"Los tres órdenes o lo
imaginario del feudalismo"
Georges Duby
La historia medieval no es el rincón donde se guardan los trastos viejos.
PRIMERAS ENUNCIACIONES
Sólo existen "tres caminos para los jóvenes, el del clérigo, el del
campesino, el del soldado..."
"Los únicos que responden al llamado de Dios son el sacerdote, el
guerrero, el campesino..."
El verbo ORARE resume la doble misión episcopal: orar y predicar, que en
el fondo significan lo mismo. La unción ha colocado al obispo en la
coyuntura precisa entre lo celeste y lo terrestre, entre lo invisible y
lo visible.
El obispo alega, como se
alegaba antaño en la tribuna del foro, y por eso busca en Cicerón las
recetas del discurso eficaz. ORATOR, él anuncia alternativamente las
palabras que, como ofrendas lanzadas al cielo, deben provocar
recíprocamente la efusión de la gracia y las palabras que darán a
conocer en la tierra lo que la SAPIENTIA descubre. Porque su posición es
mediadora, intermediaria, el obispo debe especialmente cooperar en la
restauración necesaria que el Demonio, sin cesar, intenta destruir.
Ayudado por los clérigos a los que ha ordenado y a los que transmite sus
enseñanzas, debe constantemente desbrozar, separar el buen grano de la
cizaña, ahuyentar las tinieblas. Iluminando al pueblo, amonestándolo.
Para ello se dirige ante todo directamente al personaje que le está
asociado, designado por Dios en razón de las virtudes de su sangre,
colocado por Dios delante de los otros para que los guíe, pero para que
los guíe en el dominio de lo terrestre, de lo material, de lo carnal: el
feligrés privilegiado del obispo, el primero en recibir sus
amonestaciones, es el rey, o bien el príncipe.
Los obispos del siglo XI
se sienten en la obligación de presentar ante los ojos de reyes y
príncipes un espejo. Como uno de esos espejos en metal pulido que se
empleaban en esa época, que reflejaban muy mal los rostros, pero que sin
embargo, mostraban sus defectos y ayudaban de esta manera a corregirlos.
El discurso episcopal cuando se dirige a los príncipes de la tierra
tiene ciertamente este propósito: recordarles sus derechos, sus deberes
y lo que está mal en el mundo. Incitarles a actuar, a restablecer el
orden. Orden cuyo modelo ha descubierto el obispo en el cielo. Discurso
político, el discurso de los obispos invita a reformar las relaciones
sociales.
El rey del año mil tenía algo en común con los obispos: él también
recibía la unción. Desde mediados del siglo VIII, el cuerpo del rey de
Francia era impregnado con el aceite santo, y su espíritu recibía, por
lo tanto, la SAPIENTIA. Ocupaba un sitio entre los sabios, que
misteriosamente conocían las intenciones divinas, entre los ORATORES.
La capacidad (FACULTAS)
del ORATOR es dada al rey, recordándole que él debe, a semejanza de los
obispos, inquirir, apartar a aquellos que, en el pueblo, se desvían del
buen camino, recompensar y castigar como lo hará Dios el último día.
Sin embargo, la posición de la persona real es ambigua. El rey detenta
no solamente el cetro, sino también la espada. Debe consagrar una parte
importante de su tiempo a las armas y esto le aleja de la escuela. Si
bien está en posesión de la "sabiduría", no posee plenamente la cultura.
Sin duda, es indispensable educar al heredero del trono de la misma
manera que a los futuros obispos.
El rey sabe leer un libro en latín, sabe salmodiar las plegarias. Pero
no sabe lo suficiente como para extraer todos los beneficios de la luz
que le llega del cielo. Necesita recurrir a auxiliares que le ayuden a
descifrar el mensaje. Estos son los otros ORATORES que no han sido
desviados, como él por las preocupaciones militares, de la reflexión
sobre las cosas sagradas. Su función es la siguiente: poner en palabras
aquello que la unción permite al rey percibir confusamente. Porque los
obispos tienen esta ventaja sobre el soberano: son expertos en el arte
de la retórica. Esto les permite sentirse con respecto al rey en una
situación preponderante.
En todo caso, la retórica era considerada por los intelectuales de los
capítulos catedralicios, como un medio de gobernar y de gobernar sobre
todo la acción de los príncipes, los cuales aparecían subordinados (SUBDITI)
a la palabra episcopal.
LA PAZ
Era conveniente mostrar a los prelados esforzándose, uno tras otro, por
alcanzar la paz pública. Como señores inspirando temor, como pastores
inspirando amor; que se les viera colaborar estrechamente con el poder
real, sumando a la fuerza del rey los méritos complementarios del
sacerdocio, para que definitivamente se instaurara la "justicia".
Desear la paz significa desear el orden, el bien, significa adherirse a
las intenciones divinas.
Es necesario que los reyes escuchen a los obispos, que se les sometan,
que para promulgar los edictos legítimos se dejen conducir por ellos y
que reciban de sus manos la espada.
Los oratores pueden vivir en el "ocio sagrado" que exige su oficio
porque los PUGNATORES garantizan su seguridad y los AGRICULTORES,
gracias a su "labor", el alimento de sus cuerpos. Protegidos por los
guerreros, los labradores tienen el perdón de Dios, por intermedio de
las plegarias de los sacerdotes.
Los guerreros obtienen su sustento de los campesinos y de los impuestos
que pagan los comerciantes; pueden lavar las culpas que acarrea el uso
de las armas, gracias a la mediación de los que oran. Todo aquél que
porte armas, tendrá necesariamente las manos sucias. Incluso si la
guerra es justa, es siempre ocasión de pecado. Y los PUGNATORES
necesitan de los ORATORES no solamente para hacer que el cielo les
conceda la victoria, sino también para colaborar, mediante la liturgia y
el sacramento, en su redención.
LAS TRES FUNCIONES.
La trifuncionalidad aparece como una estructura inicial, como una
armazón impuesta a la creación "desde sus orígenes".
El eje dominante del sistema es la desigualdad: desigualdad en la tierra
como en el cielo. Esto hace que haya necesariamente individuos que
gobiernen, investidos de un poder cuya única fuente es el Cristo que
está en los cielos -que sea necesario que existan los obispos por un
lado, los reyes por otro que, asociados, cumplan las dos funciones de
dirección y que dominen la masa de los menores, de los inferiores, de
los imperfectos, a los cuales, deben, sin embargo, proteger.
La tercera función, la agrícola sirve para justificar el hecho de que
los ORATORES no trabajan con sus manos y que los PUGNATORES perciben las
rentas. Con el fin de mostrar que este ocio y esta explotación
pertenecen al orden de las cosas. Es decir, la expresión más evidente
del modo de producción señorial.
La afirmación de que la desigualdad es providencial es por lo que el
soberano tiene como función mantener las diferencias en la sociedad
terrestre.
JERARQUIA.
Isidoro de Sevilla: "Aunque la gracia del bautismo redime a todos los
fieles del pecado original, Dios el justo discriminó en la existencia de
los hombres e hizo de unos esclavos y de otros señores, con el propósito
de que la libertad de cometer el mal fuese restringida por los
poderosos. Pues cómo podría prohibirse el mal si nadie temiese?".
- Lo que aquí se afirma como necesario no es solamente la desigualdad,
sino la represión. La elección arbitraria de Dios determina la
pertenencia a una u otra clase. La predestinación es la que distribuye
sobre la tierra los poderes de coerción.
San Agustín: "Cada uno en su orden: ante todo el Cristo, luego aquéllos
que son de Cristo, que han creído en su advenimiento".
- Esta línea ya se encuentra en San Pablo: la idea de estrechar filas,
de ejecutar órdenes bajo la amenaza de sanciones necesarias. La
cristiandad la hizo suya, convencida de que todo se iría a pique, de que
el mundo terminaría por pudrirse, adoptó para resistir mejor la
corrosión, las estructuras del encuadramiento de las legiones romanas.
- El orden es, pues, el fundamento sacralizado de la opresión.
LA HEREJIA
Parece que en todas partes los adherentes proceden del mismo medio
social. Parece que el reclutamiento no se hacía en lo más profundo de
las zonas rurales, sino en los barrios nuevos de las ciudades en
crecimiento. Indiscutiblemente, los conductores fueron clérigos y, a
menudo, los mejores. Sus agentes fueron hombres cultos.
No se trataba de
aventureros, sino de cristianos que se sentían simplemente insatisfechos
con las enseñanzas de la Iglesia, que esperaban otro mensaje. Entre
ellos había mujeres, aquellas mujeres que la institución eclesiástica
ignoraba de ordinario.
La herejía sueña con otra sociedad también ordenada, pero con un orden
diferente, fundado sobre otra concepción de lo verdadero, de las
relaciones entre la carne y el espíritu, entre lo visible y lo
invisible.
Se inspiran en la
palabra de Dios, dilucidada por medio de la sabiduría. Pero para
interpretar esta palabra aspiran a prescindir de los obispos. Niegan que
la comunicación con lo sagrado deba establecerse obligatoriamente por
medio de gestos y de fórmulas, por medio de ritos. La impugnación es, en
principio, antiritual; proclaman que la gracia y el espíritu se inyectan
sin mediación en las inteligencias y en los corazones. Por lo tanto, el
bautismo, la eucaristía y la absolución no sirven de nada. Tampoco la
unción. Y que en consecuencia, los obispos no poseen el monopolio de la
SAPIENTIA.
Negación de las virtudes
de lo sagrado: esto permite arrojar contra los herejes otra acusación,
la de poner en peligro la autoridad monárquica, la de minar los
fundamentos del estado político.
Rendían culto a los mártires, pues se sentían atraídos por el
sufrimiento, por aquella purificación radical y trágica que usaba a la
muerte consentida como un instrumento. Estaban en contra del
florecimiento del culto de los obispos santos y de los reyes santos que
se daba en esa época.
Profesaban el más
radical desprecio por lo carnal. La sangre y el sexo les repugnaban. Se
abstenían de comer carne. Lo que les disgustaba de la crucifixión eran
las llagas y el sacrificio de la misa el pan que se transformaba en
carne y el vino que se transformaba en sangre.
Rechazaban el matrimonio
no solamente por voluntad de castidad. Puesto que condenaban la
procreación, soñaban con una humanidad que se reproduciría, como se
pensaba de las abejas, sin copulación. Al desdeñar toda la envoltura
corporal de lo creado, estos espirituales pretendían naturalmente
ignorar toda distinción en la sociedad humana. En primer lugar, aquella
que, inscrita en la carne, separa los dos sexos.
Al acoger a las mujeres
como miembros plenos en su comunidad anulaban la barrera primordial que
se levantaba en el espacio social. Esto no se hizo impunemente: el hecho
de abolir las diferencias entre femenino y masculino permitió las peores
calumnias y fue la principal causa de su fracaso. Los herejes eliminaban
el abismo fundamental. Al rechazar los privilegios del "oficio"
sacerdotal, confundían el CLERUS y el POPULUS; invitaban al ayuno a
todos los cristianos, a que oraran de la misma manera.
Por otra parte, en tanto exhortaban a que se perdonasen las ofensas, a
no vengarse ni a castigar, proclamaban la inutilidad de los
especialistas de la represión, del bastón de mando de los militares.
Finalmente, en la secta
todos trabajaban con sus manos, nadie esperaba ser alimentado por otros,
nadie padecía al servicio de un señor: la línea divisoria entre los
trabajadores y los otros, los señores, los justicieros, los protectores,
los castigadores, se borraba. La herejía proponía la igualdad total. Por
esta razón reclutó espontáneamente sus adeptos entre los oprimidos,
entre las víctimas de la injusticia. Esperanza de una liberación que se
realizaría en una amistad fraternal, en la "caridad".
Todo ello cuestionaba de manera muy visible el orden establecido.
Desafiaba la ideología dominante. Esta le hizo frente. Si finalmente no
se quería arrastrar a la hoguera a esos tercos respectables cuya pureza
y fidelidad a las enseñanzas evangélicas eran evidentes, había que
intentar que aceptasen las propuestas que constituyen la armazón del
sistema: que la intención de la providencia no es la igualdad.
ECLIPSE DEL MODELO TRIFUNCIONAL
Después de 1030 la invasión monástica se desencadenó, conmoviendo
durante un siglo las estructuras de la Iglesias. Es seguro que los
clérigos aún hablaban, pero apenas los escuchamos: la voz de los monjes
ahoga sus palabras. El sistema ideológico construido alrededor del tema
trifuncional que servía a los intereses de los obispos entra en un largo
eclipse: durante un siglo y medio no encontramos enunciada la idea de
que el género humano se divide entre los que oran, los que combaten y
los que trabajan.
En una primera fase que
culmina hacia 1120, sus expresiones ideológicas permanecieron
estrictamente controladas por los monjes.
Seguros de su victoria,
los monjes, en posesión del inmenso poder que ofrece el monopolio de la
más elevada cultura, construyeron el proyecto de una sociedad
enteramente organizada en función de la comunidad monástica y, en la que
la parte carnal sería aspirada por la angélica.
La orden de Cluny fue,
sin duda, capaz de hacer frente, gracias a su exigencia de pureza, al
desafío herético.
Para ello dividieron al
género humano en dos. De un lado situaron a los "perfectos", a los
monjes cluniacenses o a los reformados por Cluny y consintieron en que
se sumaran los clérigos. Pero consideraron a éstos, a los obispos a los
que se solicitaba de tanto en tanto que consagraran el santo crisma, a
los curas que recibían una paga por servir las parroquias que
pertenecían a los prioratos de la orden, como simples auxiliares: el
sistema anterior quedó invertido, ya que el clero quedó bajo la tutela
de los monjes; los CONTINENTES quedaron sometidos a los VIRGINES. Del
otro lado, los "perfectibles". Entre ambas partes, una puerta que se
entreabre: la "conversión", segundo bautismo que se propone a los laicos
y ante todo a los más grandes, en el momento de la muerte, cuando
abandonan el peregrinaje sobre la tierra y esperan en la "región
misteriosa" que menciona Agustín, alcanzar la ciudad celeste. Ante esta
puerta los laicos deben permanecer alineados según su condición.
La comunidad de los
hermanos ocupa el área de perfección cerrada por un recinto, cual
muralla contra los ataques del mal. Esta valla se entreabre algunos días
para dejar entrar un instante a los excluidos para que contemplen de
lejos la fiesta y para que sus destellos los incite a abandonar todo y a
participar de ella. A la entrada, los huéspedes son alojados en
dependencias diferentes. Una para los nobles a los que se trata
majestuosamente como si fueran monjes; comen pan blanco, sus caballos
son alimentados con avena. La otra morada es para los "pobres" que
llegan a pie y que sólo tienen derecho al pan negro, ración que les
corresponde como trabajadores. Dos clases, pues, MILITES, RUSTICI, ambas
necesarias puesto que el monasterio no ha roto completamente las amarras,
puesto que pertenece aún a la tierra.
Los habitantes del
monasterio se consideran ángeles. el trabajo servil los degrada. Sólo
tocan las actividades materiales con la punta de los dedos por medio de
pequeños gestos simbólicos. Tienen pues necesidad de gentes que trabajen
para abastecer la bodega, las cuadras, el refectorio y para que produzca
lo que será vendido con el fin de adquirir las telas, el incienso, las
especies, todo aquello con lo que adorna su existencia la escuadra
monástica, brillante, que sólo concibe su oficio en medio de la
suntuosidad.
Gracias a los beneficios
de su señorío, al bienestar y al ocio que les procuran, pueden pensar en
alejarse cada vez más de lo carnal. Los caballeros les son igualmente
necesarios, puesto que la tierra es siempre una buena presa para el mal
y está infectada de bandidos. Existen sobre todo, en la tierra
innumerables incrédulos a los que es necesario, mediante la guerra,
obligar a la verdadera fe o destruirlos.
Los monjes cluniacenses
tienen, en consecuencia necesidad de "los que trabajan" y de "los que
combaten". Necesitan incluso sacerdotes sobre los que descargar las
molestias de la acción pastoral. Por el contrario, prescinden
perfectamente del rey. Este sería ante todo un estorbo. Por su ligazón
con lo celeste el rey de reyes les es suficiente.
Casi todo lo que podemos captar de lo que se pensaba en la Francia del
norte, entre 1030 y 1120, de la sociedad, proviene pues de los "perfectos",
de hombres conscientes de haber alcanzado a medias la salvación y que se
esfuerzan por alcanzarla completamente, hombres que observan desde el
sitio de su encierro el mundo del que se han alejado y del que no
quieren cambiar su disposición. A diferencia de la catedral, el
monasterio no es un instrumento de reforma de las relaciones sociales.
Al comienzo del siglo XII, ya que los monjes volvían la espalda a la
sociedad terrestre y no se preocupaban en absoluto por cambiarla, el
clero se lo propuso, obligando a la sociedad que volviese a adaptarse a
los designios divinos. La Iglesia se apoyó nuevamente en la institución
sacerdotal.
Los obispos quisieron
controlar el monaquismo; no quisieron disminuirlo, sino, por el
contrario, imitarlo. Casi todos habían pasado por un monasterio y a él
esperaban volver un día. Para ellos, la vida monástica representaba la
perfección. Su ideal consistía en ser tan puros como los mejores monjes,
sin por esto abandonar el mundo; en él se integraban para transformar,
para purificar a los laicos y, ante todo, a los reyes.
Movimientos profundos favorecieron evidentemente los cambios de
estructuras que padeció la Iglesia en el Primer cuarto del siglo XII,
movimientos que hacían abandonar lentamente a la civilización occidental
su carácter rural. Hicieron retroceder el sentimiento de que el mundo
visible es despreciable, de que hay que apartarse de él, de que las
verdaderas riquezas están en otra parte.
Anteriormente la repugnancia por el mundo se había propagado en una
sociedad convencida de que las cosas terrestres estaban destinadas
irremediablemente a decaer, a corromperse, a perderse. Ahora, esta
afirmación se veía cuestionada por el ímpetu con que se hacían los
progresos: el hombre es capaz de dominar la naturaleza, de obligarla a
producir más y a rectificar el curso de las aguas, a equilibrar el ciclo
de las rotaciones de los cultivos, a controlar el recorrido de los
rebaños, de contribuir, gracias a la fuerza de sus brazos y de su razón,
a disipar algo del desorden infiltrado en la creación.
Mientras los
intelectuales prestaban cada vez más atención a la naturaleza de las
cosas, a la física, tomaba cuerpo la idea de que el reino puede
pertenecer también a este mundo.
Esto significaba abandonar el terreno del sueño, rechazar más
decididamente las tentaciones de lo angélico.
De manera irresistible y decisiva cambió de intensidad y de calidad el
interés por lo carnal; esto bastó para devolver al clérigo su
superioridad sobre el monje.
Otro factor importante fue el crecimiento económico que permitió dar a
la moneda, es decir, a los intercambios comerciales y por lo tanto, a
las ciudades, una función comparable a la que habían tenido mil años
antes en las relaciones sociales. Por esta razón, los sistemas de
clasificación que servían de sustrato a las ideologías sociales debieron
incluir una nueva categoría.
Qué palabra encontrar para calificar a estos hombres? "Rústico" no
servía pues vivían en las ciudades en pleno crecimiento. Tampoco eran
"guerreros" aunque a menudo portasen armas. La riqueza urbana era antes
todo una aventura, fortuna, es decir, inestabilidad. Era un juego en el
que unos ganaban y otros perdían. El nuevo espacio social revelaba un
fenómeno insólito, conmovedor: la la miseria en la desigualdad. Miseria
ya no más compartida por toda la comunidad como había ocurrido durante
las grandes hambrunas del año mil, sino individual. Indignante, pues
lindaba con la más extrema opulencia. En el medio urbano la noción de
pobreza se transformó.
El desarrollo de la investigación en las escuelas catedralicias condujo
a la elaboración de una ciencia, ya no de una ideología social. Los
progresos de la pedagogía incitaban a rechazar definiciones que
provenían de libros muy antiguos y que no se aplicaban demasiado bien a
lo real.
Para los maestros, el
esquema trifuncional parecía siempre mucho menos útil y siempre más
engañoso.
Cómo ser un buen MAGISTER? Qué era necesario leer y explicar para
servir mejor a aquellos que escuchaban y que a su vez repetirían? Todos
estos intelectuales que se elevaban irresistiblemente en el seno de la
Iglesia se planteaban todos estos interrogantes. Se percibe la voluntad
de aproximarse a lo concreto, de aprehender definitivamente lo real, lo
que se descubre del mundo a través de los sentidos, tocando, escuchando,
observando, proyecto que se elabora en la escuela y que hace deslizarse
la cultura lentamente hacia el realismo.
Se puede pensar que la
experiencia de la multiplicación de las distintas "profesiones" en el
seno de la institución eclesiástica, más sensibles frente a la
complejidad también cada vez mayor de la sociedad profana. Buscaban
fórmulas que permitiesen dar cuenta de la diversidad, sin reducirla
demasiado.
Pero cuántas funciones había que enumerar en este mundo en movimiento,
en el que se agudizaban los contrastes entre las ciudades y el campo, en
el que el trabajo se dividía en todos los niveles? La división ternaria
había dejado de tener importancia al lado de otras. Se debieron, pues,
afinar los modelos de clasificación. Se pidió a los intelectuales que
ofreciesen una imagen de la sociedad. Y que esta imagen estuviese al
servicio de los intereses de los príncipes temporales.
AL SERVICIO DE LOS PRINCIPES.
En el momento de los grandes progresos de la civilización material y de
la cultura, el siglo XII presenció la diversificación de los "oficios".
La enseñanza era uno de ellos. Pero entre los clérigos que escuchaban a
los maestros había algunos que aspiraban a otro oficio cada vez más
abierto y más rentable en el que se podía ascender rápidamente, a pesar
del origen humilde, si se era competente y devoto: se trataba dle
servicio del príncipe.
Desde el segundo tercio del siglo XII, los obispos -y muy pronto los
papas- comenzaron a preocuparse por la desviación de una parte de los
escolares, por la evasión de los cerebros hacia las actividades
profanas, evasión que era percibida como un derroche.
Podía imaginarse un mejor medio para perfeccionar la sociedad laica que
el de vivir en la familiaridad de sus jefes, para amonestarles, para
mostrarles dónde está el bien, puesto que el progreso espiritual del
pueblo depende de sus dirigentes?
Todos pensaban que la tarea más urgente consistía en convertir a las
casas nobles, semilleros de dirigentes.
Sermoneaban a toda la
familia señorial, adaptando los preceptos de la Escritura al sistema de
valores de la aristocracia laica, entremezclando lo que habían retenido
de las enseñanzas de los padres de la iglesia con las leyendas épicas y
los relatos cortesanos. Gracias a esta predicación y a esta enseñanza
doméstica, la alta sociedad profana asimiló lentamente algo de lo que
las escuelas tenían por misión estudiar y difundir. En las cortes de los
grandes y pequeños príncipes, se compenetraron las dos culturas, la
caballeresca y la sagrada.
Las dos culturas, que
simbolizaban dos poderes, se disociaron y el laico adquirió
independencia y fuerza. Cristo no es más la cabeza; el príncipe lo
reemplaza. Renace la cultura clásica: el buen emperador.
Y mucho más moderno es
tal vez el descubrimiento de que el funcionamiento de la máquina social
depende de un órgano motor en sí mismo, que es la corte. El soberano ya
no es el único responsable.
R E S U R G I M I E N T O
A fines del siglo XII el esquema trifuncional vuelve a usarse, pero está
ante todo desacralizado. La figura trifuncional sirve para defender las
posiciones de clase que ocupan el clero y la caballería conjuntamente.
La nueva figura
trifuncional distingue a los villanos de los clérigos y los caballeros.
Los VILLANOS serían los advenedizos, los que no son por nacimiento, a
los que se considera peligrosos y frente a los cuales hay que mantener
las barreras de dignidad y rango. Los clérigos orar, los caballeros
defender y los campesinos trabajar. La función del jefe del Estado es la
"justicia": mantener el equilibrio mediante la redistribución equitativa
de los beneficios de la explotación señorial.
Este príncipe no ha
recibido directamente de Dios por intermedio de los ritos de la unción.
Pretende no estar sometido a ninguna influencia clerical.
LA CABALLERIA
El monarca debe su poder a los caballeros. Es por eso que la
reformulación del sistema trifuncional ha de beneficiar a esa parte de
sociedad que es la nobleza, a la que se accede por nacimiento, por
casta.
Al igual que el
sacerdocio, la caballería es percibida a partir de entonces como un
estado al que se accede por una ordenación, en el sentido que la Iglesia
daba a este término. La incorporación se realiza por medio de ritos
sacramentales.
Este cambio no se puede
disociar en la historia del Estado: una formación política que
perfeccionaba sus órganos de control y que aumentaba sus exigencias
fiscales, debía poder reconocer entre sus súbditos aquellos que
escapaban a las contribuciones "innobles". No puede disociarse tampoco
de la historia de la economía: en esta época se dio al dinero el papel
principal, multiplicó los hombres que se enriquecieron con los negocios,
rivales tan temibles como los forajidos para los nobles de abolengo que
por esta razón los hunden en la condición de VILLANOS cuando los ven
abrirse paso a codazos para ocupar la misma posición que los señores en
la fiesta y en la cultura.
Ahora los villanos
adquirían señoríos. El límite entre los "poderosos" y los "pobres" se
desplazó hacia la parte inferior de la clase social. Sobre el sitio en
que estaba construida primitivamente esta frontera, la nobleza edificó
una nueva barrera, imaginaria.
La caballería y la monarquía llegan a estar indisolublemente unidas y
todos los miembros de la aristocracia laica comulgan en el respeto de un
mismo sistema de valores.
La caballería no
constituye toda la corte. Esto es lo que afirma, con el fin de afianzar
el Estado, la figura trifuncional. Por esta razón se la volvió a usar:
para colocar a la caballería bajo el dominio del monarca. No obstante,
puesto que el monarca se jactaba de su caballería, se mostró a la
caballería como superior a los otros órdenes. Se necesita demostrar que
la caballería debe ser "servida" por las otras dos categorías sociales,
el pueblo y el clero.
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