Helenización del judaismo (II)
Hacia la helenización del cristianismo
Las diversas iglesias suelen ser remisas a adaptar su lenguaje a la mentalidad de nuestra época. Ese fue un esfuerzo que sí realizó el cristianismo primitivo en sus orígenes, intentando expresar la rica tradición hebrea en la para ellos novedosa cosmovisión griega (helenística). Ello comportó ventajas, pero también ha traído algunos inconvenientes.
Nadie duda que estamos asistiendo a una profunda «crisis religiosa» … Es una crisis global de la «religión». Está en crisis desde la concepción misma de la religión hasta los contenidos de la misma. El abanico va desde las cosmovisiones teístas tradicionales a las emergentes perspectivas no-teístas actuales. Las grandes religiones históricamente se acabaron configurando como cosmología, antropología, visión de la historia y moral. Por lo que afecta al idioma, en la Palestina en torno al s. I, el hebreo dejó de utilizarse como lengua de comunicación habitual entre la comunidad judía y se relegó al ámbito religioso, siendo sustituida por el arameo como lengua habitual de comunicación... Jesús hablaba arameo. El cristianismo primitivo se fue progresivamente helenizando en su conceptualización y en su estructura básica fundamental y así ha llegado hasta nuestros días. El cristianismo se gesta dentro de un contexto ya helenizado. El platonismo ejerce una fuerte influencia sobre el pensamiento cristiano. El NT se escribe en griego. Conceptos como creación, Dios, inmortalidad del alma, pecado, la resurrección de los muertos, el final de los tiempos, el juicio final, resurrección, vida eterna... se bañan de un tinte helenísitco que cada vez está más alejado de la base judía. En el momento en que surge el cristianismo lo que imperaba en los círculos intelectuales y filosóficos era el "helenismo" a través de sus grandes corrientes de pensamiento: epicureismo, estoicismo, escepticismo... Entre los historiadores actuales hay un debate sobre quién influyó más, cuál de la dos culturas influyó más en la otra. Conceptos como "persona", "sabiduría, la "moral" que el cristianismo nos ha transmitido tendríamos que ver hasta qué punto provienen directamente del mismo Jesús o están fuertemente imbuidos de la metalidad helenísta dominante en aquella época. El primer cristianismo se esfuerza para que el contenido bíblico fuera comprensible y asimilable para aquella parte de la población ya helenizada. Los primeros cristianos consideraban que su sistema de pensamiento podía codearse con la más alta filosofía griega y pensaron que sus ideas y estilo de vida podían ser aceptados tanto por judíos como griegos. Pablo aunque en ocasiones utiliza conceptos griegos, las ideas de fondo están totalmente impregnadas por el pensamiento judío y el pensamiento del propio Jesús. El discurso de Pablo ante los atenienses en el Areópago, constituye el primero y más hondo de todos los intentos de vinculación entre cristianismo y helenismo. Pero esa cosmovisión y conceptualización ya no es sostenible hoy en día y no resulta creíble para el mundo actual.
Un cristianismo de corte tradicional todavía está utilizando una cosmovisión de la realidad que casa escasamente con la que hoy día tenemos ya. Y a menudo suelen utilizar un marco conceptual y un lenguaje propios de otro contexto cultural, muy alejado del actual. La terminología y conceptualizaciones empleadas no acaban de consonar adecuadamente con la nueva realidad cultural de una sociedad moderna, tecnológica y secularizada como la nuestra. El lenguaje empleado resulta aburridamente prosaico y los mensajes transmitidos a menudo se tornan ininteligibles. Toda esa conceptualización y su correspondiente terminología nacieron en contextos culturales y cosmovisiones muy diferentes a los actuales y existe el peligro de que con el paso del tiempo se pierda o desvirtúe la riqueza conceptual originaria. Muchos conceptos, palabras y símbolos hoy resultan ya insignificantes o se entienden de forma muy distorsionada. Históricamente las iglesias no han sido capaces de adaptar su lenguaje a las mentalidades de nuestra época. Ese fue un esfuerzo que realizó el cristianismo primitivo en sus orígenes, intentando expresar la rica tradición hebrea en la para ellos novedosa cosmovisión griega (helenística). Ello comportó ventajas, pero también ha traído algunos inconvenientes. La helenización representó un proceso inevitable y necesario en los primeros siglos del cristianismo, que permitió a la Iglesia adentrarse en la cultura greco-romana de una forma aceptable. A partir del siglo III a.C., tuvo lugar el encuentro de la fe judía con la filosofía griega en el contexto de la comunidad judía de Alejandría. Allí los intelectuales hebreos, muy especialmente Filón de Alejandría, concibieron una forma de profundizar en su fe bíblica con los instrumentos de la razón griega. Era una teología convencida de que la fe mosaica y la filosofía griega coincidían en su aspiración a la verdad. El objetivo era profundizar en la fe mediante la razón. Podía hacerse, porque tanto la fe mosaica como, la filosofía griega aspiraban a alcanzar la verdad. A partir de la destrucción de Jerusalén del año 70, el judaísmo interrumpirá ese prometedor diálogo entre fe y razón, y se conformará con elaborar comentarios a la Torah, y a los demás libros de la Escritura. Sin embargo, en la actualidad, aquella forma de presentar el cristianismo puede representar un lastre para la adaptación de la fe cristiana a la cultura actual. En la actualidad, sería necesario realizar una adaptación al mundo de hoy sobretodo en dos dimensiones, quizás no tanto en cuanto a la necesaria continuidad del diálogo entre fe y razón pero sí en aspectos tal vez colateres pero necesarios (conceptualización y terminología) que habría que actualizar, una deshelenización conceptual y terminológica que vendría exigida por el actual contexto cultural. Hoy se impone, pues, una cierta «des-helenización» y purificación del lenguaje religioso tradicional. Pero antes de abordar esa cuestión resigamos un poco el proceso de su «helenización» inicial.
Suele llamarse “época helenística” al lapso que transcurre entre la muerte de Alejandro Magno en 323 a. C. hasta la conquista del Mediterráneo oriental y Asia Menor por parte de la República romana, en 31 a. C. La palabra “helenismo” proviene del verbo hellenizen, que quiere decir 'hablar griego'. Por lo tanto, por extensión serán “helenísticos” todos aquellos que adopten rasgos lingüísticos y culturales propios de esta cultura. Con él aludía al fenómeno de difusión de la civilización helénica más allá del mundo egeo, así como al resultado de la fusión cultural entre Oriente y Grecia, impulsada por Alejandro Magno. Es la herencia de la cultura helénica de la Grecia clásica que recibe el mundo griego a través de la hegemonía y supremacía de Macedonia, primero con la persona de Alejandro Magno y después de su muerte con los diádocos (διάδοχοι) o sucesores, reyes que fundaron las tres grandes dinastías que predominarían en la época: Ptolemaica, Seléucida y Antigónida. Estos soberanos supieron conservar y alentar el espíritu griego, tanto en las artes como en las ciencias. Entre la gente culta y de aristocracia, «lo griego» era lo importante, y en este concepto educaban a sus hijos. El resto de la población de los reinos situados en Egipto y Asia no participaba del helenismo y continuaba sus costumbres, su lengua y sus religiones. A finales del siglo IV a.C., siendo emperador Alejandro Magno, Macedonia se transformó en la fuerza dominante dentro del mundo antiguo. Después de que los macedonios dominaron a los persas en el 331 a.C., Judea pasó a ser una provincia más del imperio alejandrino. La región de Palestina, a pesar de algunas resistencias, no se sustrajo a la corriente helenizadora a la que fueron sometidas las riberas del Mediterráneo oriental y gran parte del antiguo oriente durante el imperio de Alejandro Magno. A partir de la conquista de Alejandro Magno (323 a.C.), el judaísmo de Occidente (no el de Babilonia, donde se hablaba básicamente arameo) estuvo bajo influjo helenista. La helenización de Palestina ejerció una importante influencia en la mentalidad colectiva del judaísmo. La situación geográfica de Palestina y la concentración de la diáspora en los núcleos más representativos del mundo griego convierten a la nación judía en punto estratégico de cruce de culturas y de confluencia de mentalidades. El judaísmo se encuentra amenazado por otras religiones o culturas, especialmente por el helenismo, desde el siglo II a.C. hasta el siglo II d.C. El helenismo, término que se refiere tanto al sistema de vida como a la cultura del período, tuvo una fuerte influencia sobre los judíos de la diáspora. Para muchos de ellos suponía una verdadera oportunidad para la “modernización” de ideas y costumbres. Su diálogo y ósmosis con la cultura griega comportó un cambio importante en su cosmovisión. La cosmovisión helenística influye de manera determinante en algunos aspectos constitutivos de la mentalidad hebrea. La vinculación entre judaísmo y helenismo no sólo se produjo en plano social, sino también religioso. En esa relación se llegó a un momento en que muchos pensaron que la razón helenista podía ser recreada desde la experiencia religiosa judía y que la experiencia judía podría trasvasarse en formas helenistas.
Ese proceso de posible simbiosis terminó entre el siglo I y el III d.C.: muchos pensaron que, al vincularse con el helenismo, el judaísmo perdía su propia identidad. Mientras el judaísmo rabínico rompía sus relaciones con el helenismo para recuperar su matriz semita, el cristianismo asumía desde la perspectiva de Jesús la filosofía ontológica griega (platónica y estoica) y un tipo de organización romana (sacralizando así la autoridad). El judaísmo de la diáspora se debate entre la referencia a los orígenes y el influjo de la inculturación helenística y el reflujo de las culturas orientales. Los cristianos aceptaron no sólo la cultura y lengua griega en general, sino el espíritu sacral del helenismo platónico.
Relaciones históricas judaísmo-helenismo
El judaísmo es una comunidad cultural con una fuerte identidad nacional forjada por su peculiar historia a través de milenios, pero no cerrada en sí misma. Esa fuerte personalidad siempre se ha sentido amenazada por la possible influencia de otras culturas y especialmente por el helenismo, desde el siglo II a.C. hasta el siglo II d.C. Desde la muerte de Alejandro Magno, en el 323 a. C., Palestina se vio sometida, muy a pesar suyo, a un proceso imparable de helenización. La región no podía quedar ausente de la gran corriente helenizadora que invadió la cuenca mediterránea en aquella época. Poco a poco, el país se fue dividiendo intelectual y afectivamente en dos grupos de muy diverso tamaño. Uno, formado por la aristocracia, los ricos comerciantes y la élite sacerdotal, bastante dispuesto a dejarse invadir por las ideas helénicas, que debían de aparecer a sus ojos como un verdadero modernismo. Otro, muy numeroso, constituido por las capas inferiores del sacerdocio y la mayor parte del pueblo, que veía en la aceptación del ideario helenístico al gran enemigo del ser propio, religioso, de Israel.
En esa corriente helenizadora un factor importante fue la lengua. El griego no sólo era una lengua aceptada en la zona de la costa sino también en extensas áreas del inetrior habitadas por judíos y samaritanos, de suerte que Judea, Samaria y Galilea eran comunidades bilingües, e incluso trilingües, pues el hebreo era la lengua sagrada, el arameo la lengua vernácula del pueblo y el griego la lengua del comercio y la administración. En griego el verbo hellenídsein, literalmente "helenizar", tenía un significado primordialmente referido a la lengua y quería decir tan sólo ‘hablar griego’. En el s. I los judíos ‘helenísticos’ y los judíos ‘cristianos’ son los que poseían el griego como lengua materna frente a los judíos de Palestina o los de la Diáspora de Babilonia, que hablaban arameo. En ese contexto menciona Lucas en los Hechos de los Apóstoles a los helenistai (“helenistas”) y a los hebraioi (“hebreos”), aunque el escenario sea en este caso Jerusalén donde el griego se había establecido firmemente hacía ya más de trescientos años. El griego empleado en inscripciones de la época, por ejemplo, denota más un conocimiento del habla diaria que de la lengua en sus aspectos gramaticales y literarios y, sin embargo, un dato significativo es que este uso del griego no era sólo privativo de las clases altas sino también de las clases bajas judías. Este dominio de la lengua griega en los siglos I antes y después de Cristo debe contemplarse a la luz del significado de la ciudad de Jerusalén que, en la época de Herodes y luego de los procuradores romanos hasta la guerra judía ((levantamiento/guerra del 66-70), era una verdadera metrópolis internacional, no sólo una capital religiosa para los judíos de la Diáspora sino asimismo un centro de atracción para los griegos educados. El judaísmo tenía también su propia «racionalidad», distinta de la griega. Ambas culturas, la judía y la griega, han entrado en contacto desde antiguo y, en especial, desde la conquista de Alejandro Magno (324 a.C.), de manera que los últimos libros de la Biblia hebrea y, en especial, los de la Biblia de los LXX (como Sabiduría) están escritos en diálogo con el helenismo. Entre los momentos más significativos del encuentro entre cultura judía y helenista podemos citar los siguientes. (a) Los LXX: traducción de la Biblia hebrea al griego. Los judíos de Alejandría no sólo tradujeron la Biblia al griego, sino que empezaron a pensar en griego. (b) La guerra de los macabeos. Entre el 180 y el 160 a.C. los judíos de Jerusalén corrieron el riesgo de convertirse de un modo casi total al helenismo, identificando a Yahvé con Zeus y recreando el judaísmo desde la perspectiva universal del pensamiento y de la vida social de la ecumene griega. Pero parte de los judíos se alzaron, bajo el liderazgo de los macabeos, y mantuvieron su independencia cultural y, en algún sentido, política. (c) Simbiosis grecojudía. Proselitismo cultural y religioso. Los centros más significativos del judaísmo, fuera de Palestina, se encontraban en el Imperio romano, sobre todo en Alejandría, Asia Menor y Roma. Había unos seis millones de judíos dentro de un imperio que tenía alrededor de 60 millones de habitantes. Hubo un momento en que pareció que el judaísmo podía convertirse en la religión dominante del mundo romano-helenista: los judíos de Alejandría habían traducido la Biblia al griego y estaban creando una cultura de simbiosis espléndida entre la tradición israelita y la grecorromana. (d) Reacción judía y cristiana. Ese proceso de posible simbiosis terminó entre el siglo II y el IV d.C. Sin embargo, esa apertura hacia el helenismo corrió el peligro de perder algunos de los elementos básicos de la rica e intensa experiencia judía. Hubo helenistas judíos, pero terminaron desapareciendo o perdiendo importancia. Hubo helenistas cristianos: ellos abrieron la Iglesia de un modo universal, reinterpretando el Evangelio de forma duradera. La helenización llevaba en sí el riesgo de disolución o pérdida de identidad de gran parte del judaísmo. Así lo entendieron ya los macabeos que se alzaron contra la “contaminación” del helenismo y de los judíos que lo apoyaban. Pensaron que la “opción griega” iba en contra de la idiosincrasia israelita y quisieron rechazarla por la guerra (hacia el 170/160 a. C.). Sin embargo, el convencimiento que tenían que abrirse al mundo del entorno les hizo misioneros: asumieron la cultura universal del entorno (el helenismo) y pensaron que todos los hombres y mujeres de la tierra podían ser cristianos (mesiánicos, universales) sin hacerse previamente judíos en un sentido nacionalista.
El judío que más ha vinculado la experiencia bíblica y el pensamiento griego ha sido Filón de Alejandría, contemporáneo de Jesús (vivió entre el 20 a.C. y el 50 d.C.), que formuló el pensamiento israelita en moldes helenistas. Ese judaísmo helenista, representado por Filón de Alejandría, floreció a partir de las conquistas de Alejandro Magno (finales del IV a.C.) y culminó en el siglo I-II d.C. La tradición de la Iglesia cristiana que ha conservado y transmitido los escritos de Filón ha podido ver y ha visto muchas conexiones entre Filón Alejandrino y Jesús Galileo, dos de los grandes israelitas de aquel tiempo. Pero en sus enfoques había una gran diferencia. Filón era un pensador y quiso interpretar el judaísmo desde un helenismo sapiencial, para abrirlo de esa forma al pensamiento «culto» de su entorno, sin cambiar de una manera radical las estructuras sociales del orden helenista del Imperio. Jesús, en cambio, fue un hombre de acción y quiso proclamar e iniciar el camino del Reino de Dios desde los pobres, independientemente de su procedencia cultural.
Simbiosis greco-judía. Proselitismo cultural y religioso. La vinculación entre judaísmo y helenismo no sólo se produjo en plano religioso, sino también social. Los centros más significativos del judaísmo, fuera de Palestina, se encontraban en el Imperio romano, sobre todo en Alejandría, Asia Menor y Roma. Había unos seis millones de judíos dentro de un Imperio que tenía unos 60 millones de habitantes. Hubo un momento en que pareció que el judaísmo podía convertirse no sólo en una religión dominante del mundo romano-helenista, sino en la religión favorita de las élites cultivadas. Muchos pensaron que la razón helenista podía ser recreada desde la experiencia religiosa judía y que la experiencia judía podría trasvasarse en formas helenistas.
Reacción de repliegue, judaísmo rabínico. Ese proceso de posible simbiosis terminó entre el siglo I y el III d.C. por varias causas: muchos pensaron que, al vincularse con el helenismo, el judaísmo perdía su identidad y se convertía en un tipo de sabiduría general, de tipo gnóstico, perdiendo su propia identidad. Por otra parte, en ese camino de diálogo entre judaísmo y helenismo estaban avanzando de un modo decidido los cristianos, que eran de tradición también judía, pero de tendencia universal, de manera que muchos judíos helenistas terminaron por convertirse al cristianismo, perdiendo de esa forma su singular identidad anterior, de tipo religiosa-nacional. En esta situación, los grandes maestros del rabinismo optaron por romper las relaciones con el helenismo, recreando la religión judía desde las tradiciones puramente hebreas o semitas (con gran influjo arameo). De esa forma, dejaron de escribir en griego y de crear sinagogas de lengua griega, para fijar su identidad en la línea de la Ley nacional y de su tradición hebrea (o semita). Una parte considerable de los judíos helenizados del Imperio romano se integraron en el cristianismo. Pero la parte más concienciada y significativa del judaísmo, dirigida por los rabinos, inició un camino de transformación que convirtió a los judíos en lo que después han sido por siglos: una comunidad nacional separada, con su propia lengua (el hebreo) o con el arameo-sirio de las comunidades orientales (de Palestina o de la diáspora de Babilonia).
De esa forma, mientras el judaísmo rabínico rompía sus relaciones con el helenismo para recuperar su matriz semita (hebrea, aramea), el cristianismo asumía desde la perspectiva de Jesús la filosofía ontológica griega (platónica y estoica) y un tipo de organización romana (sacralizando así la autoridad). Tras las guerras del 67-70 y del 132-134 d.C., el judaísmo rabínico se replegó hacia sus tradiciones nacionales, rechazando así la ontología griega. En contra de eso, los cristianos aceptaron no sólo la cultura y lengua griega en general, sino el espíritu sacral del helenismo platónico, que ha entendido el cosmos como jerarquía divina.
La inculturación helenística
El marco religioso del cristianismo primitivo, en lo que se refiere a su trasfondo no judío, es muy amplio. Podemos centrarlo en tres grandes apartados: la influencia de concepciones iranias en la teología judía helenística y su consecuente paso al cristianismo; el posible influjo de concepciones filosóficas helenísticas (especialmente estoicismo y platonismo vulgarizados) y el efecto moldeador que la religiosidad y terminología de las religiones de misterios pudieron ejercer sobre el cristianismo. En un primer monento la primera comunidad cristiana nace como un subgrupo, una pequeña secta dentro del judaismo, pero así que se propone expandirse se ve obligada a entrar en diólogo con una parte de la población ya helenizada. En el s. I existe una diversidad de movimientos religiosos y no únicamente judíos, en el mercado de las ideas había muchas religiones en pugna como consecuencia del fuerte sincretismo religioso existente en la época (mistéricas, etc...), pero el cristianismo resaltó sobre las otras seguramente por su relación con el mundo helenísitco. Se produce una cristianización del helenismo y también una helenización del cristianismo. A la vez que se cristianiza el helenismo, se heleniza el cristianismo. El mensaje cristiano penetró en el mundo helenísitco porque en aquel momento los judíos ya estaban muy helenizados, surgiendo dentro la corriente cristiana la comunidad helenísitca (de gente helenizada) o los judíos de la "diáspora". Ese influjo y la consiguiente ósmosis intercultural se produjo especialmente en la «diáspora judía». Vivir disperso por el mundo -eso significa «diáspora»- es, por decirlo así, consustancial al pueblo judío. La dispersión es la consecuencia lógica de su vivencia más arraigada, la de ser el pueblo elegido y, por consiguiente, fermento de las naciones y portavoz autorizado de la actuación salvífica de Dios. La referencia al carácter errabundo de los orígenes explica la idiosincrasia del pueblo hebreo. Por una parte, su polarización visceral hacia una tierra y por otra, la experiencia amarga de un continuo desarraigo histórico, desde su destierro, hasta la diáspora definitiva, consecuencia de la destrucción del templo de Jerusalén (70 J.C.). La inserción en un nuevo ambiente y la aclimatación en tierra extranjera convocan el dinamismo interno de la raza, en torno a las antiguas instituciones. Con la destrucción del primer templo se desvanece el punto común de referencia para el judaísmo y florecen una red de sinagogas en la diáspora, en las que se estudia la Torá con centros enclavados principalmente en Babilonia, Antioquía de Siria y Alejandría. Ese judaísmo de la diáspora se debate entre la referencia a los orígenes y el influjo de la inculturación helenística y el reflujo de las culturas orientales. En sentido estricto, el judaísmo normativo o nacional nació tras la crisis del año 70 d.C., con la destrucción del templo de Jerusalén y la fijación de la Misná. Pero estaba preparado desde atrás, por una serie de acontecimientos y reformas que siguieron al exilio (587-539 a.C.). Mientras el judaísmo rabínico rompía sus relaciones con el helenismo para recuperar su matriz semita (hebrea, aramea), el cristianismo asumía desde la perspectiva de Jesús la religiosidad jerárquica helenista (platónica y estoica), volviendo a entender la realidad como un gran templo cósmico.
Ese judaísmo de la diáspora se debate entre la referencia a los orígenes y el influjo de la inculturación helenística y el reflujo de las culturas orientales.
El mundo helenístico en el que gran parte de Israel de la diáspora vive inmerso es un caudal de muchas aguas. La infinita pléyade de dioses con sus teogonías particulares, el orgiástico frenesí del culto a Diónisos con sus recurrentes bacanales, la desbordada imaginación poética cuajadade «aventuras» de dioses y héroes, la plasticidad de la figura humana en su radiante desnudez, ponen en jaque las convicciones más arraigadas del judaísmo. Pero, al mismo tiempo, la típica ductilidad del carácter judío, con su innata capacidad de adaptación y sentido de las circunstancias, le enseñan el difícil arte de la convivencia, sin traicionar esencialmente la propia identidad. Los judíos que vivían fuera de Palestina en un ambiente helenizado pronto convirtieron al griego en lengua propia. Pero también en Palestina se entendía griego y se lo usaba en el comercio y los negocios, aun por personas poco educadas.
La cosmovisión helenística influye de manera determinante en algunos aspectos constitutivos de la mentalidad hebrea. El cristianismo primitivo protagonizó un penetrante proceso de "inculturación" en el mundo griego. ("Inculturación": proceso de integración de un grupo social en la cultura y en la sociedad con las que entra en contacto / el esfuerzo realizado por las primeras comunidades cristianas por hacer penetrar el mensaje de Cristo en un determinado medio socio-cultural). Una serie de factores determinaron la forma final de la tradición cristiana, en ella la civilización griega ejerció una influencia profunda en la mente cristiana. El kerygma/mensaje, cristiano no se detuvo en el interior del territorio de Palestina sinó que superó su exclusivismo y su aislamiento local y penetró en el mundo circundante, mundo dominado por la civilización y la lengua griegas. El cristianismo se fraguó en el seno de una cultura y una cosmovisión muy helenizadas en cuyo seno el dualismo platónico estaba muy asentado entre las gentes del s.I d.C. El proceso de cristianización del mundo de habla griega dentro del Imperio romano no fue de ningún modo unilateral, pues significó, a la vez, la helenización del cristianismo. Se produce una especie de inculturación, que incide poderosamente en las tradiciones y prácticas del judaísmo, irnbuyéndolas del espíritu griego. El asunto del idioma no era, en manera alguna, materia indiferente. Con el uso del griego penetra en el pensamiento cristiano todo un mundo de conceptos, categorías intelectuales, metáforas heredadas y sutiles connotaciones. Esa inculturación afecta en primer lugar al libro, o sea, al Antiguo Testamento. La lengua original del texto sagrado, el hebreo, se ha hecho progresivamente ininteligible. Por eso, si Israel quiere seguir viviendo según las pautas constitutivas de su propia personalidad, se impone ineludiblemente una acomodación del libro a las circunstancias ambientales. Nace así la obra más representativa del judaísmo de la diáspora, la traducción del Antiguo Testamento al griego, conocida como los Setenta (LXX). De este modo, la historia y la palabra fundacional, cerradas pertinazmente en la endogamia de su horizonte restringido, se abren a una nueva expansión con todas sus múltiples posibilidades. Movido por las circunstancias, el judaísmo acepta conscientemente su innata vocación universalista. La aventura comporta inevitablemente un cúmulo de riesgos y de posibles amenazas para la impoluta pureza de la fe judía.
Todo ello se hace más evidente en un segundo aspecto de la inculturación promovida por el helenismo: la contaminación del lenguaje. Las formulaciones ideales de la reflexión del tardo-judaismo palestinense, se enfrentan al sistema consolidado de la sophia griega. La referencia trascendente a una «Sabiduría» personificada, en la que prevalece la polivalencia femenina -novia, esposa, madre, con su contrapunto en la ramera-, choca con la visión prevalentemente reflexiva e interrogante del pensamiento griego. El humanismo religioso de los grandes sabios de Israel, centrado en las normas éticas de comportamiento y de relación con Dios, cruje ante la visión profana del hombre y de su mundo ambiente. La religión griega también es humanista; pero tal vez demasiado humana, sobre todo para el judío. La belleza y el amor, como manifestaciones supremas de la verdad (Platonismo); el placer, como meta de las aspiraciones del hombre (epicureísmo); la inhibición o epoché, ante la incognoscibilidad de lo verdadero (escepticismo); la apatía impávidamente racionalista ante el torbellino frenético de la pasión humana (estoicismo) crean un peligroso desequilibrio y una progresiva fractura en las convicciones más sagradas de la trascendencia ética de Israel. El rechazo de esas categorizaciones y, al mismo tiempo, una paulatina impregnación de este lenguaje filosófico son palpables en un escrito como la Sabiduría de Salomón.
Los hlenistas. El término "helenistas” aparece en contraposición a "hebreos·, pero no significa “griegos”. Es el término oficial para elementos de habla griega entre los judíos. Se aplica también a la primitiva comunidad cristiana de Jerusalén en la época de los apóstoles. No significa judíos nacidos o criados en Jerusalén que hubiesen adoptado la cultura griega, sino personas que ya no hablaban el arameo nativo como lengua materna, porque ellas o sus familias habían vivido por largo tiempo en un ambiente helenizado y después habían vuelto a su patria. Los que no se convirtieron al cristianismo tenían sus propias sinagogas helenistas en Jerusalén. Se menciona las sinagogas de los libertos, los cirenenses y los alejandrinos. Era natural que los helenistas cristianos, mientras se dedicaban aún a la labor misional en Jerusalén antes de la muerte de Esteban, se volvieran, a causa del elemento común que les daba su idioma y su educación griegos, a estos helenistas no cristianos y a sus escuelas. Formaban una minoría cada vez más fuerte en la comunidad apostólica griega en la distribución diaria de comida y ayuda a las viudas.
En un tercer estadio, el proceso de inculturación helenística llega a tocar incluso, a contaminar, los aspectos más privilegiados de la religiosidad pueblo judío. El Israel de la Diáspora tiene que pagar ese tributo a la invadente helenización de su entorno. La religión es, para los griegos, un humanismo divinizado, que recorre incluso las miserias de nuestra vida rozándolas con un hálito de divinización. Es natural que el israelita, frente a ese vértigo de humanismo, sienta una devastadora conmoción de sus adiciones ancestrales. Su atávico monoteísmo, la austeridad de sus profetas, la inmaterialidad de su culto, la fe en su singularidad como pueblo, sufren una profunda crisis. ¿Dónde quedan sus expectativas mesiánicas, su esplendoroso culto en el templo de Jerusalén, sus minuciosas prescripciones rituales, su dicotomía de puro e impuro, su rechazo de las imágenes, su orgullo innato de pertenecer al único pueblo elegido? El tema de la relación con el helenismo (es decir, con un tipo de universalidad racional y humana) sigue estando en el centro de la interpretación actual de la Biblia, al menos desde una perspectiva cristiana. El judaísmo tiene, sin duda, un germen de universalidad mesiánica, pero le ha faltado la mediación racional, más vinculada históricamente a la cultura griega. En ese sentido se puede afirmar que los primeros seguidores de Jesús, centrados en la memoria israelita de su Cristo, tuvieron dificultades en destacar su aspecto universal, liberado de la «ley», es decir, del particularismo nacional judío. Ese aspecto lo destacaron mejor los helenistas, que descubrieron el carácter universal del mensaje de Jesús y de su figura divina (de Señor divino e Hijo de Dios). En ese sentido se puede afirmar que los helenistas (y tras ellos Pablo) son los que han trazado las líneas básicas del cristianismo que ha existido hasta el día de hoy.
El reflujo oriental. La situación geográfica de Palestina y la concentración de la diáspora en los núcleos más representativos del mundo griego convierten a la nación judía en punto estratégico de cruce de culturas y de confluencia de mentalidades. Antioquía, en Siria, y especialmente Alejandría, en Egipto, representan una simbiosis de las culturas más ancestrales del antiguo Oriente con el exquisito patrimonio de la Grecia clásica. El sincretisme es un fenómeno, por una parte, inevitable y, por otra, amenazador para la mentalidad judía. Y esto, en los frentes más vitales. Ese proceso de posible simbiosis terminó entre el siglo I y el III d.C. por varias causas: muchos pensaron que, al vincularse con el helenismo, el judaísmo perdía su identidad y se convertía en un tipo de sabiduría general, de tipo gnóstico, perdiendo su propia identidad. Por otra parte, en ese camino de diálogo entre judaísmo y helenismo estaban avanzando de un modo decidido los cristianos, que eran de tradición también judía pero de tendencia universal, de manera que muchos judíos helenistas terminaron por convertirse al cristianismo, perdiendo de esa forma su identidad anterior, de tipo nacional. En esta situación, los grandes maestros del rabinismo optaron por romper las relaciones con el helenismo, recreando la religión judía desde las tradiciones puramente hebreas o semitas (con gran influjo arameo). De esa forma, dejaron de escribir en griego y de crear sinagogas de lengua griega, para fijar su identidad en la línea de la Ley nacional y de su tradición hebrea (o semita) (en la Misná).
La situación geográfica de Palestina y la concentración de la diáspora en los núcleos más representativos del mundo griego convierten a la nación judía en punto estratégico de cruce de culturas y de confluencia de mentalidades.
La sagrada tradición del libro, aunque preservada en las escuelas rabínicas, sufre el acoso de una mitología invadente. La religión del mito somete a una religión del libro, como la de Israel, a una crítica extremadamente sutil. La concepción judía del protagonismo de Yahvé en la formación y consolidación del pueblo, la promesa a los patriarcas, la mano fuerte y brazo extendido, la alianza y sus grandes dosis de benevolencia y de cólera, el destierro y la restauración, corren el riesgo de ser interpretadas más allá de la historia, como una formulación puramente mítica de experiencias pretéritas. Al riesgo que supone para el judaísmo de la diáspora la contaminación externa proveniente del mito se añade la fragilidad de su propio lenguaje interno expresado en la apocalíptica. La peculiar configuración de este género literario hace a Israel extremadamente vulnerable a todo tipo de infiltraciones iluministas. El ambiente influye de manera determinante en las concepciones mesiánicas que mantienen en vilo las expectativas de Israel. En este mundo de interferencias se mueve el judaísmo de la diáspora. Acosada y solicitada, renuente y hasta cierto punto connivente, la fe judía tradicional afronta sus posibilidades de subsistencia en un medio hostil y quebradizo. Y ahí, precisamente, es donde va a surgir, en parte como fenómeno paralelo y en parte como prolongación orgánica, el nuevo movimiento del cristianismo. El despliegue del cristianismo está vinculado a la historia del judaísmo de los siglos II-IV, y así podemos hablar de una separación polémica y creadora entre «judíos nacionales o rabínicos», cuyo testimonio ha sido recogido en la Misná, y «judíos cristianizados o mesiánicos», que, a partir de la experiencia de Jesús, recrearon su identidad israelita en formas culturales abiertas al helenismo. Ese cambio forma parte de la crisis del judaísmo, que acaba rechazando su simbiosis con el helenismo, para tomar una forma rabínica, más vinculada a la cultura semita (hebrea, aramea) y al cultivo de la Ley que a la sabiduría griega. En contra del judaísmo nacional, los cristianos pudieron pactar con la cultura helenista y desarrollarse como la Gran Iglesia, luego triunfadora, porque contaban con unos elementos que marcan su diferencia: (a) Mensaje personal de salvación. (b) Opción por los pobres y vinculación comunitaria. (c) Fidelidad personal, confianza. (d) Capacidad de adaptación. Frente a otros grupos (especialmente judíos) con un mensaje particular, que les aislaba del ambiente, los cristianos asumieron y cultivaron los valores universales del judaísmo, del helenismo y del imperio, dialogando así con los restantes movimientos de la sociedad. La grandeza del cristianismo se expresaba en su misma «versatilidad», es decir, en su capacidad de apertura y diálogo, tanto en perspectiva social (opción por los pobres) como institucional (en su manera de recrear sus instituciones).
Concepción del mundo en las riberas del Mediterráneo oriental en torno al siglo I
Por lo que se refiere a la mentalidad judía, eh aquí algunas de las preocupaciones que más angustiaban las mentes judías en torno al siglo I de nuestra era:
la existencia del mal y su origen; las relaciones que debían mantener los israelitas con los paganos; la justicia de Dios en este mundo y el sufrimiento y fracaso aparente de los justos; la urgencia de la salvación y la figura que habría de ejecutarla: el mesías; el destino futuro del hombre: inmortalidad o no del alma, la resurrección, el juicio futuro; la libertad del ser humano y la de Dios a pesar de la predestinación; el intento de plasmar una ética interior que diera vida a los múltiples preceptos de la Ley y condujera a la salvación; los deseos de justificación partiendo de un estado de pecado.
Por su parte, un cambio en la concepción del mundo experimentó el helenismo de los últimos tiempos y el comienzo de la época imperial. Fue en estos momentos cuando las ideas astrológicas, importadas en último término de Babilonia, empezaron a adquirir popularidad. La Tierra fue concebida, por unos, como una esfera, y por otros, como una superficie plana, pero siempre como el centro de atención del mundo sublunar. Por encima de la luna se encontraba el ámbito de los planetas, que ejercían un poderosísimo influjo en la vida de los mortales, normalmente para mal. Por encima de los planetas se hallaba el círculo de las estrellas fijas y el sol, sede de la divinidad. La antropología más extendida pensaba que el alma del hombre procedía y era consustancial con el ámbito más extremo y puro del sol y de las estrellas fijas donde habitaba la divinidad. Gracias a diversos conocimientos de los mecanismos astrológicos, el ser humano podía proteger su alma y su cuerpo del maléfico influjo de los planetas y lograr que al final de la existencia, al menos su parte superior, llegara a la región del sol y de las estrellas fijas. La cosmología contribuía así a formar una doctrina del origen celeste del hombre y a fomentar el ansia de salvación, es decir, el deseo de volver al lugar más excelso de donde en esencia procede. Además tanto para los platónicos como para los estoicos el mundo estaba lleno de démones o seres divinos intermedios entre Dios y el ser humano. Lo mismo que el alma del mundo podía estar dividida para algunos platónicos en alma buena y mala, así también los démones se diversificaban en buenos y malos, según su actuación respecto al hombre. Contra ellos existían diversos remedios, provenientes sobre todo de la magia.
La salvación en el centro de sus preocupaciones. El ansia y la angustia por la salvación y la inmortalidad era el tema común, obsesivo diríamos, tanto de la religión grecorromana como de la judía en el siglo I. La salvación y la inmortalidad formaban parte de las preocupaciones esenciales de las gentes comunes de aquella época en las riberas orientales del Mediterráneo. Es en ese contexto cultural que aparece la figura de Jesús de Nazaret y el desarrollo de su actividad. Jesús fue un judío. Sus raíces están en el mundo israelita. Su cosmovisión muy diferente a la actual nuestra. Sólo desde la cosmovisión del Antiguo Testamento y desde el judaísmo se le puede entender de una manera correcta. Su mundo forma parte del mundo semita. Su cosmovisión, la propia del mundo hebreo. Su pensamiento, enraizado en el tipo de judaísmo propio de su tiempo. Su mensaje fue recogido, interpretado y proclamado por sus seguidores de forma diversa. En su intento de expansión fueron muchos los cristianismos “derrotados”. Fue la corriente paulina la que sobretodo se impuso. El núcleo básico de la teología de Pablo de Tarso está orientado hacia la salvación del ser humano fundamentalmente. El núcleo de esa teología puede resumirse así: el descenso al mundo, en la plenitud de los tiempos y según un plan divino predeterminado, del Salvador. La salvación del ser humano viene de arriba, de los cielos, pues la acción humana no es en absoluto eficaz para restablecer la amistad con la divinidad rota por el pecado. El descenso del Salvador implica que hay dos ámbitos en el universo: el mundo de arriba y el de abajo. El del cielo, divino, espiritual, el reino de la luz, del que procede la salvación; y el de abajo, material o carnal, el reino de las tinieblas, controlado por el Príncipe de este mundo; pero un ámbito que necesita y puede ser salvo.
La concepción del mundo arriba/abajo, Dios y su Hijo, el envío de este al mundo y la posibilidad de la revelación se enmarca en una concepción del universo y de la posición de la Tierra y del Cielo en él, que tiene sus orígenes remotos en Mesopotamia, pero estaba plenamente vigente entre el pueblo en general tanto en el Israel del siglo I como en el mundo grecorromano del Mediterráneo oriental. El mundo antiguo que nos concierne consideraba el universo como dividido en tres grandes zonas: el cielo, la tierra, plana, cuya parte seca está rodeada por las aguas y un ámbito inferior, subterráneo y obscuro. El cielo está lleno de aire y no es propiamente tangible. La Tierra se imagina como una superficie plana, generalmente cuadrada y seca. La tierra es el centro del universo y sobre ella giran tanto el sol, la luna y el ámbito de las “estrellas fijas”. El infierno está en la parte más baja de esta zona inferior, a donde no alcanzan las raíces de la tierra. Debajo de él no hay nada. Hay una cierta posibilidad de comunicación entre el Cielo y la Tierra. Algunos privilegiados por la divinidad pueden gozar de visiones o de raptos del alma hasta llegar a donde Dios quiera y contemplar los “misterios” que Éste desee.
En tiempos de Jesús se concebía que la divinidad se mantenía relativamente distante, trascendente, en la cúspide del cielo más alejado. Pero los ángeles hacen función de mensajeros entre lo de arriba y abajo. Por medio de ellos, o por cualquier otro emisario Dios interviene en la historia humana. Para los griegos, no hay problema en que la divinidad tenga hijos "naturales", nacidos algunos de ellos por la unión de un dios y una mortal. En el ámbito judío de la época de Jesús y Pablo esta posibilidad ni se contempla. Dios es totalmente único y no tiene hijo “directo” alguno. Pero si se mezclan distintas mentalidades, las paganas y la judía, podría caber el envío por parte de la divinidad de un Hijo suyo. Es ésta una posibilidad abierta y sencilla y que de hecho se dio. Se comprende perfectamente, pues, que en esta concepción del mundo la revelación de Dios a los mortales, su preocupación por ellos (en la mentalidad judía), el envío de mensajeros, la comunicación reveladora en suma es perfectamente posible. No se discute ni se plantea la imposibilidad de la revelación. Esta mentalidad puede adscribirse al Jesús histórico con las debidas cautelas, y desde luego a Pablo de Tarso, ciudadano de dos culturas, la judía y la griega, dentro del Mediterráneo oriental. Tener en cuenta este trasfondo es fundamental para entender el núcleo de la teología paulina. El núcleo de la teología básica de Pablo de Tarso está orientado hacia la salvación del ser humano fundamentalmente. El ansia y la angustia por la salvación y la inmortalidad era el tema común, obsesivo diríamos, tanto de la religión grecorromana como de la judía en el siglo I.
Elaboración a partir de materiales diversos
Ver también: El ambiente filosófico-religioso en el mundo helenístico precristiano
Ver también la sección: RELIGIONS