AGUSTÍ ON DE ROCS
P. Strathern
INTRODUCCIÓN
La Edad de Oro de la filosofía llegó a su fin con la muerte de
Aristóteles el año 322 aC.. Lo que había sido objeto de razonamientos
coherentes degeneró en gran medida en actitud o comentariados corrientes
de pensamiento sobresalen: el
estoicismo
y el epicureísmo.
La filosofia estoica fue originada por
Zenón de Citio,
nacido en Chipre a principios del siglo III aC. Zenón fue un capitalista
de éxito hasta que perdió todos sus recursos en un naufragio. Se sintió
inmediatamente atraído por los
cínicos,
que pensaban que las posesiones materiales no tenían la menor
importancia. Zenón partió de esta actitud para desarrollar su propia
filosofia estoica, que recibió su nombre de los
stoa
(columnas)
de la arcada de Atenas donde enseñaba. Zenón adoptó la actitud estoica
frente a la vida. Afirmaba que los hombres se dividen en dos categorías.
El primer grupo (todos los estoicos) consistía en los sabios,
indiferentes a todo excepto a su propia sabiduría. El resto eran los
tontos.
La sabiduría consistía para los estoicos en renunciar a las pasiones y
llevar una vida de virtud, lo que implicaba el control de sí mismo, la
fortaleza frente a la adversidad y la conducta justa.
La filosofía estoica se desarrolló durante siglos y llegó a estar en
boga en Roma, especialmente entre los miembros desilusionados de las
capas altas, que tenían que soportar los caprichos de emperadores
recalcitrantes. El dramaturgo Séneca trató incluso de enseñar el
estoicismo a Nerón, pero el emperador demostró no tener el temperamento
adecuado para esta filosofía.
Finalmente, en el siglo II d.C., el estoicismo fue adoptado por el
emperador Marco Aurelio, que escribió una serie de meditaciones bastante
pomposas y banales durante sus largas campañas contra los bárbaros
transdanubianos.
Otras posturas filosóficas similares dieron origen a los
cínicos,
antes mencionados, y a los
escépticos,
que pensaban que no sabían nada, pero que no veían ninguna contradicción
en enseñar esto.
Pero la tendencia más importante después de la de los estoicos fue la
iniciada por Epicuro, que nació a mediados del siglo IV aC.,
probablemente en Samos.
Epicuro
se estableció en Atenas y fundó una comunidad que vivía en su huerto y
seguía su filosofía, opuesto al estoicismo en muchos aspectos y conocida
como epicureismo. Los estoicos renunciaban a los placeres y los
epicúreos estaban por la buena vida. Pero el propio Epicuro pensaba que
la buena vida consistía en la sencillez extrema, en vivir a pan y agua,
con quizá un poco de queso los días de fiesta. Su objetivo (y el de su
filosofía al principio) era el de alcanzar una vida libre de todo
sufrimiento. El sexo, la bebida, las ambiciones de todo tipo –en suma,
la gran vida- traían como resultado resacas y decepciones, el
sufrimiento, en suma, y lo mejor era evitar sus causas. Los romanos,
poco proclives a tales finezas filosóficas, abrazaron ávidamente el
epicureismo, pero con sus propias ideas acerca de lo que es la gran
vida, que comprendía muchísimo más que pan y agua. De este modo se
corrompió el epicureismo, adquiriendo la connotación de permisividad
egoísta que mantiene hasta el día de hoy.
Casi todos los demás filósofos de este período se concentraban en la
obra de sus grandes predecesores y su actividad consistía principalmente
en comentarlos, analizarlos y reelaborarlos, y en la sofistería. Los más
destacados de entre estos nada originales filósofos eran los seguidores
de Pitágoras y Platón. El más grande de estos últimos fue Plotino, que
desarrolló la tendencia religiosa del platonismo, incorporando diversos
rasgos místicos. Al final, su filosofía apenas podía ser reconocida como
platonismo, por lo que se la denominó neoplatonismo.
El acontecimiento intelectual más importante de los primeros siglos
después de Cristo fue la difusión del cristianismo. Éste sirvió de
barrera a todo desarrollo filosófico serio hasta la llegada de Agustín.
AGUSTÍN. VIDA Y
OBRA.
“Fui a Cartago, donde terminé en un bullente caldero de lascivia. En un
frenesí de lujuria hice cosas abominables; me sumergí en fétida
depravación hasta hartarme de placeres infernales. Los apetitos carnales,
como un pantano burbujeante, y el sexo viril manando dentro de mí
rezumaban vapores…” San Agustín era un maníaco sexual, o eso es lo que
pretende hacernos creer. Se castiga página tras página de sus famosas
“Confesiones” por ser “el más vil esclavo de las bajas pasiones” y por
recrearse en “la basura de la impudicia, el negro río infernal de la
lujuria”. Pero el lector expectante pasa las páginas con decepción
creciente en busca de ejemplos reales de esta lascivia enloquecida, de
modo que no se sabe qué hacía Agustín exactamente en los suntuosos nidos
de vicio de Cartago.
Agustín nació el año 354 dC en la pequeña ciudad de Tagaste, en la
provincia romana de Numidia (ahora Souk Abras, en el hinterland
nororiental de Argelia). Parece ser que sus padres fueron una pareja de
clase media, bastante borrachines los dos. Su padre, muy bebedor, llegó
a mostrar síntomas alcohólicos de desintegración emocional, en forma de
una persecución obsesiva de las mujeres y de accesos violentos, después
de lo cual la madre de Agustín, Mónica, abjuró del demonio de la bebida
y transformó sus frustraciones y desilusiones en ambiciones para su hijo.
Conocemos bastante de la juventud de Agustín por las descripciones que
hace en sus “Confesiones”. Desde un principio, Mónica parece haber
abrumado al pequeño Agustín, si bien éste no aventura nunca una palabra
en contra de su madre, cuy obsesivo cristianismo puritano impregna el
libro desde la primera página. “¿Quién me quitará los pecados que cometí
de bebé?” se pregunta Agustín, reprochándose los llantos pidiendo la
leche de su madre. “Fui en verdad un gran pecador”, comenta, sin ironía,
recordando su falta de interés en la escuela.
No hay duda ninguna de que Mónica manejaba la vida familiar. Incluso se
las compuso para que el desventurado Patricio se convirtiera al
cristianismo un año antes de su muerte, casi con certeza en un arranque
de remordimiento alcohólico. Y cuando pareció que el joven Agustín había
heredado algunas de las horribles costumbres de su padre, fue expulsado
del hogar. Pero sólo por breve tiempo, pues Mönica no quería soltarle de
sus garras.
Mientras tanto, Agustín seguía luchando con su Problema. Desesperado, se
volvía a veces hacia Dios, implorándole conmovedoramente, “Señor, dadme
la castidad, pero no ahora”. No quería que Dios le “curara demasiado
pronto de la enfermedad de la lujuria, que deseaba satisfacer, no
apagar”.
Agustín era un muchacho sumamente brillante y Mónica tenía ambiciosos
proyectos para él. Antes de morir Patricio, había reunido el dinero
suficiente para que el chico prosiguiera su educación en Cartago. Allí,
lejos de su madre, Agustín tuvo varias experiencias en burdeles y se
aficionó al teatro (descrito después en las “Confesiones” como “una
sarna asquerosa, que crece y se ulcera con un horrible pus. ¡Qué delirio
tan miserable!”). Se puso a vivir con una mujer, con quien había de
mantener una relación amorosa larga y fiel y que tuvo de él un “hijo
fortuito”. (Nada se dice en contra de ella como persona en las “Confesiones”,
lo que le perturbaba fue lo que repetida y placenteramente hacían juntos).
Pero Agustín no era un simple pedante con problemas. La turbulencia que
le arrastraba a tales extremos de (prendida) lascivia y de (puramente
literario) envilecimiento le impulsaba con igual fuerza a descubrir la
verdad acerca de sí mismo. ¿Por qué se comportaba de tal manera? ¿Cómo
podía ser tan total y despreciablemente vil y sucio y, al mismo tiempo,
anhelar la pureza con ansia semejante?
No se contaba con la psicología que podría haberle reducido a una
normalidad vulgar, y el cristianismo que le ofrecía su madre parecía
demasiado simple para satisfacer su exigente intelecto. Lo que
necesitaba era una explicación convincente de sus dificultades, lo
bastante profunda para que él pudiera creerla. Comenzó a leer a Cicerón
y se sintió enseguida atraído por la filosofía. Fue Cicerón, un graduado
de la Academia de Platón, quien le enseñó el difícil negocio de pensar
adecuadamente. Pero Cicerón no ofrecía soluciones.
Agustín encontró lo que buscaba en el maniqueísmo. Esta secta casi
cristiana había sido fundada un siglo antes por un persa llamado Mani,
que había pretendido ser el Espíritu Santo y había sido crucificado por
adoradores del fuego. El maniqueísmo era en esencia dualista y sus
partidarios creían que el mundo es producto del conflicto entre Dios y
el Mal (o entre la Luz y la Oscuridad). El alma humana es luz, atrapada
en la oscuridad de la que debe tratar de liberarse. Ésta era una
creencia hecha a la medida para Agustín en la situación en que se
encontraba, aunque había sido proscrita, como herejía, por la iglesia
cristiana. Agustín se entregó al
maniqueísmo
con los brazos abiertos.
Mónica no recibió satisfecha a su hijo después de sus cuatro años de
estudio en Cartago. Podía aceptar a la amante y al niño (ya se
encargaría de esto más tarde), pero el maniqueísmo era otra cosa,
afligía su corazón y no quería ocultarlo. Entretanto, Agustín comenzó a
enseñar retórica en su ciudad natal y a interesarse por la astronomía.
Un año después, ya con veinte años, seguía siendo ambicioso y regresó a
Cartago, en cuya universidad trabajó como profesor visitante. Por
desgracia, los tiempos estaban cambiando y no había manera de controlar
a los estudiantes. Los problemas de disciplina eran tan grandes que la
enseñanza resultaba virtualmente imposible. Agustín decidió ir a Roma
con su amante y su hijo en busca de trabajo.
Ya por entonces, Agustín comenzaba a albergar dudas del maniqueísmo. Los
últimos descubrimientos en astronomía
no
casaban con las explicaciones
mitológicas de los cielos que ofrecían los maniqueos. Agustín recibió la
visita del obispo Fausto, el sabio maniqueo, y juntos discutieron sobre
estos temas, pero el buen obispo hubo de confesar que no tenía
respuestas, lo cual hizo meditar a Agustín.
Madre no aprobaba el proyectado viaje a Roma y se trasladó a Cartago
para hacérselo saber. Hubo una escena en el puerto antes de que el barco
se hiciera a la mar, con Mönica “abrazada a mí con toda su fuerza, con
la esperanza de que, o bien yo regresaba a casa, o bien la llevaba
conmigo”.
Agustín prosiguió en Roma su trato con los maniqueos. No obstante sus
dudas, continuaba creyendo, según su doctrina, que no somos nosotros
quienes pecamos, sino otra naturaleza más tenebrosa que se apodera de
nuestras almas. Continuó enseñando, y en menos de un año ya se había
hecho notar su brillantez intelectual. Le fue ofrecido un puesto de
profesor de retórica en Milán.
Milán había reemplazado recientemente a Roma como capital administrativa
el Imperio Romano, que se encontraba en el proceso de división en sus
dos mitades oriental y occidental. El imperio entraba en uno de los
episodios y más exóticos de su largo declinar, con la coronación de
emperadores adolescentes y cosas de este estilo. (El ejército se había
superado a sí mismo proclamando emperador a un niño de cuatro años, pero
se paso cortésmente por alto este ejemplo de inteligencia militar y, en
su lugar, se puso por breve tiempo un adulto degenerado). El emperador
que gobernaba a la sazón residía en Milán, pero la figura más influyente
era la del obispo Ambrosio, quien luego sería hecho santo. Su poder era
tan grande que había ordenado recientemente al
emperador Teodosio
cumplir una penitencia por haber sido responsable de una masacre en
Tesalónica.
Ambrosio
era uno de las mentes más capaces de la Cristiandad y sus sermones
atraían una amplia audiencia. Agustín acudió a uno de ellos y se
desengañó en el acto de dos prejuicios que había mantenido respecto del
cristianismo. Vio que un hombre de gran inteligencia podía varar esta
religión y vio también que la Biblia era un libro más profundo de lo que
él había creído y que no siempre había de ser comprendido literalmente.
Un año después de la llegada de Agustín a
Milán,
su madre le alcanzó por fin. Ahora podía él asegurar a Mónica que ya no
era maniqueo, pero tampoco era todavía cristiano, todavía albergaba
grandes ambiciones de “fama, riquezas y matrimonio”. Parece ser que
Mónica estaba a favor y pronto le persuadió de que había llegado el
momento de encontrar una buena esposa. Se eligió una muchacha de una
familia apropiada y se prometieron, a pesar de que ella era tan joven
que tenían que esperar dos años antes de poder casarse legalmente. Pero
había que pagar un precio, y éste era que “la mujer con la que había
estado viviendo (durante más de doce años) debía apartarse de mi lado
por ser un obstáculo a mi matrimonio, y éste era un golpe que hizo
sangrar mi corazón, pues la amaba tiernamente”. La amante de Agustín
–que permanece sin nombre en las “Confesiones”- fue obligada a dejar su
hijo con Agustín y enviada a África, “con la promesa de no entregarse a
ningún otro hombre”.
Agustín se encontraba, más que nunca, atormentado por el “problema
del mal”. No
podía ya creer en los maniqueos, debido en gran parte a su inferioridad
intelectual. No eran capaces de responder sus preguntas sobre astronomía
ni de explicar el problema de su irrefrenable impulso sexual, pero no
parecía haber alternativa a su interpretación dualista del mundo. El
alma de la Luz dentro de él permanecía indefensa y fuera de su control,
en las garras de la Oscuridad. Sin embargo, la mera noción de dualismo
le resultaba cada vez más inaceptable. Entonces descubrió los escritos
de Plotino.
Plotino
había nacido en Alejandría a comienzos del siglo III d.C.. Al igual que
muchos críticos brillantes, pensaba que comprendía lo que leía mejor que
el propio autor. En este caso, Plotino estaba convencido de que
comprendía la filosofía de Platón mucho mejor que éste. En sus intentos
por explicar lo que Platón había tratado realmente de decir. Plotino
transformó las teorías originales de Platón en lo que llegó a ser
llamado neoplatonismo.
En el receptáculo de la
teoría platónica. Plotino vertió un cóctel de esencias de Pitágoras,
Aristóteles y los estoicos, añadiendo unas cuantas gotas de su propio
misticismo.
Como Platón, los neoplatónicos pensaban que la realidad última y el bien
son trascendentes. La realidad más alta es el Uno. Las cosas emanan de
esta unidad en orden descendente de realidad, valor e integración. El
mal surge en la materia dispersa en el punto más bajo de la escala, el
más alejado del Uno. Esto significaba que no había necesidad del
dualismo para describir la naturaleza del mal, como pretendían los
maniqueos. Para los neoplatónicos, el mal era meramente la ausencia del
bien; era la cosa más alejada de la suprema realidad del Uno, y así la
cosa menos real de todas. Aquí estaba la respuesta al dualismo
inaceptable para Agustín, una respuesta que resolvía de una vez por
todas el problema del mal (Apenas si existía).
En este estado de su desarrollo, el platonismo semejaba en motivos
aspectos una versión filosófica del cristianismo, aunque sin un Dios
cristiano. Todo este tiempo, Agustín se aproximaba más y más al
cristianismo de su madre, en su búsqueda de la verdad llegó incluso a
leer las epístolas de San Pablo, pero no se decidía todavía a dar el
paso definitivo.
Esta crisis espiritual llevó a Agustín, hacia agosto del año 388 d.C.,
hasta el borde de una crisis nerviosa. Un día, en medio de un torbellino
de cólera y angustia, consecuencia de su estado de indecisión, buscó
alivio en la quietud de su jardín. Se mesaba los cabellos y se golpeaba
la frente con los puños, cayó al suelo debajo de una higuera y estalló
en lágrimas. Lentamente llegó a tomar conciencia de la voz cantarina de
un niño que cantaba en una casa vecina, “Tolle, lee. Tolle, lege” (Toma
y lee). Al principio creyó que se trataba de un juego infantil, pero
pronto se apercibió de que “esto sólo podía ser un mandato divino para
que abriera las Escrituras y leyera las primeras líneas sobre las que
cayeran mis ojos”. Cesó inmediatamente de sollozar, se levantó y corrió
hacia la copia de las
epístolas de San Pablo
que había dejado en un banco. Cogió el libro, lo abrió, y leyó las
primeras palabras que vió: “… no en orgías y borracheras, no en la
lascivia y la impudicia, no en la disensión y la envidia. En lugar de
esto, toma en ti al Señor Jesucristo, y no gastes más tiempo pensando en
la carne y en satisfacer sus placeres” Agustín se había convertido.
Volvió a la casa y contó a su madre lo que le había sucedido; y ella se
colmó de gozo.
Agustín renunció a la enseñanza y desechó la idea de matrimonio. El
sábado antes de la Semana Santa del 387, fueron bautizados él y su hijo
Adeodato por Ambrosio en Milán. Agustín y su madre decidieron regresar a
Numidia, pero cuando se disponían a embarcar en el puerto de Ostia,
Mónica enfermó de fiebres. Agustín hizo lo que pudo por cuidarla, pero
su misión se había cumplido y expiró.
La madre de Agustín fue canonizada años más tarde y es hoy la santa
patrona de las mujeres casadas. Sus sagrados restos fueron trasladados a
Roma, donde, muy apropiadamente, reposan en la iglesia de Sant’Agostino.
Con la muerte de Santa Mónica termina la parte narrativa de las
“Confesiones” que Agustín escribiría una década más tarde.
Agustín se hizo a la vela hacia África y regresó a Tagaste, acompañado
por varios amigos devotos. Establecieron una comunidad para llevar una
vida monacal; Agustín pasaba la mayor parte de su tiempo escribiendo y
estudiando. A pesar de las protestas que hace de su carácter apasionado
y pecador, Agustín fue esencialmente una personalidad contemplativa. Era
éste el tipo de vida que más le gustaba y fue durante ese período cuando
se dedicó a pensar y a poner los cimientos de su filosofía.
Agustín se había sentido particularmente impresionado por los elementos
místicos del neoplatonismo, y por la idea de que el más íntimo espíritu
del hombre lo une a la realidad suprema. Plotino pensaba que hemos de
mirar profundamente dentro de nosotros mismos para alcanzar el Uno
supremo, la realidad última. Ésta había sido la experiencia de Agustín y
ahora trataba de conciliar la doctrina de Plotino con el cristianismo de
San Pablo. Con el tiempo, llegó a avenir todo el neoplatonismo con las
enseñanzas de la Biblia.
La fusión de estas dos doctrinas, que estaban lejos de ser
complementarias, fue la contribución más importante de Agustín a la
filosofía. No sólo proporcionó así al cristianismo un apoyo intelectual
fuerte, sino que lo enlazó con la tradición filosófica griega. De este
modo pudo el cristianismo mantener encendida, si bien débilmente, la
llama de la filosofía durante la Edad Media.
Agustín originó muchas ideas filosóficas propias a lo largo de su obra.
El pensamiento griego de Plotino, parecido en esto al nuestro de hoy, no
podía aceptar que algo pudiera ser creado de la nada, como en la Biblia,
Para los neoplatónicos, el Uno era intemporal y no tenía propósito. Con
el fin de hacer consistente el neoplatonismo con el Génesis, Agustín
introdujo en aquél la creación y la “voluntad de Dios de que las buenas
cosas sean”. Pero con esto se enfrentaba a una dificultad.
¿Cómo podía el Uno (ahora
Dios) intemporal obrar en el tiempo?
Este problema condujo a Agustín a proponer una
teoría del tiempo mucho más
avanzada que cualquier pensamiento griego sobre la materia,
y que no fue desafiada hasta la teoría de Kant, trece siglos más tarde
(que para algunos no es sino el desarrollo de la idea original de
Agustín). Según Agustín, Dios existe fuera del tiempo, y éste comenzó
sólo con la creación del mundo. Así pues, no es válida la pregunta sobre
qué sucedía antes de que el mundo fuera creado.
Para Agustín, el tiempo es
subjetivo y
existe sólo en la mente humana como un aspecto de nuestra manera de ver.
No podemos ver el mundo de otra manera, aunque la realidad última no
está sometida al tiempo.
Este subjetivismo esencialmente ciego, inconsciente, llevó a Agustín a
cuestionar las bases del conocimiento objetivo. ¿Qué podemos conocer de
la realidad última, si está más allá de nosotros en todo sentido? Y en
verdad, ¿qué sabemos? Nada con certeza, excepto que existimos y que
pensamos. Estas ideas de los “Soliloquios” de Agustín se anticipan en
más de once siglos al famoso “Cogito
ergo sum” (Pienso,
luego existo) de Descartes, que había de ser una revolución en la
filosofía. Este pasaje fue pasado por alto, o no desarrollado, por los
sucesores medievales de Agustín; por fortuna, pues de lo contrario
habrían terminado probablemente quemados en la hoguera.
El año 391, Agustín visitó Hipona (antes Bône, ahora Annaba, en la costa
nororiental de Argelia). Allí, el obispo Valerio le convenció de que
debía ordenarse sacerdote, obligándole a abandonar su comunidad. El
anciano Valero nombró a Agustín, antes de que pasaran cinco años, obispo
auxiliar de Hipona, y cuando Valerio murió, un año más tarde, Agustín
fue encargado de todo el trabajo pastoral.
En aquellos tiempos, el obispo no era sólo el sacerdote local más
importante, sino también profesor de teología y juez civil. No obstante
esta pesada carga, Agustín produjo una obra fecunda. Durante los dos
años siguientes a su nombramiento de obispo escribió innumerables
panfletos y sermones y mantuvo una correspondencia amplia. De entonces
son sus “Confesiones”. Además de exponer las agonías sexuales de su
juventud, las “Confesiones” contienen los más profundos enunciados de fe
de toda la literatura cristiana y un esbozo de su filosofía, incluyendo
su original teoría del tiempo.
Por desgracia, no todo la vasta producción literaria de Agustín fue de
tan alta calidad. Como muchos conversos, Agustín se obsesionó con las
finezas de la doctrina de la iglesia y malgastó una buena parte de su
precioso tiempo en injuriosas campañas en contra de las desviaciones del
pensamiento ortodoxo. La
herejía maniquea,
que tan bien conocía, fue particular objeto de vituperio (“este horrible
excremento mental”). Pero no era ésta la única herejía.
Los donatistas,
por ejemplo, formaban una secta cristiana que había alcanzado
prominencia en el norte de África a principios del siglo IV, cuando
rompieron con la iglesia de roma.
Los donatistas sostenían
que la iglesia debía permanecer libre de toda interferencia con el
Estado. Nada había de malo en ello, pero una parte central de su
programa consistía en provocar una revolución en contra del Estado,
a lo que se seguiría la llegada de los Cuatro Jinetes del Apocalipsis y
el fin del mundo. Guerreros campesinos, los llamados circuncelliones,
colaboraban con este programa social.
Los donatistas veían la guerra con buenos ojos, pues demostraba la
maldad del mundo. Creían en una vida de penitencia y persecuciones que,
si tenían suerte, acabaría en el martirio, de modo que era muy difícil
erradicarlos, pues recibían de buen grado toda acción en su contra, ya
que solamente confirmaba sus puntos de vista. Una buena parte de los
cristianos del norte de África se habían pasado a esta herejía cuando
Agustín fue nombrado obispo de Hipona, de modo que tuvo que emplear
mucho tiempo polemizando y condenándolos en los términos más violentos.
Más tarde, Agustín hubo de convertirse también en azote de los
pelagianos.
Esta secta herética había sido iniciada por un
monje galés llamado
Morgan (nombre en gaélico para marinero y traducido al latín como
Pelagius).
Cuando el hermano Morgan llegó a Roma, su probo espíritu galés se
espantó de la laxitud moral del clero, que tendía a considerar sus votos
de manera más frívola y mediterránea. Morgan descubrió pronto la causa
del problema, y es que un día escuchó un sermón en el que el obispo se
refería a un pasaje de las “Confesiones” de Agustín (que al detenerse en
vagas salacidades había estimulado ventas e imaginaciones a lo ancho de
la Cristiandad). El pasaje citado por el obispo explicaba la opinión de
Agustín de que el bien no es posible sin la intervención de la gracia
divina, doctrina ésta que bordeaba la idea de predestinación. Morgan se
percató de que muchos utilizaban esta doctrina como excusa para la
laxitud moral, pues no tenía objeto esforzarse en ser bueno si ello
dependía de la intervención de la gracia divina.
Morgan se opuso
con una doctrina propia, que decía que no existe el pecado original, y
que el hombre es capaz de ganar el cielo sin ayuda de la gracia de Dios.
Tan perniciosa herejía suscitó una tormenta de protestas, sobre todo de
Agustín, que se dispuso de inmediato a defender su teoría ética y
escribió una serie de encendidas polémicas, embistiendo contra el
malvado galés y su creciente banda de seguidores.
Agustín malgastó gran parte de su tiempo en tareas de propaganda y se
hizo famoso por toda la Cristiandad como abanderado de la ortodoxia. (Según
Agustín, hasta los niños no bautizados están destinados a la condenación
eterna.) Uno no puede dejar de preguntarse qué es lo que hizo que un
gran pensador como Agustín dedicara tanto tiempo y energía a tamañas
tonterías, pero esto no se debía a ningún rasgo psicológico individual,
sino que era el síntoma de una manía colectiva que se apoderaría de la
iglesia durante muchos siglos. Desde la perspectiva de la historia sólo
podemos asombrarnos de la contumacia de Agustín y de otras grandes
mentes de la época, que malgastaron de tal manera su tiempo. El imperio
Romano se encontraba en los últimos vestigios de su colapso antes de la
Edad Media y los intelectos más finos de la Cristiandad se enzarzaban en
amargas controversias acerca de la intervención de la gracia divina,
sobre si los niños sin bautizar iban al infierno, o sobre la necesidad
de la castidad.
El año 410 d.C., Alarico y los visigodos victoriosos se dedicaron de
manera entusiasta al saqueo de Roma. Eran éstos los primeros invasores
extranjeros que traspasaban las murallas de la ciudad en casi
ochocientos años. La caída de Roma fue achacada a la pérdida de la fe en
los antiguos dioses, cuyo culto había sido prohibido recientemente por
el emperador Teodosio en aras del cristianismo. Roma mandó mientras
Júpiter fue adorado, y ya vez lo que sucede ahora. La culpa era de los
cristianos.
Este argumento tocó la fibra sensible de Agustín y se dispuso a
combatirlo. Su respuesta fue “La ciudad de Dios”, una obra maestra de
teología y filosofía, por desgracia todavía más difícil de leer hoy que
sus “Confesiones”.
En “La ciudad de Dios”,
Agustín expone la primera visión cristiana de la historia, permitiendo a
los cristianos aceptar la caída de Roma como parte del orden divino. A
la Ciudad Terrena, cuyos habitantes se deleitan en el mundo temporal,
opone la Ciudad de dios, una comunidad inspirada en el amor a Dios
mediante la intercesión de la gracia divina. La Ciudad de Dios tenía una
existencia puramente espiritual y no debía ser identificada con ningún
lugar de la tierra, ni siquiera con la ciudad sagrada de Roma. Estas
ideas habían de tener un profundo efecto en la iglesia medieval e
incluso en la Reforma.
Agustín presenta una serie de argumentos ingeniosos a lo largo de “La
ciudad de Dios”. Los cristianos no debían afligirse porque los godos
victoriosos saquearan impunemente Roma. (Los visigodos, un subgrupo de
los godos, eran en realidad los culpables, pero Agustín decidió pasar
por alto tales sutilezas al referirse a aquellos bárbaros sedientos de
sangre). Agustín aseguró a sus lectores que los brutales delitos de los
godos serían castigados cuando se encontraran frente a su Hacedor.
Después de todo, si todos los pecados recibieran su castigo en la tierra,
¿qué sentido tendría el Juicio Final?
A causa de las acostumbradas preocupaciones de Agustín, “La ciudad de
Dios” también contiene largos pasajes sobre el sexo, que impresionarán
al lector moderno como implausibles, ridículos o lo último en prácticas
lujuriosas, según su punto de vista. Agustín explica incluso que Adán y
Eva podrían fácilmente haber tenido contacto sexual antes de la Caída
(si bien enfatiza que con seguridad no lo tuvieron). Esto podría haber
tenido lugar como un acto de la voluntad, sin el placer concomitante.
Tal y como el propio Agustín admite, el órgano de Adán no habría sido
estimulado por el deseo, de modo que desarrolla una argumentación para
demostrar cómo la necesaria proeza mecánica podría lograrse mediante la
sola voluntad.
Agutín se ocupa también acerca de si las vírgenes violadas por los godos
durante el Saqueo de roma conservaron su virtud, asunto éste que causó
gran enojo entonces. Sí la conservaron, en opinión de Agustín, puesto
que la castidad es una virtud de la mente, pero no habría sido así si
hubieran disfrutado con la experiencia. Y añade que Dios bien pudo
permitir las violaciones debido a que las mujeres afectadas estaban
demasiado orgullosas de su castidad. Mientras que hoy en día puede
parecer sinsentido o aburrida una gran parte de la teología de Agustín,
los pasajes mencionados son tan ofensivos hoy como debieron serlo
entonces para toda persona sensata. Con esto no se pone en duda la
integridad de Agustín. Probablemente no habría modificado su pensamiento
de haber sido él violado por los godos.
Agustín empleó trece años en escribir “La ciudad de Dios” y la terminó
el año 426 d.C., a la edad de setenta y dos años. Durante todo este
tiempo atendió a sus deberes de obispo de Hipona, produciendo cientos de
sermones y persistiendo en su vigorosa persecución de los herejes (Pelagio-Morgan
arribó al norte de África después de la caída de Roma y se puso a
predicar sus herejías en tierras de Agustín, proporcionándole así un
estímulo constante y una fuente de inspiración.) Pero a pesar de la
posición pública de Agustín y de la alta estima en que era tenido en
toda la Cristiandad, siguió siendo esencialmente un sabio aislado,
ocupado en las tareas que él mismo se imponía. Se dice que, en sus
últimos años, era el único hombre de Hipona que poseía un libro. Tal era
la ciudad de donde tomaría su nombre el primer gran filósofo cristiano,
San Agustín de Hipona.
El sitio de Hipona lo ocupa hoy el puerto industrial argelino de Annaba.
Desde el transbordador que llega desde Marsella se puede ver las
mezquitas y los deslucidos bulevares coloniales bajo los vapores de una
gran acería.
El colapso del Imperio Romano se aceleró durante los últimos años de la
vida de Agustín. Los vándalos invadieron las provincias del norte de
África en el 428 d.C., y alcanzaron las puertas de Hipona en mayo del
430. Agustín murió el 28 de agosto del 430, cuatro meses después del
asedio, que duraría un año. En el aniversario de esta fecha se celebra
el día de su santo. Agustín fue considerado en todas partes como un
santo inmediatamente después de su muerte. (Su canonización como proceso
formal sucedió a fines del primer milenio.)
Los vándalos ocuparon rápidamente todo el norte de África, y en el 497,
su rey Thrasamund expulsó a los obispos católicos de Numidia, que
llevaron consigo el cadáver de Agustín hasta Cerdeña. Allí permaneció
hasta la invasión sarracena del siglo VIII, cuando el rey de los
lombardos, Luitprando, rescató las reliquias de Agustín y las hizo traer
por sus caballeros hasta Pavía, en Italia, donde han permanecido hasta
el día de hoy.
DESPUÉS DE SAN
AGUSTÍN.
A la muerte de San Agustín, el Imperio Romano de Occidente estaba en los
últimos estertores de su agonía. Los vándalos ocuparon las provincias
del norte de África en el año 439; Roma fue saqueada de nuevo, esta vez
por los vándalos, el año 455. Un año después fue depuesto el emperador
niño Rómulo Augústulo y se extinguió la mitad romana del Imperio Romano.
Comenzaba la Edad Media.
El saber antiguo se conservó durante esta época por la tradición
monástica cristiana, que pudo sobrevivir, bien que aislada, pero que
llegaría a infiltrar su mensaje por medio de misioneros en los
embrionarios reinos feudales de Europa.
Mientras tanto prosiguió el Imperio Oriental en los Balcanes y en el
Asia Menor, con su capital en Constantinopla. El Imperio Bizantino (como
vino a ser llamado) desarrolló los elementos más oscuros y avariciosos
del viejo Imperio Romano, pero pocas de sus virtudes. El año 529 d.C.,
el emperador Justiniano suprimió finalmente toda cultura helenística
“pagana” y cerró la Academia de Platón en Atenas. Para muchos
historiadores, este acontecimiento marca el comienzo definitivo de la
Edad Media.
Inevitablemente, ésta no podía ser una época buena para los filósofos,
que necesitaban de una sociedad estable y civilizada, con una tradición
de saber y ocio. (Rara vez florece la filosofía sin una clase educada
ociosa). El primer pensador de cierta valía que apareció en la Europa
occidental después de Agustín fue Boecio, que murió, aproximadamente un
siglo después de Agustín, en Pavia, Italia. A Boecio se le recuerda
sobre todo por su "volumen dorado”, la “Consolación de la Filosofía”.
Durante la edad medieval, éste habría de ser el libro más leído después
de la Biblia, y Boecio sería erróneamente considerado por muchos como un
filósofo cristiano más grande que Agustín.
Boecio
escribió la “Consolación de la filosofía” cuando se encontraba encerrado
en una celda y sentenciado a muerte.. Según Boecio, Sócrates, Platón y
Aristóteles habían sido los únicos filósofos auténticos, aunque su
propia austera doctrina moral se asemejaba más a la de los estoicos.
Boecio presenta en la “Consolación de la filosofía” un diálogo con ésa,
en el que las respuestas en verso responden a preguntas en prosa: “Si
quieres ver/ las leyes de Dios con mente pura/ tu vista en los cielos
fija debe ser.”
La filosofía de
Boecio es platonismo puro y sin adulterar, sin nada del neoplatonismo
místico de Plotino.
No aparecen los dogmas del cristianismo, pero el razonamiento platónico
de Boecio en ningún modo los contradice. Esto muestra cuán semejante al
pensamiento platónico era una buena parte del cristianismo, aunque si
Boecio hubiera extendido su comparación se habría tropezado con
contradicciones flagrantes, tales como las conflictivas visiones de la
creación sostenidas por los platónicos (ex nihil nihil fit: nada sale de
la nada) y por los cristianos (Dios creó el mundo). Agustín se había
apercibido de muchos de estos problemas y los había tratado un siglo
antes, preparando así el camino para que pensadores esencialmente
platónicos como Boecio pudieran considerarse cristianos. Ésta no era una
hazaña insignificante en un tiempo en el que la Cristiandad estaba
dividida en herejías. Irónicamene, fue finalmente la herejía lo que
había de causar la caída de Boecio. Fue sentenciado a muerte por su
otrora amigo Teodosio el Grande, el rey arriano de los ostrogodos, al
negarse a admitir la herejía arriana. El arrianismo negaba la divinidad
de Cristo y, por tanto, su conocimiento de Dios.
La “Consolación
de la filosofía” de Boecio popularizó el pensamiento platónico entre las
clases monásticas medievales (o al menos entre las minorías que sabían
leer). La élite
mantuvo así conocimiento del pensamiento filosófico auténtico, aunque
les estaba prohibido abandonarse a prácticas tan peligrosas. De no haber
sacado Agustín el platonismo del sombrero cristiano, es poco probable
que el pensamiento cristiano hubiera incluido una filosofía digna de
este nombre. Si exceptuamos a Agustín, es casi seguro que el pensamiento
platónico –y así toda la tradición de la filosofía occidental- habría
sido condenado por pagano.
El primer
verdadero filósofo de la era medieval fue Juan Escoto Erígena.
Nacido a comienzos del siglo IX, probablemente trabajó durante un tiempo
en la corte del rey francés Carlos el Calvo. Juan Escoto veía el hombre
como un microcosmo del universo. Con sus sentidos percibe el mundo, con
la razón desentraña las causas y efectos de las cosas y con el intelecto
contempla a Dios. Lo que es más importante, Juan Escoto creía en la
eficacia de los razonamientos puramente filosóficos.
La razón (es decir, la
filosofía) era un camino para llegar a la verdad tan bueno como la
teología (esto es, la revelación o la fe). Como ambos eran caminos para
llegar a la verdad, nunca se contradecían; pero si aparecía un conflicto,
lo mejor era confiar en la razón.
Escoto sostenía que la religión verdadera era filosofía verdadera, y que
la filosofía verdadera era también religión verdadera. Esto provocó la
furia de la iglesia y fue condenado en no menos de dos concilios como
“porridge” (gachas) escocés”.
La filosofía pudo sobrevivir en la Edad Media, a pesar de esta actitud.
La popularidad continuada de la “Consolación de la Filosofía” de Boecio
y de las “Confesiones” de Agustín hicieron posible que la tradición
monástica se mantuviera en comunicación con la tradición platónica. Si
bien el “corpus” principal de las “Confesiones” está dedicado a las
vicisitudes espirituales de Agustín en su camino hacia la santidad, sus
tres libros finales (XI-XIII) se ocupan extensamente de problemas
filosóficos. “¿Cómo comenzó el mundo?” “¿Qué es el tiempo?” “¿Existen el
pasado y el futuro?” son sólo algunos de los problemas que suscita y que
trata de resolver. Y quienes se sintieran tentados de profundizar en su
obra podrían descubrir muchas ricas vetas de razonamiento auténticamente
filosófico entre sus diatribas contra los herejes, explicaciones de la
mecánica del sexo sin lujuria, etc.
Agustín ejerció una profunda influencia sobre varios pensadores de la
era medieval, el más importante de los cuales fue probablemente San
Anselmo, fundador en el siglo XI del escolasticismo, la seudofilosofía
que había de regir, como autoridad suprema, durante toda la Edad Media.
El escolasticismo fue básicamente el intento de construir un cuerpo de
auténtico pensamiento filosófico sobre el fundamento del rígido dogma
religioso. Lo primero estaba sujeto al razonar filosófico, mientras que
lo segundo no. El razonamiento filosófico abarcaba un campo amplio y se
ejercía con precisión quisquillosa, pero quien, inadvertidamente, se
descarriaba y cuestionaba el dogma podía acabar quemado en la hoguera.
El objetivo principal del debate filosófico era el de demostrar que el
oponente había cometido el error cardinal de contradecir el dogma. La
filosofía se convirtió en un peligroso juego de poder para los pocos que
eran brillantes y ambiciosos.
Estas consideraciones no son tan frívolas e irrelevantes como pudiera
parecer. Y una vez más, Agustín tiene alguna responsabilidad. Los
antiguos griegos veían de buen grado el diferir en asuntos filosóficos.
Diógenes el estoico ridiculizaba a los miembros de la Academia de Platón,
pero eso era todo. Las cosas cambiaron con la unión de filosofía y
cristianismo. Agustino se implicaba en un debate meramente académico al
atacar las herejías donatista y pelagiana. Para Agustín, estaban
dividiendo a la Cristiandad, quería destruirlas y la manera más
convincente de hacerlo era demoler sus bases filosóficas mediante
argumentos de razón.
En gran medida, y como consecuencia de esta actitud,
la filosofía fue mal usada
a lo largo de la Edad Media, resultó absorbida por la propaganda
cristiana y sólo así fue aceptada. Un ateo o un musulmán no habrían
podido intervenir en ninguna argumentación filosófica en la Europa
occidental. No es, por tanto, sorprendente que parte de la mejor
filosofía de este período fuera producida por musulmanes (Averroes y
Avicena), y que
el escolasticismo resultara finalmente liquidado por Descartes con los
razonamientos de un ateo (aunque negara, prudentemente serlo).
Otra figura importante que recibió la influencia de Agustín fue el
franciscano del siglo XIII
San Buenaventura,
que intentó incorporar a la escolástico varios elementos de Platón, de
hecho incompatibles con el cristianismo, y que llegó hasta incluir
algunos que el propio Agustín había considerado indeseables. Trazó la
línea en la incorporación del aristotelismo, al que consideraba
directamente opuesto al escolasticismo.
San Buenaventura
demostraría tener razón, en la medida en que el aristotelismo ayudó a
introducir un elemento de pensamiento científico en la escolástica.
El contemporáneo más famoso de San Buenaventura fue
Duns Escoto
(1266-1308), que no debe ser confundido con Juan Escoto Erígena, muerto
cuatro siglos antes. No recibió una fuerte influencia de Agustín, a
pesar de que citaba copiosamente de las obras de éste para apoyar sus
razonamientos, pero fue un filósofo más importante que San Buenaventura.
Su nombre dio origen a la palabra dunce (zoquete) (una calumnia
inventada por sus enemigos).Cierta vez, Duns Escoto se vio obligado a
huir de París para salvar la vida, después de proponer, en contra de la
doctrina oficial papal, que la inmaculada Concepción de María no la
incluía en el pecado original. Este episodio ilustra no sólo los
peligros a los que se enfrentaban los pensadores de la Edad Media, sino
también las profundidades metafísicas en que se habían sumergido los
debates en boga. Para muchos, Duns Escoto fue la mejor mente
especulativa de la Edad Media; es una tragedia ver semejante talento
disputando sobre galimatías metafísicos. Sin embargo, también hizo
muchas contribuciones importantes, principalmente elaboraciones ( y
soluciones) de las dificultades que surgían del platonismo que introdujo
Agustín. Por
ejemplo, la distinción que hizo Duns Escoto entre las propiedades
esenciales y las accidentales de una cosa supusieron un avance lógico
importante.
Argumentos de este calibre habían sido casi inexistentes desde
Aristóteles, quince siglos antes. Duns Escoto demostró que la lógica
puede ser usada como una herramienta práctica, si bien no se hizo ningún
uso de esto durante varios siglos, debido al talante no científico de la
época.
Las definiciones que hace Duns Escoto de las cosas que podemos conocer
sin prueba se anticipan al período cuando la filosofía pudo finalmente
liberarse del peso asfixiante de la teología. Según Duns Escoto, hay
tres clases diferentes de conocimiento sin prueba: primero, los
principios que conocemos por sí mismos; segundo, las cosas que conocemos
por la experiencia; y tercero, los actos que nosotros mismos ejecutamos.
Duns Escoto llegó a hacerse enemigo de Tomas de Aquino (1225 – 1274), el
más grande de todos los filósofos medievales. Aquino no recibió
influencias de Agustín, pero su contribución más importante es
notablemente similar.
Mientras que Agustín adaptó el pensamiento platónico al dogma cristiano,
Aquino pudo conciliar las obras de Aristóteles con las enseñanzas de la
iglesia. Muchas de estas obras habían reaparecido en Europa occidental
solo recientemente, como resultado, en gran medida, de filósofos
musulmanes como Averroes. Lo mejor del antiguo pensamiento griego se
incorporaba al escolasticismo. El resultado fue desastroso.
La naturaleza esencialmente clara y fluida del pensamiento especulativo
griego se heló en un rígido glaciar de metafísica cristiana que avanzaba
a pasos imperceptibles.
Qüestionari
1. A Roma, a la
filosofia estoica, a quines capes socials va arrelar?
2. Quina transformació pateix l'epicureisme a Roma?
3. Quina visió sobre la mare d'Agustí ofereix el comentarista?
4. Quina informació ofereix el text en relació a la doctrina del
maniqueisme? Què opina el maniqueisme sobre "el pecat"?
5. Quin personatge cristià té molta autoritat política i moral en
aquesta època, segons el text?
6. Quina informació se'ns ofereix de Plotí? Què opina Plotí del mal? Què
li aporta a Agustí la filosofia de Plotí?
7. Segons el comentarista Strathern, quina és la contribució més
important d'Agustí a la filosofia?
8. En què consisteix l'heretgia donatista? i la pelagiana?
9. Què és això de la "ciutat de Déu" d'Agustí?
10. Què se'n diu de Boeci en el text? Quina importància té per a la
filosofia?
11. Què en saps de l'arrianisme?
12. Què se'n diu de l'Escolàstica?
13. Quin és el servei tan valuós que presten els filòsofs musulmans a la
filosofia europea d'aquella època?
14. En què consisteix, bàsicament, l'obra de Tomàs d'Aquino?
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