Se dice que el ser humano está hecho para el
infinito. Y muchos de nuestros anhelos parecen
demostrarlo. Más tardamos en alcanzar una meta que en
lanzarnos a la conquista de una nueva. Las olimpiadas,
la ciencia y la tecnología son testigos de este hecho.
Cada cuatro años se busca romper los récords que tanto
costó conseguir. El descubrimiento de una cura nos lleva
a buscar los medios para hacerla asequible para todos.
El último programa de computación pronto quedará
obsoleto.
Así somos los seres humanos: aparentemente insaciables en nuestras aspiraciones.
Siempre tendiendo a más. Siempre queriendo mejorar.
Siempre buscando saber más y hacer más. Este es
uno de los tantos aspectos que nos diferencian de los
animales. No nos conformamos con lo ya alcanzado. Y lo
más interesante es que nunca llegaremos a agotar nuestro
potencial. Siempre podremos mejorar e ir a más.
En nuestra propia vida sentimos este mismo
anhelo de plenitud. Quisiéramos saberlo todo, probarlo
todo, vivirlo todo. ¡Qué difícil resulta a veces escoger
carrera! por ejemplo, o comprometerse con un novio,
cerrando las puertas a todas las demás posibilidades.
Vemos en estas decisiones a las enemigas de la propia
libertad, llave maestra para todos nuestros deseos y
anhelos. Y sin embargo estas opciones son las que van
tejiendo la trama de nuestra vida. Sin ellas, nos
quedamos con todas las puertas cerradas, probando de
todo pero sin hacer nada propio.
La vida es como
un castillo lleno de puertas. Cada una nos invita a
entrar en una aventura diferente que nos presenta a la
vez nuevas puertas por las que habrá que optar. Quien no
se decide por ninguna, simplemente se pierde la
diversión que se esconde tras ellas. No es posible pasar
por todas, pues al tomar un camino se excluyen otros,
pero cada puerta nos abre nuevas posibilidades que no
estaban a nuestro alcance de no haberla escogido.
En definitiva, de esto trata el vivir: optar
constantemente por un camino, excluyendo los demás. Y
esto lo hacemos a cada instante, aunque no nos demos
cuenta. Cada vez que nos sentamos delante del televisor
a ver un programa, estamos excluyendo otras actividades
que podríamos hacer en ese tiempo; cuando no podemos
asistir a una reunión social por tener trabajo
pendiente, estamos eligiendo una actividad sobre la
otra; el leer una revista en lugar de una novela,
implica una elección; el pertenecer a un club de ayuda
social o a uno deportivo; el aceptar o no una cita; lo
que haga en mi tiempo libre, y hasta el tener o no ese
tiempo disponible para mi persona, refleja de alguna
manera lo que tiene importancia para mí en la vida.
Sin embargo, muchas veces no nos sentamos a
pensar en esto y estas elecciones inconscientes no
siempre reflejan el tipo de persona que queremos llegar
a ser. Muchas veces, el cansancio o la rutina nos hacen
aceptar indiscriminadamente lo que viene o lo que nos
implica menos esfuerzo. Cuántas cosas a nuestro
alrededor suceden sin que estemos de acuerdo con ellas,
pero sin que movamos un dedo para cambiarlas. Muchas
veces quisiéramos dedicarle más tiempo a la familia, o a
actividades culturales, o a oxigenar un poco nuestra
mente, pero el ritmo de vida tan apretado nos lo impide.
Pareciera que estamos en una espiral que nos come, de la
que no podemos salir. ¿Será realmente que no podemos
hacer nada para arreglar nuestro horario según nuestras
prioridades? Tal vez la dificultad radica en que no
tenemos claras esas prioridades, por lo que no podemos
ordenar nuestra vida de acuerdo con ellas.
No es
tan difícil como parece. Lo importante es decidir
claramente sobre pocas cosas claves en la vida, y ser
consecuente con esa decisión en las pequeñas cosas. Por
ejemplo, una gimnasta que quiere ir a las olimpiadas
tiene muy clara su prioridad, y todo lo demás gira en
torno a ella: alimentación, horario, actividades,
familia, etc. De la misma manera, es importante que
nosotros tengamos muy claro qué queremos hacer con
nuestra vida: si lo principal para mí es mi familia,
sabré dejar de lado muchas otras cosas que, aunque sean
buenas, me impiden dedicar tiempo a los míos; si quiero
cultivar mi inteligencia y ampliar mi cultura, entonces
necesitaré optar por ciertas actividades o lecturas que
me ayuden a hacerlo.
Pero ¿por dónde empezar?
¿Qué es lo que necesitamos priorizar? En nuestra vida
hay diversas dimensiones distintas que necesitamos
cultivar si queremos tener una vida armónica y completa. En el momento en que nos olvidamos de alguna, corremos
el riesgo de no desarrollar algún aspecto que después
nos hará falta. Estas dimensiones son la física, que se
refiere al cuidado de la salud, de la alimentación sana,
del ejercicio que nos permite estar en buenas
condiciones para rendir adecuadamente en los demás
aspectos de la vida. La dimensión afectivo – social es
también muy importante para el desarrollo psicológico de
la persona. Está la dimensión cultural que abarca tanto
el aspecto intelectual como estético que nos ayuda a
elevar el espíritu y a comprender y a afrontar de una
manera más reflexiva las distintas realidades que se nos
presentan. Y no podemos olvidar las dimensiones ética y
espiritual que en última instancia definen el tipo de
persona que somos.
Si quiero vivir una vida
armónica, he de buscar en la medida de lo posible dar
respuesta a todas estas dimensiones, viendo cuáles son
más importantes y valiosas para mí, y de qué manera
puedo y quiero yo desarrollar cada una, para asegurar
que no las deje fuera del juego. Estableciendo de este
modo mis prioridades, podré más fácilmente decidir qué
camino tomar a cada paso de mi vida, sin agobios por una
parte, pero sin dejar al azar lo que va configurando el
tipo de persona que quiero ser. A fin de cuentas, de
esto trata el vivir.
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