Guió
C. Tejedor
EL SIGLO XVII. PANORÁMICA GENERAL.
Las transformaciones económicas hacen que el centro de gravedad se
traslade de Italia y España a Francia, Holanda e Inglaterra. A las
esperanzas del Renacimiento le siguen una etapa de crisis,
desequilibrios y angustias. El estado de ánimo resultante encuentra su
forma de expresión en el BARROCO. Es un siglo muy inquieto, en el que se
buscan nuevas soluciones.
LOS CONOCIMIENTOS.
El siglo XVII se enfrenta a una "crisis de la razón". Las Universidades
entran en decadencia y la vida intelectual se centra en los salones y
las recién creadas Academias. La Filosofia ESCOLASTICA ha perdido fuerza
creativa. La NUEVA CIENCIA ha provocado el hundimiento de la imagen
aristotélica del mundo, y por todas partes se buscan nuevos horizontes
intelectuales. Tampoco la TEOLOGIA es capaz de unificar los
conocimientos. La Biblia deja de ser una enciclopedia de las ciencias, y
los teólogos pierden influencia.
EL BARROCO.
El Barroco -cultura y arte de toda Europa- supone una crisis de la
sensibilidad, consecuencia de las demás crisis. Es la ruptura del
equilibrio emocional, la necesidad de vivir apasionadamente. Los cuadros
de Rubens son un buen ejemplo: cada escena representa un exceso y un
desbordamiento. Y en las grandes obras del Barroco -arquitectura y artes
representativas- se adivinan las tragedias y amenazas de la época.
También en la nueva visión del mundo que parte de Copérnico: un mundo
infinito y en movimiento en el que el hombre -arrojado del centro- busca
encontrar su lugar. Por eso, la visión del Barroco no podía ser sino
pesimista. Es frecuente hablar de la "locura del mundo", o de un "mundo
al revés" en el que todo parece alterado. Y se convierte en proverbial
el verso de Plauto: "homo homini lupus" ("el hombre es un lobo para el
hombre"). En el mismo año (1651) aparece en el "Leviatán" de Hobbes y el
"Criticón" de Gracián; pero también es citado y comentado por otros
muchos autores. "El misántropo" de Molière, parece, pues, reflejar un
cierto estado de opinión.
Todo es movimiento, mudanza, fugacidad: "la vida no es otra cosa que
movimiento: (Hobbes); nada es estable, "no hay estado, sino contínua
mutabilidad en todo" (Gracián), por lo que la metafísica escolástica
-basada en la permanencia de la substancia- parece derrumbarse. El
tiempo se convierte en una obsesión, justamente en una época en la que
el reloj es la máquina por excelencia: "Tú eres, tiempo, el que te
quedas/ y yo soy el que me voy" (Góngora). En este tiempo fugaz manda el
capricho de la Fortuna (tema favorito de renacentistas como Maquiavelo);
todo es contingente y azaroso: no hay en el mundo humano necesidad ni
orden. Por fin todo es apariencia, y la esencia de las cosas queda
oculta: "La vida humana -dirá Pascal- no es sino ilusión perpetua; y el
hombre es disfraz, mentira e hipocresía para sí mismo y para los demás".
Por eso, cuando Calderón habla de la vida como "sueño", del mundo como
un "gran teatro", o busca como título: "En esta vida todo es verdad y es
mentira", no hace sino utilizar los tópicos de la época. La búsqueda de
Descartes de la certeza en medio de las dudas y de los engaños del sueño
no es, pues, una búsqueda retórica.
Introducción preliminar al
"Discurso del Método"
RISIERI FRONDIZI
1. La situación histórica.
Con el "Discurso del método" -1637- se remata el período de preparación
del pensamiento moderno. Las ideas y creencias que cristalizan en
Descartes se venían preparando a lo largo de dos siglos de lucha,
búsqueda e intentos fallidos que dan a toda la época los caracteres
clásicos de una situación de crisis. Descartes vive el final de esa
época dramática y la supera al hallar un derrotero seguro para las
fuerzas que, rebeladas contra el pasado, no lograban todavía encontrar
su camino. Este nuevo derrotero será el camino de la razón. Descartes
consagra la razón como fuente principal de conocimiento y seguro
criterio de verdad. Sobre tales principios racionalistas apoya, a su
vez, su famoso método, que será, a un mismo tiempo, el punto de arranque
y la meta de su filosofía.
BUSQUEDA DE UN "ARS INVENIENDI".
Se derrumban un sistema de ideas y creencias que había imperado durante
muchísimos siglos. Tal concepción del mundo -conocida con el término
general de escolástica- se fundaba sobre dos autoridades principales.
Aristóteles (384-322 a.C.) y Santo Tomás (1225-1274). Una concepción del
mundo se derrumba cuando es incapaz de explicar hechos fundamentales de
la naturaleza o de la vida espiritual y social del hombre. La
escolástica ofreció una explicación que satisfizo durante siglos. Llegó
el momento, sin embargo, en que la realidad parecía desmentir la
doctrina escolástica y sólo el peso de su autoridad la mantenía en pie.
Por las primeras grietas que se produjeron, al no poder explicar ciertos
fenómenos naturales, se colaron en la escolástica los nuevos vientos,
que pronto sacudirían el edificio entero. Y así como antes se aceptaba a
la escolástica en bloque, se la llegará a rechazar ahora también en
bloque.
El derrumbe de un sistema de ideas y creencias se produce generalmente
antes de que haya cristalizado una nueva concepción del mundo y de la
vida. Es lo que sucedió al caer la escolástica. Europa pierde su
tradicional punto de apoyo antes de haber encontrado uno nuevo que la
sostuviera. Y más de dos siglos de búsqueda infructuosa agitan a la
época en un vaivén de corrientes encontradas. No es que en esos dos
siglos faltaran hallazgos notables -y aun geniales-; los hubo, pero
todos tuvieron carácter parcial. Lo que se necesitaba no eran
descubrimientos ocasionales, sino un nuevo CRITERIO DE VERDAD -que
viniera a sustituir a la autoridad de la escolástica, de Aristóteles y
de la Iglesia- y un nuevo método que reemplazara al silogismo expuesto
por Aristóteles y usado durante toda la Edad Media.
El SILOGISMO es una forma de razonamiento deductivo que puede aplicarse
siempre que se disponga de una verdad general, esto es, de una premisa
mayor. Consta, en efecto, de dos premisas: una mayor -que enuncia el
principio general- y una menor -que se refiere al caso particular
incluido en el principio general-. De ambas premisas se extrae una
conclusión, que es la nueva verdad que interesa:
"Todos los hombres son mortales" (premisa mayor, que enuncia el
principio general).
"Sócrates es hombre" (premisa menor)
"Sócrates es mortal" (conclusión).
Sin la premisa mayor no es posible construir un silogismo.
La escolástica pudo utilizar el razonamiento silogístico porque disponía
de principios generales alcanzados por medio de la fe, de la verdad
revelada o fundados en la autoridad de Aristóteles o de la Iglesia. El
descubrimiento de nuevas verdades consistía primordialmente en subsumir
un caso particular en una verdad más general. Con tal procedimiento
nunca lo particular podía rebelarse en contra de las supuestas verdades
generales.
CRITICA AL SILOGISMO.
Pero qué valor tiene el silogismo cuando la duda alcanza a los
principios generales, cuando no se acepta la verdad de la premisa mayor?
Sin premisa mayor no hay silogismo, dijimos. De ahí que, al caer la
validez de los principios generales, arrastrara consigo al silogismo, y
éste se convirtiera en el blanco de los ataques de los forjadores del
pensamiento moderno.
Descartes y Bacon son los dos filósofos que a principios del siglo XVII
proporcionan al pensamiento moderno los dos pilares que lo sostendrán.
Descartes impulsa la filosofía -y también la ciencia- por el camino de
la razón. Francis Bacon por el de la experiencia. A pesar de representar
yno y otro los dos extremos de la filosofía moderna -racionalismo y
empirismo-, concuerdan ambos, sin embargo, en sus críticas al silogismo,
al que hacen responsable del atraso de la ciencia.
Por qué el silogismo sirve -en el mejor de los casos- para exponer lo
ya conocido, y no para descubrir nuevas verdades? Sencillamente porque
es un razonamiento deductivo que parte de una verdad general, enunciada
por la premisa mayor, para descender, apoyado en la premisa menor, al
caso particular que interesa. Pero si no hay verdades generales, no hay
premisa mayor y, por lo tanto, no hay silogismo.
En la Edad Media era común que los principios generales se alcanzaran
por la fe o se sustuvieran en la autoridad de Aristóteles o de la
Iglesia. Cuando la fe flaqueó y la autoridad se debilitó, los principios
generales se derrumbaron y el silogismo perdió la validez que había
tenido durante tantos siglos.
Ejemplo anterior:
Todos los hombres son mortales.
Socrates es hombre
Conclusión: Sócrates es mortal.
Cómo sabemos que la premisa mayor es verdadera? Porque hemos observado
que miles y miles de hombres han muerto. Esto es, por experiencia.
Por estas razones, Bacon invierte por completo el orden del
razonamiento. El silogismo -y, en general, el llamado razonamiento
deductivo- parte de lo general y desciende a lo particular. Pero como no
puede haber verdades generales -según Bacon- que no se sostengan en los
respectivos casos particulares, tendrá que partirse siempre de los casos
particulares, y ascender paso a paso y con mucha cautela a las verdades
más generales. Sólo así tendremos la seguridad de no cometer un error,
basado en una generalización precipitada. A la deducción opone Bacon,
por consiguiente, la inducción, que parte de la observación de los casos
particulares para remontarse a la enunciación de verdades de generalidad
cada vez mayor.
2. La razón como criterio de verdad.
El criterio de verdad es el patrón que utilizamos para determinar la
verdad o falsedad de un juicio. Cómo podremos confirmar o rechazar una
afirmación que escuchamos, o que leemos en un periódico o un libro?. Hay
muchos modos de confirmarla o rechazarla. El más conocido, pero no el
más seguro, consiste en consultar a otra persona u otro libro, al que le
reconocemos autoridad mayor que al anterior. Este es el criterio de
autoridad. Muchas veces basta con decir: "Lo dijo Fulano", para que la
cuestión quede decidida. Siempre que tal autoridad se reconozca. Eso era
lo que sucedía en la Edad Media. Bastaba con que alguien indicara: "Lo
dice Aristóteles", o "Lo dice la Biblia", para que se pusiera fin a una
disputa. Pero si no se reconoce tal autoridad, qué hacer?
El criterio empírico es superior al de autoridad y parece satisfactorio
cuando se trata de determinar, por ejemplo, el número de libros que hay
en una biblioteca u otra cuestión semejante. Mas la duda nos asalta
cuando nos preguntamos si todas las cuestiones pueden resolverse
definitivamente utilizando tan sólo el criterio empírico, esto es, si
todo se puede reducir, en última instancia, a contar y medir, ver y
palpar. La experiencia sensible tiene también sus límites. Los europeos,
acostumbrados a ver durante años y años miles de cisnes blancos,
enunciaron la proposición general: los cisnes son blancos. Tal verdad
estaba respaldada por la experiencia sensible de miles de hombres en las
más diversas circunstancias. Tiempo más tarde, sin embargo, se halló en
Australia un cisne negro y ese solo desmentido echó por tierra la
validez universal de una proposición que descansaba en millones de
observaciones coincidentes.
No es éste un caso aislado. Si la validez de un principio general
depende por entero de los casos particulares observados, nunca podremos
estar seguros de que un nuevo hecho no venga a desmentirnos. En la
mayoría de las cuestiones, los casos posibles son infinitamente
superiores a los casos que podemos observar.
La debilidad del criterio empírico -que se advierte hoy claramente- y la
imposibilidad de extraer de la experiencia leyes o principios que sean
universales fueron ya advertidas por Descartes, de ahí que éste no
buscase en el mundo de la experiencia los sólidos pilares sobre los
cuales habría de reconstruir el edificio recientemente derrumbado del
conocimiento humano.
A dónde acudir si la autoridad ha perdido su validez y la experiencia
puede darnos una sorpresa?
LAS MATEMÁTICAS Y LAS VERDADES DE RAZÓN
Descartes había cultivado desde su juventud las matemáticas. Si se
observa la naturaleza de las verdades matemáticas se advertirá que
tienen un carácter completamente distinto al de las verdades que se
basan por entero en la experiencia.
Compárense, por ejemplo, estas dos proposiciones:
a) Todos los perros nacen con dos ojos.
b) Todos los triángulos tienen tres ángulos.
Cómo sabemos que la proposición a) es verdadera? Sencillamente, por
experiencia. Bastaría que naciera un solo perro con un ojo, o con más de
dos ojos, para que el juicio universal dejara de ser cierto. Es posible
que nazca un perro con un solo ojo? Sí, desde luego. No hay en la
esencia del perro nada que le impida tener un solo ojo.
Veamos si sucede lo mismo con la proposición b)
Podría alguien poner en peligro la verdad de esta proposición al
echarse a buscar por el mundo triángulos con más o menos ángulos que los
tres enunciados? NO.
Las proposiciones matemáticas no deben su verdad a la experiencia y
están inmunes a cualquier desmentido de la experiencia. Por esto se las
ha llamado "verdades de razón", pues no dependen de la experiencia, sino
de la razón.
A este reino de la razón acudió Descartes. Las matemáticas le sirvieron,
pues, de modelo en la búsqueda de las primeras verdades absolutamente
ciertas y que pudieran servirle de apoyo en la reconstrucción de la
totalidad del edificio de la ciencia y la filosofía.
3. La filosofía cartesiana.
Descartes es muy cauteloso en la búsqueda de esos primeros principios.
No quiere correr el riesgo de que el edificio todo se derrumbe porque
los primeros principios adolezcan de algún defecto. Esos primeros
principios, por tanto, no pueden entremezclarse con ningún supuesto,
tienen que ser evidentes e indudables. De ahí que use Descartes la
llamada "duda metódica" para eliminar toda falsa verdad y ver si queda
algo que realmente sea capaz de resistir la duda.
LA DUDA METÓDICA.
De lo primero que duda es de los datos de los sentidos.
Si bien podemos dudar de los datos de los sentidos, parecería que no
pudiéramos dudar de que estamos aquí, en esta habitación, con un papel
en la mano y rodeados de un conjunto de objetos. Pero, se pregunta
Descartes, No me ha sucedido, acaso, haber soñado de noche que estaba
en este mismo sitio, vestido y haciendo lo que ahora me parece que hago,
cuando en realidad estaba desnudo y metido en la cama? Bien podría ser
que ahora esté también soñando, pues "no hay indicios ciertos para
distinguir el sueño de la vigilia".
Pero aun en el caso de que estuviera soñando y de que las cosas que creo
ver y hacer no sean más que ilusiones, habrá, sin embargo, algunas cosas
"más simples y universales" que son verdaderas y existentes, y de cuya
mezcla están formadas todas las imágenes de las cosas que residen en
nuestro pensamiento. Entre tales cosas enumera Descartes la naturaleza
corporal, la extensión, la figura, la magnitud y su número.De esta
observación podrá inferirse, quizá, que la física, la astronomía, la
medicina y todas las demás ciencias que tratan de las cosas compuestas
son "dudosas e inciertas", mientras que la aritmética, la geometría,
etc., que tratan de las cosas muy simples y generales, contienen algo
"cierto e indudable", pues duerma yo o esté despierto, siempre dos y
tres sumarán cinco y el cuadrado no tendrá más de cuatro lados.
No obstante la certidumbre de las verdades matemáticas, Descartes, en su
esfuerzo por eliminar todo posible error, logrará mostrar que tales
verdades no son absolutamente indudables. Señala, en primer término, que
muchos hombres se han engañado sobre cuestiones matemáticas y"admitieron
como certísimos y evidentes por sí unos principios que a nosotros nos
parecen falsos". Por otra parte, Dios, que es omnipotente, puede hacer
con nosotros lo que le plazca e ignoramos si El no desea que nos
engañemos siempre, aun en aquellas cosas que nos parecen evidentísimas.
Y si pareciera contradictorio que Dios, "que es la bondad suma y la
fuente suprema de la verdad", nos pudiera engañar, podemos suponer que
un cierto genio o espíritu maligno ("malin génie"), "no menos astuto y
burlador que poderoso", sea quien nos engaña.
El recurso dialéctico del geniecillo maligno permite a Descartes dudar
de todas las cosas, por más ciertas y evidentes que parezcan. En tal
momento nada logra resistir la duda, y cuando un escepticismo completo
parece ser la lógica consecuencia de todo un largo proceso de riguroso
análisis y se ve al espíritu zozobrar en un mar de dudas, Descartes hace
pie en el primer principio absolutamente cierto e indudable que buscaba.
"PIENSO, LUEGO SOY".
En efecto, si duda de todo, al menos es cierto que duda, es decir, que
piensa. Y si piensa, existe en tanto ser pensante. Aun el genio maligno,
por más poderoso que fuera, no podría engañarse en este punto, ya que
para que pueda engañarme tengo que existir. La duda puede alcanzar el
contenido del pensamiento, pero no al pensamiento mismo.
Este descubrimiento fundamental de Descartes -que marca, en verdad, el
comienzo de la filosofía idealista moderna, no es solo una primera
verdad indudable, sino también el punto de arranque de toda su
filosofía. Este proceso es lo que se llama la duda metódica cartesiana.
La función del "Cogito" es doble: señala el tipo ejemplar de proposición
verdadera y prepara la radical distinción entre el alma y el cuerpo.
"Solo sé que soy -dirá Descartes-, pero aún no sé qué cosa soy". Qué
cosa? "una cosa que piensa". El pensamiento comprende para Descartes
también la vida emocional, sentimental y volitiva.
Concluye aquí la primera etapa: demostración de la propia existencia
como ser pensante -del cuerpo aún no se tiene certeza-, derivación del
criterio de verdad, y afirmación de que somos una cosa que piensa (res
cogitans) Cuál será la próxima etapa? Hacia la demostración de la
existencia del mundo o hacia la existencia de Dios?
A diferencia de la tradición filosófica anterior, Descartes invierte el
orden: en vez de apoyar el conocimiento de Dios en el conocimiento del
mundo, sustenta el mundo -que la duda metódica había convertido en algo
problemático- en el conocimiento de Dios.
LA EXISTENCIA DE DIOS.
Si examinamos los pensamientos advertiremos que unos son como las
imágenes de las cosas -cuando me represento, por ejemplo, un hombre, una
casa, una quimera o Dios-; a estos pensamientos los llama Descartes
ideas. Entre las ideas hay algunas que parecen haber nacido conmigo,
otras extrañas y oriundas de fuera y otras inventadas por mí -sirena,
centauro,...-. A las primeras podemos denominarlas ideas innatas, a las
segundas adventicias y a las terceras ficticias.
Si considero a las ideas como imágenes que representan las cosas,
resulta evidente que son muy distintas entre sí. Por ejemplo, las que me
representan sustancias contienen más realidad objetiva que las que sólo
me representan modos o accidentes; y las que representan una sustancia
infinita deben tener más realidad objetiva que las que representan
sustancias finitas. Del mismo modo como la nada no puede producir cosa
alguna, lo menos perfecto no puede producir lo más perfecto.
Entre las ideas que tengo está la idea de Dios, "una sustancia infinita,
eterna, inmutable, independiente, omnisciente y omnipotente" Mas, cómo
puedo yo, que soy un ser finito, haber producido la idea de un ser
infinito si lo más no puede derivarse de lo menos? Es necesario
concluir, por lo tanto, que Dios existe, pues sólo una Sustancia
verdaderamente infinita puede ser la causa de la idea de un Ser infinito
que encuentro en mí. Tal es la prueba de la existencia de Dios por la
presencia en nosotros de la idea de lo perfecto e infinito.
Pierre Gassendi (1592-1655), compatriota y contemporáneo de Descartes,
le advirtió que la existencia no es una perfección, y que suponerla es
dar por sentado justamente lo que se intenta probar. Objeción semejante,
aunque desarrollada en muchos otros puntos, es la formidable crítica de
Immanuel Kant (1724-1804).
EXISTENCIA DE LAS COSAS MATERIALES.
Una vez que se ha demostrado la existencia del yo pensante y la
existencia de Dios, falta ahora demostrar la existencia de las cosas
materiales.
La existencia de las cosas materiales no es algo que pueda darse por
demostrado. Un hombre, a quien le han amputado una pierna, cree sentir
dolor en la pierna amputada.
Descartes tendrá que echar mano a su doctrina de la "veracidad divina"
para tener la seguridad de que las cosas materiales existen
efectivamente y no son una mera ilusión:
Dios me ha dado una poderosa inclinación a creer que las ideas que tengo
parten de las cosas corporales y Dios no es capaz de engañarme, es
patente que no me envía tales ideas inmediatamente por sí mismo. Serán,
pues, las cosas corporales las que provocan tales ideas. Por todo lo
cual hay que concluir que las cosas corporales existen. Como se ve, la
prueba de la existencia de cada una de las cosas y de la totalidad del
mundo físico supone la prueba anterior de la existencia de Dios y la
imposibilidad de que Dios nos engañe.
-Orden de exposición:
Duda metódica.
Afirmación de la primera verdad -"Pienso, luego soy"-.
Derivación de la evidencia como criterio de verdad
Demostración de la existencia de Dios
Demostración de las cosas materiales.
4. El método.
La actitud de Descartes en favor del método no es menos entusiasta que
la de Bacon. Es tan grande la fe que ambos han depositado en el método
que llegan a restar toda importancia al talento y la capacidad racional.
EL MÉTODO CARTESIANO.
Establece Descartes, en primer término, la evidencia como criterio de
verdad. En qué consiste la evidencia?
La evidencia se define por sus dos caracteres esenciales: la claridad y
la distinción. Descartes entiende por "claro" aquello presente y
manifiesto a un espíritu atento, y por "distinto" aquello que es preciso
y diferente de todo lo demás. Dicho en otros términos, una idea es clara
cuando está separada y no se la confunde con las demás ideas, y es
distinta cuando sus partes están separadas entre sí, esto es, la idea
tiene claridad interior.
La evidencia es, pues, el criterio de verdad. Caracteriza al
conocimiento científico y se opone a la probabilidad y a la
verosimilitud. El acto del entendimiento por el cual se alcanza un
conocimiento evidente es la intuición. Habrá que evitar dos vicios
fundamentales en la búsqueda de la verdad: tomar por verdadero lo que no
lo es, y negarse a aceptar la verdad de lo que es evidente
("precipitación" y "prevención").
En sentido estricto, el método propiamente dicho comienza con la segunda
regla del "Discurso": "dividir cada una de las dificultades que
examinare en tantas partes como fuere posible y en cuantas requiriese su
mejor solución". La división de las dificultades tendrá un límite, y ese
límite estará representado por las "naturalezas simples", que
constituyen el último término del conocimiento, más allá del cual no
podemos ir. (el último término del análisis).
La intuición es, para Descartes, una captación simple e inmediata del
espíritu, tan fácil y distinta que no deja lugar a dudas.
Una vez que se han alcanzado las naturalezas simples por medio de la
intuición, comienza a actuar la deducción. La deducción no necesita,
como la intuición, de una evidencia presente, sino que se la pide
prestada a la memoria. Si bien no es tan segura como la intuición -pues
ésta aprehende en forma simple, directa e inmediata-, la deducción
ofrece gran seguridad siempre que se parta de principios ciertos y se
imprima al pensamiento un movimiento continuo y no interrumpido.. La
deducción implica, pues, una sucesión de intuiciones. Ella nos permite
pasar de la evidencia de una verdad a la evidencia de una nueva verdad,
puesto que las relaciones de las verdades representadas por las
naturalezas simples son también naturalezas simples y, por lo tanto,
captables por intuición..
Una vez que la división de las dificultades nos permite alcanzar las
naturalezas simples, que captamos por intuición, se aplicará la tercera
regla del "Discurso", que nos aconseja conducir ordenadamente los
pensamientos, "comenzando por los objetos más simples y más fáciles de
conocer, para ir ascendiendo poco a poco, como por grados, hasta el
conocimiento de los más compuestos". Este ascenso deductivo nos
permitirá llevar a las dificultades, que son complejas, la misma
seguridad que tenemos al captar, por intuición, los elementos o
naturalezas simples.
Mas para tener seguridad sobre la totalidad hay que tenerla sobre cada
uno de los eslabones o etapas, pues una sola falla pone en peligro la
fortaleza o validez de la cadena. Por eso nos aconseja -como última
regla del "Discurso"- que debemos "hacer en todo enumeraciones tan
complejas y revisiones tan generales que estemos seguros de no omitir
nada". El propósito de esta regla es ponerse a cubierto de los errores
provenientes de la debilidad de la memoria.
De todas las ciencias, según Descartes, tan sólo la matemática logra
alcanzar demostraciones ciertas y evidentes; bueno será, entonces, que
tomemos a esta ciencia como modelo.
En resumen, si se deja de lado la evidencia como criterio de verdad, el
método cartesiano consiste en los siguientes pasos: 1) dividir las
dificultades hasta alcanzar los elementos o naturalezas simples, que se
aprehenden por intuición; 2) ascender por deducción de los elementos
simples al conocimiento de lo complejo, y 3) examinar con todo cuidado
la cadena deductiva para estar seguro de que no se ha omitido nada ni se
ha cometido ningún error.
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