La escuela Busquets i Punset, una etapa importante en nuestras vidas.

Schola magistra vitae.

Cierro los ojos y los veo a todos, veo el colegio como un enorme puzzle, perfecto con todas sus piezas: madres y padres, abuelos y abuelas, maestras y maestros, conserjes, señoras de la limpieza (nadie falta en esa imagen) y sobre todo niños, nuestras niñas y niños. No sé si es la imagen del primer día de P4, tal vez es de dos semanas después o quizás ya mediado octubre, pero es un recuerdo muy vivo de aquellos niños/as entrando en la escuela, abiertos a todo lo nuevo, dispuestos al descubrimiento, materia perfecta donde escribir con ilusión la trayectoria que ahora, este año, acaban. Y nosotros en la puerta, mirándolos…

De ellos guardo una foto, la primera, entrañable, que les hizo la profesora en clase. Algunos ya no están, otros han ido incorporándose al grupo, han ido formando un grupo heterogéneo pero cohesionado: se han hecho amigos, en definitiva.

Para mí la escuela no ha sido un puro trámite, sino una opción pensada y un lugar de convivencia. De todos estos años guardo, como no, cosas buenas y otras no tan buenas, experiencias muy positivas y otras que podían haberse mejorado; pero sobre todo, amigos y gratitud. Agradecimiento a tantos ratos compartidos con padres y madres (la espera a la salida, las fiestas de cumpleaños, las tardes en el parque, el AMPA…), agradecimiento a los primeros amigos de mi hijo, y por supuesto a los profesores/as, que caminaron con él en el descubrimiento de las letras, los números y la vida.

Todo esto ha sido el colegio y mucho más  que discurre por dentro de nuestros hijos, alimentando sus expectativas y abonando su futuro.

Firmo con el que es mi mejor título: madre de Pablo.