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CARLOS MARX, CEREBRO
SOCIALISTA.
Entrevista realizada por R. Landor. “The World”, 18 de julio de 1871
Recién masacrada a sangre y fuego la Comuna de París, en 1871, Carlos
Marx, de origen alemán, filósofo, político, editor y padre de la
Internacional, recibe en su hogar londinense al corresponsal del
neoyorkino “The World”. Una charla imprescindible para descifrar la
historia de aquel momento y de las décadas siguientes.
Carlos Marx (1818-1883), filósofo político y social, comenzó su carrera
como editor de prensa en Colonia a principios de la década de 1840.
Cuando su periódico fue cerrado por motivos políticos, marchó a París,
donde editó otro hasta que también fue clausurado por la misma razón. A
pesar de todo, encontró un hogar en Londres, donde escribió sus más
importantes trabajos sobre filosofía y economía política. También
ejerció el periodismo y fue corresponsal en el extranjero de New York
Tribune desde 1851 hasta 1862. Su obra maestra, El capital (Das
Capital), fue publicada en 1867.
R. Landor, corresponsal de The World, de Nueva York, entrevistó a Marx
en Londres, y entregó su trabajo el 3 de junio de 1871. Se cree que el
otro caballero alemán presente a todo lo largo de la entrevista debía de
ser Engels. Sólo un par de meses antes, la Comuna de París, en la que
Marx se había visto envuelto, había sido ahogada en un baño de sangre.
“Me han pedido ustedes que averigüe algo acerca de la Asociación
Internacional, y eso es lo que he intentado hacer. En este momento, la
empresa resulta difícil, pero los ingleses están atemorizados y huelen a
Internacional por todas partes, del mismo modo que el rey James olía
pólvora tras la famosa conjura. La conciencia de la asociación ha
crecido naturalmente junto con las sospechas de la opinión pública; y si
quienes la lideran tienen algún secreto que guardar, son el tipo de
hombres que saben guardarlo bien. Me he puesto en contacto con dos de
sus miembros más destacados, he hablado libremente con uno de ellos y
aquí les ofrezco lo sustancial de nuestra conversación. En un aspecto,
he satisfecho mis dudas: se trata de una auténtica asociación de
trabajadores, aunque esos trabajadores estén dirigidos por teóricos
sociales y políticos sociales pertenecientes a otra clase. Un hombre con
el que me reuní, uno de los líderes del Consejo, estuvo sentado en su
banco de trabajo durante toda nuestra entrevista, e interrumpía de
cuando en cuando su conversación conmigo para recibir quejas –formuladas
en un tono no precisamente amable- de cualquiera de los muchos
maestrillos para los que trabajaba, que rondaban por allí. Había visto a
ese mismo hombre pronunciar en público elocuentes discursos, inspirados,
pasaje a pasaje, por la energía del odio hacia aquellas clases que se
llaman a sí mismas dirigentes. Comprendí sus soflamas tras echar un
vistazo a la vida cotidiana del orador. No podía por menos que tener la
sensación de que disponía de cerebro más que suficiente para organizar
un gobierno funcional y, aun así, se veía obligado a dedicar su vida al
repugnante desempeño de una tarea meramente mecánica. Era un hombre
orgulloso y sensible, pero cada tres por cuatro se veía obligado a
responder con una respetuosa inclinación a un gruñido y con una sonrisa
a una orden que reflejaba aproximadamente el mismo nivel de cortesía que
el que muestra un cazador hacia su perro. Ese hombre me permitió
entrever una faceta de la naturaleza de la Internacional, la del
enfrentamiento entre trabajo y capital, entre el obrero que produce y el
intermediario que disfruta. Allí estaba la mano que se abatiría
implacable cuando llegara el momento y, por lo que se refiere al cerebro
planificador, creo que tuvo ocasión de conocerlo en mi entrevista con el
doctor Carlos Marx.
Carlos Marx es un doctor en filosofía, alemán, dotado de esa extensa
erudición germánica producto tanto de los libros como de la observación
del mundo. Debo señalar que nunca ha sido un trabajador en el sentido
habitual del término. Su entorno y apariencia son los de un hombre de
clase media al uso. El salón en el que fue recibido la noche de la
entrevista habría podido ser el agradable refugio de un próspero
corredor de Bolsa que hubiese demostrado ya su competencia y estuviera
ahora enfrascado en la tarea de amasar su fortuna. Era la
confortabilidad personificada, el apartamento de un hombre de buen gusto
y situación desahogada, pero sin nada que reflejara particularmente la
personalidad de su propietario. Con todo, un hermoso álbum de vistas al
Rin que había sobre la mesa daba una pista sobre su nacionalidad.
Escudriñé cautelosamente el interior de un jarrón que había en una
mesita auxiliar en busca de una bomba. Agucé el olfato por si percibía
algún olor a petróleo, pero sólo olía a rosas. Retrocedí casi a
hurtadillas hasta mi asiento y me senté, taciturno, a esperar lo peor.
Ha entrado, me ha saludado cordialmente y estamos sentados frente a
frente. Sí, estoy tête-à-tête con la encarnación de la revolución, con
el auténtico fundador y guía espiritual de la Asociación Internacional,
con el autor de un discurso que le dice al capital que si le declara la
guerra a los trabajadores no puede por menos que esperar que la casa
arda hasta los cimientos. En pocas palabras, me encuentro frente a
frente con el apologeta de la Comuna de París. ¿Recuerdan el busto de
Sócrates, aquel hombre que prefirió morir antes que creer en los dioses
de su tiempo, aquel hombre de frente despejada y hermoso perfil
mezquinamente rematado por una especie de gancho hendido que hacía las
veces de nariz? Imaginen ese busto, pónganle una barba oscura salpicada
aquí y allá por pinceladas de gris. Seguidamente, unan esa cabeza a un
tronco corpulento propio de un hombre de estatura media, y tendrán ante
ustedes al doctor Marx. Si cubren con un velo la parte superior de su
rostro podrían estar en presencia de un miembro nato de la junta
parroquial protestante. Si dejan al descubierto su rasgo más esencial,
su inmenso ceño, sabrán de inmediato que se encuentran frente a la más
formidable conjunción de fuerzas: un soñador que piensa, un pensador que
sueña.
Otro caballero acompañaba al doctor Marx, y casi me atrevería a decir
que también era alemán, aunque dado su dominio de nuestro idioma no
podría asegurarlo. ¿Habría acudido como testigo del bando del doctor?
Así lo creo. El Consejo podría solicitar al doctor que le informase
sobre el contenido de la entrevista, ya que, por encima de todo, la
Revolución sospecha de sus propios agentes. Así pues, el otro hombre
estaba allí para corroborar a posteriori la exactitud de su testimonio.
Fui directamente al asunto que me interesaba. El mundo, dije, parecía
estar a oscuras respecto a la Internacional, odiarla a muerte; pero al
mismo tiempo se mostraba incapaz de explicar qué era exactamente lo que
odiaba. Había gente que afirmaba haber atisbado más allá que los demás
en la oscuridad y aseguraba haber descubierto una especie de figura de
Jano con una honrada y sincera sonrisa de obrero en una de sus caras y
en la otra la agresiva mueca de un conspirador homicida. ¿Podría arrojar
alguna luz sobre el misterio en el que se desenvolvía la teoría?
El profesor rió, se diría que con cierto regocijo, ante la idea de que
le tuviéramos tanto miedo.
- No hay ningún misterio que aclarar, estimado señor –comenzó, con una
versión muy pulida del dialecto de Hans Breitmann-, excepto quizá el
misterio de la estupidez humana en aquellos que perpetuamente pasan por
alto el hecho de que nuestra asociación es pública y que edita informes
exhaustivos de sus sesiones para todo aquel que desee leerlos. Puede
comprar nuestros estatutos al precio de un penique, y si invierte un
chelín en panfletos sabrá casi tanto acerca de nosotros como nosotros
mismos.
- Casi tanto... Sí, tal vez sea así. ¿Pero no será aquello que quede
fuera de mi alcance la reserva crucial? Para serle totalmente franco, y
para exponer el caso tal y como lo ve un observador externo, ese clamor
generalizado de desprecio hacia ustedes debe responder a algo más que a
la ignorante mala voluntad de la gente. ¿Cree que aún es pertinente
preguntarle, incluso después de lo que me ha dicho, qué es la Asociación
Internacional?
- Sólo tiene que fijarse en quiénes la componen : trabajadores.
- Sí, pero el soldado no tiene por qué ser un exponente del Estado que
le moviliza. Conozco a algunos de los miembros de su grupo y creo que no
tienen madera de conspiradores. Además, un secreto compartido por un
millón de hombres no sería en absoluto un secreto. Sin embargo, ¿qué
pasaría si no fueran más que peones en manos de un poderoso y,
discúlpeme si añado, no demasiado escrupuloso cónclave?
- No hay pruebas que avalen tal idea.
- ¿La pasada insurrección en París?
- En primer lugar, exijo pruebas de que existiera una confabulación, de
que ocurriese algo que no fuese el legítimo resultado de las
circunstancias del momento. O, incluso aceptando el supuesto de que
existiera tal complot, exijo pruebas de que en él participara la
Asociación Internacional.
- La presencia en la Comuna de numerosos miembros de la asociación.
- En ese caso, fue también una conspiración de los francmasones, ya que
participaron en ella en idéntica proporción. De hecho, no me
sorprendería en absoluto que el papa les atribuyese toda la
responsabilidad por la insurrección. Pruebe usted con otra explicación.
La insurrección fue obra de los trabajadores de París. Los más capaces
entre ellos debieron ser necesariamente sus líderes y dirigentes, y se
da la circunstancia de que los trabajadores más capaces son miembros de
la Internacional. Aun así, la asociación como tal no es forma alguna
responsable de su acción.
- El mundo seguirá viéndolo de otra manera. La gente habla de
instrucciones secretas procedentes de Londres e incluso de grandes sumas
de dinero. ¿Puede afirmarse que la pretendida transparencia de las
sesiones de la asociación descarta toda posibilidad de secretismo en las
comunicaciones?
-¿Ha existido alguna vez una asociación que realizara su trabajo sin la
mediación de agencias tanto públicas como privadas? Hablar de
instrucciones secretas provenientes de Londres, como si se tratara de
decretos sobre la fe y la moral procedentes de algún centro de
dominación e intriga papales, es una concepción enteramente errónea
sobre la naturaleza de la Internacional. Eso implicaría un mecanismo
centralizado de gobierno en el seno e la misma, mientras que su
verdadera forma es, deliberadamente, la que mayor juego otorga a la
energía y la independencia locales. De hecho, la Internacional no es
propiamente un gobierno para la clase obrera en absoluto. Es un vínculo
de unión más que un mecanismo e control.
- ¿De unión con qué fin?
- La emancipación económica de la clase obrera por medio de la conquista
del poder político. La utilización de ese poder político para alcanzar
fines sociales. Así pues, es necesario que nuestros objetivos sean
amplios para dar cabida a todas las formas de actividad de la clase
obrera. El haberles atribuido algún carácter especial habría sido
equivalente a adaptarlos a las necesidades de una sección, a una nación
compuesta exclusivamente por trabajadores. Pero ¿cómo iba a ser posible
pedirle a todos los hombres que se unieran en beneficio de unos pocos?
Para hacer algo así, la asociación habría tenido que renunciar al nombre
de Internacional. La asociación no dicta la forma de los movimientos
políticos; sólo requiere un compromiso en lo que se refiere a sus fines.
Es una red de sociedades afiliadas que se extiende por todo el mundo del
trabajo. En cada parte se pone de relieve algún aspecto especial del
problema, y los trabajadores implicados lo estudian a su modo y manera.
Las interacciones entre los trabajadores no pueden ser absolutamente
idénticas hasta el último detalle en Newcastle y en Barcelona, en
Londres y en Berlín. En Inglaterra, por poner un ejemplo, está abierto a
la clase obrera el camino para poner de manifiesto su poder político.
Una insurrección sería una locura allá donde la agitación pacífica pueda
lograr los mismos objetivos más rápida y seguramente. En Francia,
cientos de leyes represivas y el antagonismo entre las clases parece
hacer necesaria la solución violenta de una guerra social. Optar o no
por dicha solución es competencia de las clases trabajadores de ese
país. La Internacional no tiene la presunción de emitir dictámenes al
respecto; prácticamente no da ni consejos, aunque sí ofrece a cada
movimiento su simpatía y apoyo dentro de los límites que dictan sus
propias leyes.
- ¿Y cuál es la naturaleza de esa ayuda?
- Por poner un ejemplo, una de las formas más comunes del movimiento de
emancipación son las huelgas. Antaño, cuando se producía una huelga en
un país, ésta era derrotada por la importación de trabajadores de otro
país. La Internacional casi ha puesto fin a eso. Recibe información
sobre la huelga propuesta y distribuye esa información entre todos sus
miembros, que ven inmediatamente que para ellos el territorio de la
lucha debe ser terreno prohibido. Así, se deja que los amos se enfrenten
solos a las demandas de sus hombres. En la mayoría de los casos, los
trabajadores no requieren más ayuda que ésa. Sus propias cuotas, o las
de las sociedades, a las que están más directamente afiliados, les
abastecen de fondos, pero, caso de que la presión a la que se ven
sometidos llegue a ser excesiva, y si la huelga goza de la aprobación de
la asociación, se cubren sus necesidades con la bolsa común. Merced a
esto, la huelga de los cigarreros de Barcelona concluyó victoriosamente
el otro día. Sin embargo, la sociedad no tiene interés en las huelgas,
aunque las apoya en determinadas condiciones. Es imposible que saque
nada en claro de ellas desde el punto de vista pecuniario, y es muy
probable que salga perdiendo. Resumamos todo esto en pocas palabras. Las
clases trabajadoras siguen sumidas en la pobreza mientras a su alrededor
crece la riqueza; son miserables entre tanto lujo. Su depravación
material reduce su estatura, tanto física como moral. No pueden confiar
en otros para encontrar el remedio. Así pues, en su caso, hacerse cargo
de su propio destino se ha convertido en una necesidad imperativa. Deben
revisar las relaciones entre ellos y los capitalistas y propietarios, y
eso significa que deben transformar la sociedad. Éste es, en general, el
fin de todas las organizaciones de trabajadores conocidas. Las ligas de
campesinos y obreros, las sociedades comerciales y de amistad, las
tiendas y centros de producción en régimen de cooperativa no son más que
medios encaminados a ese fin. Implantar una perfecta solidaridad entre
estas organizaciones es el objetivo de la Asociación Internacional. Su
influencia empieza a percibirse en todas partes. En España hay dos
periódicos que difunden su ideario, en Alemania tres, el mismo número en
Austria y Holanda, seis en Bélgica y seis en Suiza. Y ahora que le he
explicado qué es la Internacional, probablemente esté ya en situación de
formarse su propia opinión acerca de supuestas confabulaciones.
- No acabo de comprenderle.
- ¿Acaso no ve que la vieja sociedad, en su búsqueda de las fuerzas
necesarias para hacerle frente con sus propias armas, se ve obligada a
recurrir al fraude de imputarle todo tipo de conspiraciones?
- Pero la policía francesa afirma que está en condiciones de demostrar
su complicidad en los últimos acontecimientos, por no mencionar otros
anteriores.
- No comentaremos nada sobre esos acontecimientos, si no le importa,
porque son la mejor prueba de la gravedad de todos los cargos de
conspiración que se han dirigido contra la Internacional. Recordará
usted la penúltima confabulación. Había anunciado un plebiscito y se
sabía que muchos de los electores empezaban a mostrarse indecisos. Ya no
creían tan intensamente en el valor del gobierno imperial, dado que
empezaban a dudar de la realidad de los peligros sociales de los que
supuestamente éste les había salvado. Hacía falta dar con otro fantasma
terrorífico, y la policía se ocupó de encontrarlo. Lógicamente, dado que
para ello todos los trabajadores son igualmente detestables, le debían a
la Internacional una mala pasada. Se les ocurrió una feliz idea: ¿y si
convertían a la Asociación Internacional en su anhelado fantasma,
logrando así el doble objetivo de desacreditarla y ganar el favor de la
sociedad hacia la causa imperial? De ahí surgió el ridículo complot
contra la vida del emperador, como si tuviéramos algún interés en matar
a ese pobre anciano. Detuvieron a los principales miembros de la
Internacional, se inventaron pruebas, prepararon el caso para llevarlo a
juicio y, en el ínterin, celebraron su plebiscito. Pero aquella comedia
no era más que una farsa grosera. La Europa inteligente, que fue testigo
del espectáculo, no cayó en el engaño ni un solo instante y sólo los
electores del campesinado francés se creyeron la farsa. La prensa
inglesa, que informó sobre el inicio de ese miserable caso, ha olvidado
dar cuenta de su final. Los jueces franceses, que dieron por buena la
existencia de la conspiración por cortesía entre funcionarios, se vieron
obligados a concluir que no había nada que demostrara la complicidad de
la Internacional. Créame, la segunda conspiración es igual a la primera.
El funcionariado francés ha vuelto a poner manos a la obra: se le pide
que explique el mayor movimiento civil jamás visto sobre el planeta. Hay
cientos de signos de nuestra época que deberían indicar cuál es la
explicación correcta: la inteligencia creciente entre los trabajadores;
el incremento del lujo y la incompetencia entre sus gobernantes; el
proceso histórico enmarca, que concluirá con la transferencia final del
poder de una clase al pueblo; la aparente adecuación del momento, el
lugar y las circunstancias con vistas al gran movimiento de emancipación.
Pero para percibir esto el funcionario tendría que ser un filósofo y no
es más que un mouchard. Por la propia naturaleza de su ser, pues, ha
recurrido a la explicación del mouchard: una conspiración. Su viejo
portafolios repleto de documentos falsificados le suministrará las
pruebas. Esta vez, Europa, arrastrada por el miedo, creerá su cuento.
- Europa difícilmente podría hacer otra cosa, a la vista de que todos
los periódicos franceses difunden el informe.
- ¡Todos los periódicos franceses! Mire, aquí tiene uno de ellos (cogiendo
La Situation), y juzgue por sí mismo el valor de sus pruebas en lo que
se refiere a su fidelidad a los hechos. (lee): “El doctor Carlos Marx,
de la Internacional, ha sido detenido en Bélgica mientras intentaba
llegar a Francia. La policía londinense tiene vigilada hace tiempo la
sociedad a la que pertenece, y está adoptando medidas activas para
proceder a su supresión”. Dos frases y dos embustes. Ponga a prueba la
evidencia percibida por sus propios sentidos. Como puede ver, en vez de
estar en una cárcel belga estoy en mi casa en Inglaterra. También sabrá,
sin duda, que la policía inglesa es tan impotente para interferir con la
Asociación Internacional como ésta lo es respecto a la policía. Y aun
así, cabe esperar que ese informe sea difundido por toda la prensa de la
Europa continental sin que nadie lo contradiga. Seguirían haciéndolo
aunque me dedicara a enviar desmentidos a todos y cada uno de los
periódicos europeos desde este lugar.
- ¿Ha intentado desmentir muchos de estos falsos informes?
- Lo he hecho hasta quedar exhausto por el trabajo. Para que pueda
apreciar el grosero descuido con el que son pergeñados, podría mencionar
que en uno de ellos se citaba a Félix Pyat como miembro de la
Internacional.
- ¿Y no lo es?
- La asociación difícilmente podría haberle hecho hueco a un hombre tan
insensato. En una ocasión tuvo el atrevimiento de publicar una encendida
proclama en nuestro nombre, pero fue inmediatamente desautorizado,
aunque, a fuer de ser justos, hay que decir que la prensa, por supuesto,
ignoró la desautorización.
- ¿Y Mazzini? ¿Es miembro de su grupo?
- (Riéndose). Desde luego que no. Poco habríamos avanzado si no
hubiéramos superado el alcance de sus ideas.
- Me sorprende usted. Yo habría asegurado sin dudarlo un instante que
representa las posiciones más avanzadas.
- No representa nada más avanzado que el viejo concepto de una república
de la clase media. Nosotros no queremos saber nada de la clase media. Él
se ha quedado tan rezagado dentro del movimiento moderno como los
profesores alemanes, que, no obstante, siguen siendo considerados en
Europa los apóstoles de la democracia cultivada del futuro. Y lo fueron
en su día, probablemente antes de 1848, cuando la clase media alemana,
en el sentido inglés del término, no había alcanzado un grado de
desarrollo apropiado. Ahora se han pasado de hoz y coz a la reacción y
el proletariado ya no sabe nada de ellos.
- Hay quien cree haber visto signos de su componente positivo en su
organización.
- No hay nada de eso. Hay positivistas entre nosotros, y otros, que no
pertenecen a nuestro grupo, colaboran también, pero no es sólo en virtud
de su filosofía, que no tiene nada que ver con un gobierno popular, tal
y como nosotros lo entendemos, y que sólo busca colocar una nueva
jerarquía en el lugar de la vieja.
- Se diría entonces que los líderes del nuevo movimiento internacional
han tenido que crear una filosofía además de una asociación en la que
agruparse.
- Exactamente. Es poco probable, por ejemplo, que pudiéramos tener la
menor esperanza de prosperar en nuestra lucha contra el capital si
deriváramos nuestras tácticas de la política
económica de Mill, por citar a alguien. Él ha seguido la pista a un tipo
de relación entre capital y trabajo. Nosotros esperamos demostrar que es
posible establecer otra.
- ¿Y la religión?
- A ese respecto no puedo hablar en nombre de la sociedad. Personalmente
soy ateo. Sin duda resulta sorprendente escuchar una declaración así en
Inglaterra, pero hasta cierto punto es reconfortante saber que no es
necesario hacerla en voz baja en Francia ni en Alemania.
- ¿Y aun así ha convertido este país en su cuartel general?
- Por razones obvias; el derecho de asociación es aquí un derecho
establecido. Existe, efectivamente, en Alemania, pero está asediado por
innumerables dificultades. En Francia, durante muchos años no ha
existido en absoluto.
- ¿Y en Estados Unidos?
- Nuestros principales centros de actividad están por el momento entre
las viejas sociedades europeas. Son muchas las circunstancias que han
tendido a impedir hasta hoy que el problema del trabajo asuma una
importancia dominante en Estados Unidos, pero dichas circunstancias
están ya en proceso de desaparición. Al igual que en Europa, el trabajo
empieza a ganar importancia a grandes pasos gracias al crecimiento de
una clase trabajadora distinta del resto de la comunidad y disociada del
capital.
- Parece que en este país la solución esperada, sea la que sea, se
alcanzará al margen de métodos revolucionarios violentos. El sistema
inglés de recurrir a la agitación por medio de plataformas y la prensa
hasta que las minorías se convierten en mayoría constituye un signo
esperanzador.
- Yo no soy tan optimista como usted. La clase media inglesa siempre se
ha mostrado dispuesta a aceptar el veredicto de la mayoría en la medida
en que ha ostentado el monopolio del derecho al sufragio. Pero recuerde
lo que le digo, en cuanto pierda una votación referente a algo que
considere vital seremos testigos de una nueva guerra de esclavistas.
He expuesto aquí, en la medida en que mi memoria me lo ha permitido, los
momentos más destacados de mi conversación con este hombre notable.
Dejaré que saquen ustedes sus propias conclusiones. Por mucho que pueda
decirse a favor o en contra de la posibilidad de su participación en el
movimiento de la Comuna, podemos tener la seguridad de que la Asociación
Internacional es un nuevo poder en el seno del mundo civilizado con el
que éste tendrá que echar cuentas, para bien o para mal, más pronto que
tarde.
Mouchard: espía, soplón, chivato.
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