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«Desde los orígenes del pensamiento racional,
el ser humano, en momentos de lucidez, se ha planteado grandes preguntas:
¿de qué están hechas todas las cosas?, ¿cuál fue
el origen y cuál será el fin del Universo?, ¿qué
es la vida?, ¿de dónde venimos?, ¿adónde vamos?, ¿qué
sentido tiene nuestra vida?, ¿qué podemos conocer? Contestar a
estas grandes preguntas es la motivación profunda de la empresa
científica y filosófica. Cuando los filósofos se
olvidan de ellas o cuando tratan de contestarlas ignorando los resultados
de la ciencia caen en el escolasticismo y la huera verborrea. Cuando los
científicos se olvidan de ellas quedan reducidos a un tecnicismo
árido y desabrido. Por el interface entre ciencia y filosofía
pasa el horizonte en expansión de la comprensión racional
del mundo y el punto álgido del placer intelectual, aquel placer
en que, según Aristóteles, consiste la máxima felicidad
humana.
No hay ninguna oposición ni separación tajante entre ciencia
y filosofía. La contraposición se da, más bien, entre
la frivolidad, la superstición y la ignorancia, por un lado, y
la tendencia al saber, el empeño esforzado y racional por comprender
la realidad, por otro. Este esfuerzo se plasma en la curiosidad universal,
el rigor, la claridad conceptual y la contrastación empírica
de nuestras representaciones. En, la medida en que estos ideales se realizan
parcial y localmente, hablamos de ciencia. En la medida en que solo se
dan como aspiración todavía no realizada, hablamos de filosofía.
Pero solo en su conjunción alcanza la aventura intelectual humana
su más jugosa plenitud.»
MOSTERIN, Jesús. Ciencia viva. Reflexionas sobre la aventura
intelectual de nuestro tiempo. Madrid: Espada, 2001. (Págs.
38-39)
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