La época de Sancho IV.

La llegada de Sancho IV al trono fue polémica. Estuvo motivada, en parte, por el
rechazo de un sector de la alta sociedad castellana a la política de Alfonso X y a su
admiración por la cultura árabe y judía. Por ello, Sancho IV reaccionará contra
estas tendencias, apoyado por su mujer, María de Molina. Esta actitud ortodoxa,
acorde con el cristianismo y la moral conservadora se conoce como molinismo. 

Miniaturas de los castigos y documentos del rey don Sancho.

Su obra más importante se titula Castigos y documentos del rey don Sancho, colección de sentencias, que asimilaría obras posteriores, en este siglo. También se refleja el molinismo en el Libro del consejo e de los consejeros, quizás de Pedro Gómez Barroso, tío de Pedro López de Ayala. 

La época de Sancho IV fue casi tan activa en la composición de libros como la de su padre. Promueve la traducción de dos grandes enciclopedias: el Libro del Tesoro, versión casi literal de Li livres dou tresor, de Brunetto Latini -maestro de Dante y embajador en Castilla, en tiempo de Alfonso X- y el Lucidario, cuyo original, muy libremente tratado, remonta a Honorio de Autun, y el De Imagine Mundi. 

También se difunde, en diferentes versiones, Barlaam y Josafat obra importante para la narrativa posterior. Conservamos textos como Los diez mandamientos, las Cantigas prosificadas o los Miráculos romanzados de Pedro Marín, pero sobresale la Gran conquista de Ultramar, historia novelesca de las Cruzadas, de la que la historia del Caballero del cisne dio pie a romances -es decir, estorias- a lo largo del siglo. 

De esta circunstancia brota el Libro del cavallero Çifar, primer libro de caballerías hispánico. Su elaboración comienza en tiempo de Sancho IV o poco después, y su estructura se enriquece a lo largo del siglo XIV. Comienza como una adaptación de la vida de san Eustaquio, sobre la que se ensamblan elementos, como diversos
romanceamientos de Séneca. Distinguimos en el libro dos prólogos y cuatro partes. En aquéllos aparece el nombre de Ferrán Martínez, propuesto como autor de la obra, sin apenas pruebas.

Las dos primeras partes -El caballero de Dios y El rey de Mentón- siguen una historia de separación y encuentro de los miembros de una familia. En ellas se entretejen colecciones de ejemplos y sentencias, como el apócrifo de Séneca De Remediis Fortuitorum, cinco o seis veces traducido al castellano en la Edad Media. Otros proceden de las Flores de Filosofía u otros libros de este género, que, posiblemente, se añadieron en los reinados de Fernando IV e, incluso, de Alfonso XI. Forman la tercera parte, titulada Castigos del rey de Mentón. La cuarta narra Los hechos de Roboán, hijo del caballero con el que se cierra la obra.

A Ferrán Sánchez de Valladolid se atribuyen la Crónica de Alfonso X y la Crónica de Sancho IV, personajes que busca conciliar. Algo posteriores son la Crónica de veinte reyes, fuente del Poema de Mío Cid, la Crónica General Vulgata, refundición de la Estoria de España alfonsí, y la Crónica de 1344, versión castellana del original portugués, refundida en el siglo XV.

Culmina el género con la Crónica de Fernando IV y con la más importante Crónica de Alfonso XI. En esta, como en alguna de las anteriores, participa aún Ferrán Sanchez de Valladolid.

La obra jurídica de Alfonso XI destaca por dar vigor a las Partidas de Alfonso X
en el Ordenamiento de Alcalá, de 1348, ya que las leyes que lo integran obedecen, en gran medida, a sus presupuestos. Como autores, aparecen los nombres de Juan Núñez o Gil de Albornoz, junto al siempre intrigante Don Juan Manuel, de quien tratamos a continuación.

-De esta época data una serie de romances, en el sentido de narraciones en prosa, generalmente, de origen francés y, a menudo, incluidos en crónicas o libros más
extensos. De tema carolingio son Mainete, Flores y Blancaflor o Berta. Gran parte
son de tema hagiográfico: Estoria del rey Guillelme, El cabllero Plácidas, etc. Entre ellos encontramos fragmentos castellanos de libros artúricos o la Historia de don Tristán de Leonís, una primitiva versión de Amadís de Gaula, prosificaciones de la historia de Apolonio o el propio Libro del cavallero Çifar estudiado más arriba. Muchos son conocidos por ediciones impresas en el siglo XV.
 
 
 

  Don Juan Manuel

El prosista de más personalidad en este siglo fue don Juan Manuel (1282-1348), hijo del infante don Manuel, hermano de Alonso X. Nació en Escalona y, quizá por ser huérfano con muy pocos años, despliega en su vida una serie de estrategias para defender sus posesiones, influir sobre el futuro rey de Castilla o acrecentar sus riquezas. No dudó, en ocasiones, en luchar contra su rey o aliarse con el moro para lograrlo.
Del inventario de su obra literaria dejó, al menos, dos ejemplares, por los
que sabemos que ha llegado incompleta. Su primer libro debió escribirlo entre 1320 y 1324: es la Crónica abreviada, resumen de una de las derivadas de Alfonso X. Los tratados caballerescos arrancan del Libro del caballero e del escudero, compuesto hacia 1326, y que remite a un perdido Libro de la caballería. 
Por estos años compondría también su Libro de la caza. El Libro de los estados, escrito entre 1327 y 1332, es un desahogo de sus preocupaciones y amarguras. Se articula en torno a una narración derivada del Barlaam y Josafat y expone la realidad política y social de su tiempo.

Retrato de don Juan Manuel

Su obra más conocida es el Libro de los enxiemplos del Conde Lucanor e de
Patronio, conocido como El Conde Lucanor y compuesto en 1335. Consta de dos prólogos y cinco partes, la primera de las cuales es la más célebre por sus cincuenta y un ejemplos o cuentos, tomados de fuentes diversas: árabes, latinas o de crónicas castellanas. Las otras partes ofrecen sentencias en un estilo oscuro y la salvación final de las almas. 

El Libro infinido, colección de castigos o consejos a su hijo, recuerda su posición social y el privilegio que esto implica. Vencido su orgullo ante el poder de los reyes, redacta ente 1342 y 1345 un Libro de las armas o Libro de las tres razones, en que repasa actuaciones suyas y se reafirma en ciertos aspectos. 

Su última obra es el Tratado de la asunción de la Virgen María, pensada para la
salvación de su alma.

Quizá derivada de los libros de sentencias o de educación de príncipes sea una serie de tratados políticos que conservamos de la segunda mitad del siglo XIV. Existen romanceamientos, como el tratado Del offiçio del rey e del regimiento del regno de Santo Tomás de Aquino o derivaciones de obras, como la de Juan de Gales, próximas al Tratado de la Comunidad. La primera obra original sería la Glosa al Regimiento de príncipes (1348) por García de Castrojeriz, sobre esta obra de Egidio Romano. Algunos fragmentos se insertaron en los Castigos y documentos del rey don Sancho, ya citados. En conexión con estas obras políticas, conservamos una serie de tratados
religiosos, como el Libro de las confesiones de Martín Pérez o los Dichos de los
santos padres de López de Baeza.
 
 


 
 
Pedro López de Ayala.

Ávido lector de esos textos fue el canciller de Castilla, Pedro López de Ayala (1332-1407), nacido en la actual provincia de Álava. A él se debe la Crónica del rey don Pedro, a la que siguieron las de Enrique II, Juan I y Enrique III, con diversas redacciones que dificultan su edición. Presenta personajes y situaciones vividas por él, con puntos de vista y justificaciones de su actitud no siempre clara.

A estas prosas se añaden un Libro de la caza de las aves y una serie de manceamientos o versiones, que hoy equivaldrían a traducciones. Entre ellas destacan los Morales de San Gregorio, una Historia troyana, unas obras de San Isidoro, una Consolación de Filosofía de Boecio -acaso con los Comentarios de Nicolás Trevet- y, sobre todas, unas Décadas de Tito Livio, con la exposición de Pierre Bersuire.

 

 
 
Fin de siglo

El siglo no puede cerrarse sin una colección de obras de diversos géneros. A la literatura de viajes pertenece un Libro del conocimiento, probablemente elaborado sobre textos escritos y no sobre viajes reales. También una versión del Libro de Marco Polo y otra del Libro de las maravillas de Juan de Mandeville. Las hagiografías o vidas de santos en castellano proceden, básicamente de la Leyenda Áurea de Santiago de la Vorágine, que se tradujo en la Península como Flos Sanctorum bien entrado el siglo XVI. Entre las colecciones de ejemplos a partir de cuentos destaca el Libro de los gatos, adaptación de la obra de Odo de Cheriton. Los tratados de devoción conocen una pequeña joya en los Soliloquios del jerónimo Pedro Fernández Pecha (¿1340?-1402).