imperfectas de los objetos tras los
prisioneros. Montañas, nubes, seres humanos, manzanas y sillas son todos
copias físicas imperfectas de Formas perfectas, no físicas. Por ello,
otros ejemplos de Formas perfectas, no físicas, inmóviles serían: la
Forma de Montaña, la Forma de Nube, la Forma de Humanidad, la Forma de
Manzana. Todo lo que conocemos con nuestros sentidos son "sombras"
imperfectas de estas esencias perfectas. Aprender es escapar del mundo
inferior de la caverna o, más filosóficamente, del mundo de los sentidos
y ascender a un ámbito superior, el mundo inmutable de las Formas
perfectas.
Este no es el lugar para un análisis extenso de la visión platónica de
la realidad —eso nos llevaría demasiado lejos. Dejadme sólo decir esto:
Tales de Mileto creyó que la realidad era básicamente un clase de cosas.
La substancia básica de la realidad, para él, era agua. En la Alegoría,
Platón sostiene que la realidad es básicamente doble. El nivel más bajo
es cambiante y lo conocemos con nuestros sentidos. Esto es lo que
simboliza con la caverna. El nivel superior es inmutable y lo conocemos
con nuestras mentes, aunque es independiente de ellas. Esto es lo que
simboliza con el mundo exterior a la caverna. un último
ejemplo: un helado bueno estaría en el nivel inferior; pero el Bien
mismo estaría en el superior.
3. Ahora viene un test divertido. Con lo que he dicho de los dos
mundos apenas basta, paro quizás sois lo bastante listos como
para continuar el paseo por vuestra cuenta. Mirad la siguiente
lista y decidid qué cosas clasificaría Platón como parte del
mundo inferior (la caverna de las sombras, lo cambiante, el
mundo
que conocemos con 'nuestros sentidos), y cuáles como partes del
mundo superior (el exterior de la
caverna, lo inmutable, el mundo que conocemos con la mente). |
Usa una “I” para indicar cosas del mundo inferior y una “S” para las
del mundo superior.
1. un
pupitre de madera
2. este papel
3. la esencia de la piedad
4. el círculo perfecto
5. un bello crepúsculo
6. la Belleza en sí
7. el Crepúsculo en sí
8. las obras de Einstein
9. un periódico
10. la justicia perfecta
11. la Mona Lisa
12. la mujer ideal
13. la verdad de las obras de Einstein
14. Sócrates
15. estas palabras
16. una acción valerosa
17. la esencia de la valentía
18. la Constitución
19. los dioses
20. las palabras del diccionario que difinen sabiduría
21. aquello a lo que se refieren las palabras del diccionario cuando
definen sabiduría
Espero que algunas las encontréis obvias y otras discutibles.
“Las discutibles pueden llevarme fuera de la caverna. Para resumir lo
que he sacado en limpio de la lista
de arriba, diría
.”
BAJO LA SUPERFICIE DEL DIALOGO
Según Aristóteles, la filosofía comienza con el asombro. Ahora os pido
que os preguntéis qué más se puede descubrir en los diálogos de Platón,
y que os admireis de ello. Si no recordáis nada más de Platón después de
leer estas páginas, al menos recordad esto: siempre hay algo más que
descubrir.
En las
obras de Platón, creo que tres preguntas ayudan a penetrar por debajo de
la superficie del diálogo.
Primero,
pregunto: ¿Qué es lo que conecta los argumentos? Esta es una pregunta
sobre los contenidos filosóficos del diálogo.
Segundo,
pregunto: ¿Cómo cambia la situación dramática en el diálogo? Esta es una
pregunta acerca del contenido teatral del diálogo.
Tercero,
pregunto, lógicamente: ¿Cuál es la relación entre los contenidos
filosóficos y teatrales en este diálogo? Mi experiencia ha sido que, al
pensar las respuestas a estas preguntas, a menudo se revela una
estructura oculta bajo la superficie de las obras de Platón.
Usemos
el Eutifrón como ejemplo. Si este diálogo es sólo acerca de la piedad,
entonces, de algún modo, es un fracaso. No se alcanza ninguna
definición. Veamos que más podemos descubrir.
En primer lugar, pensad acerca de la conexión entre los argumentos, en
este caso, la definición de la piedad.
Las
primeras seis definiciones podrían enunciarse así:
1.
Piedad es acusar de asesinato al padre de uno.
2. Piedad es lo que los dioses aman.
3. Piedad es lo que todos los dioses aman.
4. Piedad es una especie de corrección moral.
5. Piedad es una habilidad comercial entre los dioses y los hombres.
ó. Piedad es lo querido por los dioses.
Ahora responded correctamente las siguientes preguntas y podréis
encontrar una estructura escondida
entre las definiciones.
1) De
las seis, ¿cuál es la menos abstracta, es decir, se parece menos a una
definición? ¿Por
qué?
Bueno, porque
.
2) ¿En qué definición comienza Eutifrón a apoyarse en el conocimiento
tradicional de los dioses? ¿Por qué?
Mis razones son...
.
3) ¿En qué definición tiene que abandonar Eutifrón el conocimiento
tradicional de los dioses? ¿Por qué?
Porque...
.
4) En qué definición retorna Eutifrón a su conocimiento de los dioses?
¿Por qué?
Yo diría que a causa...
.
5) ¿Qué se establece en el Eutifrón? (Escoge una de las siguientes
posibilidades).
a. Hay
un reino de valores, como la piedad, dependientes de los dioses.
b. Hay un reino de valores, como la piedad, independientes de los
dioses.
c. No hay dioses.
d. No hay valores.
e. Me he perdido.
6) ¿Cuál es la "trayectoria" del Eutifrón? ¿Qué conecta una definición
con otra, y cuál es el orden oculto de estas definiciones? (Escoge una
de las siguientes posibilidades)
a. Las
definiciones en el Eutifrón van de lo abstracto a lo concreto y de
vuelta a lo abstracto de nuevo.
b. Las
definiciones en el Eutifrón van de lo concreto a lo abstracto y de
vuelta a lo concreto de nuevo.
c. Las definiciones en el Eutifrón van desde lo concreto hacia el reino
tradicional de los dioses, y después hacia un reino aún más elevado de
los valores independientes de los dioses antes de caer otra vez en una
visión más tradicional de los dioses.
d. Las
definiciones en el Eutifrón van desde lo abstracto de vuelta a lo
concreto, hacia el reino tradicional de los dioses y después hacia un
reino de valores más elevado, dependiente de los dioses, antes de
definir la piedad en conclusión.
Desde mi
punto de vista, las respuestas correctas son: 1, 2, 4, 6, b, c.
Ahora
pensad en el contenido dramático del Eutifrón y entonces quizá podamos
ligar lo filosófico con lo dramático.
¿Cómo
cambia la relación dramática entre Sócrates y Eutifrón durante el curso
del diálogo?
Al comenzar el diálogo, Eutifrón es...
y Sócrates es...
. Describiría su relación como...
. Hacia la mitad del diálogo, Eutifrón es...
y Sócrates es
. En este momento, su relación es
. Al final del diálogo, Eutifrón es
y Sócrates está...
. Al
final,
les veo a ambos como...
.
Ahora habéis pensado unos momento acerca de cómo cambian las
definiciones y las relaciones entre los dos hombres. Aunque no os lo
parezca, estáis empezando a ver bajo la superficie del Eutifrón. Estáis
empezando a ver que la filosofía de Platón es dinámica. La filosofía,
para él, es una actividad y no simplemente una serie de creencias.
Algunos filósofos parecen grabar sus creencias en granito; Platón navega
en las suyas por un río profundo y cambiante. El río es la tensión
dramática fluctuante entre Sócrates y sus interlocutores.
¿Podéis
ver cómo Sócrates toma gradualmente más y más control de la relación y
del curso de las definiciones en el Eutifrón? Una idea que unirá lo
filosófico y lo dramático es ver el diálogo como una terapia filosófica.
Sócrates está tratando de curar a Eutifrón, creo, de una enfermedad
bastante complicada.
La
actitud de Eutifrón hacia sí mismo, Sócrates, su padre, los dioses y los
miembros de la Asamblea, son todos síntomas de su enfermedad. Podéis ver
las sucesivas definiciones y los cambios mayores en su relación como
estadios en la curación de Eutifrón por Sócrates. Eutifrón no se cura,
desde luego, pero el diálogo da muchas pistas de lo que la cura implica.
La Alegoría de la caverna os puede parecer como un análisis más extenso
de la enfermedad y de la paradójica cura. De hecho, si se lo mirase más
de cerca,
1. Todos los años se enviaba una procesión a Delos en recuerdo de la
victoria de Teseo sobre el Minotauro, victoria que liberó a Atenas del
tributo humano que debía pagar a Minos. Desde que la nave salía hasta su
regreso, no se podía ejecutar ninguna sentencia de muerte.
2. El
cabo Sunio se halla en el vértice sur del Ática. A partir de ahí los
barcos navegaban sin perder de vista la costa.
3. Es el
verso 363 de Ilíada IX, en el que Platón ha cambiado la primera persona
por la segunda. Ptía es la patria de Aquiles, en el valle del Esperquio,
en el Noroste de Grecia.
4. Los
sicofantes eran denunciantes profesionales. Generalmente cobraban del
interesado en denunciar, que no deseaba hacerlo por sí mismo. Eran
conocidos y temidos por las personas honradas que siempre podían verse
envueltas en una denuncia falsa.
5.
Simias y Cebes eran tebanos. En su ciudad habían sido discípulos del
pitagárico Filolao. Después, en Atenas, fueron ambos discípulos de
Sócrates. A los dos les hace Platón interlocutores de Sócrates en el
Fedón, si bien el primer dialogante con Sócrates es Simias.
6.
Sócrates no había salido de Atenas, más que en cumplimiento de sus
deberes militares. La fiesta en el Istmo no supone contradicción. Él
mismo cita, en Apología 28c, los lugares de las campañas.
7. Es la
edad de Sócrates. se podría comparar y contrastar el viaje de Eutifrón
por sus definiciones con el del prisionero que sale de la caverna. A
continuación sugiero métodos para construir esta comparación, así como
algunos otros esfuerzos menos ambiciosos. Lo creáis o no, ya habéis
hecho la mayor parte del trabajo.
|
|